viernes, 18 de agosto de 2023

'La paz de las colmenas', de Alice Rivaz

Oyendo hablar a algunos escritores patrios, ya españoles, ya canarios, podríamos asegurar que todos ellos poseen una comprensión cabal, si no completa, de lo que es el feminismo. O todo lo contrario, más bien, si dejamos de ser irónicos por un momento: incapaces de oponer algún argumento de cierta entidad, tanto lógico como filosófico, buscan hombres de paja para denunciar las supuestas atrocidades de este movimiento y augurar una era de un totalitarismo basado en el sojuzgamiento de los hombres heterosexuales, en diversos grados de blancura fenotípica, en estrecha connivencia con los dictados de la Agenda 2030, los/las ecologistas y la OMS, en una amalgama algo confusa.

Como si al decir Marx, alguien respondiera: "¡Stalin, el gulag, la Revolución Cultural! O si al decir Jesucristo, otro exclamara: "¡Los pogromos, la Inquisición, Pío XI! En fin, tonterías de barra de bar y palillo en los dientes que, de modo no tan asombroso, pueblan columnas de periódicos y tertulias de radio y TV. 

Se puede ser más ridículo, pero habría que esforzarse mucho, más aún de lo que se empeña esta gente, que después de haberse quemado literariamente, sin rastro ya de chispa artística, creen que aplicar el adjetivo woke a todo les proporciona una coartada para cobrar (cuando cobran) por su columnita en el periódico local de turno o soltar sus resabios (con ese tinte de amargura tan kitsch) en el muro de Facebook o en cualquier otra red social. Siempre habrá alguien, gracias a Dios, que ponga un corazoncito para que su destinatario se crea, al menos, antes de dormir, pastor de almas.

Todo esto viene a cuento del libro del que hablo hoy, instigado por un amigo traductor: en un correo múltiple, se expresaba de modo iracundo por el tratamiento que un programa cultural de Radio Nacional había dado a un libro recién traducido al español. A veces, la duda radica en la bondad o no de, al menos dos estrategias: vulgarizar/simplificar o pedir un esfuerzo extra al público para hacerle llegar un trabajo científico o una obra literaria, como aquí. Claro, decir de esta novela obviedades como "la fuerza radica en su texto" o el libro "es como muy corto" no ayuda. Sin embargo, a pesar del tratamiento, tal vez demasiado desenfadado, el comentario radiofónico toca muchos temas importantes.




Así es, 'La paz de las colmenas', de Alice Rivaz (versión en español de Regina López Muñoz). Ni la obra ni la autora me resultaban conocidas, y me dispuse a leerla casi sin prejuicio o sesgo, solo que había sido escrita antes que El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. Por lo tanto, anunciaba un sentido feminista.

Como no quiero incurrir en frivolidades y que la cólera de mi amigo me persiga como la de un dios veterotestamentario, paso a detallar, de la manera más ordenada que puedo, mis impresiones acerca de la novela.

Partiendo del reconocimiento de que la protagonista, que es también la narradora, ha dejado de sentir amor por su marido, aquella intenta explicarnos las causas. No solo basadas en esa relación concreta, sino que, digamos que desde un punto de vista sociológico-cultural, se retrotrae al origen tanto del amor como de su consiguiente, y casi inevitable, pérdida entre hombres y mujeres.

Desde el punto de vista literario, es una novela fácil de leer: con un lenguaje claro y sencillo, dada su intención explicativa o didáctica, evidente, del resentimiento de la protagonista: de todas las mujeres (al menos, las de Francia, o si queremos, de las mujeres del Occidente europeo), de justo antes de la II Guerra Mundial, aunque bien podría extenderse hasta casi nuestra contemporaneidad, hasta la generación de nuestros padres/madres, al menos. Esta sencillez en la estructura gramatical y en el vocabulario es capaz, no obstante, de exhibir imágenes poderosas.  


He dejado de ser yo misma, necesito recuperarme. En el fondo, me gustaría separarme de Éric y hasta de los niños. Estar a solas conmigo misma, mucho tiempo. Creo que después todo iría a mejor. Verás, Jeanne, es como si la casa, Éric, los niños estuvieran constantemente junto a mí, frente a mí, detrás de mí, como inmensas paredes de roca que me bloquean el horizonte mire adonde mire. No veo nada, me tapan el cielo. Necesito volver a ver el cielo, apartar esos muros. Siento el deseo de liarme a puñetazos para tirarlos, derrumbarlo todo... ¿me entiendes? (Págs. 47-48)


Lo que no nos gusta es la falta de solidaridad entre ellos y nosotras, esa incorrección primaria en el reparto de las tareas cotidianas entre ellos y nosotras. ¿Cuándo se les meterá en la mollera ese sentido de la justicia que, no obstante, inflama sus voces en los parlamentos y catedrales, que los lleva a echarse a las calles y levantar barricadas? En ocasiones parece que estuvieran dispuestos a dar su vida por esa palabra tan rimbombante, y a veces sucede, es cierto. Prefieren empuñar un fusil o una ametralladora antes que una escoba, una vistosa bandera antes que un cepillo o una pastilla de jabón, y desgarrar los símbolos abstractos de la injusticia antes que erradicar la que queda al alcance de su mano y de la que ellos mismos son artífices. Les conviene más aludir a la justicia venidera, igual que desde hace dos mil años se enternecen pensando en esos verdes pastos del futuro donde lobos y corderos pacerán juntos. Así no se comprometen a nada. (Pág. 82).


Tal vez yo no cuente con la fe necesaria, ni esperanza en semejante milagro, pero un buen día entendí que el Lázaro de mi marido no se desharía de sus vendas, y que el único marido que viviría de veras sería el otro, su sucesor inesperado y decepcionante, ese del que sólo soy la esposa merced a un atroz abuso del lenguaje, a una mera convención. Porque a quien yo amaba era al otro, al muerto, y no al hombre que ha venido a pasar dos días conmigo y al que pronto le propondré una separación, si no el divorcio. (Pág. 103).


Ya no sé lo que quiero, no sé qué preferiría. Ya no tengo claro lo que me gustaría. Me siento un poco como un alga; floto. Pero un alga que se aferra en el agua a otras algas, mientras que yo parezco no aferrarme ya a nada. Tan flotante, tan libre como una ahogada. Dice Élizabeth que sólo en ese estado podemos ser pescados, hallados. Pero no a todos los ahogados los encuentras ni los rescatan. En cambio, si las corrientes grandes no los arrastran a lo lejos, todos se mecen. ¡Como yo! Y seguro que por ese me encuentro siempre en el mismo punto, por eso a veces regreso incluso a la posición de partida. (Pág. 147)


Respecto a su contenido, es casi una perogrullada escribir que es una novela de ideas, pues qué novela no lo es, qué novela, por defectuosamente que haya sido escrita, no las porta, junto con los valores propios de la época e incluso el cuestionamiento, más o menos consciente, de estos. Aborda, en su capa más profunda, la injusticia que percibe la protagonista, entre hombres y mujeres, con muchos de los argumentos que más tarde sostendrán la mencionada Simone de Beauvoir y de ahí en adelante: por qué el hombre es la racionalidad y por qué la mujer, la pasión, por qué el hombre es el término no marcado, por qué la mujer es la alteridad radical, porqué el hombre encarna la racionalidad, y la mujer, la naturaleza.

Asimismo, el amor. Primero, la protagonista da por supuesto su sentido, como si no fuera necesario problematizarlo o discutirlo. Segundo, lo hipostasia. El amor como centro, pero centro vital sólo de las mujeres. Es posible que a la mujer se le haya dado el amor mientras que al hombre, todo lo demás, sin excluir aquél. Por eso, el fenómeno de la bovarización, ese amor de imitación (y que también describe, junto con el fenómeno y recurso literario de la mediación René Girard en Mentira romántica y verdad novelesca) porque ha aprendido que es lo que debe desear. Por no hablar de la obsesión con la belleza, siempre  este concepto en una relación que diría casi parasitaria con las mujeres, en el sentido que las debilita, las hace caer presa de cánones y exigencias siempre, por definición, externos a ellas. También la belleza puede empoderar, pero tal y como se entiende en la novela, significa aceptación y aprobación... por los hombres, significa, al fin y al cabo, dependencia y heteronomía. Porque de eso se trata, al fin y al cabo. Incluso la religión se perfila en algún personaje como alternativa.

Hay en esto una casi inevitable esencialización al atribuir a las mujeres y a las hombres comportamientos y predilecciones por ser mujeres y ser hombres, porque soslaya la importancia de la cultura en la atribución de los comportamientos sociales y la asignación de roles para ambos sexos. Es más, como diría Judith Butler, no es solo el género (la asignación de usos y conductas atribuidas a los sexos) lo que está en juego, sino también la definición misma de sexo biológico. Qué es ser hombre, y qué mujer. Qué significa hombre y qué, mujer.

En este sentido, dicha esencialización resulta peligrosa, por mucho que proclame la injusticia del trato y de las expectativas atribuibles a hombres y mujeres. La postura de la narradora estaría más de acuerdo, tal vez, con las tesis de Luce Irigaray, y no como las constructivistas de, por ejemplo, Judith Butler. Siempre se está a un paso de caer en falacias naturalistas, tipo: "Como son las mujeres las que conciben, entonces son las encargadas de cuidar a los niños" o, como leí una vez en un periódico, hace muchos años, "Como las mujeres tienen la regla, no pueden ser juezas, porque entonces condenarían a todo el mundo", etc.

Claro que esto no tiene por qué significar una impugnación de la novela: quien nos narra no es una académica avezada en teoría feminista, familiarizada con los escritos de Mary Wollstonecraft, Sojourner Truth o con las numerosas filósofas que vendrán más adelante. Es una ama de casa con un empleo a tiempo parcial en la Francia de vísperas de otra guerra mundial y que lleva una especie de diario. Pedirle más no sería justo: tampoco, pedírselo a la escritora.

En definitiva, una novela que pretende hacer reflexionar sobre los roles sexuales y sociales de mujeres y hombres, de la injusticia y la percepción de esa injusticia por una mujer concreta. Además, precisamente su feminismo, digamos pre-académico (aunque ya habían surgido con anterioridad escritos y escritoras y actos de naturaleza política reivindicando los derechos de las mujeres), puede resultar adecuado para quienes no están actualizados (lo que significa casi todos los hombres) con las teorías feministas por la sencillez y claridad en la exposición de sus razonamientos. En todo caso, no es una novela de tesis, en el sentido de mero soporte de una idea, sino una creación artística de pleno derecho con la que la autora, además, expone con notable arte literario la irritación creciente que siente la protagonista con su posición de ser humano subalterno y dominado.



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