Dado que es agosto y que, como todo el mundo sabe, no es época de lecturas sesudas y complicadas sino ligeras y frescas (lo mismo ocurre en los medios de comunicación, que rivalizan por traer a sus redacciones las noticias más pintorescas e insignificantes), opté por dedicarme de lleno a la novela de Harlan Coben Motivo de ruptura (traducción de Xavier Llobet), la primera de una larga saga (once hasta hoy) en la que el protagonismo recae en un tal Myron Bolitar, agente de deportistas a tiempo parcial e investigador privado casi todo el rato restante. Esta primera novela data de 1995 y la última, según leo en la Wikipedia, es de 2016. Puede deducirse que el escritor ha disfrutado de las mieles del éxito lector, al menos en su país. Además, se han hecho series de televisión basadas en su obra.
Yendo al grano: literariamente, la novela no vale nada. Es la enésima repetición de los esquemas conocidos en la novela policiaca/negra, en esta ocasión con la variante de introducirnos en el más o menos glamouroso mundillo del deporte de alto nivel. Hay un protagonista principal de afilado verbo, con impresionantes virtudes físicas y mentales; tiene un amigo que es aún más listo y más impresionante, y, lo más importante, con clase, que hace las veces de Deus ex machina cuando conviene. También hay una historia de amor secundaria con una mujer que le rompió el corazón unos años ha, etc. Son clichés dentro de un gran cliché, sin duda.
Otro asunto es el punto de vista: al principio es el habitual de la tercera persona del singular, exterior al personaje, e indirecto libre. Parecería que sería un narrador limitado a lo que ve el protagonista, pero en un par de ocasiones, el autor considera necesario contarnos las sensaciones y pensamientos de otros personajes secundarios, lo que extraña un poco. Nos da la información parcial de un solo personaje, pero ¿por qué no nos las da de todos? ¿Por qué sólo de algunos y por qué sólo en esos momentos concretos? Hay algo de trampa, de manipulación algo basta, quizá por falta de pericia, en esas episódicas alternancias sin demasiada justificación.
Sin embargo, la novela funciona como producto de consumo de manera extraordinaria ¿Por qué digo esto? Los diálogos de intercambios verbales cortos y rotundos, a veces ingeniosos, a veces exagerados, el diseño del argumento, los vaivenes y complicaciones de la trama y el ritmo de la narración contribuyen a cincelar una novela que se lee sin cansar, con un punto notable de divertimento y satisfacción que a veces echo de menos en novelas más serias. Baste decir que la leí en unas escasas horas, casi de corrido, con gran placer e interés.
Es quizá por esto por lo que el llamado género negro o el policiaco o el detectivesco, en sus diversas solapamientos, son tan socorridos, y, en especial, por autores primerizos. Son géneros muy esquematizados, con una panoplia de personajes, situaciones y argumentos repetidos hasta la extenuación, tanto en la literatura como en el cine o en las series de televisión. Literatura de fórmula. Casi no hay que tener imaginación, o no demasiada, lo que no viene mal, en especial si el escritor o escritora no cuenta con demasiado talento.
No obstante, no toda la literatura de masas es despreciable por ser un mero producto industrial. Como material de relajación y distensión, productos como este suponen una suerte de vacaciones del intelecto que no vienen mal de vez en cuando, y aquí parafraseo a Umberto Eco en Apocalípticos e integrados. El error sería considerarla como modelo o referencia literaria, o como única literatura posible o deseable. ¿Por qué? En este caso, la respuesta es sencilla: no innova en ningún sentido, ni lingüista, ni estilística ni narrativamente; y está cargada de tópicos. Además, es elitista ("Aquel barrio apestaba a clase media", piensa el protagonista en cierto momento) y conservadora, aunque haya algún discreto reproche a la discriminación étnica.
A esta conclusión se llega cuando uno se da cuenta de que, pese a la corrupción en el mundo de los deportes y de las instituciones públicas, pese al poder del hampa, pese a que se nos muestra parte del submundo de la prostitución y de la pornografía, jamás se desliza una crítica sistémica: todo está bien, son las personas las que son malas. Estas personas se tratan a golpes, físicos y verbales. Nunca se gana "por la coacción sin coacciones del mejor argumento", como diría Habermas, sino por la coacción de la violencia, del músculo o de la pistola. A veces, la astucia también desempeña su papel como complemento a los anteriores.
Myron cogió al tipo por el cogote y le endiñó un codazo en la nuez que estuvo a punto de aplastarle la tráquea. El hombre hizo un ruido gorgoteante de asfixia y dolor y luego calló. Myron lo acompañó con un golpe con la parte estrecha de la mano contra el cogote, justo por debajo del cráneo, que hizo que el hombretón se desplomara al suelo como un saco de arena.
-¡De acuerdo, ya basta!
El tipo del sombrero de ala curva dio un paso hacia delante apuntando una pistola contra el pecho de Myron.
-Apártate de él. ¡Vamos!
Myron le echó una mirada rápida y dijo:
-¿Ese sombrero es de verdad?
-¡He dicho que te apartes!
-Muy bien, muy bien, me aparto.
-No hacía falta que hicieras eso -le amonestó el hombre más bajo casi con pena-, sólo estaba haciendo su trabajo.
-Un joven incomprendido -añadió Myron-. Ahora me siento fatal.
-Limítate a no acercarte a Chaz Landreaux, ¿de acuerdo?
-No, no estoy de acuerdo. Dile a Roy O'Connor que no estoy de acuerdo.
-Oye, que a mí no me pagan para dar una respuesta. Yo sólo doy el mensaje. (Pág. 21)
Ver a Aaron fue como pasar por el túnel del tiempo. Seguía siendo tan inmenso como Myron lo recordaba, tan grande como un armario ropero. Iba vestido con un traje blanco perfectamente planchado, pero no llevaba camisa, lo que dejaba ver gran parte de sus pectorales bronceados. Tampoco llevaba calcetines. Iba bien peinado y con el pelo hacia atrás al estilo de Pat Riley, el famoso entrenador de la NBA. Andaba con aire despreocupado. Llevaba gafas de sol de diseño y colonia también de diseño que olía sospechosamente a repelente de insectos. Aaron era la viva imagen de la palabra "superelegancia". Sólo tenías que preguntárselo y el mismo te lo diría.
-Me alegro de verte, Myron -dijo con una amplia sonrisa.
Los dos se estrecharon la mano. Myron no se la apretó porque ya era un poco mayorcito para eso. Y también porque lo mas probable era que Aaron pudiera apretársela más fuerte.
-Siéntate.
-Fenomenal.
Aaron convirtió aquel momento en todo un espectáculo, pues extendió los brazos de golpe como si llevara una capa y luego se quitó las gafas de sol haciendo chasquear las varillas.
-Me gusta tu despacho -dijo-. Es realmente impresionante.
-Gracias.
-Es un despacho impresionante y además tienes una vista impresionante.
La palabra clave parecía ser "impresionante".
-¿Estás buscando un despacho de alquiler?
Aaron rió (sic) como si hubiera sido el mejor chiste que hubiera oído nunca.
-No -contestó-. No me gusta pasarme el día encerrado en un despacho. No va conmigo. A mí me gusta la libertad. me gusta ir por libre, en la calle. No disfrutaría estando encadenado a una mesa.
-Vaya, eso es fascinante, Aaron. De veras.
El tipo volvió a reír.
-Ay, Myron, no has cambiado nada. Y me alegro de que sea así. (Págs. 128-129)
Ignoro cómo se habrán desarrollado o evolucionado los argumentos y la moralidad de los personajes en las siguientes novelas de esta serie del personaje Myron Bolitar, si es que esto ha sucedido, pero la conclusión a la que llego es que este escritor (me atrevería a pensar que sin quererlo) nos revela una concepción del mundo testosterónica, de todos contra todos, dentro de una sociedad civil deshilachada y salvaje sin otra esperanza que la acción individual. Que los personajes cuenten con amigos o aliados no le resta un ápice de desesperanza a esta visión de conjunto, aunque Coben, es probable, sólo pretendiera entretener.
P.D. Me he encontrado esta entrevista por ahí, por si interesa.
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