Uno de los problemas más importantes que debe afrontar un profesional del periodismo en el ámbito de la cultura es el de la identidad. Es decir, el/la periodista cultural debe decidir si quiere ser simplemente un/a buen/a periodista o si pretende también convertirse en algo más: tal vez, mecenas, o representante, o relaciones públicas, o descubridor/a de talentos, o, simplemente, fan, hincha o supporter. La tentación de envolverse con el halo de los artistas es para muchos/as irresistible, y así aspiran, a hurtadillas o con descaro, a que se les identifique a toda costa y en todo momento con la sagrada esfera del arte con mayúsculas. Por no hablar de esa prosa azucarada hasta el empalago con la que pretenden hacerse pasar como un poco artistas también.
En Canarias, contamos con varios especímenes de este jaez, de los que ya he dado cuenta en el blog y en el programa de radio. Los nombres de estos perpetradores del halago desvergonzado y de la crítica devaluada ya resultan familiares para Vds. Espero que la recepción de sus artículos y reseñas devenga en el menoscabo de un prestigio al que tal vez aspiraron y, por lo que se ve, nunca merecieron.
Es posible que la responsabilidad no sea suya en exclusiva. La precariedad de la profesión del periodismo, en general, la debilidad financiera de los medios de comunicación y la concepción patrimonialista y utilitaria de los editores de su parcela de la esfera pública coadyuvan a que el papel de los periodistas sea semejante al del náufrago con su madero en busca de un horizonte salvífico. Ese madero es el mundillo cultural y el horizonte, en algún caso, la seguridad profesional y vital. Sin duda, el sistema no es benevolente ni paciente con los que aspiran a la crítica independiente en un medio de comunicación.
Eso nos hace comprenderlos, pero no justificarlos, por supuesto. Los/as periodistas, sobre todo los directores de los medios, cada vez que pueden nos mientan su código deontológico y sus deberes respecto de la sociedad, etc. Pero hay una corrupción blanda y legal en el mundillo periodístico (pases VIP a conciertos y espectáculos, viajes con los gastos pagados a eventos promocionales, asistencia remunerada a tertulias, etc.) que no deberíamos pasar por alto a la hora de comprender determinadas actuaciones y juicios. Para que me entiendan: es como si yo decidiera aceptar la oferta de pago de un autor o autora por escribir una reseña de su novela (ni siquiera haría falta especificar que dicha reseña fuera positiva) o aceptar libros gratis de las editoriales, o que me invitaran a formar parte de un jurado (del premio otorgado por una editorial, una fundación, una administración pública, qué más da), por ejemplo. No es descabellado imaginar la posibilidad de que la dependencia (aunque fuera por acumulación y, señalo, sin que nunca se produjera petición expresa de nada) material o simbólica de estas pequeñas recompensas acabaría por influir, aun de manera inconsciente, en la honradez de mis reseñas.
Por todo lo anterior, me muestro escéptico respecto de las posibilidades críticas de los/las periodistas culturales e, incluso, de los reseñadores en general en los medios de comunicación: demasiados intereses cruzados que tienen como nodo a aquellos y a su editora (es decir, la propietaria). Sólo hace falta leer cualquier libro al respecto de algún crítico relevante, como Constantino Bértolo, o la experiencia de Ignacio Echevarría en Babelia, para asombrarnos de las renuncias y miserias a las que debe hacer frente un crítico literario-empleado.
Tal y como está el panorama, uno solo debería aceptar un puesto de crítico en un medio de comunicación como externo, con un contrato en el que se especificara la ausencia de censura previa y blindado, para evitar represalias súbitas. Como es natural, solo se puede permitir esas exigencias quien ya disponga de una fuente de ingresos independiente de ese medio de comunicación.
La obra de esta semana es Duérmete, cuerpo mordido, de Rafael-José Díaz, uno de mis cascarrabias favoritos de Tenerife, en el buen sentido. Por eso es por lo que reconozco que ya me habría gustado que me hubiese gustado este libro en el que recrea o recupera sus pensamientos y emociones suscitados por una ruptura amorosa. Eso que, durante un tiempo demasiado largo, se dio en llamar desamor, es decir, que a uno lo dejaran de querer y sufrir por consiguiente.
Pero no me ha gustado, y me explico: no digo que esté mal escrita, aunque hay alguna frase sentenciosa o simplemente banal. Es que no veo que se haya trabajado el conjunto de tal modo que no solo fuera una letanía de dolor, angustia y sufrimiento, sino que trascendiera artísticamente. No digo que no tenga frases de marcado carácter poético, sino que esta colección de breves frescos sentimentales (página, dos páginas a lo sumo) no cuaja, en mi opinión, en una obra coherente. Más allá de la repetición de la zozobra de Rafael-José Díaz o de su alter ego literario, poco encuentro que me anime a seguir leyendo esta reunión de fragmentos de dolor, añoranza, soledad, vacío y vuelta a empezar.
Es un poco embarazoso criticar de modo negativo una obra así porque incluso el reseñador más malhumorado empatiza con lo que, probablemente, haya sido una pesadumbre aguijoneadora e insoportable, de la que casi todos/as hemos sido víctimas alguna vez. Cualquier motivo de sufrimiento como una ruptura sentimental o una muerte o cualquier otro suceso lamentable que se pueda sufrir no se despacha con levedad por este que les escribe (por muy mal que puedan pensar de mí.) No obstante, en términos solo literarios, no puedo opinar sino que Duérmete, cuerpo mordido me resulta repetitiva y reincidente por su mórbida recreación del sufrimiento y su escasa transubstanciación literaria. En términos cristianos, es como si nos regodeáramos en el martilleo de los clavos en el cuerpo de Jesús en el Gólgota y hubiésemos olvidado su significado mayor, su encaje en la narrativa de la redención de la Humanidad.
Por tanto, las heridas del Rafael-José Díaz de Duérmete, cuerpo mordido no conllevan, es una lástima, su transmutación en una obra literaria grande, verbalmente exuberante o lingüísticamente audaz. Su viacrucis queda reducido a un deambular afligido que pronto nos cansa y que, es de lamentar, acaba por resultarnos indiferente.
Pero probablemente sigo engañándome. Te imagino ahora mismo en tu casa, después del gimnasio, preparando una cena equilibrada: una ensalada, higaditos de pollo, zumo de piña o plátano, fruta. Como las que me preparabas con frecuencia. Te veo después liando un canuto en la mesa de la cocina, con la televisión encendida: la navaja recorta un trozo de hachís y los dedos lo estiran hasta convertirlo en una culebrilla a la que luego recubrirá el tabaco, a su vez recubierto por papel de fumar con un filtro en la punta. (Pág. 55)
Quizás todo comenzó a apagarse sin que apenas me diera cuenta. Quizás cuando dejaste de llamarme todo estuviera ya apagado dentro de ti. Quizás lo último que deseas es que me comunique contigo. Así que ese mensaje será el primero y, si no contestas, el último. (Pág. 103).
Sin acordarme de que los lunes no trabajas (o no trabajabas), me he sentado hoy en una cafetería después de almorzar, con la certeza de que a esa hora, las cuatro y media, era absolutamente imposible verte pasar a través de los cristales. Me puse a leer un libro de fragmentos de prosa entre ensayística y narrativa con el que siento una extraña identificación: lo voy leyendo como si lo escribiera. En algún momento, he caído en la cuenta de que los lunes no trabajas y entonces todo ha cambiado. La cafetería hace esquina y una de las calles a las que da es la misma en la que viví durante la época en que estuvimos juntos. Este dato, unido al de tu día libre, hace que la poco probable posibilidad de verte pasar a través de los cristales me desconcentre y vuelque mi mirada, en intervalos más o menos regulares, hacia fuera. (Pág. 139)
Igual que en todos aquellos meses yo vivía entre dos casas, la mía y la tuya, la mía a la que regresaba después del trabajo y la tuya a la que iba casi siempre después de cenar, también ahora voy de la una a la otra, aunque ninguna de las dos es la misma que antes. Mi casa actual es un piso pequeño que en nada recuerda a mi antigua buhardilla. Tu casa, que probablemente sigue siendo la misma, se ha transformado para mí en un puro espacio mental al que acudo sin querer muchas veces. Ahora mismo, que estoy a punto de cenar, me imagino preparando mis cosas después de fregar los platos y de lavarme los dientes, el trayecto hasta el metro, el breve viaje de dos estaciones, el paseo de cinco minutos desde el metro hasta tu casa. O bien se produce algo parecido a un desdoblamiento: lo que ocurre aquí en mi casa está ocurriendo también en la tuya que habita en el interior de mi mente. Imagino lo que estás haciendo ahora mismo, mientras escribo, si te pondrás a cenar al mismo tiempo que yo, repaso tus movimientos entre las cuatro paredes que fueran una vez nuestras y los comparo con los míos entre estas otras cuatro paredes que no son de nadie. (Pág. 175)
Demasiadas palabras, demasiadas páginas, quizá, y una prosa que en demasiadas ocasiones no destaca por nada especial, además de recaer estos apuntes con alguna frecuencia en anécdotas banales. Un asunto el del amor en la ficción que, a pesar que la literatura de estos siglos me desmienta, parece agotado en sus múltiples ramificaciones, salvo, y aquí está el mérito de los escritores cuya obra soporta el paso del tiempo (también ayuda el conformismo de los críticos y filólogos, claro), que lo resucite un enfoque diferente, un estilo literario novedoso, un empleo sorprendente de los conceptos antiguos o la invención de algunos nuevos.
En definitiva, Duérmete, cuerpo mordido, es una obra que, en mi opinión, no resulta literariamente atractiva ni por el uso del lenguaje ni por el tratamiento del tema amoroso. La literatura sincera no es necesariamente buena.
P.D. Otras reseña, totalmente opuesta en su valoración a la mía, aquí. Una entrevista, aquí.
Hola. Me pregunto el motivo de ese cansino desdoblamiento: "el/la, un/a, buen/a", que parece ser arbitrario ya que deja muchas palabras abandonadas a la simpleza de un solo género. Tenemos en ese grupo, entre otros, a escritores, críticos y filólogos (creo recordar). Es simple curiosidad. Me pregunto si, ya que no se le puede comprar para hacer reseñas, sería posible hacerlo para que no cometa este abuso de la barrita inclinada esa. Un saludo
ResponderEliminarEl motivo es claramente político, por si tenía dudas. Y sí, a veces desdoblo, a veces, no, según me dé. No sé de qué grupo me habla. Comprarme no puede para nada que se le pueda ocurrir, pero si le apetece donar dinero, mejor se lo manda a asociaciones que den cobijo y alimentos a seres humanos.
ResponderEliminarLe ruego perdone mis imprecisiones, esto de escribir en el móvil me resulta agotador y, por ahorrarme trabajo, no digo lo que decir quiero. Me refería al grupo de palabras que no desdoblaba. Aprovecho para aclarar también que todo eso de comprarle y demás no es más que palabrerío de un pobre payaso (yo), que no lleva más intención que la de esconder con simpatía (repito aquí lo de la intención) lo que de verdad hay detrás de esa verborrea. Espero no haberle molestado. Un saludo, y gracias por la aclaración (ya lo sospechaba, pero viene mejor siempre la certeza).
EliminarOk. Aclarado queda. Entiendo que moleste en la lectura el desdoblamiento masculino/femenino en relación con el sexo de la persona (y que en otras ocasiones tampoco es exacto porque hasta esa misma dualidad sexual está en entredicho). Supongo que en el futuro tendremos una sociedad más igualitaria y estas cosas no harán falta.
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