viernes, 11 de diciembre de 2020

'Nuevos entrelazamientos', de Luis Junco

En un ritmo de producción sin par, henos aquí de nuevo, con el segundo artículo del Polillas de diciembre. Eso sí, sin manifiestos oceánico-isleños ni hipóstasis o fetichismos macaronésicos. Es lo que tiene ser simplemente un blog, y no un proyecto cultural de aspiraciones universalistas, pero, al fin y al cabo, de consecuencias quietistas. Lo bueno, quizá lo único, que tiene escribir reseñas de manera solitaria es que si transcurren dos semanas sin que se cuelgue un post, no ocurre nada. En cambio, si una revista digital no renueva contenidos casi a diario, mal asunto. Por no hablar del columnista de a diario, cuyo triste final es, tras una decena de artículos intentando fascinarnos con sus saberes de política de salón, acabar comentando la serie de televisión de moda o el último partido de su equipo de fútbol favorito.

En otro orden de cosas, un par de escritores canarios han hecho público el proyecto (no sabemos si por razones que tienen que ver con su particular idiosincrasia o simplemente porque les han convencido a macha martillo) de publicar en un libro sus artículos publicados en la prensa local en las últimas décadas, previendo que sería interesante para alguien. Es posible, no lo niego de manera tajante, que este rescate de hemeroteca suponga un hito importante en los estudios culturales o filológicos o periodísticos, y que sea libro de cabecera o de mesita de noche de nuestra intelectualidad local, si es que hay algo digno de ese nombre. Al menos, servirá para ponerle una rayita más al currículo de estos autores a la hora de pedir subvención a la concejalía o consejería de Cultura de turno.

En tercer lugar, no puedo evitar compartir con Vds. que detecto cierto elitismo intelectual, en especial entre los/las poetas y algún que otro escritor tardío por el que abominan del público lector que compra y lee poesía de cantautores o de influencers. Es decir, del público que no les compra a ellos/as. Incluso, hablan de "la masa", retrotrayéndonos a Ortega y Gasset y a toda esa nómina de autores empeñados en cantar las virtudes de una minoría ilustrada y en execrar a la mayoría ignorante, incluyéndose siempre, claro está, en la primera. Hay pocas cosas tan merecedoras de conmiseración que el ímprobo esfuerzo (¡que nunca tiene fin!) de algunos miembros de la pequeña burguesía o modesta clase media  por adquirir una pizca de la distinción que, por definición, solo posee, y solo concede, la minoría dominante. Lo llamativo, para mayor abundamiento, es que algunos se consideran de izquierdas o progresistas. Pero ya sabemos para qué sirve la autoadscripción ideológica en Sociología.

También se han concedido premios literarios aquí y allá, pero ya conocen mi opinión al respecto.




Vayamos a lo nuestro, la reseña de hoy: Nuevos entrelazamientos, de Luis Junco.

La impresión general que suscita la última novela de este autor es que impresiona tanto su arte de narrar como carga su metafísica cuántica. La necesidad que parece sentir Junco de subrayar los "entrelazamientos" y aparentes "casualidades", francamente, satura. En cambio, cuando logra olvidarse de ellas y se mete de lleno a contar o ficcionalizar sucesos históricos emerge un escritor de primera, como ya nos tiene acostumbrados en sus obras anteriores.

Es posible, no obstante, que ese empeño por hacernos maravillar por las aparentes causalidades vitales y entrecruzamientos genealógicos se deba a que, como escritor, a Luis Junco no le resulte suficiente con contar una historia (o varias), sino que necesita que lo narrado posea un sentido trascendente, en el sentido de que obedezca o pertenezca a un relato mayor y significativo. Mi intuición, y mi convicción en esta obra, es que la repetida explicitación no contribuye de manera positiva, sino lo contrario, a ejecutar de manera óptima tal proyecto literario. 

Así, pese a una lectura que por el excelente oficio de Junco es cautivadora, la impresión final es de dispersión, de cierta inconexión entre escenas. No dudo de que sobre el papel, en un esquema, en esa libreta de cuadritos y anillas cuya exhibición está de moda, esté todo atado y bien atado, pero para el lector resulta demasiado fragmentario. Quizá una visión de mayor amplitud que la mía pudiera corregir esta opinión. 

(...) Al cabo, le vi subiendo las escaleras del cadalso, seguido por dos oficiales. El verdugo ya estaba en su puesto, se había descubierto el bloque de madera y también el terrible instrumento de ejecución quedaba a los ojos del condenado. Este saludó a su verdugo con una cortesía que me pareció de otra realidad que no era la que yo estaba viviendo, y al tiempo que le daba una bolsa con monedas, intercambiaba con él unas palabras que no pude distinguir. Con la ayuda de los dos oficiales ayudantes se quitó el chaquetón, la peluca, y requirió el auxilio del propio verdugo para desanudar el cuello de la camisa. Después se arrodilló, colocó la cabeza en la hendidura del bloque y unió las manos para hacer una oración. (Pág. 51)

Ese "el más avanzado de los físicos modernos" al que se refería Enrique Hudson era sin duda Michael Faraday. Para este, el universo era un entrelazamiento intrincado de líneas de fuerza de todo tipo -eléctricas, magnéticas y seguramente otras aún desconocidas-. Los puntos en los que esas líneas se encontraban eran los puntos en los que percibimos la materia existente; sus átomos -hay que recordar que la estructura atómica como tal era en ese momento desconocida- eran solo los centros de esas fuerzas que se cruzaban en el espacio. Al ser afectadas, esas líneas de fuerza vibraban lateralmente y enviaban ondas de energía a lo largo de ellas, como ondulaciones a lo largo de una cuerda, a una velocidad muy rápida pero finita. La luz, sugirió, seguramente era una manifestación de esos movimientos ondulatorios. Esas vibraciones eran de las propias líneas de fuerza, no de supuestas sustancias como el éter, que se consideraba el medio a través del que se transmitía la luz. Faraday dudaba de que el éter existiera (Págs. 87-88)

Yo nunca había visto a personas de otra raza, milord. Aquellos hombres de largos cabellos, piel blanca y rojiza, de habla incomprensible y brusca me causaron un profundo espanto. Pensé que eran espíritus malignos, impresión que se acentuó cuando me llevaron a aquel monstruo de madera y arboladuras, un barco, el primero que veía en mi existencia, y que a mi entender se movía según la voluntad mágica de aquellos seres demoníacos. Pero sobre todas estas cosas, señor, el terror que me causaron derivaba del trato inhumano que desde el primer momento aplicaban a los esclavos negros que habíamos caído bajo su propiedad. Podréis fácilmente comprender, milord, la pena y angustia que padecí durante aquellos meses de mi esclavitud en África. La ausencia de los que más quería, la incertidumbre de no volver a verlos, en muchas ocasiones se me hacía insufrible. (Pág. 140)

No obstante lo anterior, es justo resaltar que cada una de la escenas es valiosa por sí misma, y que la notable impresión de los primeros Entrelazamientos se confirma en estos Nuevos entrelazamientos. Las andanzas de los rebeldes jacobitas, las de una esposa atribulada que rescata a su marido de una muerte segura o las aventuras y desventuras de un niño africano, entre otras, suscitan en este lector un añejo recuerdo a Stevenson o a Melville (sin el poso trágico de este último). Si hubiera que hacerle un reproche a esta novela, aparte de lo ya señalado, es que los personajes son un tanto planos, heroicos o malvados, sin apenas matices. Eso permite, claro, que la acción transcurra, digamos, limpia y rápida, con capacidad no desdeñable para conducirnos por donde el autor quiere, pero también que el relato adolezca de falta de profundidad moral. Siempre que esta se entienda como conocimiento íntimo de los personajes y no meros admonición o ensalzamiento.

Insisto en señalar que a pesar de mis objeciones, Luis Junco y este Nuevos entrelazamientos, están en un nivel superior a las novelas de otros/as autores mucho más conocidos/as, al menos a nivel local. El acceso a los medios de comunicación y el número de entrevistas no entabla una relación necesaria ni directa con la calidad de la obra literaria o artística. En este sentido, y salvo error por mi parte, Luis Junco no nos importuna de continuo en el espacio público, salvo su irregular participación en el blog de la editorial de la que forma parte, La Discreta. No hace falta que vuelva a nombrar a esa legión de afamados sin fundamento.

Concluyo: si han leído Entrelazamientos, le gustará Nuevos entrelazamientos, sin duda. Lo cual no obsta para que pudiéramos imaginar una novela más densa, tal vez más completa.







 

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