domingo, 30 de julio de 2023

'El problema de los tres cuerpos', de Cixin Liu

Estoy convencido de que uno de los principales problemas de la crítica literaria del Polillas podría encuadrarse dentro de la imagen mitológica del lecho de Procusto: escriba lo que escriba, valore como valore, a unos/as les parecerá exagerado y a otros/as, insuficiente. Como en todas las disciplinas humanísticas, no hay patrón inmutable ni unánime.

En general, la crítica literaria, que es positiva por sistema, mayoritaria en este campo social, traspasa los límites de un análisis que se pretenda objetivo y honrado: va más allá del comentario cordial y se convierte en estirado ditirambo o entusiasta hagiografía. Ya sea que se reseñe lo que el reseñador considera "bueno", ya sea por estrategia editorial y amalgamiento espurio de intereses, la crítica se vuelve edéntula, como mínimo, y contraproducente en el peor de los casos.

Si la crítica que redacto en este espacio es negativa en la valoración de una obra, con frecuencia los/as lectores/as favoritos del autor o autora se mesarán los cabellos, se desgarrarán las vestiduras y proclamarán la escasa valía de la crítica y la falta de legitimidad del autor. A unos les parecerá que no se argumenta lo suficiente; a otros, al contrario, que presto excesiva atención a los detalles. A unos, que me anima una vesania de origen turbio adornada por una prosa excesivamente culta; a otras, que mi falta de rigor se debe a la ignorancia más palmaria. 

Así las cosas, no resulta extraño que la crítica literaria que se pretenda seria no se ajuste nunca a las expectativas y a los intereses del público, mucho menos a los de la industria cultural, para la que aquella es mera herramienta publicitaria. Es más, diría que el proporcionar puntos de vista novedosos o inesperados que trastornen la perspectiva de aquél es uno de sus objetivos, como, en curioso paralelismo, también lo es de la literatura y el arte, en general. No digo esto para pretender que la crítica literaria sea también literatura (algo que solo el futuro podrá dictaminar en casos concretos) supuestamente dignificándola de este modo, sino para compartir con Vds. la idea de la crítica como aportadora de conceptos y enfoques que enriquezcan desde un punto de vista cognitivo al lector o lectora. Es en este sentido en el que la metáfora del lecho de Procusto a la crítica literaria se ajusta, por su exigencia permanente, por su insatisfacción por lo conseguido y por la incomodidad que genera, a mi concepción de la crítica literaria (y artística). También, porque a muchos/as les gustaría cortar las manos del crítico para que no escribiera reseñas negativas: sólo entonces el crítico sería crítico, un crítico al gusto de todos, que encajaría, por fin, en el lecho de Procusto construido en medio de la maledicencia y el rencor.

Entre la Escila del halago injustificado y de la actitud complaciente y la Caribdis del ensañamiento baldío y del resentimiento, debe navegar el análisis crítico.




Bien, como ya saben que la autonomía de la literatura sólo se ensalza como valor supremo en las mentes más conservadoras de nuestra sociedad (que uno no sabe si pensar si son ciegas o torpes), propongo, sin ánimo de ser original en la materia, que lo más interesante de la ciencia ficción no son los valores estéticos (en los que se basa aquella autonomía) en sus mejores obras, que también, sino, sobre todo, los relacionados con la exploración sociológica o política, con la coartada del diseño de mundos posibles por venir o, al menos, de argumentos situadas en ambientes futuristas.

Esto viene al caso por la novela de hoy, El problema de los tres cuerpos, de Cixin Liu, obra que al parecer ha sido un gran éxito all over the world. Lo cierto es que aunque a ratos podría encuadrarse dentro de la ciencia ficción dura, con detalles que insisten en la verosimilitud científica de los fenómenos, técnicas y objetos es accesible, con un lenguaje sencillo aunque no exento de estilo, con mucho diálogo y narrada desde el punto de vista de la tercera persona.

Además, ese vislumbre en la China comunista que va desde los años 60, en plena Revolución Cultural, hasta actualidad, no carece de interés, digamos que visto desde dentro y abordando asuntos que quizás, hasta hace poco, podrían haber sido considerados tabú en ese país.

Ya les digo que dentro del adjetivo ágil caben muchas cosas y sirve para justificar la más absoluta nadería. No es el caso de la novela de Cixin Li, en la que, a la vez que se desarrolla en varios saltos temporales una trama cada vez más acelerada, pone en la menta de los/as lectores/as asuntos como la colisión entre desarrollo económico y social y del daño ecológico, la noción de progreso vinculada al avance científico, una reflexión sobre la naturaleza humana y su capacidad para la autodestrucción que hacen que esta novela no sea un simple pasatiempo trepidante que consista en pasar páginas con rapidez: tiene un trasfondo que considero sólido y que, por lo que parece, se desarrollará en los dos siguientes volúmenes de la trilogía de la que forma parte. 

(Qué haríamos los seres humanos, cómo sobreviviría nuestra civilización sin las dichosas trilogías.) 

El tema de la novela es el contacto entre terrestres y extraterrestres y sus repercusiones, sobre todo, en la vida de los humanos. No obstante, y dado el aldabonazo que supuso, al menos para mí, la obra ya reseñada en este blog de China Miéville, Embassytown, la descripción de los extraterrestres representados en El problema de los tres cuerpos me resulta insuficiente, no porque sus conceptos científicos sean los mismos que los terrícolas (podríamos estar de acuerdo que las leyes de la física son independientes de la civilización que las conozca) sino porque su manera de pensar y de contemplar la existencia es plenamente humana, algo que me parece inverosímil (por no hablar de una mención peyorativa a "sociedades democráticas libres" que huele bastante). Lo que se gana en comprensión e inteligibilidad se pierde en sutileza y en el desafío que implica indagar la manera de pensar otra criatura pensante no humana. Incluso en una obra como La Paja en el ojo de Dios, de bastante menor peso filosófico que la de Miéville, también la civilización extraterrestre resulta, al menos hasta ahora, más compleja y extraña que la de la presente novela.

Asimismo, el problema de la inteligibilidad de la comunicación entre especies distantes entre sí en varios años luz se solventa sobre la marcha con un "sistema de descodificación". Y santas pascuas. En estos sentidos, la novela pierde fuelle en el sentido exploratorio al que hice mención al principio para allanar el camino al desenvolvimiento de una trama amena pero que no deja de tener un aire de familia, al menos en este primer volumen, con otras novelas sobre conspiraciones, no necesariamente de ciencia ficción.


Una de las chicas se quitó el cinturón y lo fustigó. La hebilla de latón le dejó una profunda marca en la frente, que enseguida quedó cubierta de sangre. El profesor se tambaleó unos instantes para después volver a incorporarse. 

-También introdujiste muchas ideas reaccionarias cuando enseñabas mecánica cuántica -anunció uno de los dos chicos, haciendo un gesto con la cabeza para que Shaolin prosiguiera. 

Esta, ansiosa por continuar, no tardó ni un segundo en reaccionar. Sabía que debía seguir hablando o, de lo contrario, su débil mente perdería la poca cordura que le quedaba. 

-¡Ye Zhetai, de esta acusación no puedes eximirte! ¿Cuántas veces has adoctrinado a tus estudiantes con la reaccionaria interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica? 

-No es más que la explicación más coherente con los resultados experimentales que hay hasta la fecha. 

El tono calmado con que respondía, pese a ser el blanco de tan furibundos ataques, la desconcertaba. Empezaba a sentir pánico. 

-Según la misma -continuó ella-, la mera observación externa conduce al colapso de la función de onda. ¡No es más que otra muestra de idealismo reaccionario, y de las más descaradas! 

-¿Es la filosofía la que debe guiar los experimentos o son los experimentos los que deben guiar la filosofía? 

La súbita réplica del profesor consternó a los perpetradores de la sesión de castigo. Durante unos instantes no supieron qué hacer. 

-¡Pues claro que la correcta filosofía marxista debe guiar los experimentos! -espetó finalmente uno de los chicos. 

-Eso equivale a decir que la filosofía correcta viene dada del cielo. Se contradice con la idea de que la verdad emerge de la experiencia. Niega los principios con los que el mismo marxismo busca entender la naturaleza. (Págs.19-20) 


Echando por tierra las esperanzas más románticas e ingenuas, los académicos concluyeron que , al contrario de lo que pensaba una optimista mayoría, no era buena idea que la raza humano en su conjunto entrara en contacto con extraterrestres. Según ellos, su impacto dividiría a la sociedad; más que resolverlos, exacerbaría los conflictos ya existentes entre culturas diferentes. En resumen, en caso de producirse el contacto, la magnificación de las divisiones internas entre la civilización de la Tierra conduciría a un desastre seguro.

Sorprendentemente, el impacto sería siempre el mismo, ya fuera unidireccional o bidireccional, y con independencia de lo avanzada que estuviera la civilización alienígena. Esa era la teoría del contacto como símbolo, formulada por el sociólogos Bill Mathers, de la corporación RAND, en su libro El telón de acero de cien mil años luz: Sociología de la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Mathers creía que el contacto con una civilización alienígena no supondría más que un hecho simbólico y que, fuera cual fuera su naturaleza, actuaría de simple catalizador y provocaría siempre el mismo efecto. (Pág. 178)


El alcance de la desquiciada irracionalidad del hombre llegaba incluso hasta Pico Radar, aquel oasis suyo tan alejado de todo. Ye había descubierto que el bosque que se hallaba al pide del precipicio estaba siendo arrasado por quienes en su día fueron sus compañeros. A diario veía aparecer nuevas parcelas de tierra desnuda; parecía como si a las montañas del Gran Khingan les estuvieran arrancando la piel. Más tarde, cuando las parcelas se extendieron y comenzaron a conectarse hasta que formaron un todo, fueron los pocos árboles supervivientes los que resultaron anómalos. Además, los fuegos que se encendían en los campos desnudos, como parte de las técnicas de tala y quema, convirtieron Pico Radar en un refugio para los pájaros, que huían de las llamas con las alas chamuscadas. Sus chillidos se oían por toda la base.

A nivel global, la locura de la raza humana alcanzó su cenit histórico. La guerra fría estaba en su apogeo. Los misiles nucleares con capacidad de destruir la Tierra diez veces esperaba a que les llegara el turno, en silos repartidos por dos continentes o en las entrañas de submarinos fantasmales que patrullaban el fondo de los mares. Un solo sumergible de la clase Lafayette o Yankee almacenaba suficientes para destruir cientos de ciudades y matar a cientos de millones de personas. Pero la gente normal seguía con su vida como si nada ocurriera. (Pág. 281).


Las reconoció desde lejos porque seguían vistiendo de color verde militar, un atuendo que para entonces había caído en desuso. Cuando las tuvo cerca, cayó en la cuenta de que muy probablemente llevaban los mismos uniformes que en aquella infame sesión de castigo: a fuerza de lavarlos habían quedado descoloridos y, además, estaban cubiertos de parches y remiendos. Aparte de la vestimenta, ninguna de aquellas mujeres, ya en la treintena, guardaba parecido alguno con las tres aguerridas guardias rojas que una vez habían sido. Saltaba a la vista que no solo habían perdido la juventud, sino mucho más. La primera impresión de Ye fue que, aunque en su día habían parecido estar hechas de un mismo molde, ahora eran totalmente distintas. (Pág. 312)

 

En fin, a la espera de que me decida a leer los siguientes volúmenes, El problema de los tres cuerpos es una novela con muchos vectores de significación interesantes, con la notable excepción de la configuración psicológica de los extraterrestres y de la comunicación con ellos, con un lenguaje (en la versión de Javier Altayó, el traductor) que se ciñe bien a la trama y al ámbito científico, sin grandes aportes estéticos, pero en absoluto pobre. 


P.D. Otra reseña, aquí, de Ricardo Pérez.


2 comentarios:

  1. ¡Qué casualidad!, justo hace unos días me hice con la novela. Me llamó la atención precisamente los ditirámbicos adjetivos que se la aplicaban al autor. No sé si edéntulos o no edéntulos. Después de leerla leeré tu crítica.

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