sábado, 1 de diciembre de 2018

'Heldenplatz', de Thomas Bernhard

Thomas Bernhard tiene el honor o sufrir la ignominia, como Vds. prefieran, de ser el primer autor cuya obra reseño por tercera vez. La ocasión viene dada por ser el trigésimo aniversario del estreno de la obra teatral Heldenplatz en Viena el 4 de noviembre de 1988 y que suscitó enorme polémica en aquel momento.

¿Puede una obra de teatro en nuestros días causar polémica? Al menos, hace 30 años y en Viena, sí. La obra es un alegato antiaustriaco por el supuesto carácter antisemita de la mayoría de la población austriaca y su aprobación de la anexión a Alemania en 1938. Que la población no dispusiese de las condiciones normales para ejercitar su voto en el referéndum (no había voto secreto, por ejemplo), que la oposición estuviese presa o exiliada y que la invasión alemana ya se había producido son detalles que, al parecer, no influyeron en el juicio que Bernhard emitió respecto de sus compatriotas tanto en esta obra como en otras anteriores.

En nuestra España no hubo necesidad de métodos tan formalmente democráticos para que el fascismo se impusiera por la fuerza. Como todos sabemos, en 1936 un grupo de militares se alzó contra el gobierno legítimo del país y en 1939 logró el poder, tras una guerra civil que como mínimo causó medio millón de muertos, la represión posterior y un erial político y cultural de varias décadas. Por no hablar de ese franquismo sociológico que infecta los corazones de tantos españoles. El resultado es que, parafraseando a Bernhard, aún hoy muchos querrían decir: 


En España debes ser católico 
o conservador 
todo lo demás no se tolera 
todo lo demás se aniquila 
y de hecho cien por cien católico 
y cien por cien conservador.

Ahora, en 2018, en España, como antes en Francia, Italia o en Polonia, la extrema derecha da la impresión de resurgir con cierta fuerza, con protagonismo en la esfera pública y haciendo uso de una legislación que da cobertura, seguramente sin que en su momento se hubiera pretendido, a ciertas formas de censura vía judicial, en unos casos, o a la amenaza como en el caso de una representación de la revista satírica Mongolia, en otros. En este contexto, la lectura de esta obra resulta, como mínimo, oportuna. ¿Podría hoy en España no solo representarse una obra como Heldenplatz, sino que además tuviera repercusiones sociales y políticas, como en su momento la Elektra de Galdós?





Es pues una obra a la que no se puede calificar de complaciente. No puede serlo una que comienza con el suicidio del verdadero protagonista, un catedrático universitario de la alta burguesía austriaca, incapaz de soportar la sociedad de la que forma parte, lo quiera o no. A raíz de esta muerte, su familia y el personal a su servicio hablan sobre él y sobre aquellos años enterrados, pero cuyo antisemitismo y nazismo siguen sobrevolando el presente.

A este respecto, uno de esos valores que yo admiro de forma especial en una obra literaria es la capacidad de zaherir el pensamiento común y adocenado. Sobre todo en una sociedad que, a pesar de sus avances en muchas áreas, sigue considerando normal, si no natural, la dominación, el privilegio, la explotación y la pobreza, por minoritaria que sea la fracción social que la sufra. Es decir, es una sociedad que padece una enfermedad moral.

Heldenplatz (recordemos que alude al nombre de la plaza donde los vieneses aclamaron a Hitler una vez consumada la anexión) y esta reseña son, digámoslo claro, una excusa para apoyar, una vez más, la crítica, la burla, la sátira, incluso, no solo contra el poder institucional, los intereses espurios de la clase política y de toda empresa o industria que haga valer su fuerza económica y su influencia contra el bien común, sino contra la ideología misma que la refuerza y, finalmente, contra nosotros mismos, que, aun a pesar de estar en posición de desventaja frente a aquellos, tenemos que sacudirnos, una y otra vez, la pesada carga del pensamiento trillado y conformista, y no dejar pasar ni un ataque a la libertad y a la democracia. La indiferencia nos hace, cómo no, cómplices. Que no digan de nosotros como sus sobrinas del tío Robert, hermano del muerto:


Es también el fin del tío Robert 
aunque el tío Robert no es del tipo suicida 
Las personas como el tío Robert 
no se tiran por la ventana 
tampoco las persiguen los nazis 
que se desentiende casi siempre de lo que los rodea 
peligrosos son sólo quienes son como nuestro padre 
los que lo ven todo y lo oyen todo continuamente 
y por eso tienen siempre miedo  

(...)  
el tío Robert es el vividor nato 
el tío Robert no cree tampoco que en Viena  
no haya en el fondo más que nazis 
eso lo oye pero no se lo cree 
no le afecta 
por eso aguanta también en Neuhaus 
En la Musikverein tampoco le molesta 
que en los conciertos no haya más que nazis 
el tío Robert puede escuchar Beethoven 
sin pensar en el congreso del Partido en Nuremberg 
eso era precisamente lo que no podía nuestro padre 
También nosotras preferíamos siempre estar con el tío Robert 
a estar con nuestro padre 
ya de niñas corríamos en cuanto podíamos hacia el tío Robert 
porque nuestro padre nos resultaba demasiado peligroso 
Los que piensan han sido siempre peligrosos 
la gente prefiere 
a los inocentes que escuchan Beethoven tan tranquilos 
Gracias al tío Robert 
tuvimos una bonita infancia


No crean que Bernhard carga solo contra los nazis. La Iglesia, los socialistas, los sindicalistas y casi cualquier institución o grupo austriacos sufren su sarcasmo brutal ya sea en boca de un personaje o de otro. Tamaño fuego verbal, verdadero incendio literario, no recuerdo haberlo leído nunca, y bien que se la merece nuestra sociedad, en nuestra literatura española. Menos aún, en la canaria, con nuestra pléyade de cabezas de ratón, ratoncitos todos ansiosos de encaramarse a alguna sinecura que los alivie de las penas del malvivir y de un mundo indudablemente injusto. 




P.D. Otras reseñas, aquí, aquí o aquí.












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