miércoles, 12 de octubre de 2022

'Talón', de Nicolás Melini

Esta es, como ya habrán advertido, la primera reseña de una obra de ficción después de dos meses y pico. La razón de esta demora, por si les interesara hurgar en la cuestión, es la necesidad de descansar después de tantos meses polilleros (este blog y el programa homónimo de la radio) intensos y exigentes. Digamos que la temporada 2022-2023 ha comenzado, a todos los efectos (laborales, incluidos) y que, por tanto, estaré a pleno rendimiento hasta el próximo julio, al menos. Espero que no sea frívolo pensamiento desiderativo.

Intuyo un año bullicioso, para lo bueno y para lo malo, no solo literariamente hablando, aunque esta sea nuestra principal preocupación en el blog. El año 2023 estará cargado de electoralismo y votaciones, con sus prolegómenos de debates, tertulias, programas, candidatas/os, promesas ilusionantes y crudas mentiras. Nada nuevo, claro. A veces, solo a veces, me llama la atención cómo la literatura canaria parece apresada en su solipsismo de menudencias sin prestar atención a los cambios, a veces civilizatorios, que nos van sacudiendo. No hablo solo de, digamos, literatura comprometida o algo así, sino de la capacidad de apresar los cambios en las mentalidades, en las formas de pensar, en nuestra relación con las cosas, con las personas y con la muerte, sin ir más lejos. Los/as escritores/as están para detectar esos cambios, a veces sutiles, que operan en los humanos y en las sociedades que construyen. A veces, los anticipan o prevén las posibilidades de su maduración. Por eso son artistas, no solo para meramente contar historias más o menos entretenidas, o fútilmente nostálgicas, por enternecedoras que puedan parecernos.

Asimismo, nuestro mundillo de intereses pequeños y mezquinos, como es el cultural, y que no interesa a nadie, como bien me señalaron el otro día, amenaza con perpetuar su miseria moral y en seguir manteniendo con la ciudadanía una relación basada en el consumo por esta de productos culturales y, con la clase política gobernante, en la sumisión de artistas y literatos/as, basada en la subvención, la beca y la invitación, cuando no en su absorción (es decir, la cooptación de la cultura por los intereses del poder político y económico). A veces, lo que lo hace particularmente patético, es el interés por algunos/as artistas en la pacificación cultural (recordemos, sin ir más lejos, el desgraciado manifiesto de la revista Trasdemar), estigmatizando la crítica artística y literaria, supongo que teniendo en mente que para estos personajes la cultura debe servir tanto para la cohesión social como, en clave individual, para el ascenso en su carrera. 

En otras ocasiones, y este no es un fenómeno solo canario, el disenso político y cultural se traduce en una crítica a la totalidad a los movimientos reivindicativos basados no en la clase sino en la identidad (movimientos feministas, lgtbqia+, etc.) y en jeremiadas por la supuesta pérdida de valores sacrosantos (imaginamos que los valores que se consideran dignos de conservar) dando lugar así al fenómeno del escritor-columnista resabiado y malhumorado, aunque casi siempre privilegiado o bien situado, con una gran plataforma mediática a su disposición, que, no de manera paradójica, suele atraer a gran número de lectores/as, a pesar de quejarse de manera periódica de "cancelación" (entiéndase: que ya no exista respeto debido): léanse al difunto Javier Marías, a Arturo Pérez-Reverte o, en clave menos influyente y garbosa, al autor palmero radicado en Madrid, Nicolás Melini. 

A este respecto, ya que estamos, alguien debería decirle a Melini, quizá mediante un susurro cariñoso y empático, que escribir muchas veces "woke" no le hace sociólogo, ni siquiera competente analista de la sociedad, y creer que a los escritores hombres las editoriales no les publican por la presión de un fantasmagórico lobby feminista resulta francamente descabellado. Entiendo que ridiculizar ciertas posturas es sencillo, porque en todo movimiento o reivindicación, por muy virtuosos que sean sus objetivos, siempre hay gente que se pasa de rosca, pero utilizar esa parte por el todo para descalificar a los movimientos emancipatorios no es solo falaz y reduccionista: también suele ser indicio de mala fe.  

En otro orden de cosas que no tienen que ver con su trabajo como opinador centrado en la lucha contra el feminismo totalitario o el wokismo supremacista, recordemos que Nicolás Melini escribió una notable novela allá en su juventud, El futbolista asesino, a la que dediqué una reseña (en líneas generales, elogiosa). En su momento, debió parecer una novela y un escritor diferentes, lo que en el contexto artístico de los últimos doscientos años suele ser algo bueno. Veintidos años después, la literatura que despliega Nicolás Melini en esta colección de relatos ha perdido esa singularidad, al menos en comparación con aquella novela. No conozco el resto de sus obras para apreciar si ha habido altibajos, progresión, decadencia o espirales. Tampoco sé si tuvo éxito; si, en caso de que lo tuviera, colmó sus expectativas o si le pareció que aquello era el fin de un camino y tenía que escribir cosas más serias.

En cualquier caso, en cuanto a Talón, no podemos decir que, salvo algún momento de prosa predecible, no esté escrita con corrección. Eso sí, no es una prosa reconocible o distintiva: tanto los asuntos (o la ausencia de ellos) como el estilo podrían ser el de cualquier otro escritor correcto de prosa correcta. Además, si el estilo no resulta distinguible ni vigoroso (como sí poseía la novela de El futbolista asesino), tampoco los asuntos sobre los que versan los relatos resultan especialmente interesantes o llamativos. Están impregnados, abundando en esto último, de una especie de pesimismo vital, a veces de tintes oníricos, con el que podríamos haber simpatizado, pero ya sea por los finales abruptos, ya por las magras implicaciones morales o estéticas subyacentes, nos dejan, no con ganas de haber sabido algo más, sino con escepticismo, porque intuimos que el escritor tal vez solo quiso reflejar un vago estado de ánimo o unas sensaciones brumosas, o, peor aún, no sabía a dónde dirigir el relato y prefirió dejarlo así, como con misterio. No digo que no haya momentos aquí o allá que captan la atención, algunas frases, que apuntan a algo más; tampoco, que los cuentos aburran, aunque sospecho que fue más mi voluntad reseñadora que mi interés como lector lo que me indujera a terminarlos todos.

Hay que decir, no obstante, que Melini se atreve a explorar diversos enfoques narrativos, desplegando los relatos en primera, segunda y tercera persona: se ofrecen como voces que pretenden proporcionarnos una visión peculiar, a veces demasiado breve, en mi opinión, de determinados sucesos o de aspectos del mundo. La temática, también, es variada, aunque en algún relato tengo la impresión de que eso es lo de menos.


No podía permitírselo, tenía que llegar, se dijo, y se dejó llevar cuesta abajo, más rápido, con el freno de los cuádriceps bien tenso, echado el cuerpo hacia atrás y solventando la tirantez en los muslos y las ingles con leves saltitos. Entre fachada y fachada podía ver, en algunos casos, el puerto con los barcos atracados allí, pero su lugar de destino, allá abajo, permaneció extrañamente distante. La propia distancia se había convertido en extrañeza: era una distancia enrarecida por la incertidumbre de si realmente estaba consiguiendo descender, aproximándose a su destino, o no. (Pág. 15)

Me encontraba tendido, solo en el sótano. Así había permanecido la última hora. Sin presentaciones... Él no se presentó. Llegó -apareció por un lateral, desde atrás, no lo vi hasta que lo tuve encima-, metió sus dedos en mi nariz y tiró hacia arriba. Su único comentario había sido "a ver...", y entonces sentí el látex de sus guantes por dentro del orificio nasal, enganchándome, tirando hasta deformar mi nariz como si fuera una goma, un chicle. Me quedé como suspendido en el aire, casi podía ver mi nariz entera por el rabillo del ojo, mi ojo desorbitado ante la violencia del tirón, él tirando hacia arriba, levantándome en peso... creí que mi cara iba a estallar, pero no, él tiraba más fuerte y manipuló hacia un lado y hacia otro varias veces, a un lado y a otro, a un lado y a otro (...). (Págs. 29-30)

Fuiste urgente. Desfigurado. Dirías que le gustaste. Sobre todo cuando dijiste "África".
Era una dermatóloga joven. Le enseñaste la mano, también. Esa mañana no te habías reconocido en el espejo.
Todo había empezado un día antes.
La doctora no parecía preocupada, pero sí interesada.
Tu mujer no te había acompañado porque te negaste a que lo hiciera.
Cuándo habías regresado de África, te preguntó la doctora.
Antes le dijiste que habías estado jugando al fútbol en la calle, con unos niños. Aquello la enamoró. Te lo explicaste pensando que la doctora había tenido que estudiar demasiado y apenas había podido salir del país alguna vez (Pág. 79)


Por si la impresión que puede extraerse de esta reseña hasta ahora ha sido demasiado severa, debería precisar que Melini, en la línea de esa corrección a la que aludía, no incurre en los errores habituales de escritores/as menos experimentados/as, salvo en alguna ocasión, como frases hechas o combinaciones gastadas de nombre+adjetivo o verbo+adverbio. Es lo que se suele llamar oficio. Es muy posible que otro tipo de lectores puedan, si no experimentar una orgía de emociones (este conjunto de narraciones difícilmente las suscitarán por su estilo singular o por su exuberante vocabulario) sí apreciar alguna de las páginas de Talón

Como en otros casos de autores/as reseñados/as, me parece claro que Melini tiene mimbres lingüísticos para escribir bien, pero ignoro si tiene asuntos en su bagaje de escritor que hagan que merezca la pena ese esfuerzo. Me pregunto si la imaginación y la vitalidad literarias que desplegó en aquella novela continúan existiendo. Tengo la impresión, arriesgándome a exponerles una teoría de la mente sin fundamento, de que Nicolás Melini ha acometido la redacción de estos cuentos más como una obligación que como un desafío, más como un deber que como una necesidad. Me acomete la desagradable sensación de que se han escrito sin sentimiento: no percibo dolor o regocijo, angustia, extrañamiento o éxtasis, solo, repito, cierto pesimismo vital, lo que no deja de ser previsible.

Por tanto, y para finalizar, estoy convencido de que estos relatos no constituirán ni un antes ni un después, como dirían tantos entusiastas, ni marcarán un jalón o un hito en la historia de la literatura. Tampoco tienen por qué, claro.






P.D. Una reseña muy diferente de la mía, aquí. Otra, del entusiasta amigo de todo lo que se mueva o de lo que se quede quieto, Felipe García Landín, aquí.


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