jueves, 19 de agosto de 2021

Agosto

Para quienes, afortunados nosotros, no percibimos amenazas inmediatas que pongan en peligro nuestra acomodada existencia, quizá sea agosto un buen mes para pensar. Tengo un amigo que suele aprovecharlo para viajar solo, mochila a cuestas, y si es posible a sitios sin demasiada seguridad jurídica y menos social. Once meses trabajando de abogado le llevan a tomar este tipo de decisiones existenciales gracias a las cuales una vez te cuenta de Kenia, otra de Guatemala, esta de Kazajistán, aquella de La India, etc., etc. Un tipo admirable, sin duda, aunque no puedo evitar preguntarme cuál es la búsqueda final de ese laborioso peregrinar, cuál es la naturaleza del crepitar de esa zarza ardiente (bajo un continente parsimonioso) que, llegado agosto, le induce a arrostrar peligros ciertos e imaginarios.

Otros, más perezosos, y seguramente mucho más medrosos, también menos exigentes, nos conformamos con intuir maneras de pensar que alejen la angustia de este vivir sin sentido que compartimos todos los seres humanos. La literatura ofrece, entre otras muchas posibilidades, algunos remedios. Mal tomados, pueden fomentar el escapismo e inducir a fantasías solipsistas que resultan un callejón sin salida. La mejor manera  de aprovechar la literatura en el sentido en el que hablamos es, quizá, la de esforzarnos por comprender sus diagnósticos de los padecimientos y alegrías de mujeres y hombres en las sociedades en que fue engendrada, diversas tanto en el espacio como en el tiempo, algunas ya casi ininteligibles. 

Imagino que incluso para los ricos muy ricos, para sus hijas e hijos, incluso, que ni siquiera han tenido que esforzarse para serlo, la vida tiene, en el fondo, que limitarse a salvar el día y esperar que llegue otro porque la desesperanza por la falta de significado de todo lo que uno mire (salvo, tal vez, la compasión por nuestros semejantes) impregna cada uno de los actos humanos. Claro está que el sufrimiento físico y las necesidades corporales más inmediatas pueden hacernos olvidar este desgarramiento de la semántica de la vida, pero si se salvan, surge de inmediato, como ¿castigo? ¿recompensa? por poder dedicarnos a pensar.



Quizá sea agosto un buen mes para que un crítico literario, o, como escribe un poeta local (a ratos furibundo, devenido los otros ratos en cuentista), para que un servidor, "el crítico más crítico de todos los críticos inexistentes de Canarias", no reseñe, sino piense. Escribir las reflexiones a las que uno se ve inducido por la lectura literaria merece, asimismo, otras reflexiones periódicas. No sólo sobre qué es y comporta la crítica literaria, sino qué es eso que es leer, qué es eso que se piensa sobre qué es leer.

Porque uno puede sentirse inclinado a pensar que la literatura en Canarias es tierra baldía, dado el nivel de mucho de lo que se publica y de los premios literarios y florales. Que ese nivel es directamente proporcional al intelectual que se muestra en las pocas tribunas que se muestran aquí y allá. Que nuestra intelectualidad y nuestra artistidad, probablemente influida de manera directa por la escasez de recursos y la falta de proyección, debidas, asimismo, por nuestra excéntrica posición, alejada de los nodos centrales de poder económico, cultural y artístico, se revela en sus mejores momentos como mezquina y miserable, y, en los peores, como sierva y mendicante de otros. Los casos aislados, las excepciones, de las que intento dar cuenta, nos permiten albergar esperanzas, al menos.

Ahondando en esto: lo que echo en falta, de manera palmaria, incluso flagrante, en el mundillo artístico-literario-cultureta es esa falta de reflexividad de los que se consideran intelectuales o artistas. Faltan la purga y la herida, faltan el acero afilado y el fuego; sobran la complacencia y la vanidad, sobran el orgullo infundado y el arribismo degradante. Nombran como gigantes y maestros/as a cualquier cretino/a y aspiran a que se les considere lo mismo, siendo también, y sólo, lo segundo. Siempre en torno a las migas que les arroja el político o la institución de turno. Lógico, por otra parte, cuando todos se consideran plenos de individualidad y autonomía, escritores y escritoras libres arrojados a un mundo al parecer neutro en el que la ideología se elige como de un menú de bar.

En fin, el crítico, por modesta que sea su valía, tiene que intentar leer las obras en clave filosófica y sociológica, leer más allá de ellas y de sus autores/as, pero, al mismo tiempo, conectarlos/as con la política y la cultura (en sentido amplio) del tiempo que le ha tocado vivir. La labor del crítico, a ver si nos entendemos de una vez, no tiene que ver "con poner nota" ni con certificar que uno está "en la onda" de los gustos de los/as lectores/as sino comprobar y en su caso poner de relieve lo que determinada obra tiene de valor para el ser humano, estética, moral y cognitivamente hablando. Al menos, para el ser de humano de nuestro tiempo. No está para influir en que un libro se venda más o menos (cuestiones y peculiaridades del mercado en las que no entra, aunque esto también sea imposible) ni para caer en gracia a nadie, y menos al público o a los periodistas culturales. Al crítico no le erigirán estatuas ni bustos, ni pondrán su nombre a una avenida. Pero, ¿quién puede, de verdad, desear eso? Lo que quiere el crítico es cambiar el mundo.

2 comentarios:

  1. Parafraseando a Friedrich Nietzsche :"No hay hechos, solo interpretaciones.". La del crítico, una mas...

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  2. Iván Cabrera Cartaya24 de agosto de 2021, 6:37

    Que no estamos tan mal, hombre, que no hay ningún problema en ser furibundo, local o devenir en cuentista. Que a veces eso de la protección es solo una mala propaganda y nosotros mismos no nos damos el valor y la calidad que tenemos y fuera no se enteran de nada. Pongo un ejemplo: Alonso Quesada es uno de los escritores más extraordinarios de su época y en Madrid aún no se han enterado, sólo los buenos lectores insulares lo sabemos. Qué importa? Perdió el premio nacional de poesía frente a Alberti siendo muy superior. No dudo que aquí, como en cualquier sitio, haya mediocridad pero también sé que hay ahora mismo, como siempre, escritores extraordinarios que jamás serán vistos como tales justamente porque ni se sabe leer ni ellos están pendientes de migajas gubernamentales o de dar codazos por Gran Vía. No le quepa a usted duda. El medio literario y sus baremos son lo más engañoso y pernicioso del mundo. Seremos mejores escritores publicando en Babelia o El Cultural del mundo? Haciendo eso aún diremos que somos outsiders, etc, etc.

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