En coherencia con lo que manifesté en el pasado artículo, comparto con Vds. mis lecturas, ya sea terminadas, a medias o de reojo. Por ejemplo, he concluido La ira azul, de Pablo Batalla y Colaboracionistas, de David Alegre. Avanzo, con gesto alegre y firme el ademán, con la lectura de El Capital, viendo cómo los empresarios ingleses del siglo XIX utilizaban la palabra libertad de modo muy parecido a nuestras neoliberales madrileñas del siglo XXI, como cuando aquellos expresaban su oposición a la reducción de la jornada laboral a 12 o 10 horas o a la limitación de edad para contratar niños con el concepto de "libertad de trabajar". Libertad, siempre. A costa de los demás, también siempre.
Volviendo a La ira azul, el ensayo nos muestra la ambigüedad -o amplitud- del término revolución, concepto que puede aplicarse, claro está, a los movimientos epocales tanto desde la izquierda ideológica como de la derecha, tanto de la revolución como de la reacción. También, cómo es preciso no caer en absolutismos ideológicos rígidos y prefijados, sino, tal y como señala también, Karl Honneth en La idea del socialismo, recoger en el seno de la izquierda todas las propuestas emancipadoras sin renunciar a las identitarias o culturales en esa dirección. Señala Batalla la necesidad de apreciar en el seno de las revueltas antiilustradas, en especial por la parte plebeya, el temor al advenimiento de un orden aun más opresivo que el anterior, de reconocer los síntomas de un futuro ominoso aunque podamos renegar de las soluciones o del sistema político-económico vigente hasta ese momento. Es en este sentido, el de los movimientos de izquierda como movimientos "conservadores", el que se subraya, aquella palanca de freno de la que hablaba Walter Benjamin o, con otras palabras, Chesterton, desde una perspectiva diferente.
Con Colaboracionistas se nos despliega una casuística europea de fascistas y nazis en los países conquistados por el III Reich: cómo los grupos ideológicos afines en, sobre todo, Bélgica, Holanda, Suecia, Noruega y Francia (también Suecia, aunque no fuera ocupada), colaboraron de modo activo con los nazis, tanto por compartir el mismo credo político como por razones de promoción política interior y personal. Es impresionante la cantidad de bibliografía del autor (es el desarrollo y ampliación de su tesis doctoral) y muestra un panorama general de aquellas sociedades que se debatían entre su conservadurismo anticomunista y antisoviético (al menos entre las clases medias y las élites) y su rechazo a la ocupación de su país, rechazo que fue creciendo conforme se veía que Alemania estaba perdiendo la guerra.
Asimismo, me resulta más que notable el libro de la filósofa Clara Serra El sentido de consentir, en el que argumenta la deriva feminista de corte punitivo que implica el concepto del consentimiento a la hora de permitir o no el acercamiento sexual y la legislación basada en aquél. Ni todos los feminismos son iguales, ni todos están de acuerdo en sus enfoques, muchos de los cuales acaban haciendo el juego a la ideología opresora a la que pretenden hacer frente. Uno puede estar de acuerdo en todo o en parte con esta filósofa, pero el encadenamiento de argumentos de Serra hace de este libro un excelente material para reflexionar acerca de los no es no y de los sí es sí.
También, he comenzado a releer el clásico de la antropología económica de Karl Polanyi, La gran transformación, uno de esos famosos imprescindibles para cualquier conversación sobre el liberalismo económico, el neoliberalismo, etc., en particular sobre las consecuencias deletéreas de un mercado autorregulado para la sociedad que lo alberga y el subsiguiente movimiento de defensa de esta. No se lo pierdan, de verdad. Hasta hace poco era imposible de encontrar, por lo que agradezco de veras esta nueva edición.
En otro orden de cosas, tenemos que un escritor con vocación de martillo de wokes como Armas Marcelo se permite lanzar una larga sarta de improperios a todo lo progre que se mueva a cuenta de un libro que no ha leído: la combinación chaise-longue y batín a cuadros suele acabar dando como resultado la negligencia intelectual más bochornosa. Asimismo, ya a nivel local, puede uno leer a un académico como Maximiano Trapero escribiendo acerca de las pinturas de un amigo suyo ya jubilado en el cuadernillo cultural de Prensa Ibérica en las Islas. Que podría haberle elogiado sólo en privado es una decisión que pasó por alto. Así las cosas, escribió una tontería supina que, probablemente, a cualquiera que no fuera él le costaría semanas de convalecencia.
¡Qué vamos a hacer! Son parte de nuestra intelligentsia patria; la experiencia y la sabiduría acumuladas durante décadas que cristalizan en estas luminarias de la mera opinión. No se preocupen, si no estuvieran ellas, tenemos unas cuantas calentando en la banda. A mí se me ocurren unos cuantos nombres. A Vds., también.
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