viernes, 2 de diciembre de 2022

'Reparación del horizonte', de Víctor Álamo de la Rosa

Uno tiene la impresión, y me perdonarán (qué remedio les queda) la próxima vanagloria, que se hace más por la cultura en un blog de crítica como este o en el programa de radio homónimo que toda la panoplia institucional de actos, presentaciones y jornadas. Digo "más" porque no quiero decir que esos actos institucionales no sirvan para nada, que sí, sino que aquellos espacios que fomentan la crítica y la reflexión son más fértiles culturalmente que aquellos en los que la ciudadanía se limita a consumir.

Aun así, resulta fatigoso en algunas ocasiones y desalentador en otras tantas, comprobar cómo en los turnos de preguntas o en los debates en los que a la ciudadanía se le deja participar algunas personas son incapaces de sostener un diálogo educado y con vocación de aprendizaje. No debería sorprendernos: tan acostumbrados y resignados estamos a nuestro pasivo papel de consumidores y de subordinados políticos que la ocasión de participar de algún modo o de expresarnos en la esfera pública a veces se considera solo como posibilidad de lucimiento y tiene como consecuencia la ebriedad (para quien no sea tímido) del solipsismo. 

En el mundillo de la cultura, al menos en el caso de Canarias, la aportación del público se limita casi siempre a la de ser fan, más o menos entregado/a, a la causa de mostrar su admiración sin límites por el escritor o escritora, músico/a, actor/actriz, artista en general. Esta situación se agrava con las redes sociales, donde ese público tiene la posibilidad, casi inédita en otros momentos civilizatorios, de dirigirse a y ser respondido por el/la artista. Podría pensarse que esta posibilidad podría utilizarse no solo para el elogio, pero ya sabemos de sobra que cualquier tipo de crítica, objeción o sugerencia se suele considerar por sistema de mal gusto o algo parecido.

Sólo a regañadientes la crítica pública se acepta públicamente, sólo cuando se considera al crítico como guardián del campo cultural, sólo cuando se piensa que su aceptación o desaprobación puede comportar consecuencias en cuanto al prestigio del autor o promoción de su obra. En los demás casos, la crítica negativa es una falta de respeto, una falta de educación, un lamentable ejercicio de vanidad, la expresión de maldad congénita, etc.

Es el caso, sin ir más lejos, de la crítica de Eduardo García Rojas a la colección de cuentos de Nicolás Melini que lleva el título de Talón. Como deben saber, este crítico publica en el periódico provincial Diario de Avisos y coordina su suplemento cultural. Melini, al considerar que esta crítica negativa (entre nosotros, no demasiado) hace a García Rojas "valiente" por escribirla, no hace sino invertir, de modo ladino, los polos de la relación de fuerzas en cuanto influencia (al menos provincial) se refiere. 

Melini tiene en cuenta que García Rojas es un guardián del campo literario en Santa Cruz de Tenerife y, por lo tanto, se ve en la tesitura de elogiarlo dulcemente aunque le atice. Además, este elogio de la crítica negativa ("la única crítica negativa seria en Canarias") del crítico tinerfeño también se puede leer en comparación con el silencio de Melini respecto de la crítica de este blog, publicada quince días antes y de la que tenía conocimiento cierto. Así pues, por lo que se deduce, no la considera "seria".

Todo esto viene a cuento no a causa de que que Melini, líbreme Dios, sea para mí un escritor cuyo respeto anhele, o de que se comparta mi artículo o no, de que se me nombre o no, sino de lo que ejemplifica de secular desprecio por la crítica artística/literaria en la composición integral de la cultura, por no hablar de la asunción de jerarquías no cuestionadas y del papel del artista y de su relación con el/la crítico/a. A ver cuándo nos damos cuenta de que, sin crítica, no hay cultura, sino batiburrillo informe; de que la crítica la ejercemos queramos o no, nos demos cuenta o no. De que no hay juicio, selección, filtrado o discernimiento sin crítica. Que es rotundamente falso que la crítica de la obra artística, que de por sí tiene dimensión pública, haya que manifestarla en privado si es negativa mientras que solo el elogio debe expresarse en público. Asimismo, más les valdría a los/as artistas (y a sus fans) respetar la función de esta y el papel de los críticos/as por sí mismos y no estar besando siempre la mano del poderoso.




Y como de crítica literaria va este blog, hoy tenemos la colección de relatos (y alguna mini-cosa) titulada Reparación del horizonte, de Víctor Álamo de la Rosa, a quien ya tuvimos por aquí con aquella novela execrable titulada La ternura del caníbal. Di buena cuenta de ella porque no se puede publicar una novela como esta: imposible de leer y menos de terminar, por si no la recuerdan. 

En fin, con esta colección de relatos, aun siendo mejor que la novela (cualquier cosa es mejor que ella) confirma lo que el mismo Álamo de la Rosa señala en una entrevista: "Por ahora, siento que me he quedado sordo" (respecto de la literatura). Y no porque estos relatos sean extremadamente malos, sino porque denotan cansancio, si no hastío; a veces, incluso, me transmiten aburrimiento, eso sí, con espasmos de algo que podría haber sido y no llegó a ser. Cuentos de temática variada, de interés oscilante y con la peculiaridad de que casi todos los finales podían haber sido mejor resueltos. Siquiera con algo de oficio y no de modo tan negligente.

Aparte, el estilo. Tiene sus momentos apreciables, sí, pero molestan los habituales resabios, tan típicos por otro lado de nuestra fauna local autoril, y también la insistencia en escribir clichés (que incluso reconoce varias veces a lo largo de estos cuentos), que conducen a que la prosa se desplome en demasiadas ocasiones. Clichés no solo de expresión, sino también de pensamiento. Digamos que expresan la pereza del pensamiento, por resumir. No sé si puede decir algo peor de un escritor. Creo adivinar aquí y allá, una chispa: una chispa que no prende, es de lamentar, un deseo que no se plasma en un relato no digo ya redondo sino estimable. Un solo cuento me habría bastado (como es el caso de otros/as escritores que han pasado por aquí) para considerar que me encontraba frente a literatura y no ante un ejercicio expresivo, ante un pasatiempo o ante otra línea de currículum.


Y observar, dentro de esa panorámica surrealista que es la imaginación de un niño, esa isla desierta que, sin embargo, estaba multitudinariamente habitada por piratas con espadas y pistolas, pero también por superhéroes voladores y, siempre en caso de apuros, por el lobo feroz (el lobo siempre era feroz), calamares gigantes (¿de dónde habrá sacado eso?), un tigre, una cebra y una serpiente y, sobre todo, siempre amenazantes, siempre poderosos, los tiburones, hordas de escualos siempre dispuestos al juego. 

Y no y no y no. 

Esto, me di cuenta rápido, era mucho más peligroso de lo que parecía. Mucho. Corté de raíz todos los juegos que implicaran cuentos, narraciones, elipsis, prolepsis, analepsis, personajes, tramas y, además, para lograr que los repudiaras, te puse en el iPad el vídeo que narra cómo Don Quijote acabó flaco y loco, feo y arrugado, pobre diablo, un hazmerreír aupado a un caballo de madera, donnadie de los donnadies a ojos de todo el mundo (Pág. 15)


El oído de Clara, por su parte, cobró vida propia. Desde que nació, debió dar un paso al frente para convertirse en el principal de sus sentidos porque, cuando abandonó el orfanato, ya se manejaba a la perfección en español, inglés, alemán, francés e italiano, con esa prodigiosa facilidad para los idiomas que casi sin querer le regalaron las monjas. Desde que era un bebé, se acostumbró a oír a sor Simone en francés y a sor Gerta, quien le habló siempre en ese alemán suyo del centro de Berlín; también a sor Candelaria, con quien conversaba en el español atlántico y dulzón de Tenerife. El italiano cantarín de la Lombardía se lo inculcó sor Isotta, quien le hablaba a menudo de los hermosos lagos de su región, mientras que el más puro inglés lo escuchó de sor Angelica, quien, rígida como solo saben ser los ingleses, siempre le recriminaba su tendencia a la pronunciación norteamericana por culpa de las películas de Hollywood que la televisión brasileña pasaba una y otra vez solo con subtítulos, ignorando las ortodoxas prudencias lingüísticas de la hermana, una monja con larga cara de institutriz británica, pero más buena que el pan, que había salido del centro de la aristocracia londinense para enterrar sus días en aquel orfanato en torno al que crecía la descomunal favela de la Baixada. (Pág. 41)


Se desabrocha el cielo y ya no llueve, sino que el mundo entero parece desplomarse con prisa, diluyéndose, haciéndose solo agua que corre y corre anegando la ciudad porque ha olvidado su memoria, porque no reconoce alcantarillas ni desagües ni presas ni cauces ni barrancos. Solo piensa en correr. Correr y escuchar el mundo porque ha venido a desordenarlo, a recordarnos que todo está al revés. 

Me aburro. 

Aquí dentro. 

Más solo que la una. 

Y, sin embargo, de pronto suena la campanilla de la farmacia. Alguien ha entrado. Y me llevo un susto de mil pares porque habría apostado mi brazo derecho a que hoy no vendría nadie, ni el Tato, que todo el mundo en su sano juicio haría caso a las recomendaciones gubernamentales. Mejor en casita, viendo la tele, porque ya nadie se acuerda de leer. (Pág. 89)


Ni por la forma ni por el fondo, ni por el estilo ni por el asunto, estos cuentos merecen gran análisis, infectados como están por tamaña mezcla de languidez y desidia, también por la negligencia propia de quien es demasiado complaciente consigo mismo y no tiene quien le corrija. Quizá por la falta de estímulos que le induzcan a esforzarse por escribir algo valioso.

Por último, según parece, esta mediocre colección de relatos ha sido merecedora, por mor de esta prodigalidad institucional tan nuestra, de un galardón del Gobierno de Canarias en 2021 y de figurar en la colección Agustín Espinosa de Narrativa. No sé para qué sirve pertenecer a esa colección, salvo para presumir (y si es con obras así, tampoco). En cualquier caso, imagino que los criterios de inclusión de las obras deben de ser bastante relajados.

P.D. He encontrado una reseña elogiosa de Jorge Fonte, pero no está en la red. No se la pierdan (Canarias7, página 61, del 16/10/22) porque es abominable. Y otra aquí más normalita, pero siempre con la admiración incondicional por principio. 


POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA


P.D. Una reseña posterior, de enero de 2023, aquí.

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