Esta es, como ya habrán advertido, la primera reseña de una obra de ficción después de dos meses y pico. La razón de esta demora, por si les interesara hurgar en la cuestión, es la necesidad de descansar después de tantos meses polilleros (este blog y el programa homónimo de la radio) intensos y exigentes. Digamos que la temporada 2022-2023 ha comenzado, a todos los efectos (laborales, incluidos) y que, por tanto, estaré a pleno rendimiento hasta el próximo julio, al menos. Espero que no sea frívolo pensamiento desiderativo.
Intuyo un año bullicioso, para lo bueno y para lo malo, no solo literariamente hablando, aunque esta sea nuestra principal preocupación en el blog. El año 2023 estará cargado de electoralismo y votaciones, con sus prolegómenos de debates, tertulias, programas, candidatas/os, promesas ilusionantes y crudas mentiras. Nada nuevo, claro. A veces, solo a veces, me llama la atención cómo la literatura canaria parece apresada en su solipsismo de menudencias sin prestar atención a los cambios, a veces civilizatorios, que nos van sacudiendo. No hablo solo de, digamos, literatura comprometida o algo así, sino de la capacidad de apresar los cambios en las mentalidades, en las formas de pensar, en nuestra relación con las cosas, con las personas y con la muerte, sin ir más lejos. Los/as escritores/as están para detectar esos cambios, a veces sutiles, que operan en los humanos y en las sociedades que construyen. A veces, los anticipan o prevén las posibilidades de su maduración. Por eso son artistas, no solo para meramente contar historias más o menos entretenidas, o fútilmente nostálgicas, por enternecedoras que puedan parecernos.
Asimismo, nuestro mundillo de intereses pequeños y mezquinos, como es el cultural, y que no interesa a nadie, como bien me señalaron el otro día, amenaza con perpetuar su miseria moral y en seguir manteniendo con la ciudadanía una relación basada en el consumo por esta de productos culturales y, con la clase política gobernante, en la sumisión de artistas y literatos/as, basada en la subvención, la beca y la invitación, cuando no en su absorción (es decir, la cooptación de la cultura por los intereses del poder político y económico). A veces, lo que lo hace particularmente patético, es el interés por algunos/as artistas en la pacificación cultural (recordemos, sin ir más lejos, el desgraciado manifiesto de la revista Trasdemar), estigmatizando la crítica artística y literaria, supongo que teniendo en mente que para estos personajes la cultura debe servir tanto para la cohesión social como, en clave individual, para el ascenso en su carrera.
En otras ocasiones, y este no es un fenómeno solo canario, el disenso político y cultural se traduce en una crítica a la totalidad a los movimientos reivindicativos basados no en la clase sino en la identidad (movimientos feministas, lgtbqia+, etc.) y en jeremiadas por la supuesta pérdida de valores sacrosantos (imaginamos que los valores que se consideran dignos de conservar) dando lugar así al fenómeno del escritor-columnista resabiado y malhumorado, aunque casi siempre privilegiado o bien situado, con una gran plataforma mediática a su disposición, que, no de manera paradójica, suele atraer a gran número de lectores/as, a pesar de quejarse de manera periódica de "cancelación" (entiéndase: que ya no exista respeto debido): léanse al difunto Javier Marías, a Arturo Pérez-Reverte o, en clave menos influyente y garbosa, al autor palmero radicado en Madrid, Nicolás Melini.
A este respecto, ya que estamos, alguien debería decirle a Melini, quizá mediante un susurro cariñoso y empático, que escribir muchas veces "woke" no le hace sociólogo, ni siquiera competente analista de la sociedad, y creer que a los escritores hombres las editoriales no les publican por la presión de un fantasmagórico lobby feminista resulta francamente descabellado. Entiendo que ridiculizar ciertas posturas es sencillo, porque en todo movimiento o reivindicación, por muy virtuosos que sean sus objetivos, siempre hay gente que se pasa de rosca, pero utilizar esa parte por el todo para descalificar a los movimientos emancipatorios no es solo falaz y reduccionista: también suele ser indicio de mala fe.
En otro orden de cosas que no tienen que ver con su trabajo como opinador centrado en la lucha contra el feminismo totalitario o el wokismo supremacista, recordemos que Nicolás Melini escribió una notable novela allá en su juventud, El futbolista asesino, a la que dediqué una reseña (en líneas generales, elogiosa). En su momento, debió parecer una novela y un escritor diferentes, lo que en el contexto artístico de los últimos doscientos años suele ser algo bueno. Veintidos años después, la literatura que despliega Nicolás Melini en esta colección de relatos ha perdido esa singularidad, al menos en comparación con aquella novela. No conozco el resto de sus obras para apreciar si ha habido altibajos, progresión, decadencia o espirales. Tampoco sé si tuvo éxito; si, en caso de que lo tuviera, colmó sus expectativas o si le pareció que aquello era el fin de un camino y tenía que escribir cosas más serias.No podía permitírselo, tenía que llegar, se dijo, y se dejó llevar cuesta abajo, más rápido, con el freno de los cuádriceps bien tenso, echado el cuerpo hacia atrás y solventando la tirantez en los muslos y las ingles con leves saltitos. Entre fachada y fachada podía ver, en algunos casos, el puerto con los barcos atracados allí, pero su lugar de destino, allá abajo, permaneció extrañamente distante. La propia distancia se había convertido en extrañeza: era una distancia enrarecida por la incertidumbre de si realmente estaba consiguiendo descender, aproximándose a su destino, o no. (Pág. 15)
Me encontraba tendido, solo en el sótano. Así había permanecido la última hora. Sin presentaciones... Él no se presentó. Llegó -apareció por un lateral, desde atrás, no lo vi hasta que lo tuve encima-, metió sus dedos en mi nariz y tiró hacia arriba. Su único comentario había sido "a ver...", y entonces sentí el látex de sus guantes por dentro del orificio nasal, enganchándome, tirando hasta deformar mi nariz como si fuera una goma, un chicle. Me quedé como suspendido en el aire, casi podía ver mi nariz entera por el rabillo del ojo, mi ojo desorbitado ante la violencia del tirón, él tirando hacia arriba, levantándome en peso... creí que mi cara iba a estallar, pero no, él tiraba más fuerte y manipuló hacia un lado y hacia otro varias veces, a un lado y a otro, a un lado y a otro (...). (Págs. 29-30)
Fuiste urgente. Desfigurado. Dirías que le gustaste. Sobre todo cuando dijiste "África".Era una dermatóloga joven. Le enseñaste la mano, también. Esa mañana no te habías reconocido en el espejo.Todo había empezado un día antes.La doctora no parecía preocupada, pero sí interesada.Tu mujer no te había acompañado porque te negaste a que lo hiciera.Cuándo habías regresado de África, te preguntó la doctora.Antes le dijiste que habías estado jugando al fútbol en la calle, con unos niños. Aquello la enamoró. Te lo explicaste pensando que la doctora había tenido que estudiar demasiado y apenas había podido salir del país alguna vez (Pág. 79)
Uf, el tal Melini está desvariando desde hace tiempo.
ResponderEliminarEl WOKISTA Melini PLAGIÓ mi TRABAJO y el CRÍTICO y bloguero UBALDO SUÁREZ contribuye a LA CONTINUACIÓN de TAL plagio.
ResponderEliminarMELINI WOKISTA AL SERVICIO DEL PARTIDO COMUNISTA NORCOREANO, MELINI PLAGIÓ MI LIBRO SOBRE LA HISTORIA DE LA FORMA-ESENCIA PARA PROMOVER SU AGENDA DE DESPAMPANANTE WOKISMO DE ESTILO ITALIANIZANTE.
ResponderEliminarUBALDO SUÁREZ, VOZ CANTANTE DEL GRUPO DE RUFIANES CRIMINOSOS CONOCIDOS COMO "LOS BARÓN DE APODACA", AYUDA AL WOKISTA NORCOREANO MELINI EN SU CAMPAÑA DE PLAGIO MASIVO CONTRA MI PERSONERÍA INTELECTUAL.