sábado, 13 de abril de 2024

Rumores, rumores

El blog, en esta fase en la que llevo incurso desde hace unos meses, ha recibido (algo que me resulta sorprendente) gran aceptación, según las estadísticas de la página, tanto de visitas reales como, sobre todo, de los bots que provienen de países harto exóticos. Además, como epifenómeno, este alejamiento de la mundanidad me ha generado gran sosiego. Compartir con Vds. mis lecturas y adquisiciones permiten, además, un potencial campo común de experiencias nada desdeñable con quienes han leído ya lo que indico o piensan leerlo en el futuro, aunque sea mero pensamiento desiderativo.

Dicho lo cual, los libros que acabo de recoger de la librería son los siguientes:

-La invención de la tradición, de Eric Hobsbawm.

-Anábasis, de Jenofonte.

-El capitalismo ha muerto, de Wark Mackenzie.

-Intelectos colectivos, de Wark Mackenzie.

-Los empleados, de Siegfried Kracauer.






Aténganse a la certeza de que no dejarán de aparecer los títulos clásicos de la Antigüedad, ya sea por la personal sensación de cumplir con algo pendiente como por puro afán adquisitivo-coleccionista.

Grandes ambiciones acompañan a grandes hombres. Es por eso por lo que tengo las mías bien sujetas, sin perderlas de vista. Estoy echando también un ojo a Mark Fisher, por ser de referencia intelectual izquierdista, claro, y porque han salido recién editadas sus lecciones en la universidad (a la sazón, nunca me verán buscando en The Objective, digamos, inspiración para nada). Y ya tengo unos cuantos títulos más a la espera.

A este respecto, no puedo evitar expresar la imponente sensación que me ha producido la lectura del primer tomo de El Capital: impresionante en análisis y estilo. Y no me vengan con lo de "soy marxista, pero de Groucho", porque eso ha dejado de ser gracioso desde antes que nacieran.

Sigo leyendo cada noche una ración de la Trilogía sucia de La Habana. No me causa gran trabajo porque, dejando de lado que es tremendamente amena, está constituida por escenas de pocas páginas, a veces relacionadas entre sí; otras, no. Debe de ser un lugar común compararla con la obra de Bukowski, por el tipo de situaciones que describe y el lenguaje crudo, con explícitas referencias sexuales y escatológicas. Dicho esto, el escritor, Pedro Juan Gutiérrez afirma en una entrevista que no había leído al estadounidense cuando escribió Trilogía y que le molesta la comparación. Lo que me parece bien. Sólo añado que recuerdo gratamente a Bukowski, en especial los relatos de Música de cañerías. Lo bueno del bueno de Pedro Juan Gutiérrez es que su mundo cubano y habanero me resulta más cercano (por muy diferente que sea, no obstante, que el mío) que el de Bukowski. O que el de Carver. O que el de Salinger, etc.

Asimismo, he leído por ahí que se le acusa de ser complaciente con el régimen cubano. A mí no me parece que la descripción que hace de la Cuba de la Trilogía (años 90, tras el derrumbe de la Unión Soviética, crisis de los balseros, etc.) sea complaciente, sino todo lo contrario: una sociedad hecha pedazos donde las opciones vitales más esperanzadoras sean tirarse al mar o prostituirse no son, en principio, las mejores formas de elogiar a un régimen. 

Por otro lado, y no menos importante, circula un rumor que afirma que me estoy volviendo demasiado amable en estos artículos. Lo cierto es que, debido a mi intensa actividad intelectual ("Estaba el otro día leyendo a Aristóteles cuando... Traducía a Jenofonte cuando..."), no tengo tiempo para la lectura a la que los había acostumbrado a Vds. de la literatura reptante local, ni para los/las reseñadores/as amorosos/as de ocasión o para seguir insistiendo en lo lamentable que me parece la práctica de currar gratis para los medios de comunicación. A cambio, he optado, en estos meses, en mantenerles al tanto, por si fuera de su interés, de mis lecturas (y proyectos de lecturas) y de alguna ocurrencia que otra. Quizá eso es lo que pueda denominarse ser amable

De todos modos, para no serlo tanto, confieso que nada de lo publicado de literatura canaria en los últimos meses me ha llamado la atención como para gastarme los cuartos en ella, a excepción de Barrio Chino, de Jesús Rodríguez Castellano, cuyos escasos comentarios en Facebook, en especial los que se refieren a su grupo de lectura, suelo disfrutar (no se prodiga mucho, es verdad). Pero, ya saben, estoy en una de esas épocas, y me temo que ahora mismo no soy demasiado buen lector de ficción: tal vez demasiado impaciente. Además, si han leído los últimos artículos, sabrán que, en potencia, buenas lecturas no me faltan de otros ámbitos.

En fin, no prometo nada, pero cuando acabe el curso, después de mayo, tengo la intención de retomar aquella mala costumbre, si antes no estamos todos inmersos en alguna tragedia horripilante.

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