viernes, 23 de diciembre de 2016

'Los nuestros', de Dovlatov

A pesar del título, no vayan a pensar de manera precipitada que he escogido esta novela como trasunto irónico de esa expresión tan canaria, tan nuestra, que es, precisamente, lo nuestro (la válvula sigmoidea del corazón de la esencia de nuestro ser intemporal atlántico): las papas con mojo son lo nuestro, el carnaval es lo nuestro, el seseo es lo nuestro, decir "mi niño/a" al final de cada frase es lo nuestro, la lucha canaria (el deporte vernáculo por excelencia) es lo nuestro, el palo canario es lo nuestro, el silbido gomero es lo nuestro, el Teide es lo nuestro, la playa de Las Canteras es lo nuestro (la mejor playa del mundo según todos aquellos que han tumbado sus canarios cuerpos en todas las playas del mundo), los trajes típicos son lo nuestro, el tipismo mismo es lo nuestro, la Virgen de la Candelaria y la Virgen del Pino son lo nuestro, los guanches son (un rato) lo nuestro, el sentirnos europeos (el otro rato) es lo nuestro, los alisios son lo nuestro, los microclimas son lo nuestro... Sin embargo, nunca se habla de que lo nuestro sea también la corrupción política y empresarial, el clientelismo político, la evasión fiscal, las oligarquías isleñas, el desprecio feroz por los pobres, la desigualdad económica, los barrios desasistidos y azotados por la miseria, la superstición rampante, la ignorancia, las tasas impresionantes de paro, de abandono escolar, de violencia de género... No, eso no es lo nuestro.

No, qué va.

Bueno, que descarrilo y se van a creer que están en el otro blog.



Vayamos, ahora sí, a lo nuestro: este libro cayó en mis manos por casualidad. Mejor diríamos re-cayó. Recuerdo haberlo leído hace como quince años, y que me gustara.Por decirlo así, en plan soso. El resto es silencio. Quince años después, tras encontrarlo huroneando en la biblioteca de la casa familiar, lo he vuelto a leer y la impresión es inmejorable: que se te escape un principio de carcajada a cada rato es buena muestra (para mí, al menos): ahuyenta la pesadumbre de vivir entre tanto/a miserable.

También es cierto que en una lectura influye la anterior. Por ejemplo, después de leer El tren delantero, cualquier cosa me habría parecido excelente. Así, comencé con Entrelazamientos, que la juzgué de una manera muy positiva. Creo que con justicia. Es probable, no obstante, que saliera muy reforzada por comparación con aquella cosa perpetrada con malos modos y, según parece, casi por encargo, aunque fuera un encargo amical. De la misma mala manera, después de sufrir Vs., y dando tumbos en la vida y sin poder darme al alcohol, rescaté Los nuestros del pozo del olvido.

Claro, me pareció genial.

No obstante lo cual, creo honradamente que a Dovlatov deberíamos quererlo todas/os (para su biografía, cúrrenselo un poco y lean el prólogo o la wikipedia, que no estoy yo hoy para semblanzas): 


En cierta ocasión, su batallón participó en un asalto. Mi abuelo se lanzó al ataque. Las piezas debían cubrir con su fuego a los atacantes. Pero los cañones callaban. Como se supo más tarde, la espalda de mi abuelo impedía ver las fortificaciones del enemigo.


Con la vejez, su carácter se estropeó definitivamente. No se separaba de su pesado bastón. Los últimos años de su vida, el abuelo ya no se levantaba. Se quedaba sentado en su hondo sillón junto a la ventana. Y si alguien pasaba junto a él, el abuelo exclamaba:
-¡Largo, ladrón!
Y estrujaba el pomo de bronce de su bastón.


Antes de la guerra mi tío decidió ingresar en la universidad y hacerse filósofo. Una decisión más que natural en una persona carente de un objetivo concreto en la vida. Toda la gente con una percepción confusa y nebulosa de la vida sueña con dedicarse a la filosofía


Me han ofendido pocas veces, la verdad. En tres ocasiones en toda mi vida. Y las tres veces fue mi tío.
-¡Intelectual! -me gritaba-. ¡Carroña! Más que un hombre pareces un trapo...


Qué quieren que les diga, esto último suena tan grato en una época como la nuestra en la que todo o es promoción o es pretenciosidad o las dos cosas a la vez...


Me dirigí al parque Udelni. Varios edificios iguales de color marrón aparecían rodeados de arbustos ralos y algunos árboles. Por los caminitos paseaban los enfermos vestidos con idénticas batas grises. Las batas eran o demasiado grandes o pequeñas en exceso. Parecía como si obligaran ex profeso a las personas altas a llevar las tallas pequeñas, y a los pacientes de menor estatura y más escuálidos, las más grandes.


Mijaíl crecía hosco y reservado. Escribía versos. Organizó un grupo futurista en el Lejano Oriente. El propio Mayakovski le escribió una carta moderadamente insultante y amistosa.

(Un capón para el -ya añejo, distante- traductor y, también, para el corrector, en el caso de que lo hubiera. En el libro escribe "osco" cuando en realidad debería decir "hosco". Eso lo sabemos todos sin necesidad de acudir al original ruso)

El libro es así todo el tiempo. Como si nos encontrásemos en un bajío extenso y bajo nuestros pies crujiesen perlas de colores. O como si nos surtiesen de cucharaditas de un mousse casero de verdad. O como jugosos trozos de un queque de manzana preparado por la abuela materna. Una de-li-cia.

Estas horas de la mañana son así de gástricas y no tenemos cerca un familiar jocoso. Luego, pasa lo que pasa.


-Tu padre es un romántico. De niño leía mucho. Yo, en cambio, al revés, crecí completamente sano... Menos mal que te pareces a tu madre. he visto sus fotos. Os parecéis mucho.
-A veces, hasta nos confunden -dije.

A estas alturas ya se habrán dado cuenta de que sobre los rasgos sobresalientes de la escritura de Dovlátov se yerguen, a más altura aún (pero no por encima del Teide, por favor), sus diálogos. No es amigo el ruso de largas y prolijas descripciones. Frases cortas, tono irónico, y vuelta al diálogo. No se puede parar de disfrutar, aunque lo que cuente sea amargo. A veces, terrible. Así es este hombre.

¿Recuerdan que unos párrafos atrás les había dicho que no recordaba nada del libro?

Error. No es así. 

El siguiente párrafo me asalta cada vez que voy al baño. Creía que pertenecía a alguna novela de Kundera. Pero no. Era Dovlátov. Se me había metido en lo más íntimo, casi de manera literal.


Si un amigo mío se dirigía al baño, mi madre se quedaba en vilo. Según las tonalidades de los chorros del agua, determinaba si se lavaba las manos o no. Mi madre esperaba atenta. Primero no se oía nada. Le seguía el poderoso retumbar del agua de la cisterna. Y acto seguido se abría la puerta: de modo que no se las había lavado... 
Entonces mi madre se tornaba solícita y nerviosa. 
-¿Se ha acabado el jabón?¿Quiere una toalla limpia? 
Hacía preguntas insinuantes. Se esforzaba insistentemente en que mi amigo se preocupara de su higiene. 
Pero éste contestaba: 
-No se preocupe. Todo en orden... 
Otros sólo la miraban con cara de asombro.

Y cuando seguí adelante con la lectura, me topé con esta frase que había hecho mía:


Como todos los hombres frívolos, mi padre era un ser benevolente.

Porque mi padre, un hombre rígido, infeliz, de confusa moral católica, no era frívolo. De ahí que no fuera, casi nunca, benevolente. 

Terminemos. Como se infiere, Dovlátov escribe sobre los miembros de su familia, a cual más pintoresco. También habla de él, pero casi siempre a modo de acotación. No como nuestros escritores, cuyo ego se infla tanto que todos los demás personajes salen despedidos de las páginas, cuando no aplastados por discursos pomposos y filosofía de retales. ¿Quieren un taller literario? ¿Quieren estilo? Lean a Dovlátov. Aunque si lo que quieren es socializarse, no voy a ser yo quien se interponga.

Dicho queda.












2 comentarios:

  1. Me ha interesado la crítica de 'Los nuestros'. Lamentablemente no lo encuentro en las alforjas de ninguna mula, pero buscando, buscando, encontré "La maleta", voy a darle una leída
    https://escritoresquenadielee.com/2014/09/19/la-maleta-de-serguei-dovlatov/
    Gracias

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  2. 'La maleta', otro gran libro. Creo recordar que los leí (Los nuestros y La maleta) uno detrás del otro, pero a ver quién lo encuentra ahora...

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