En mi caso, esos estrechos caminos están pavimentados, además de con buenas intenciones, con libros, con el legado cognitivo y a veces estético que otros seres humanos -los imagino también en la oscuridad, apenas iluminados por un fanal anacrónico- se esforzaron por dejarnos. Es por eso por lo que la creación humana en muchas de sus vertientes es admirable -evito nombrar aquí los monumentos a la iniquidad-. Nos sacan de nuestro quicio, de la conformidad enraizada en la impotencia y en la ignorancia, y a veces nos empujan a salir de nosotros mismos, a descentrarnos. No siempre somos tan detestables como solemos demostrar a diario.
Por algo nos sentimos atraídos por el arte, como descubrimiento, y por los avances científicos y sociales: la apertura hacia lo nuevo, el develamiento de lo oculto, la transformación de uno/a mismo/a como resultado, a pesar de nuestras miserias personales y como especie.
En fin, todo lo anterior es más un torpe canto a la esperanza que la constatación de un pesimismo siempre disponible.
Este es un libro cuya lectura surge como recomendación de un lector habitual de este blog (y también reseñador por un breve periodo). Lo cierto es que, quizá por el tráfago de aquellos días, tras unas pocas páginas lo abandoné. Tiempo después, y sin que ninguna motivación especial me animara a ello, volví a su lectura. ¿Qué había cambiado en ese tiempo? Quizá cierta pausa.
Esa pausa es necesaria para leer Días de paso. Salvando las distancias, en ciertos momentos nos recuerda esas lecturas silvestres de Thoreau o cosmológicas de Stapledon en las que uno entra reticente y sale ungido. Hay una trama, sin duda, pero creo que uno de los valores de la novela radica en la capacidad de expresar sin cursilería el lirismo que la naturaleza (el mar, el bosque) de Gran Canaria hace aflorar en el narrador. El autor logra transmitir sin pretenciosidad un panteísmo convincente, personaje mediante, con un vocabulario ajustado, sin sumirse en términos demasiado técnicos que pudieran alejar al lector ignorante, como yo mismo, en materias geobotánicas.
La obra comienza con el descubrimiento de un diario en una casa: la técnica del manuscrito encontrado. Es el diario de un botánico que en los años de la ocupación francesa a principios del siglo XIX tiene la intención de viajar a La Habana y se ve obligado a recalar en Gran Canaria, en el imaginado pueblo de Lucena (aunque existe un caserío llamado así en el municipio de Gáldar), mientras en la vecina isla de Tenerife se ha desatado un episodio de fiebre amarilla que tiene a la isla en cuarentena. Allí, en Lucena, permanece alrededor de un año.
Como si el autor estuviera cada vez más seguro de sí mismo, de su capacidad para crear este mundo mitad imaginado, mitad real, de Lucena y sus alrededores, la novela va desplegándose lenta pero firmemente. Además de la geografía isleña, descrita con algo más que entusiasmo, Éstevez se centra en mostrar la posibilidad de la amistad, en subrayar la latencia de fraternidad entre desconocidos. Pero sin almíbares empalagosos ni con la filosofía pretenciosa de tanto escritor ensimismado, sino con sencillez, sabiendo, simplemente, elegir bien las palabras y la cadencia de las frases.
Pero es en el fondo de los valles, en las alargadas hondonadas donde se extiende el reino de la umbría, donde crecen los árboles más espléndidos de todo el bosque, donde cada ejemplar irradia tal majestad y solemnidad, tal porte y altura que entremezclados con la bruma ofrecen una atmósfera irreal. Fue en este punto donde al unísono descendimos de nuestras monturas. Nadie nos obligó y nadie lo propuso, pero de una manera natural entendimos que nuestro comportamiento a partir de ese punto tendría que ser igual de respetuoso que si estuviésemos dentro de una catedral. Y no es un ejemplo caprichoso pues es este bosque un inmenso templo pagano que parece no haber visitado nunca el tiempo. Y de la misma manera, se impuso entre nosotros un silencio absoluto solo interrumpido por el bisbiseo del arroyo, de las fuentes, que aquí no callan nunca, por el aleteo revelador de las palomas y el silbido constante de otros pájaros y del viento que sacudía con timidez las copas altas de los árboles. Aquí, en las vaguadas más profundas, las nieblas se remansan y como si de un mar dócil se tratara, bañan el bosque durante todo el año creando un ambiente de humedad tan extrema que la vegetación permanece empapada incluso en el estío. Hay tal serenidad dentro del bosque que uno aseguraría que la vida, bajo estas sombras, se sucede sin drama alguno. (pág. 87)
Desde la solana de la casa, en un pequeño banco de madera adosado a la misma, esperamos sentados ambos la llegada de la noche en silencio, observando como (sic) la niebla se acerca, ocultando los valles profundos y dejando en resaltes los lomos que ahora se aparecen ante nuestros ojos como pequeños islotes que sobresalen sobre el mar de nubes. Las nieblas ascienden e inciden sobre las crestas. El interior del bosque, siempre tan atractivo, gotea con persistencia y es aún más sugestivo cuando permanece envuelto por el tenue velo de la niebla. Es un privilegio observar esta naturaleza majestuosa, disfrutar estos espacios donde el espíritu se recrea y se alimenta del silencio y las sensaciones que emanan del paisaje, del aire, de los árboles. (pág. 90)
He vuelto esta tarde al jardín, a ver el drago. La visión de este árbol mítico y místico me consoló por el fracaso del ascenso al pico. He buscado la perspectiva que más me gusta y he grabado en mi cuadernillo un retrato detallado del mismo. Al finalizar, he imitado a Mateo y le he dado unos golpes fraternales a su tronco, a modo de despedida. Luego, he vuelto al lugar donde había hecho el dibujo, he escogido el cuadernillo y los lápices y me he marchado con una agradable sensación de felicidad. Deberíamos vivir como viven estos árboles prodigiosos: mereciéndonos la eternidad. (pág. 108)
Un poco más adelante, la novela se embarca en una descripción cuasi camusiana sobre los estragos de la peste en el pueblo y las miserias y grandezas humanas frente a ella, mientras un cometa (signo de desgracias, como es bien sabido) surca las noches. Llama la atención, sin embargo, que salvo algún personaje femenino levemente esbozado, las mujeres son casi invisibles, lo que no deja de llamar la atención. No es que pretenda decir que tenga que existir paridad alguna en la elección de personajes por parte de un/a novelista, pero resulta raro que en la interacción del personaje con la población, apenas se perfile alguna mujer o niña.
No obstante, al igual que en otras reseñas he subrayado que, a pesar de la ocasional idea brillante o la invención de una trama original, lo que fallaba, en ocasiones de modo muy lamentable, era el tono (falso, impostado, pretencioso, etc.), aquí he de decir que el autor consigue que suene verdadero, entendiendo por ello la adecuación de la historia con el estilo, de la conciencia del personaje con la expresión de sus pensamientos, más allá de que nos encontremos un adverbio mal usado por aquí, un solecismo por allá o nos asalte la sospecha de que alguna palabra es demasiado moderna para la época en la que se sitúa la novela. Poca cosa.
En todo caso, lo que debe resultarles evidente a tenor de lo que llevo escrito, no esperen ningún experimento posmoderno-metaliterario ni nada parecido. Dado que es un diario, la novela es un relato en primera persona de las impresiones y vicisitudes del protagonista, sin más. A veces, como aquí, este tipo de relato clásico resulta más que suficiente. Una historia así de bien contada y un más que correcto despliegue de reflexiones de corte moral no es algo tan habitual por estos pagos, así que celebrémoslo.
https://www.ivoox.com/javier-estevez-autor-novela-dias-de-audios-mp3_rf_3072575_1.html
ResponderEliminarHay que añadir que al menos una de esas presentaciones de las que se habla al final de la entrevista corrió a cargo del ubicuo Santiago Gil. Dato que a buen seguro interesará a sus fans.
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ResponderEliminarHola. Soy Javier Estévez. Llego tarde a este blog, pero llego. Gracias. Muchas gracias.
ResponderEliminar¡Bienvenido, Javier!
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