martes, 26 de marzo de 2024

Un futuro brillante

Creo que no voy a sorprenderles si les digo que en un rapto de emoción, considerablemente semejante al que debió de sentir Paris, de ascendencia troyana, cuando sus ojos repararon por primera vez en Helena, decidí adquirir La ciencia en cuestión, de Antonio Diéguez; Trilogía sucia de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez; Fuego persa, de Tom Holland y, finalmente, en un único volumen, Apología, Banquete y Recuerdos de Sócrates, de Jenofonte. 


                                                        


Quizá el súbito festejo que supone este cuarteto se deba a la conjunción de una puerta entreabierta, una mesa de reuniones y una ventana sin cortinas, no por ingeniosa yuxtaposición, sino por la conformación de un entorno que no por consuetudinario es menos estimulador de búsquedas intelectuales. También es posible que la llegada del primer libro se debiera a la reseña de Fernando Broncano (¿qué desierto de lecturas nos quedaría sin él?); del segundo, a una entrevista en JotDown leída en diagonal y nunca terminada; del tercero, al recuerdo, ya otoñal, de Rubicón, del mismo autor; y, del cuarto, la frecuencia con que las frases de Jenofonte aparecen en los ejercicios de traducción de griego clásico, cuyo desenlace más previsible, profetizo, consistirá en una hernia inguinal y no la delectación en los acentos ásperos o en las particularidades del aoristo de los verbos atemáticos.

Tampoco debería obviar que reposa sobre la mesa (sin rozamiento, pues no hay movimiento) una colección de relatos que lleva el título de Sobre una tumba, una rumba, de Alberto Linares.



De los anteriores, me temo que he picoteado de todos -como un niño con demasiados juguetes- excepto del que quizá pudiera despertar más interés para Vds., tratándose este de un blog de -hasta ahora- crítica de ficción. Es decir, de este último. Prometo informar porque llegará el momento en que, como Heraclio ante los persas, me levante del lecho, súbitamente enardecido, y actúe.

En otro orden de cosas, ha sido reveladora la noticia del déficit de la Sociedad de Promoción de la capital grancanaria, pues le han dado dos meses de vacaciones al gerente para, ¡en su ausencia!, auditar las cuentas. Supongo que estas cosas ocurrirán también en la concejalía de parques y jardines o en la de alumbrado y limpieza, pero le encuentro una gracia particular en que sea en el área de la culturita. No solo surgen sobrecostes por doquier, sino que no se paga a los/las "artistas, promotoras y compañías". La próxima vez que vayan gratis a algún evento pagado o subvencionado por el ayuntamiento recuerden que la gratuidad se paga con los impuestos de la ciudadanía. Entiendo que los actos culturales no se sufragan solo con la venta de entradas, y si queremos -que podemos no quererlo- que determinadas manifestaciones culturales lleguen a todos y no solo a nuestros patricios hace falta pagarlas con dinero del erario. Otra cosa es que la revelación de estos desfases millonarios muestre no solo descontrol, sino arbitrariedad, y, también, falta de juicio

A este respecto, en otra sociedad, quizá en otro planeta, esta situación suscitaría un debate acerca del gasto público en las actividades culturales (o relacionadas, de ese modo laxo habitual, con la cultura), tal vez, acerca del mismo concepto de cultura, y de por qué debería la ciudadanía en general sufragar la diversión de unos cuantos/as, por qué el entretenimiento merece ser tomado en cuenta a la hora de elaborar los presupuestos públicos. También, acerca de qué actividades artístico-culturales deberían ser fomentadas y por qué. En nuestra sociedad, en nuestro minúsculo entorno, todo lo decide el político a cargo del presupuesto y los especialistas en la práctica del cabildeo. A los demás, sólo nos queda consumir si algo es de nuestro gusto.

Lo mismo podría decirse de la televisión pública canaria, sin ir más lejos, entre cuyos principios fundacionales figura el del "entretenimiento", lo que me deja perplejo, pues uno pensaría que del propio entretenimiento ya se ocupa uno con mejor o peor fortuna y habilidad. Todo un canal público lleno de grandes profesionales y, sin que resulte una contradicción, de programas lamentables, muchos de los cuales producen vergüenza. Lo que lleva a pensar acerca de la verdadera razón de la creación de una televisión pública tal y como está concebida y acerca de la necesidad de que continúe existiendo. 

Ya digo, debates que no surgen acerca de asuntos del espacio público, lo que parece una característica del abúlico ecosistema canario, de esta tierra que va destino de convertirse en un soleado barrio de vivienda turística. Eso si antes el cambio climático no nos manda al exilio con lo puesto.


2 comentarios:

  1. Una vez leí el de Pedro Juan. Eleva a un grado superlativo eso de "novela sucia". La imagen habanera queda bastante derrengada. Pero fue una lectura ágil, simpática, muy entretenida aunque a veces tuvieras que hacer una mueca de asco. ¿Un poco exagerada tal vez? Si es no, ...uf.

    ResponderEliminar