viernes, 4 de marzo de 2022

'Maestros antiguos', de Thomas Bernhard

Es posible que me haya ganado cierta fama de provocador. También, tal vez, de injusto, en especial para aquellos que consideran que lo justo es considerar que escribir y publicar merecen siempre alabanza, cuando no reverencia. Sin embargo, y como suele decirse, la realidad es más asombrosa que la ficción, o, al menos, avanza a marchas forzadas para igualarse a las elaboraciones más trastornadas de nuestra imaginación. Así, en lo que al mundillo literario se refiere, he leído reseñas empalagosas hasta el asco escritas por amigas/os del autor o autora, encumbramientos de supuestos maestros/as que carecían de la menor habilidad narrativa, entrevistas en las que un editor entrevistaba a un escritor que publicaba en la editorial del primero (sin que, por supuesto, jamás se informara al público lector de estos detalles), y cosas de este jaez.

Lo que no había visto, hasta el pasado sábado 26 de febrero, es que un autor reseñara su propia obra en un suplemento cultural. En este caso (por ahora único, pero que imagino que, una vez franqueado este límite, lo que representa una tragedia se repetirá, tal vez, como farsa), se trata, lo que no es casualidad, del actual decano de los reseñadores-golosina, Victoriano Santana Sanjurjo. El hombre se esfuerza durante dos páginas, que graciosamente le ha regalado el suplemento de La Provincia/El Día, en glosar su última obra, que parece ser una colección de reflexiones y pensamientos sobre asuntos varios que le han interesado y tal.

Este fenómeno tiene su enjundia porque, desde un punto de vista empresarial, advierto que el sombrío presente de los suplementos culturales se caracteriza por asegurar el abaratamiento de sus contenidos. Sabiendo que los periódicos de papel no reportan beneficios monetarios directos, sino influencia en otros ámbitos, salta a la vista la lógica de incurrir en los menores costes posibles. Si en tiempos ya antiguos se pagaba al reseñador o reseñadora de turno para que analizara una obra, más tarde, sobre todo a partir de la crisis surgida en el periodo 2008-2010 en adelante, se pasó a que se sobreentendiera que el pago se materializaba en capital simbólico. Es decir, que los individuos interesados solicitaban al periódico que publicara sus reseñas gratis, dándose por recompensados con la lectura de su nombre y apellidos. También, se aprovechó a los periodistas de la casa, más o menos especializados en Cultura, o simplemente que estaban en el lugar inadecuado en el peor momento, para que ampliaran sus funciones habituales y se convirtieran en sobrevenidos analistas de literatura y arte en general. El último paso, lógico como ya he dicho, es que los/as mismos/as autores/as se reseñen a sí mismos. Así, no solo se ahorra dinero, sino esfuerzo y tiempo. Al parecer, todo el mundo sale ganando. Menos el público lector, claro, pero qué más da.

Desde un punto de vista cultural, recalco, lo significativo no es que el Sr. Santana Sanjurjo haya perpetrado su propia reseña, sino por lo que representa: lo que antes venía haciéndose en la sombra, entrevistador/a, reseñador/a o pseudónimo mediante, se exhibirá ahora en toda su crudeza. Sin duda, todo este montaje reseñador se volverá todavía más insufrible. Al menos, ya nadie se llevará a engaño. Todo tiene su lado bueno.




Como lenitivo a la desvergüenza del mundillo cultural canario, si tal cosa, en realidad, puede denominarse como refiriéndonos a algo consistente, no ya objetivo (me refiero al mundillo literario, pero también a la industria cultural canaria), hoy comparto con Vds. la lectura de Maestros antiguos, de Thomas Bernard, un autor al que he reseñado alguna vez y que siempre me proporciona un refugio literario sin par.

Algo tiene el estilo del escritor austriaco que a pesar de su regodeo en la repetición, en el martilleo constante de los mismos conceptos y términos, no podemos dejar de prestarle atención y sentir un placer que quizás raye en lo masoquista. Para un/a lector/a novato/a o acostumbrado solo a las narraciones de estilo naturalista con su división en presentación-nudo-desenlace, la mayor parte de las obras de Bernhard deben resultarle incomprensibles y tediosas en distinta y subjetiva proporción.

Aun así, para el público lector reticente, intento buscar una metáfora o un símil para explicar el método del escritor austriaco: como una melodía que sonara igual una y otra vez, o casi, y así, lentamente, nos llevara hasta otra nueva o hasta su finalización. O como las fotografías de un satélite artificial que hiciera miles de fotografías en cuestión de minutos de una misma zona, de todo su giro alrededor del cuerpo celeste. Así, cada una sería casi exactamente igual que la anterior. No obstante, y a semejanza de una teoría inductiva, sacaríamos una conclusión, o llegaríamos a una revelación, después del relato repetitivo (¡pero cómo son esas repeticiones!) de un concepto, idea o visión.

En cuanto al contenido, Bernhard no decepciona, si es que esas eran nuestras expectativas, en cargar contra todo y contra todos: Austria, Viena, lo que no es Viena en Austria, los austriacos, los historiadores del arte, la cultura, los políticos, la Iglesia Católica, los pintores... ¡hasta los retretes y las costumbres higiénicas de Austria! Para mí, me resulta todo muy divertido, aunque no creo que fuera la diversión lo que motivara a este escritor. Su iconoclastia, real o fingida, es un rasgo característico de casi todas sus obras.


Los historiadores del arte son los verdaderos aniquiladores del arte, dijo Reger. Los historiadores del arte parlotean de arte hasta que, a fuerza de parlotear, lo matan. Los historiadores de arte matan el arte a fuerza de parlotear. Dios mío, pienso a menudo, sentado aquí en el banco, cuando los historiadores del arte pasan empujando a sus desvalidos rebaños, qué pena todos esos seres humanos, a los que precisamente esos historiadores del arte apartarán del arte, los apartarán para siempre, dijo Reger. La ocupación de los historiadores de arte es la peor ocupación que existe, y un historiador de arte charlatán, y al fin y al cabo sólo hay historiadores de arte charlatanes, debiera ser expulsado a latigazos, expulsado del mundo del arte a latigazos, dijo Reger, debieran ser expulsados del mundo del arte todos los historiadores de arte, porque los historiadores de arte son los verdaderos aniquiladores del arte y no debiéramos dejar que los historiadores de arte aniquilasen el arte en calidad de historiadores de arte. (Pág. 28)


Los llamados Maestros Antiguos sólo sirvieron siempre al Estado o a la Iglesia, lo que viene a ser lo mismo, así Reger una y otra vez, a un emperador o a un papa, a un duque o a un arzobispo. Así como el llamado hombre libre es una utopía, el llamado artista libre ha sido siempre una utopía, una locura, así Reger a menudo. Los artistas, los llamados grandes artistas, así Reger, pienso, son además los más faltos de escrúpulos de los hombres, mucho más faltos de escrúpulos aún que los políticos. Los artistas son los más hipócritas, todavía mucho más hipócritas que los políticos, así pues, los artistas del arte son todavía mucho más hipócritas que los artistas del Estado, vuelvo a oír ahora a Reger. Ese arte, al fin y al cabo, se dirige siempre al todopoderoso y al poderoso y se aparta del mundo, así Reger a menudo, ésa es su abyección. Miserable es ese arte y nada más, oigo decir ahora a Reger ayer, mientras lo observo hoy desde la Sala Sebastiano. (Págs 47-48)


(...) sabe, eso es en Viena, donde realmente todos los lavabos están más descuidados que en ninguna otra gran ciudad de Europa, una rareza, encontrar unos lavabos en los que no se le revuelva a uno el estómago y en los que no haya que taparse todo el tiempo, mientras se está en ellos, los ojos y las narices; los lavabos vieneses son en conjunto un escándalo, ni siquiera en la parte baja de los Balcanes se encuentran lavabos tan descuidados, dijo, Viena no es más que un escándalo de lavabos, hasta en los hoteles más famosos de la ciudad se encuentran lavabos escandalosos, los retretes más asquerosos se encuentran en Viena, más asquerosos que en cualquier otra ciudad, cuando uno tiene necesidad de hacer aguas se lleva la gran sorpresa. Viena es muy superficialmente famosa por su ópera, pero realmente temida y execrada por sus escandalosos lavabos. Los vieneses, incluso los austriacos en general, no tienen una cultura de lavabos, en todo el mundo no se encuentran unos retretes tan sucios y malolientes, dijo Reger. Tener que ir a los lavabos en Viena es la mayoría de las veces una catástrofe, en ellos, si no se es acróbata, se mancha uno, y el hedor que hay en ellos es tan grande que a menudo se queda en la ropa durante semanas. En general, dijo Reger, los austriacos son sucios, no hay habitantes de gran ciudad europea que sean más sucios, lo mismo que es sabido también que las viviendas europeas más sucias son las viviendas vienesas, las viviendas vienesas son todavía mucho más sucias que los lavabos vieneses. (Págs. 116-117)

 

Y los escritores austriacos en conjuto no tienen absolutamente nada que decir y ni siquiera saben escribir lo que no tienen que decir. Ninguno de esos escritores austriacos de hoy sabe escribir, todos se sacan de la manga una literatura de epógonos repulsivosentimental, dijo Reger, y escriben, escriban donde escriban, únicamente basura, escriben basura estiria y salzburguesa y carintia y burguenlandesa y bajoaustriaca y altoaustriaca y tirolesa y voralberguiana, y amontonan esa basura desvergonzadamente y con avidez de gloria entre las tapas de sus libros, así Reger. Están en sus viviendas municipales de Viena o cabañas de ocasión y confusión de Carintia o en los patios interiores de Estiria y escriben basura, la basura epigonal, apestosa y sin cabeza ni espíritu de los escritores austriacos, dijo Reger, en la que la patética tontería de esa gente apesta al cielo, así Reger. Sus libros no son más que la basura de dos y hasta de tres generaciones, que nunca aprendieron a escribir porque nunca aprendieron a pensar, una basura epigonal totalmente sin espíritu y que finge la filosofía y el terruño es lo que todos esos escritores escriben, dijo Reger. Todos esos libros de esos escritores más o menos asquerosamente oportunistas oficiales no son otra cosa que libros plagiados, dijo Reger, cada una de sus líneas es una línea robada, cada palabra una palabra arrebatada. (Págs. 155-156)

 

Aun así, en algún momento, aunque solo sea en una frase, nos sugiere que ni Austria, ni las demás personas son tan terribles. Como si hubiera necesitado una purga que lo eliminara todo salvo lo valioso, lo único realmente valioso.


Aborrecemos a los hombres y, sin embargo, queremos estar con ellos, porque sólo con los hombres y entre ellos tenemos una oportunidad de seguir viviendo y no volvernos locos. La verdad es que la soledad no la soportamos tanto tiempo, así Reger, creemos que podemos estar solos, creemos que podemos estar abandonados, nos convencemos de que podemos seguir adelante solos, así Reger, pero es una quimera. Creemos poder arreglárnoslas sin los hombres, en efecto, creemos incluso poder arreglárnoslas sin nadie y al fin y al cabo nos imaginamos que sólo tenemos una oportunidad si estamos solos con nosotros mismos, pero eso es una quimera. Sin hombres no tenemos la menor oportunidad de sobrevivir, dijo Reger, por muchos que sean los Grandes Ingenios y por muchos los Maestros Antiguos que hayamos tomado por compañeros, no sustituyen a nadie, así Reger, al final nos dejan solos todos esos, así llamados, Grandes Ingenios y esos, así llamados, Maestros Antiguos y vemos por añadidura que esos Grandes Ingenios y Maestros Antiguos se burlan de nosotros de la forma más innoble y comprobamos que con todos esos Grandes Ingenios y con todos esos Grandes Maestros sólo hemos existido siempre en una relación de burla. (Págs. 204-205)


En fin, puede que Vds. no tengan el ánimo para literatura atrabiliaria, aunque tampoco afirmaría que la novela les vaya a suscitar violentas pasiones en el ánimo. A estas alturas, seguro que habrán leído cosas más terribles. No obstante, este conjunto de imprecaciones valen menos, quizá, por a quiénes van dirigidas como por el modo (el estilo) en que se han escrito. Al final, Bernhard convence aunque no se esté de acuerdo con él. Yo les aconsejaría que se hicieran con la novela, al igual que con las otras obras de este escritor y de las que he escrito en el blog. 





No hay comentarios:

Publicar un comentario