Existe un peligro para el que todos/as los/as amantes de la literatura deberían de estar apercibidos: los aforismos. Pueden venir solos, o como la degradación natural del cuento ultracorto o microrrelato. También puede llamárseles machangadas aunque alguno de ellos tenga su golpe de efecto. Hay que odiar a Monterroso, es evidente, pero con todas las fuerzas, no con el remante vespertino después de la explotación de un día de trabajo. No, hay que odiarlo por la mañana, bien temprano.
Es curioso como ha proliferado, y parece que esa tendencia no va a disminuir, el género, por llamarlo así, del aforismo. Esas frases cortas, sentenciosas, apodícticas, tan pretenciosas como inútiles. Además, esa manía no solo existe como producto acabado y separado, es decir, como un volumen de aforismos, sino que recorre, más bien pulula por páginas novelescas, hasta un punto que estas parecerían infestadas por un hormiguero enloquecido
Me parece imaginarme ese escritor (o escritora), no sé, digamos de Telde o de La Laguna, con su sombrero de paja, su máquina de escribir en un rincón, su libreta de notas, tal vez una pluma, una reproducción de un cuadro de Antonio López y una estantería en la que cohabitan en heteróclita sucesión los clásicos de ayer y de hoy; en resumen, todo el atrezzo y el disfraz correspondiente a la de sacerdote de las letras (aunque su secta se componga de él mismo y de nadie más) concentrado sobre la hoja de papel o ante la pantalla del ordenador. Sobre su cabeza, una lámpara que emite una luz amarillenta que más confunde que alumbra. Pero eso son minucias, así que sigamos. El escritor, tal vez autor, está decidido a escribir genialidades, esas que intuye cuando está a punto de quedarse dormido: grandes tragedias, quizá (no, eso de hablar de los grandes personajes se le queda muy lejos); mejor, conmovedores dramas humanos que hablen sobre la vacuidad del ser y de la chaflamejada de la masa aborregada que compra libros de poemas que no son los suyos: "¡Masa, masa, incultos asquerosos, infantes descerebrados, ah, ah!", piensa mientras flexiona sus muñecas, se prepara para el aporreo sobre las teclas, oh, sutil danza digital, ballet de las musas, con sus dedos gordezuelos, o delgados, qué más da.
Escribe una frase, piensa, luego escribe otra, un párrafo. Al rato, ha escrito un par de páginas, pero se le ha acabado el resuello. Las lee y relee, se enamora de ellas, sonríe embelesado, sueña en la gran novela española del siglo XXI, la suya, que podría quizá superar (tal vez sea mucho imaginar) a Ordesa. Nuestro escritor refunfuña porque aunque ahora es antisistema, a menudo se plantea en su interior interesantes dilemas éticos sobre aceptar o no premios. Secretamente, él (ella) lo que más desea es el reconocimiento, salir en la tele, si no en ese programa de La 2, cualquiera de la autonómica le sirve. Mientras, abjura de los medios de comunicación, de las instituciones públicas y de los demás escritores/as que no hayan elogiado sus poemas.
Al día siguiente, tras pasarse la tarde anterior leyendo, o, tal vez, viendo Netflix (qué puede haber más inspirador que una plataforma repleta de historias?) retoma su historia, pero no puede soportarla: sus ocurrencias, los diálogos, la idea misma: todo suena impostado, falso y banal. Es el enésimo fracaso. ¿Qué va a hacer con su vida? ¿Trabajar de lo mismo (maestro, funcionario, abogado, obrero siderometalúrgico, empleado de banca, médico, etc.) el resto de la existencia? Oh, Dios...
No obstante, los amigos le alaban mucho las cosas que escribe, y cuando decide aparecer en Facebook obtiene asegurado muchos likes y corazoncitos. ¿Qué es lo que falla? Quizá es que no domina el género. los poemas, en cambio, se le daban más o menos bien: una vez ganó un premio municipal (que aceptó, la verdad, muy contento) y adquirió algo de fama entre los pares del reino. Pero está cansado de escribir siempre de lo mismo: la soledad, el desamor, el sexo, las calles de Madrid/La Laguna/Telde, etc. Escribió también unos cuentitos, los autoeditó y se vendieron bien. Al menos, no perdió dinero, lo que ya es bastante. Gustaron mucho, según deudos y allegados. Pero ningún periodista cultural se ha fijado en ellos, ¿tendría que llamar a X, que conoce a F. a ver si le hacen una entrevista? ¿Una reseña elogiosa? Hay que explorar esa posibilidad, los medios son terribles, son EL MAL, pero hay que transigir de vez en cuando, uno no puede convertirse en un héroe cotidiano... ¿Cómo, un "héroe cotidiano"? Qué bien, eso da para algo.
¿Y si escribiera frases cortas, como versos de un poema pero sin que sean un poema? ¿Cómo se llama eso? Ah, sí, AFORISMOS.
"Un héroe cotidiano se descalza en presencia de Nadie". Mmm, esa referencia a la Odisea está muy bien traída. No sabe aún que significa, pero puede significar. Sigamos, pensemos, tú puedes, se dice, ya hay gente más joven que yo haciéndose un nombre, pero esto pinta bien:
"La vida es como un pantalla de ordenador". Mmm, le falta algo, mejor: "La vida es una animación de ordenador". Está floja la cosa. A ver: "Su corazón latía como una CPU sin actualizar"...
Sigamos:
"Su mano era un globo sin aire en su interior", "Una casa es un perchero del que colgamos la vida", " Una sonrisa es una sanguijuela del otro", "El prójimo no tiene por qué ser Jeremías, ni falta que me importa", "Sus zapatos eran el furgón blindado de mi fetichismo", "Una testa capitalista decapitada es el diente de leche de una sociedad joven", etc.
Y así nuestro protagonista logra, por fin, escribir horas y horas, y, lo que es mejor, logra ilusionarse, sentimiento ese de la ilusión que había perdido hacía tiempo porque "la poesía es una amante bipolar" y, también: "la literatura es un faro que atrae a la costa a los bucaneros del sentido". ¡Mamá, soy escritor (o escritora)!
BASTA. Que alguien escriba una novela YA sobre los/as que escriben libros de aforismos.
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