jueves, 7 de abril de 2022

'Cuadernos del Subtrópico Norte', de Marcos Dosantos

La semana ha sido pródiga con la cultura. Hablando con propiedad, el pródigo ha sido el Gobierno de Canarias, que con su vicepresidente Román Rodríguez en labores de captador de patrimonio, ha tenido a bien comprar 26 cuadros del artista canario conocido como Pepe Dámaso. Pepe Dámaso es conocido por su largo recorrido artístico, más o menos admirado, y, sobre todo, por su empeño en que alguna institución pública hiciera de una casa suya una casa-museo. Una casa-museo dedicada a él y a su obra, claro, porque la mayoría de sus paisanos somos culpables de no haber experimentado lo suficiente los espirituales placeres que debe suscitar su obra artística. En todo caso, objetivo conseguido, finalmente, con un acuerdo de Dámaso con el Cabildo y el Ayuntamiento de Agaete: ¿Quién es el más listo de la clase? 

El gobierno canario gastará, al parecer, un total de 227.000 euros del erario en engrosar "patrimonio". Quién ha decidido qué es patrimonio, qué obra merece encuadrarse bajo ese concepto, y por qué es necesario que el gasto público se dedique a acumularlo son preguntas que siempre parecen impertinentes, así que la mayor parte del tiempo carecen de respuesta explícita, salvo cierta mención a aquellos "beneficios intangibles" de gobierne quien gobierne, a derecha o a izquierda. La mera mención del concepto de patrimonio bastaría para despejar dudas y eliminar inquietudes.

Según se lee en la noticia, han sido unos anónimos y diligentes "técnicos" los encargados de que se haya tramitado con éxito este movimiento irradiador de cultura. Irradiación que, al fin y al cabo, beneficiará hasta al último de los/las canarios/as, sea de Ciudad Jardín, sea de La Paterna, sea Gran Canaria, sea de La Gomera, pasando por La Graciosa, pero en especial, y sobre todo, a Pepe Dámaso. De cuya obra se dice en esta noticia no firmada (por lo que imagino que será la transcripción de la nota de prensa del Gobierno): "ahonda en las raíces más profundas de la identidad canaria". Solo con esta frase podrían escribirse varias tesis doctorales que polemizarían unas con otras hasta el enconamiento más cruento, pero aquí, en este paraíso de la Cultura, todo es autoevidente y cristalino.

Ya que comentamos esta hazaña político-artística, cómo no recordar una operación parecida, aunque bastante más onerosa, que fue la realizada con Martín Chirino, el Castillo de La Luz y la compra por el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, dirigido entonces por Juan José Cardona, de parte del legado de este artista. Primero a él mismo y luego, a sus herederos, no se fuera a perder algo por el camino. No obstante, la decisión final no corresponde nunca a técnico alguno, sino a los representantes políticos en las instituciones. Ya hemos hablado bastante en otros artículos del uso del arte y de la cultura como herramientas de pacificación y de cohesión sociales, de la concepción de la cultura como un espacio supuestamente a-politizado y des-clasado, o con la potencialidad de construirlo así.

En fin, podremos seguir a la cola de todos los indicadores y a la cabeza de las peores lacras sociales, pero a los canarios no les faltará cultura, aunque ni la quieran ni la pidan y, probablemente, no les haga falta. Al menos, tal y como se concibe desde las consejerías, viceconsejerías y concejalías de turno. Ya les digo, da igual que el alcalde de LPGC sea Cardona o Saavedra (póngase cualquier alcalde o alcaldesa de cualquier ciudad o pueblo de Canarias); da igual que en el Gobierno esté Paulino Rivero, Román Rodríguez, José Soria, Dulce Xerach o Juan Márquez: su concepción de la cultura es exactamente la misma e idéntico su dirigismo. El Gobierno decide qué es cultura, quién es artista, qué debe gustarle a la ciudadanía, y cómo se recompensa a los/as cooperadores/as necesarios/as.



Hay otro personaje canario singular, residente en Madrid, de cierto renombre y, sobre todo, ubicuidad, al que habría que dedicarle otra casa-museo, castillo o palacete en vida: Juan Cruz. Este mentor de almas literarias, sobre todo si son de la provincia de Santa Cruz de Tenerife, concita la aprobación generalizada de todo el mundillo (o mercado) de las Letras, al menos el que vocea en los medios de comunicación. No hay sarao literario de cierta importancia, no hay iniciativa cultural de algún vuelo, no hay talento poético-narrativo emergente que no goce, de algún modo u otro, con su participación o aprobación. Cando no está en ello, tiene a bien compartir por escrito su nostalgia edénica y sus recuerdos dorados de juventud periodística, por si a alguien le interesara. 

En esta ocasión, actúa de apoderado de Marcos Dosantos, autor de la colección de cuentos titulada Cuadernos del Subtrópico Norte. Lo hace mediante una introducción a medio camino entre el almíbar y el empalago, o quizá el camino esté de sobra completado, finalizando en una inmensa bola de algodón de azúcar. Sea como fuere, es bastante posible que Juan Cruz sea sincero en su apreciación sobre esta obra, lo que, en definitiva, nos sitúa ante un escenario dulcemente escalofriante. 

Digo esto porque, pese a Juan Cruz, Cuadernos del Subtrópico Norte (que no son cuadernos, sino uno solo lleno de cuartillas a veces a medio rellenar) es una obra evidentemente de autor primerizo en la que se aprecia a partes iguales entusiasmo y verborrea. Me hace recordar a la figura de un niño relamido y sabelotodo, ese que al principio nos hace gracia pero que a los cinco minutos queremos mandarlo a paseo por vía de urgencia. 

Aquí y allá, es cierto, hay alguna frase, algún diálogo, que sí da pistas de la posibilidad de un escritor, pero no es suficiente para sofocar el creciente tedio, y la consiguiente irritación, que embarga y oprime tras leer algunos de estos cuentos, a veces minicuentos, a veces yo qué sé. Es posible que haya algún relato que valga la pena, pero la mayoría son tan insustanciales que le quitan a uno las ganas de descubrirlo. Para elevar a categoría artística escenas de la vida cotidiana o hacer significativos momentos que, en principio, no lo parecen se precisa de un uso del lenguaje y de una hondura del pensamiento de los que carece, al menos de momento, Dosantos.

Así, nuestro autor de hoy a veces parece seguir la estrecha senda de Andrea Abreu que nos interna por el coloquialismo y el vulgarismo canario como seña de identidad, pero en otras ocasiones lo abandona y plantea un uso del lenguaje más estándar. Supongo que, como sostengo, la primera opción conduce a un callejón sin salida literario, y que la experimentación en la literatura canaria no debe consistir solo en la glorificación de la falta de matices del hablante corriente al expresarse. Al fin y al cabo, la literatura implica una estilización (o una profundización) del idioma y la transcripción del habla supone una limitación consciente de aquél. Puede tener valiosos efectos expresivos en determinados momentos, pero me resulta difícil imaginar una literatura basada en ella.


Soy conejera, pero mi abuela Candelaria me llamaba Gran Canaria porque "fuertes muslos tiene la niña pal fisco tetas". 

Fue el insulto más poético con el que crecí, eso se lo concedo. 

Sebosa, bocanegra, cachalote, y un sinfín de cumplidos no pedidos por cercanos y desconocidos fueron la banda sonora de mi crianza. 

Yo quería ser periodista, como mi primo Nauzet, pero las niñas de mi clase decidieron por consenso que sería la foca del Loro Parque pa mojar a los guiris con mis aletas. 

La peor era la Yésica, perfecta niña Profident cuando las monjas dominicanas entraban en la clase, pero tremenda hija de puta entre mates y plástica. Se me acercaba, me tiraba el estuche al suelo y me gritaba "agáchate si puedes, gorda jedionda". (Pág. 27, Manifiesto de la gorda jedionda) 


¿Qué papel juega el aguacate en el transfeminismo postcolonial? No lo sé, pero alguien debería poner el aguacate encima de la mesa. Poner el aguacate encima de la mesa como acto político-gastronómico. Política pop agroalimentaria. Andy Warhol en Masterchef - La Gomera machacando el mortero bajo la atenta mirada de doña Efigenia. 

¿Qué habría sido de la humanidad si quienes tomaban las grandes decisiones lo hubieran hecho después de haberse comido un aguacate? ¿Sería nuestro mundo más justo, menos desigual, más próspero? Tengo cero unidades de evidencia que respalden este dilema contrafáctico. También creo que todo el mundo está de acuerdo en que tengo razón. (Pág. 61, Elogio del aguacate)


-Me fascina tu cuerpo, tu olor, me atrapa tu feminidad mística -le decía Matías mientras le daba tímidos besos en el hombro y en el cuello. 

-Eres un encantador de serpientes. 

-Y tú eres mi cobra favorita -le suspiró al oído, antes de hacerle el amor por primera vez. Al principio fue muy delicado. Se dio cuenta de que Victoria era un animal herido. Pero algo en ella decidió que era el momento de entregarse. Y entonces la pasión la desbordó. Su dolor se unió con el placer y sus lágrimas se mezclaron con su piel hasta que el amanecer despidió la noche más corta de su vida. 

-¿Y qué pasó? ¿Qué fue de Matías? 

-Como en toda historia de amor verdadero, lo nuestro se acabó. Llevábamos dos años queriéndonos entregadamente y sin separarnos ni un momento. Recuerdo con especial cariño un viaje que hicimos juntos a Casablanca, donde yo tenía que resolver algunos asuntos y él se comportó como un auténtico galán. El tiempo fue pasando y la llama de la pasión, sencillamente se apagó. Fue una muerte natural. (Pág. 110, A cambio de chocolate) 


Frases hechas, expresiones manidas, tópicos anodinos del lenguaje aparecen aquí y allá, como otra muestra más de unas capacidades literarias aún por formar. También los relatos muestran una oscilación entre el apunte potencialmente interesante y la banalidad más exhibicionista. Falta desarrollo en los personajes y tensión en las escenas. Carencias que se intentan evitar mediante el recurso de una galería de imágenes descritas con supuesto ingenio y de la escritura de tramas breves. Dicho sea de paso, la eclosión de minicuentos, microrrelatos y de libros de aforismos me parece un síntoma revelador del panorama literario actual, en que el muchos/as quieren ser fenómenos de manera natural, como si fueran el producto más acabado del espíritu de los tiempos, pero sin molestarse demasiado.

Se corre, pues, el peligro de agostar aún antes de que llegue a su maduración la posibilidad de que un/a escritor/a cree algo digno de ser leído. En nada favorece a un autor bisoño que se califique su obra, todavía impúber, de "deslumbrante" o de cualquier otra majadería por el estilo. Si se quiere ser mentor, si se quiere ayudar, la crítica, aun inmisericorde, ayuda más al desarrollo del talento en ciernes que el elogio inmerecido, que solo contribuye a la autocomplacencia, a la consiguiente pereza y, finalmente, al entumecimiento de las facultades.



P.D. Una reseña en la que la poeta Elsa López nos insta a emocionarnos con esta obra, aquí. Otra, en la que Eduardo García Rojas nos dice que el autor "pisa fuerte", aquí.


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