jueves, 17 de febrero de 2022

'Mira que eres', de Luis Rodríguez

Estoy muy a favor de la crítica a la crítica. Con esto debería bastar para zanjar el asunto. 

Venga, va, desarrollo el tema:

Deberían Vds. saber, y sobre todo aquellos/as que detestan el blog, que me conformo con que haya debate. Ignoro si lo hay ahora. Ignoro si lo hubo antes, quizá en tiempos remotos. Sé que hasta que comenzó el blog, no lo había, al menos en la esfera pública. Siempre me podrán hablar de alguna tertulia recóndita de estetas masones, de alguna reunión de prohombres sita en Vegueta, o en La Laguna, de algún club de lectura al que se accedía solo por invitación, etc. Pero en el espacio público, entendiendo por él los medios de comunicación en sus diversas modalidades o en foros públicos más o menos accesibles, discúlpenme si me he olvidado de alguno, no.

Así que, les aseguro que soy sincero, me resulta indiferente que duden de la calidad del blog, de los argumentos que empleo, de mis intenciones o de mi catadura moral. Incluso, de mi misma existencia. El que haya suscitado esa interacción, quejas amargas incluidas, pero que haya motivado a muchos/as a leer acerca de la literatura que se escribe en Canarias (también en España y parte del extranjero) y a expresar en público y en privado su opiniones, resulta para mí reconfortante: con ello cumplo uno de los objetivos que me indujeron a crear Polillas al anochecer.

Algunos, como Miguel Aguerralde, dirán que en Canarias "nunca se ha hecho más y mejor literatura que ahora". Quizá, pero no deja de ser un contrafáctico. En todo caso, si estuviéramos de acuerdo, no creo que constituyera, en definitiva, un gran elogio para la literatura en/de Canarias. Creo que no es bueno levitar encantados, atragantándonos con la crema del elogio a nosotros mismos. Mejor es, en mi opinión, que se geste un movimiento de voces encontradas y divergentes, que contribuyan, a elevar el nivel del debate, de la crítica y de la literatura. Así, podremos ahorrarnos de una vez las jeremiadas por la falta de apoyo de las instituciones públicas y por la falta de verdadera crítica literaria.

Por lo primero, no sé si el Estado en cualquiera de sus manifestaciones ayuda poco o mucho; ni siquiera, si hay que ayudar o por qué. De lo segundo, mantengo que hay que ser un poco filisteo para quejarse de la falta de crítica en Canarias y, al mismo, teniendo posibilidad de contribuir a que exista, limitarse a "saludar" las novedades sin implicarse en el juicio.

Como logré demostrar de manera convincente en la reseña correspondiente, la novela anterior de José Luis Rodríguez, 8.38, me pareció extraordinaria. La siguiente, esta cuya portada aparece más arriba, se titula Mira que eres, y sigue la senda pedregosa, con riscos a ambos lados, de la metaliteratura, los juegos del lenguaje y la superposición de personajes, que tienden a desvanecerse en cuanto creemos que los tenemos calados. Es una novela, como la anterior, que carece de argumento convencional. Podemos imaginar intenciones y objetivos, aunque no logremos discernirlos con claridad. 

Mucho de lo que escribí entonces puede aplicarse ahora. Podría añadir que lecturas como estas acarreen el peligro de la imitación. Al ser un estilo, una forma de dirigirse al lector, tan singular y me atrevería decir que fascinante (aunque este adjetivo, de tanto usarlo, posea ya poca carga semántica), los/as aspirantes a escritor podrían caer en la tentación de escribir del mismo modo. "Maten a Borges", dicen que dijo Gombrowicz. No sé si hay que matar a Luis Rodríguez, pero al menos hay que traérselas tiesas con él.

Mira que eres apunta, si tal cosa existiera y pudiera definírsela sin ambigüedades, a la esencia de la literariedad: una autorreferencialidad creadora y juguetona en la que sin pudor se intercalan citas y referencias literarias. Personajes que se cuestionan a sí mismos y que cuestionan la misma literatura. La literatura como búsqueda de conocimiento por ese continuo indagar sobre sí misma, que es el indagar también, claro, respecto de la naturaleza humana. Un palimpsesto que a veces parece un espejo.

Además, un rasgo que a estas alturas de posmodernidad me atrae es que la novela no es visual. Es decir: la palabra lo domina todo, y no la imagen. Esto podría parecer obvio, al tratarse de literatura, pero no lo es tanto cuando pensamos en tanta novela que parece hecha ex profeso para su fácil conversión a una serie o película: novelas pensadas para el ojo, y no para la mente. En este sentido, a uno le cuesta imaginarse en la obra los personajes o los ambientes en los que estos dialogan y, sobre todo, piensan. En Mira que eres, no se describen ambientes ni acciones; se piensa. Si la literatura son frases, esta novela está llena de ellas. Una prosa que no parece exigir en principio demasiado del lector pero cuyo desenvolvimiento en las minitramas sí requieren de atención extrema, cuando no de relectura.


Ves en la pared una mancha con forma de rostro. A medida que te vas fijando, que concentras la mirada, descubres detalles que confirman esa impresión: es un rostro nítido. A mí me pasa lo contrario. Observo a alguien, cuanto más me fijo en él más se me desdibuja. Lo he juzgado mal, me digo, no es esto ni lo otro. Me alejo del juicio inicial, regreso, lo rozo, vuelvo a distanciarme, y termino casi siempre amarrado al primer pálpito. Me pasa con las personas lo que a un amigo con la escritura. Dice que escribe una frase, la corrige, la suprime, vuelve a escribirla y a corregirla, muchas veces. Al final la frase es, palabra por palabra, idéntica a la primera que escribió. Pero ya no es solo la primera frase: es una frase con mundo. Así deben ser mis opiniones de todo, parecen espontáneas, pero han viajado. Tienen mundo. (Pág. 19)

 

 Hay una pregunta previa a cómo se debe escribir: ¿para quién se escribe, para uno mismo, o para los demás? 

Bertrand Russell era consciente de que él podía emplear un inglés sencillo porque todo el mundo sabía que, si lo prefiriese, podría utilizar la lógica matemática. Se le permitía escribir: Algunas personas se casan con las hermanas de sus mujeres muertas, porque podía expresarlo en forma que únicamente llegara a ser inteligible después de años de estudio. 

Mi escritura lidia con el humo de su frase; la claridad, la elección de una palabra u otra, suposición dentro de la oración, la misma oración, los puntos, párrafos, el latido, nos cuentan con el lector. Tienen más que ver con el efecto del humo en mis ojos. (Págs. 68-69)


 Esto no es una novela, es la contemplación de un rescoldo. (Pág. 82)


Que la literatura suscite perplejidad, que plantee dificultades al lector, y que al mismo tiempo resulte estéticamente apreciable constituye gran parte de su atractivo. El desciframiento del símbolo encapsulado en las palabras sigue, a pesar de sus rivales narrativos como el cine o, incluso, los videojuegos, manteniendo su pegada. Es posible que narrar historias a la manera tradicional, es decir, lo que vendríamos a llamar novela realista, a la manera, por ejemplo, de Jonathan Franzen (recordemos, al respecto, la oposición que señalaba Eduardo Lago en Walt Whitman ya no vive aquí en la literatura de EEUU entre el polo realista encarnado por Franzen y la experimentalista de, por ejemplo, de Foster Wallace) o aquí, digamos, Vázquez-Figueroa o Pérez-Reverte, juegue en desventaja contra otros medios artísticos y lúdicos como los ya citados, mucho más espectaculares y que sumergen de manera más efectiva al público en la trama. Es decir, el mero contar de cosas que pasan y de personas que hacen esto y lo otro no es suficiente, al menos para mí.

EN DEFINITIVA, si está cansado/a del leer por leer porque, total, se escribe por escribir. Si están Vds. harto de que los/las quieran entretener, verbo sagrado en nuestra civilización, acérquense a Mira que eres, porque la literatura todavía importa.





P.D. Otro análisis, por supuesto que más atinado que el mío, de Vicente Luis Mora, aquí.


POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA





2 comentarios:

  1. Le voy a hacer caso por una vez a tus recomendaciones. Me he comprado el libro. ¿Sientes el poder?;-/

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