jueves, 31 de agosto de 2023

Asuntos varios: cerremos agosto

En los días más deprimentes, pienso que todos los países del mundo, incluso esos que parecen alienígenas por su grado de civismo (como suele decirse de los nórdicos) tienen sus momentos pintorescos, cutres o, abusando del término, surrealistas. Pero, claro, es difícil de imaginar una situación como la que hemos vivido la última semana, en la que el presidente de una federación deportiva, en el momento de alcanzar la cima más alta por su gestión, como es que el equipo nacional gane la copa del mundo, es también el del comienzo de una caída, qué digo, zambullida en el pozo más hondo. Porque hay que ser muy bueno en lo malo para hilar todas las meteduras de pata que ha cometido el presidente de la RFEF: desde la agarrada de huevos en el palco junto a dignatarios/as y miembros de casas reales, pasando por el beso/pico ("sin mala fe por ninguna de las dos partes") a una jugadora, además de embarrarse con posterioridad en un comunicado en el que se atribuían declaraciones a esa misma jugadora que no había pronunciado, y acabando con el famoso discurso ante la asamblea de palmeros (que no tardarían en abandonarlo con admirable desparpajo) en el que afirmaba que "el falso feminismo es el principal problema de España". Una locura atrabiliaria, una sucesión de torpes aspavientos, trastabillándose sin parar hasta el precipicio, un salto cabeza abajo hasta el pedregal de la ignominia sin descansar ni un minuto. Y para añadirle más pimienta al asunto, la madre doliente que se encierra en una iglesia para hacer huelga de hambre "hasta que Jenni diga la verdad".

Menuda astracanada hispánica.

Luego, cuando esta sucesión de disparates, que adquiere gran relevancia simbólica en el espacio público, suscita un coro de voces que señalan la flagrante dimensión machista, saltan, cómo no, los de siempre, los de la reacción, hablando de "Santa Inquisición", "caza de brujas", etc., como si no supieran que la mayoría de los asuntos relativos a los actos del poder arbitrario no tiene otra solución que la denuncia y la presión públicas. Estas personas utilizan el viejo método de culpar a la víctima bajo la bandera del inconformismo y de lo políticamente incorrecto. Lo que hay que leer, de verdad. Debe de haber algo que se rompe cuando las instituciones que uno contemplaba con el debido respeto, ya sean la RAE, Plácido Domínguez, la familia nuclear, el uso del piropo o, en este caso, la RFEF, son pasto de las críticas, tanto más cuanta más razón tengan.

Esta España mía, esta España nuestra.

En otro orden de cosas, nuestro denunciante de cabecera del "dogmatismo moral" y de la supuesta censura feminista, además de martillo de wokes y antiguo escritor que parecía que sí pero fue que no, vuelve a dirigir un festival literario en La Palma, donde se encontrará con numerosas mujeres escritoras. No estaría mal, para que sepan dónde se meten, que leyeran sus artículos al respecto. Incluso mejor si quisieran expresar su opinión. Por ejemplo, se me ocurre, Elsa López, nuestra laureada Premio Canarias. Imagino que es poco probable que monten el pollo a donde van invitadas, pero me pregunto para qué quiere uno ser escritor/a si no es para ser, como mínimo, contestón/a, aun a ratos. Por otro lado, el mundillo literario y sus salones anexos con vistas al abismo son más bien de estilo churrigueresco-conformista y sus asiduos/as prefieren criticar por la espalda mientras se toman el canapé y el chato. Ya pronunciarán después conferencias muy sentidas sobre la literatura y la libertad, el escritor/la escritora como intelectual, etc.: standing ovation, y a otra cosa.

Les confieso, asimismo, que me resultan insufribles esos escritores que se creen parte de una élite intelectual, artística o de algún tipo; que abominan de las masas, siempre las masas. Las cuales, por cierto, se empeñan en leer cualquier cosa menos lo que escriban ellos. Qué digo: preferirían sufrir tortura antes que leer el poemario o el librito de cuentos de marras. Escritores que no gozan ni del reconocimiento popular ni del de sus pares. Resentidos por la libertad ajena, envejecen muy mal.




Por otro lado, acompáñenme por la escondida senda, comparto con Vds. la satisfacción que me está produciendo la lectura de dos clásicos de René Girard como son La violencia y lo sagrado y Mentira romántica y verdad novelesca. Es esa sensación de que te están revelando algo importante. Reconozco, también, que tengo parado el libro de Fredric Jameson Los antiguos y los posmodernos y el de Rosalind E. Krauss La originalidad de la Vanguardia y otros mitos modernos. No se puede con todo al mismo tiempo. Además, ya saben que hay ocasiones, uno no sabe por qué, que apetecen unas cosas y no otras. Tal vez, apetecer sea aquí un verbo muy blando, casi inapropiado.

Para empeorar la situación, tengo pendiente de recoger en mi librería de referencia La tragedia griega, de Jacqueline Romilly, Esta vida, de Martin Hägglund, y Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez; esta última novela recomendada con fervor por el amigo Samuel, gracias al cual, por cierto, descubrí a Gustavo Faverón Patriau y su extraordinaria Vivir abajo. Tampoco se sorprendan que entre tanto desorden lector, haya rescatado para leer por las noches un afamado libro de la literatura filosófica-política como es El momento maquiavélico, de J.G.A. Pocock, comprado ya hace un lustro, al menos.

No les miento si les aseguro que tengo como unos trescientos libros esperando el momento adecuado para comprarlos: los apunto, hago capturas de pantallas, hago fotos de la portada... Mis sistemas de almacenamiento son de lo más dispar. Y siguen acumulándose las referencias. Antes de que me muera no habré leído ni una quinta parte de lo apuntado, no me engaño.

A veces, dejándome llevar por desatinadas fantasías, proyecto llevar un inventario de libros y establecer un cabal plan de lecturas. Son recurrentes estas ensoñaciones desde hace décadas, pero, claro, nunca he encontrado el momento. Es posible que haya otra dimensión en la que un Ubaldo lo lo hizo y le ha ido muy bien. Igual es la misma en la que los suplementos culturales les resultan útiles y placenteros al público porque quienes se encargan de las reseñas y de la crítica se toman en serio su trabajo. También en la que la propiedad de los medios de comunicación se da cuenta de la responsabilidad que tiene en contribuir a una esfera pública democrática y no considera a esta mera herramienta o caja de resonancia para sus intereses privados.


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