martes, 12 de marzo de 2024

Una elegía y un par de libros

Parece que nuestra esfera pública canaria no termina de quedarse tranquila, con lo bien intervenida que parecía, con sus libertarios reaccionarios y sus exconcejales hablando de libros, con sus expresidentes de Canarias dando consejos desde la altura de su saber estadista, con sus avisos políticos y empresariales a navegantes, etc. Si el otro día un famoso columnista, omnipresente en cuanta tertulia haya en Canarias, desautorizó a todos sus defensores (a cuenta de que le habían mandado callar en un magazine de tarde en la televisión autonómica de Canarias), anteriormente, nuestra última Premio Canarias de Literatura ("mente brillante", he leído por ahí) se había quejado, con algo de amargura, de que en el medio en el que vierte sus opiniones habitualmente (Canarias Ahora) le habían pedido que cambiara algunos términos (insultantes) en un artículo en el que arremetía contra la canción elegida para Eurovisión. 

Tras la tormentilla tropical de dimes y diretes, cantos a la libertad de expresión, sentidos rechazos a la censura y, sobre todo, bastante cinismo, ambos siguen colaborando con los mismos medios porque, total, no se a rechazar un altavoz en este mundo spengleriano, con las ventajas que conlleva.

Es difícil de imaginar, al menos en Canarias, que la actividad en el espacio público de vedettes periodísticas y literarias sirva de algo salvo para aliviar el horror vacui de los medios de comunicación, por muchas boutades que se les ocurran. Meros proveedores de contenidos en empresas comunicativas sin pizca de imaginación ni de valentía.

No es en ellas, evidentemente, a donde debemos de mirar para que nos guíen, o al menos nos inspiren, intelectual o sensitivamente, en un presente lleno de incertidumbre. No digo que no puedan surgir personalidades en cualquier momento que puedan aportar algo al debate público sobre los asuntos que afligen o preocupan a nuestra sociedad, y que los medios las capten. Tampoco descarto que, de repente, los medios adquieran el compromiso por velar por una esfera de intercambio de ideas responsable. No obstante, estarán conmigo, resulta difícil imaginarlo cuando al menos en las empresas de comunicación más consolidadas no solo albergan negacionismos varios, a cuál más disparatado, no sólo proporcionan espacio a ideas de extrema derecha contrarias a la democracia (por muy limitada e imperfecta que pudiera parecernos) sino que, en última instancia, su propósito es el de crear o reforzar un ambiente de opinión favorable a los intereses del grupo editor o el de servir de punta de lanza mediática a este o aquel partido político. Al menos, en Canarias, no se me ocurre ningún medio independiente de injerencias de uno u otro tipo. Puedo estar equivocado, claro.

Dos, creo, son las preguntas clave respecto del espacio público. A la sazón, primera:  ¿Quién tiene algo que decir? Segunda: ¿Cuáles son las condiciones de acceso al espacio público? 

Idealmente, claro, la libertad de expresión debería posibilitar que cualquiera pudiera  manifestar lo que estimara conveniente en la esfera pública, a fin de que sus pensamientos fueran compartidos y debatidos por sus conciudadanos/as. No obstante, no todas las personas tienen opiniones relevantes sobre todos los asuntos. Idealmente, también, los medios de comunicación deberían ser capaces de filtrar temas y recabar el peso de las opiniones para ofrecer al público los asuntos, digamos, compactados y listos para el debate. Vemos a diario que en absoluto esto es así, o que no es esa toda la verdad.

Al menos en los periódicos locales, es común que el acceso a una tribuna se conceda por razones de pertenencia a una red de intereses lobbistas o también amicales, sin que tenga necesariamente que ver su lucidez o finura en el tratamiento de los asuntos o su especialización en alguna área del saber. También, afluyen aportaciones voluntarias de mera voluntad expresivista o artículos de costumbres y de autoayuda, por enumerar sin ser exhaustivo. A veces, uno que pasaba por ahí en el momento oportuno. A este respecto, no deja de asombrarme, por ejemplo, la escasa comunicación entre la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y los medios informativos, en especial a la hora de abordar asuntos complejos de interés general que requieren acumulación y especialización de conocimientos científicos, en el sentido más amplio.

Cierto es que con el advenimiento de Internet, ha crecido una esfera pública digital en el que sí es posible encontrar una pluralidad de opiniones de peso y nichos comunicativos que sí abordan estos asuntos con seriedad. También lo es que con ellos, en un maremágnum promiscuo, existen otros propagadores de ideas racistas, xenófobas, misóginas, y demás miserias morales y sociales, propias de la llamada sociedad incivil. Con todo, la estructura de Internet provoca que los sitios informativos más buscados (precisamente, casi siempre, los que ya eran conocidos en un soporte tradicional) acaparen la mayoría de las visitas, y el resto tenga una audiencia mínima. Lo mismo ocurre en nuestra esfera pública canaria, y en la española, también. De esto hay mucho escrito y no insisto más al respecto.

Se mire como se mire, el panorama no puede ser más desolador, justo cuando la oferta informativa parece más amplia que nunca, tanto que resulta inabarcable. También, puedo estar pecando de pesimista y que, así, mi visión del asunto esté desenfocada. 


Por otro lado, y ya en relación con el tema del que debería ocuparme en este blog, tengo el placer de compartir con Vds. mi satisfacción por la lectura de Contra la distopía. La cara B de un género de masas, de Francisco Martorell Campos, un libro que me ha parecido más que notable en el tratamiento de las distopías literarias y cinematográficas (incluyendo series de televisión) y la concepción política de las que parten o a las que llegan, conscientemente o no. Lleno de conceptos, este ensayo es dilucidador y enciclopédico, que surtirá al estudioso y al aficionado del género y, también, al que se interese por las relaciones entre política y cultura de masas. Esa cara b del género utópico/distópico es, más allá de la profusa cantidad de referencias, lo que da sentido a esta obra. Las cosas, sobre todo las hechas por los seres humanos, sean como son siempre tienen una explicación.




A estas alturas, no sé en qué estima estará académica y popularmente la serie de Carvalho, de Vázquez Montalbán. Sea como fuere, Asesinato en el Comité Central es una novela amena e irónica que estoy leyendo con gusto, aunque también es cierto en que hay partes que me resultan un tanto convencionales, escritas, me da la impresión, con el piloto automático. Hay un asesinato, llaman al detective por su pasada relación con el partido, ruta gastronómica, encuentro erótico-festivo y mucho diálogo. Lo normal es que la resolución del crimen en sí sea lo menos importante, que el interés radique en captar ambientes y revelar conductas y sus motivaciones.
Los/las que han tenido biografías relacionadas con partidos de izquierdas citan está obra con frecuencia. Por algo será.




Para terminar, reconozco que he vuelto a leer España invertebrada, de José Ortega y Gasset, en el marco de un seminario de la UNED (accesible a todos los públicos). Algunos de los conceptos del filósofo español en este ensayo no tendrían un pase hoy, pero ciertas ideas de fondo siguen siendo interesantes y relevantes, en especial, claro, las referentes a los particularismos, tanto independentistas como el centralista. Es de esos libros que hay que leer, en especial en nuestro país (y aunque uno se sienta más o menos español, más o menos catalán, más o menos canario, todo junto o nada que ver).  Aunque uno esté predispuesto a no estar de acuerdo en nada, acaba pensando que, quizá, en más de lo que creía, sí.



En el mismo seminario, tenemos esta semana la discusión acerca de Los intelectuales en el drama de España, de María Zambrano. Aunque solo por sacar títulos de filósofas y filósofas importantes que, de otro modo, sinceramente, ni se me habría ocurrido leerlos, estos encuentros valen la pena. Y cuando es de la mano de dos académicos versados, mejor que mejor.

Esto es todo por hoy.



viernes, 23 de febrero de 2024

Censura y cancelación en la cretinoesfera

Sin ánimo de sentar cátedra sobre nada, pero sí, al menos, de desarrollar por escrito, aun de modo breve, distintas ideas sobre la censura, la cancelación y otros conceptos, a raíz de la pequeña polémica en la esfera pública canaria suscitada por la retirada de un artículo de Elsa López en un periódico digital, voy a intentar engarzar lógicamente argumentos contra la idea de que toda censura o revisión es ínsitamente injusta o antidemocrática. No pretendo escribir de la evolución o degradación del espacio público ni del modelo periodístico español (eso daría para un libro, al menos, y ya hay muchos al respecto).

Es, asimismo, una respuesta, sin ánimo de exhaustividad, a la intervención de Andy Tirzo en la página del Facebook del Polillas, que a continuación reproduzco:


"A mi irrelevante parecer, lo único escandaloso aquí es la censura, no la calidad, ni el tono ni el fondo de un artículo de opinión. Hoy en día demonizamos el exabrupto y el insulto mientras normalizamos la violencia física sin miramiento. Sin ir más lejos en esa sección de Canarias Opina, junta letras un personajillo de cuyo nombre no quiero acordarme que fue condenado por agredir a una mujer y que se explaya con comentarios machistas por digitales varios del Archipiélago. Para esos, hay barra libre en ese mismo medio, lo cual llama la atención siendo el director pareja de quien es. Me preocupa también que se haya insinuado que el medio donde escribe Armas Marcelo (persona por la que siento cero querencia) debería tal vez moderar o revisar o controlar (no recuerdo el término) lo que escribe a colación de unas burradas que profirió contra un biógrafo de Camus. Por favor, no podemos demandar censura en estos tiempos de violencia planetaria, la palabra, es la puta palabra, lo que nos distingue como especie, y en ocasiones un insulto o un exabrupto hacia la cretinosfera del malgusto y la grosería (cuando no contra personajes verdaderamente acreedores de unos cuantos epítetos a tiempo) vienen más que a cuento, joder, hostia, me cago en... (ves como me autocensuro por miedo). Hemos perdido mucho callo, estamos tod@s muy blandit@s y muy curitas señalando de manera interesada siempre dónde están los límites de la libertad de expresión, unos límites que marcan cuatro fascistas y tres apóstoles de la infraderecha mediática (antes izquierda), ¿Creen que Carlos Sosa es alguien para censurar, para infantilizar paternalistamente a Elsa López, para tirarle de las orejas, para darle lecciones de escritura y moral? Por favor. Sirva esta reflexión ramplonamente redactada, como mi pequeño exabrupto invernal. Y pensemos en los siniestros peligros de la censura y en cómo muchos falsos injuriados del mundo de la política en especial utilizan el honor y al poder judicial para callar bocas incómodas y de paso ganarse unos duros sentando presuntos lenguaraces y artistas en el banquillo sin que nadie se atreva a pronunciar palabras como extorsión o violencia institucional o violencia estatal o violencia judicial, cosas de las que el director de Canarias Ahora debería haber aprendido bastante, o al menos ser un poquito más coherente ahora que habla (y creo que con razón) de lawfare en una situación que no se la deseo ni a él.. Por cierto, se habla mucho de amnistía, ley que a mí no me afecta que aprueben, poco que objetar, pero opino que derogar la Ley Mordaza, esa ignominia a la que le ha acabado cogiendo gustillo la infraderecha, es mucho más urgente y prioritaria para todo el que vive en esta esquilmada piel de burro, aka, España. Buona domenica..."


En primer lugar, considero que es una contradicción evidente quejarse de una esfera pública degradada (en feliz término,"cretinosfera"), en la que, según mi interlocutor, abundan "el mal gusto y la grosería", y al mismo tiempo considerar que no debería criticarse un artículo que contiene una buena cantidad de insultos y que apenas da cabida a argumentos.

¿Y por qué le parece que no se deberían criticar estos malos artículos? Mi interlocutor afirma que, si bien criticamos determinado uso de la palabra, no hacemos lo mismo con la violencia. Bien mirado, pienso yo, no tiene nada que ver criticar determinado uso del lenguaje con criticar o no la violencia física. Se pueden hacer las dos, una de las dos, o ninguna. Es decir algo así como "no se empeñe Vd. en hablar de la mala calidad o de la deficiente argumentación de un texto cuando están matando a gente ahí fuera", o algo similar. En rigor, sería una falacia, la del cambio de tema. En un contexto habrá que criticar el estilo y el contenido de un texto y, en otro, de la violencia machista, policial, israelí, rusa o de Hamás. Quizá, en un tercero, de las relaciones entre unos y otros si se puede demostrar su continuidad. Sería, por poner otro ejemplo, como reprocharle a un guardia civil que le ha pillado conduciendo borracho y de manera temeraria, que en vez de detenerle y multarle debería estar persiguiendo atracadores de bancos. Una cosa es una cosa y otra cosa, otra. 

Es más, podría yo, devolverle su postulado, y reclamarle que, en vez de criticar mi recomendación de que los medios revisaran los textos de sus columnistas (ya sea por confirmar que tienen una mínima calidad argumentativa, como ese lamentable artículo de Armas Marcelo, y así evitar el menoscabo de su prestigio, si es que lo tiene), debería centrarse, tal vez, en el peligro que supone el deshielo de los casquetes polares, que amenaza con cambiar la fisonomía planetaria y la vida de los seres humanos en un tiempo relativamente breve. No tienen nada que ver los dos asuntos, como es palmario, por muy importante que sea el segundo.

Ya que estamos, saco a colación que muchos nostálgicos de un idealizado mundo pasado suelen quejarse con amargura de que progres y wokes en general confunden la vida privada de un autor (normalmente, hombre) con su obra. Por ser Picasso (un ejemplo) un hombre que trataba fatal a las mujeres no hay por qué "cancelarlo", o lo mismo con Céline, conocido filonazi, y tantos otros. Muy bien: la obra de un artista puede rebosar calidad por sí misma, y podemos apreciarla sin que tenga que devaluarse por, digamos, la maldad o la perversión de su autor. Otra cosa es endiosar a estos mismos hombres hasta tal punto que todo lo que hicieron pareciera que había sido tocado por una divinidad, que es lo que viene sucediendo desde el Romanticismo (la figura del artista como genio) y que se ha visto exacerbado por la industria cultural. Así, y aquí volvemos a nuestro interlocutor, un columnista puede haber sido condenado, si tal es el caso, por violencia de género o por cualquier otro delito que eso no necesariamente tiene que verse reflejado en una deficiente exposición de los argumentos que emplee en un artículo periodístico. En resumen, se puede ser un cabrón en privado y escribir buenos artículos. Asimismo, ser una persona excelente y escribirlos pésimos. Ojalá todo fuera más fácil.

La cancelación, por cierto, se entiende generalmente por un movimiento de rechazo a un artista por sus actos o manifestaciones personales y en el que se promueve el no acudir a sus espectáculos o adquirir su obra, o, en el peor de los casos, boicotear sus espectáculos o actos públicos. En todo caso, y aclaro que a mí me parecen un error, en general, estas cancelaciones, es un movimiento que, en esta época digital, no proviene, en principio, del poder político estatal ni empresarial, ni tiene carácter jurídico-punitivo, por lo que esas afirmaciones que circulan con cierta reiteración acerca de la instauración de una nueva Inquisición (progre, por supuesto), que hay más censura ahora que con Franco o del dogmatismo moral de la izquierda me parecen un disparate, pero disparate malintencionado. 

Últimamente, por cierto, se habla de Fernando Savater, de cuya colaboración habría prescindido El País por el contenido de sus artículos en los últimos tiempos. Así, Savater habría emigrado con armas y bagajes a otro medio, The Objective como si la censura progre-feminista-independentista lo hubiese enviado al ostracismo y el filósofo hubiese, bien que forzado, emigrado al reino de la luz y de la libertad. ¿Cuánto tiempo creen que duraría Savater en este último medio de comunicación si, de repente, por obra y gracia de algún tipo de revelación, se dedicase a lanzar los más encendidos elogios a Pedro Sánchez y a Sumar, a los independentistas catalanes, cuánto si comenzase a citar de manera favorable a Judith Butler y otras autoras feministas en toda su admirable multiplicidad?

Creo, a fin de cuentas, que si lo que se quiere es elevar el nivel del debate en la esfera pública, que es de lo estamos tratando, en especial en la diminuta canaria, para ello se requieren argumentos bien fundados, entre los cuales no se encuentra el insulto, mera falacia ad hominem. De aquí podemos pasar a la cuestión de la responsabilidad del medio, o de su director: ¿deben estos aceptar sin más, no digo ya un artículo contrario a la línea editorial, sino que esté, simplemente, mal escrito, mal argumentado? Porque, ¿para qué existe (idealmente) un medio de comunicación si no es para escoger de entre la miríada de opiniones las que consideren mejor informadas y contribuir así a un intercambio de puntos de vista sobre asuntos que la ciudadanía considere relevantes? Estamos acostumbrados, en cambio, a leer, ver y oír en los medios de asuntos sin la menor fundamentación cuando no simples bulos, por lo que la percepción que ahora tenemos de aquellos es que se han convertido en meros expositores de opiniones de grupos políticos e ideológicos y lobbies de intereses privados sin que importen su coherencia o veracidad.



Volviendo a Zorra, yo no sé si el director del Canarias Ahora ha sido "paternalista" o no con Elsa López o si la ha "infantilizado" al pedirle que rectificara el artículo de marras, pero me parece razonable que se resistiese a publicar un artículo que no solo es bastante deficiente en cuanto a la calidad de los argumentos (lo que puede ser discutible, claro está), sino en el que incluso la escritora se atreve a calificar de "dúo patético de imbéciles" a dos bailarines, por no hablar de esa expresión "caricaturas de hombres", digna de un artículo de Salvador Sostres o de una parrafada de Jiménez Losantos; o llamar al público "ganado". "rebaño suduroso" o "reses" por corear la canción en el concurso calificador para Eurovisión. Precisamente, es la proliferación de insultos la razón que ha esgrimido el director para intentar que la autora corrigiera el artículo y, en última instancia, se decidiera a retirarlo. No olvidemos que publica el medio de comunicación, no el/la columnista.

A favor y en contra de la canción se han escrito numerosos artículos, y con buenos argumentos. Ya podría, Elsa López, premio Canarias de Literatura (sea cual sea la opinión que nos merezca este distinción), haberse aplicado un poco y no limitado a expectorar su indignación. Indignación, por cierto, que me resulta, cuando menos, de corte esencialista (los hombres son así, las mujeres, asá), por no pensar en algo peor. Suele decirse, no sin razón, que los insultos dicen más de quien los profiere que de quienes los reciben.

Por otro lado, también me parece normal que una columnista habitual de un medio, se le remunere o no, no acepte que le enmienden un artículo o se enfade si deciden no publicárselo. Esto ha pasado desde el principio de los tiempos: mientras el/la columnista no sea a la vez el/la editor/a siempre existe esa posibilidad. Lo que me resulta curioso es que esta escritora siga publicando en ese medio: da la impresión de que la malhadada cortapisa a su libertad de expresión no era para tanto, a fin de cuentas. Además, la  censura en un medio determinado, por hablar en esos términos, no se corresponde con una censura en la esfera pública. No vivimos bajo una dictadura de nadie (por ejemplo, la franquista) por mucho que lo repitan columnistas aquí y allá (desde, paradójicamente, su púlpito diario o semanal en los medios) porque no tardó mucho el artículo de Elsa López en ser publicado en la página web de la Ser y supongo que en muchas otras

Además, ni siquiera hace falta, en mi opinión, invocar la legislación respecto de delitos de odio para que la dirección de un medio de comunicación rechace publicar artículos en el que se defendiera la eugenesia, el exterminio de personas por algún motivo étnico, religioso o cualquier otro que se les ocurra, por decirles casos extremos. Pongan su propio ejemplo delirante que demuestre que no todo es publicable. Tampoco permitiría (o no debería permitir) que se publicaran artículos que fueran sobre todo una colección de insultos y exabruptos maliciosos. Lo que quiero decir es que no siempre hay que respetar un artículo de opinión por ser un artículo de opinión, ni que eso suponga que la libertad de expresión corre el riesgo de morir ahogada por la supuesta corrección política. Los medios de comunicación, no lo olvidemos (aunque sus propietarios/as, me temo, sí o les resulta indiferente) tienen la máxima responsabilidad en cuanto a contribuir a una esfera pública democrática, y no contribuyen a ella haciendo dejación de funciones. Otro asunto es, claro, que aspiren a manipularla en función de intereses diversos, políticos o empresariales, pero eso lo dejamos para otro debate. Por cierto, es posible que nos equivoquemos pensando que la censura y la falta de libertad de expresión o la manipulación en la esfera pública se juegan en el terreno de los artículos de opinión (intuyo que, en su mayor parte, solo convencen a los convencidos/as), sino en la selección y enfoque de las noticias, en su omisión, en el poder de los anunciantes y grupos de presión para marcar la línea del medio, etc. Pero eso es asunto para otros artículos y otras lecturas.

Quizá de lo que deberíamos quejarnos los ciudadanos y ciudadanas no es, precisamente, de que se coarte la libertad de expresión, sino, más bien, de la enorme cantidad de artículos y de opiniones deleznables tanto en forma como en contenido que se publican y se vocean a diario: la cretinoesfera, efectivamente.


viernes, 16 de febrero de 2024

Fluyan mis lágrimas, dijo el lector

En coherencia con lo que manifesté en el pasado artículo, comparto con Vds. mis lecturas, ya sea terminadas, a medias o de reojo. Por ejemplo, he concluido La ira azul, de Pablo Batalla y Colaboracionistas, de David Alegre. Avanzo, con gesto alegre y firme el ademán, con la lectura de El Capital, viendo cómo los empresarios ingleses del siglo XIX utilizaban la palabra libertad de modo muy parecido a nuestras neoliberales madrileñas del siglo XXI, como cuando aquellos expresaban su oposición a la reducción de la jornada laboral a 12 o 10 horas o a la limitación de edad para contratar niños con el concepto de "libertad de trabajar". Libertad, siempre. A costa de los demás, también siempre.

Volviendo a La ira azul, el ensayo nos muestra la ambigüedad -o amplitud- del término revolución, concepto que puede aplicarse, claro está, a los movimientos epocales tanto desde la izquierda ideológica como de la derecha, tanto de la revolución como de la reacción. También, cómo es preciso no caer en absolutismos ideológicos rígidos y prefijados, sino, tal y como señala también, Karl Honneth en La idea del socialismo, recoger en el seno de la izquierda todas las propuestas emancipadoras sin renunciar a las identitarias o culturales en esa dirección. Señala Batalla la necesidad de apreciar en el seno de las revueltas antiilustradas, en especial por la parte plebeya, el temor al advenimiento de un orden aun más opresivo que el anterior, de reconocer los síntomas de un futuro ominoso aunque podamos renegar de las soluciones o del sistema político-económico vigente hasta ese momento. Es en este sentido, el de los movimientos de izquierda como movimientos "conservadores", el que se subraya, aquella palanca de freno de la que hablaba Walter Benjamin o, con otras palabras, Chesterton, desde una perspectiva diferente.

Con Colaboracionistas se nos despliega una casuística europea de fascistas y nazis en los países conquistados por el III Reich: cómo los grupos ideológicos afines en, sobre todo, Bélgica, Holanda, Suecia, Noruega y Francia (también Suecia, aunque no fuera ocupada), colaboraron de modo activo con los nazis, tanto por compartir el mismo credo político como por razones de promoción política interior y personal. Es impresionante la cantidad de bibliografía del autor (es el desarrollo y ampliación de su tesis doctoral) y muestra un panorama general de aquellas sociedades que se debatían entre su conservadurismo anticomunista y antisoviético (al menos entre las clases medias y las élites) y su rechazo a la ocupación de su país, rechazo que fue creciendo conforme se veía que Alemania estaba perdiendo la guerra.

 

Asimismo, me resulta más que notable el libro de la filósofa Clara Serra El sentido de consentir, en el que argumenta la deriva feminista de corte punitivo que implica el concepto del consentimiento a la hora de permitir o no el acercamiento sexual y la legislación basada en aquél. Ni todos los feminismos son iguales, ni todos están de acuerdo en sus enfoques, muchos de los cuales acaban haciendo el juego a la ideología opresora a la que pretenden hacer frente. Uno puede estar de acuerdo en todo o en parte con esta filósofa, pero el encadenamiento de argumentos de Serra hace de este libro un excelente material para reflexionar acerca de los no es no y de los sí es sí.



También, he comenzado a releer el clásico de la antropología económica de Karl Polanyi, La gran transformación, uno de esos famosos imprescindibles para cualquier conversación sobre el liberalismo económico, el neoliberalismo, etc., en particular sobre las consecuencias deletéreas de un mercado autorregulado para la sociedad que lo alberga y el subsiguiente movimiento de defensa de esta. No se lo pierdan, de verdad. Hasta hace poco era imposible de encontrar, por lo que agradezco de veras esta nueva edición.




Finalmente, he comenzado a leer Política y ficción: las ideologías en un mundo sin futuro, de Jorge Lago y Pablo Bustinduy. Aborda, resumo, de qué manera distintas ideologías encaran problemas presentes como si ya estuvieran resueltos para justificar su existencia. Es decir, el relato, pero para ello utilizan el concepto de ficción resolutiva en el orden liberal, neoliberal, socialdemócrata, etc. Ya les contaré cuando avance en la lectura.






Por si les pareciera poco, tengo ya encargados, qué digo, listos para recoger, El mito del déficit, de Stephanie Kelton, en la línea de la Teoría Monetaria Moderna; y la novela Asesinato en el comité central, de Manuel Vázquez Montalbán. Reconozco que lo he comprado más por la pintura de una época y de un ambiente que por el posible valor intrínseco, pero ya veremos. Por último, con algo de impaciencia, aguardo la llegada de De cine, aventuras y extravíos, de Eugenio Trías.

No se pueden quejar, es toda una selección.

En otro orden de cosas, tenemos que un escritor con vocación de martillo de wokes como Armas Marcelo se permite lanzar una larga sarta de improperios a todo lo progre que se mueva a cuenta de un libro que no ha leído: la combinación chaise-longue y batín a cuadros suele acabar dando como resultado la negligencia intelectual más bochornosa. Asimismo, ya a nivel local, puede uno leer a un académico como Maximiano Trapero escribiendo acerca de las pinturas de un amigo suyo ya jubilado en el cuadernillo cultural de Prensa Ibérica en las Islas. Que podría haberle elogiado sólo en privado es una decisión que pasó por alto. Así las cosas, escribió una tontería supina que, probablemente, a cualquiera que no fuera él le costaría semanas de convalecencia. 

¡Qué vamos a hacer! Son parte de nuestra intelligentsia patria; la experiencia y la sabiduría acumuladas durante décadas que cristalizan en estas luminarias de la mera opinión. No se preocupen, si no estuvieran ellas, tenemos unas cuantas calentando en la banda. A mí se me ocurren unos cuantos nombres. A Vds., también.


domingo, 28 de enero de 2024

Primeras lecturas de 2024

 Abordo este artículo con la misma sensación que terminé el anterior, hace aproximadamente un mes: cierto cansancio, que se acrecienta de modo progresivo: la completa inutilidad de escribir sobre asuntos que carecen de importancia alguna, como la inmensa mayoría de la ficción novelesca. Mi lógica es la siguiente: como es posible que la mayoría de quienes escriben sean aquellos/as que disponen de tiempo, es decir, personas pertenecientes a la clase media o alta (traduzco: horas de ocio, trabajan en empleos relativamente cómodos), me da la impresión de que sus preocupaciones suelen consistir en recrear un ambiente pacífico donde transcurran aventuras de corte egocéntrico sin mayor trascendencia o escapismos distópicos copiados de otras novelas o series de televisión, cuando no, simplemente, en reafirmar su complacencia consigo mismos/as y con el mundo en que viven, y en ajustarse a imágenes preconcebidas del/de la escritor/a y su estatus. En definitiva, raro es que escriban algo que proporcione valor (cognitivo, estético, sentimental), al manos para mí.

Así les explico el desinterés prejuicioso que siento por lo publicado en los últimos, digamos, dos o tres meses en Canarias. Además, libros cuyos autores/as ya han pasado por este blog, a veces de la peor manera. Estoy deseando encontrar a algún/a escritor/a que zarandee este pesimismo literario y me haga envidiarlo/a como un creyente católico a Saulo de Tarso (o San Pablo). Una obra que no hace falta que sea perfecta, la definamos como imaginemos, sino que, aun por pocas páginas, me desquicie, me azore y me abofetee (no necesariamente en ese orden). 

El medio escrito permite, supongo, finitas posibilidades de cambio, novedad y variaciones de estilo. No obstante, disto de creer que se hayan agotado, que solo sea posible elegir entre un realismo más o menos fácil y un experimentalismo ilegible, etc. Lo peor, para mí, no es el espacio entre lo imaginado y lo ejecutado, entre el relato en la mente del escritor y su plasmación en la página, ese abismo donde se precipitan las mejores intenciones, sino la absoluta falta de atrevimiento de la mayoría de quienes publican, el pasmoso conformismo con supuestas formas de escribir, con el dócil y alegre sometimiento a esquemas de tal o cual género literario, la entregada disposición a no molestar a nadie ("no vaya a ser que..."). 

Podría resumir lo anterior en que el aburrimiento es, simplemente, desalentador. Que no vale la pena escribir sobre autores/as deficientes tanto en el estilo como en el pensamiento; que no merece el esfuerzo escribir sobre plumillas culturales empeñados en convertirse en mentores/as ni respecto de reseñadores mentirosos ansiosos por convertirse en referentes de algo. En todos los casos, la crítica no les afecta porque, en realidad, su negocio es otro: la construcción de un currículo y el reconocimiento social (por magro que sea) por su supuesta pertenencia al contenido de un concepto, llámese escritor, artista o crítico

De aquí se sigue que, en la línea de los últimos artículos, me limitaré a seguir compartiendo con Vds. mis más recientes adquisiciones de libros, mis lecturas y mis intenciones de lecturas, con todas sus combinaciones. Hay algo hermoso en compartir, sobre todo cuando uno no teme saber menos que quien te lee, sino, al contrario, aprender algo de esas personas. Así que espero que interactúen más con este lector.

A la sazón:

Lista de libros adquiridos y comenzados a leer:

-Capitalismo gore, de Sayak Valencia, editorial Melusina. Este libro llegó a mí por la interesante entrevista que le hizo Mariano de Santa Ana a la autora, en el menguante (y casi siempre irrelevante) suplemento de La Provincia/El Día.

-El Capital, de Karl Marx. Harto de la versión digital y de saber más de él por las glosas que por la lectura directa. Apoyado por El orden del capital, de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero, Akal.

-La ira azul. El sueño milenario de la revolución, de Pablo Batalla, editorial Trea. De este autor ya leí con provecho Los nuevos odres del nacionalismo español, en la misma editorial, que recomiendo.

-Colaboracionistas: Europa occidental y el nuevo orden nazi, de David Alegre, Galaxia Gutenberg. Sobre los movimientos fascistas en la Europa previos a la II Guerra Mundial y su posterior colaboración con la Alemania nazi.

-Contra la distopía. La cara B de un género de masas, de Francisco Martorell Campos, La Caja Books.

-Los intelectuales en el drama de España, de María Zambrano, en Alianza Editorial, a resultas de unas jornadas de la UNED, a cargo de Jesús Díaz Álvarez y Rafael Cotelo Pazos.



miércoles, 20 de diciembre de 2023

Las listas de fin de año, 2023

Sin ser capaz de despojarme de cierta sensación cenagosa, a la manera de Manganelli, respecto de la República de las Letras en Canarias y del mundo de la cultura, en general, abordo exhausto este final de 2023. La constatación, tras estos años de mando de Podemos en la consejería de Cultura, de que todo es más o menos lo mismo en la gestión pública como en la visión de los partidos políticos resulta desalentadora. Lo peor es que el desaliento se ha convertido en costumbre, y acostumbrarse al desaliento no suscita sino conformidad, por no decir indiferencia, respecto de las políticas institucionales y de las iniciativas privadas en materia cultural. De todos modos, no es costumbre inquirir la opinión de la ciudadanía, en general, ni del público, en particular. El papel de estos últimos, su función, es la de ser mero receptor de una mercancía, mera excusa para la ejecución de presupuesto público y, lo que es lo más importante, para la publicidad y promoción del ente organizador.

Todo lo anterior, insisto, es aplicable estando al cargo de la consejería un/a representante de Podemos, otro/a de Coalición Canaria o, en su caso de PP o PSOE. Así lo han demostrado y así lo volverán a demostrar.

Vayamos a lo nuestro, que este año, en materia literaria, ha habido, sobre todo, magníficas lecturas. Aquí les dejo mi lista particular de lo bueno y, cómo no, de lo malo. Respecto de la segunda, por si acaso, recalco mi convencimiento de que los/as escritores/as son magníficas personas en lo moral y sumamente esforzadas en lo literario, pero, a pesar de esto, sus obras, a mi juicio, son desdeñables. Para más comentarios, les remito a la lectura de la reseña correspondiente.


Lo mejor de lo mejor de 2023:

-Vivir abajo, de Gustavo Faverón Patriau. Editorial Candaya.

-La ciénaga definitiva, de Giorgio Manganelli. Editorial Siruela. Traducción de Carlos Gumpert.

-Centuria, de Giorgio Manganelli. Editorial Anagrama. Traducción de Joaquín Jordá.

-El epitafio de los perdedores, de Andrew Szepessy. Editorial Siruela. Traducción de Esther Cruz Santaella.

Estas cuatro lecturas, acabo de comprobarlo, se sucedieron entre abril y marzo: imagínense qué estado de satisfacción alcancé en ese período. Dudoso es que vuelva a repetirse algo parecido.









Lo peor de 2023:

-Leche condensada, de Aida González Rossi. Editorial Caballo de Troya.

-La isla de los muchachos hermosos, de Pedro Flores. Editorial Maclein y Parker.




Añado que hay algunas obras que, por diferentes razones, se quedaron en el casi de llegar a la primera lista, como fueron Nunca preguntes a un pájaro, de Andrés Ibáñez; Los árboles, de Percival Everett; Bisutería auténtica, de Daniel María; o La paz de las colmenas, de Alice Rivaz.

Ya me disculparán por el magro contenido de la relación de lecturas, pero este año ha sido bastante convulso y mis intereses y actividades han tomado otros derroteros que tienen que ver más con el ensayo sociológico y filosófico.

A la sazón:

Sugerencias de lectura de no ficción

-De qué hablamos cuando hablamos de marxismo, de Juan Carlos Rodríguez. Editorial Akal.

-Lujo comunal, de Kristin Ross. Editorial Akal. Traducción de Juanmi Madariaga.

-Mundo soñado y catástrofe, de Susan Buck-Morss. Editorial Libros Antonio Machado. Traducción de Ramón Ibáñez Ibáñez.

-El 18 de Brumario de Luis Bonarte, de Karl Marx. Editorial Akal. Edición, prólogo y traducción  de Clara Ramas Sanmiguel.

-Mentira romántica y verdad novelesca, de René Girard. Editorial Anagrama. Traducción de Joaquín Jordán.

-Pocos contra muchos, de Nadia Urbinati. Editorial Katz. Traducción de Gabriel Barpal.

-La tragedia griega, de Jacqueline Romilly. Editorial Gredos. Traducción de Jordi Terré.

-La mente reaccionaria, de Corey Robin. Editorial Capitán Swing. Traducción de Daniel Gascón.

-Retóricas de la intransigencia, de Albert O. Hirschmann. Traducción de Tomás Segovia.

-Todo lo que entró en crisis, coordinado por José Luis Moreno Pestaña y Jorge Costa Delgado. Editorial Akal.

-Estados del agravio, de Wendy Brown. Editorial Lengua de Trapo. Traducido por Jorge Cano y Carlos Valdés.

-Rompiendo algo, de Belén Gopegui. Editorial DeBolsillo.


Por último, un apartado que suscitaba bastante diversión era mi lista de reseñadores/as deplorables, pero este año no he leído nada que mejore lo que escribí el pasado año. Son los/las mismos/as (salvo la mortecina novedad de Javier Doreste) escribiendo de igual modo en su ansioso deambular de lo huero a lo inane.

En fin, lean buenos libros y sean felices, si no es a costa de los demás.


sábado, 16 de diciembre de 2023

Una y no más, San Agustín

Comparto con Vds. algunos libros que ya están en mi reciente posesión y que espero que me sirvan para adquirir, aun algo, conocimientos respecto de algunas áreas y momentos de la historia de la filosofía que había pasado por alto.
Uno de ellos es Las confesiones, de, por unos/as, Agustín de Hipona y, por otros/as, San Agustín. No recuerdo por qué, pero en su momento -que no fue hace mucho- creí que leer este texto clásico tenía que valer la pena. Supongo que otras lecturas, en ese árbol casi infinito de posibilidades, me llevaron a esta conclusión al citar a este Padre de la Iglesia Católica. Pues bien, algo tiene que antes de dormir me he acostumbrado a leer unas cuantas confesiones y ya llevo subrayadas algunas frases especialmente potentes de lo que, hasta ahora, es una remembranza de las etapas de su vida, en especial en relación con Dios.



Otro es Estados del agravio, de Wendy Brown. Este, más en mi línea de pensamiento crítico, fue debido a la mención en las redes sociales de Germán Cano, a la sazón prologuista del libro. Si me han leído con alguna atención, sabrán que ya he mencionado a Brown en otras ocasiones respecto de otras obras suyas. Como suele ser, la filósofa introduce reflexiones que no pueden por menos de calar en la mente del lector, como es, a la sazón, su crítica de las políticas de la identidad y sus reivindicaciones, la codificación legal de estas últimas y el papel del Estado en todo ello. Texto que ya tiene un par de décadas, no puedo sino asegurar que alude de manera lacerante a nuestro presente.


                                       

El tercero, Reflexiones sobre la revolución francesa, de uno de los adalides e inspiradores del conservadurismo y vanguardia de los reaccionarios, Edmund Burke. Después de haber leído La mente reaccionaria, de Corey Robin y Retoricas de la intransigencia, de Albert O. Hirschmann había que detenerse y no pasar por alto este texto seminal para el pensamiento conservador y reaccionario. Hay que saber qué y cómo piensa esta gente. Viva la fruta.

                                                         


También tengo en mi poder Hotel Splendid, de Marie Redonnet. Les iba a escribir que he leído maravillas de ella, pero ya saben cómo me pongo con la sección de adulación en los medios, así que ya veremos, cuando toque.

Asimismo, he encargado la novela Fragua, de Ali Smith, cuya existencia he conocido hará una semana. No tengo conocimientos previos de la obra, pero como tampoco albergo prejuicios no hay aporía alguna en el propósito de leerla y, tal vez, comentarla con Vds. Es tal el piélago de novedades, tal es la inmensidad de lo ya publicado y, peor, de lo muy valioso, que la atención humana y, en especial la mía, no da para todo. Es posible que tenga apuntados un par de cientos de libros de no ficción para ese futuro que nunca se hace presente, amén de algunas lecturas que yacen en un estado de crónica postergación. 

Respecto de la crónica mediático-cultural, ya que me preguntan, cada vez se refuerza más mi impresión de que la creación artística, salvo raras excepciones, se compone de vanidad y de entreguismo barato a las instituciones públicas y privadas para que estas la utilicen como productos para la publicidad y el propio adorno. Nunca hubo una edad dorada del arte, como tampoco del periodismo o de la política: cada época se enriquece con sus propias miserias, que se añaden al catálogo de las prácticas de poder de unos/as y otros/as. Ahora mismo, la programación cultural, tampoco nos vamos a engañar, es como casi siempre, un surtido de pasatiempos al que casi nadie presta atención, salvo excepciones. Tengo la impresión de que el vulgo (del que formamos parte casi todos/as) está demasiado ocupado en otros asuntos y se divierte con otras cosas. En todo caso, el efecto de prestigio, siempre y cuando se airee en los medios de comunicación, se consigue aunque no acuda casi nadie a tal o cual evento cultural. En realidad, da lo mismo.

En cuanto a la literatura canaria, sí, alguna novedad se ha presentado, ya en solitario, ya en plan dúo dinámico, estas semanas pasadas; pero, qué quieren que les diga, maldito el interés que me suscitan. No eres tú, soy yo, etc. Ya me gustaría a mí leer más crítica literaria digna de leerse, tal y cómo sí existe, aun a cuenta gotas, en la crítica de arte. Me refiero a los artículos, escasos, de Natalia Moreno Martín y Alba González en los últimos tiempos.

He leído alguna vez que en Canarias no hay espacio público donde se debata. Por tanto, que lo que se escribe o se dice no se lee, no se escucha o, al menos, que no suscita reacción en el público. No hay pues esa confrontación de ideas públicas, de temas seleccionados por los medios de comunicación, que son los encargados de recoger esa miríada de voces, filtrarlas y darles forma. Estoy de acuerdo, parcialmente. Otra cosa es que quienes se quejan se lo apliquen a ellos mismos, encenagados como están en simples expresiones de desprecio más o menos ingeniosas. Así, la gente que podría leer los periódicos no se remite a estos medios porque son insuficientes, porque son sesgados contra todo escrúpulo y pudor, y porque la mayor parte del tiempo son pobres intelectualmente hasta la exasperación. A veces, simplemente porque actúan con pasmosa falta de responsabilidad, empeñados en sus objetivos privados.

Es cierto, en Canarias no existe una esfera pública de algún interés, al menos en los grandes medios, en los que apenas alguna vez se lee, ve u oye algo que merezca atención. Hay, también, no obstante, foros, redes, espacios alternativos, que no están en las guerras mediático-empresariales (guerras que en Canarias se libran por una gasificadora aquí, un centro comercial allá o, cómo no, las concesiones para las productoras propias en la televisión autonómica), pero indudablemente marginales. Habría que calibrar que capacidad de influencia tienen estos lugares, estos sitios; valorar a las personas competentes que participan en ellos, que no desfilan por radios, teles y periódicos predicando con la insistencia, y la impertinencia, de un vendedor a comisión. No me crean un optimista: mi experiencia en una radio comunitaria me alertó sobre el peligro de la complacencia en los espacios pequeños y acogedores, pero sin expectativas reales de crecimiento en cuanto a audiencia, por no hablar de los medios técnicos y materiales, en general. Incluso el mejor voluntarismo no es suficiente para encontrar al público, que bastante saturado está de posibilidades de ocio e información.

No obstante, esta advertencia -o lamento- de la inexistencia de una esfera pública digna de su nombre me recuerda a esa queja de algunos de nuestros más eximios escritores relativa a la ausencia de "verdadera" crítica literaria en Canarias. Curiosamente, los primeros se quejan desde una tribuna casi diaria desde los periódicos de un emporio periodístico y los segundos son los mismos que se aplican solo a elogiar a rebato lo que le pongan por delante, con lo que degradan, al mismo tiempo, la esfera pública y la crítica literaria. A ambas clases de Jeremías, parece que solo les parece real en lo que intervienen o con lo que están de acuerdo, y lo demás es el desierto.


viernes, 24 de noviembre de 2023

Lecturas varias sin vaselina

Como ya saben, gente de bien, porque ya se lo he anunciado, el Polillas se ocupará menos de las novedades -en su mayoría, irrisorias- de la edición en Canarias -por simple tedio y un punto de desesperación- y más de reportarles lecturas varias, en especial de materias que no sean ficción. Es decir, de casi todo. Esto debería alegrarles, en principio, salvo que el escapismo sin sentido sea la única vía a sus problemas y se contenten con poco.

Así pues, sin vaselina ni nada, les lanzo con ánimo conciliatorio los siguientes libros con los que me hecho recientemente: 

Retóricas de la intransigencia, de Albert O. Hirschmann.

La democracia griega y sus intérpretes en la tradición occidental, de varios autores. Coordinado por César Fornis, Laura Sancho Rocher y Manel García Sánchez

La política en el ocaso de la clase media, Emmanuel Rodríguez.

Además, he rescatado de la sima del olvido Hecho y por hacer, de Cornelius Castoriadis.

También, por recomendación del librero de mi ahora segunda librería de referencia, dos ensayos del filósofo catalán, Joan-Carles Mèlich, de cuya existencia no había tenido conocimiento hasta el otro día, a la sazón La experiencia de la pérdida y La condición vulnerable. Ya les contaré, pero sine die.

Retóricas de la intransigencia consiste en un estudio de los discursos de corte conservador y reaccionario ante revoluciones, reformas o medidas de carácter progresista cuyos efectos se tienden a minimizar, a criticar por su efecto contrario o a deplorar por sus consecuencias devastadoras. Serían la retórica de la futilidad, la retórica del efecto perverso y la retórica del riesgo, respectivamente, con combinaciones entre sí. Todo, tomando como base la conocida conferencia de T.H. Marshall Ciudadanía y clase social sobre las fases históricas de ampliación de derechos en Gran Bretaña (y que se puede extrapolar hasta cierto punto al resto de Occidente). Cuando uno ha leído también La mente reaccionaria, de Corey Robin, encuentra fácilmente puntos de contacto entre ambas obras

Todavía no he comenzado el libro de Emmanuel Rodríguez, autor que recomiendo por sus estudios, precisamente, sobre la clase media (recuerden, sin ir más lejos, El efecto clase media). Ahora que el partido político Podemos parece estar a punto de implosionar, tiene un punto nostálgico revisar esa España -que ahora parece tan lejana- del 15-M y compararla con la de ahora. Lo que somos y lo que podíamos haber sido. 

Con respecto a La democracia griega, llegué a su conocimiento por medio del filósofo José Luis Moreno Pestaña -que participa con un artículo-, gran parte de cuya obra he dado cuenta en este blog, en especial Retorno a Atenas y Los pocos y los mejores. Temáticas heteróclitas, pero con el trasfondo de la democracia ateniense y su confrontación con el tipo de democracia en que vivimos en la actualidad, la representativa.

En su momento leí La institución imaginaria de la sociedad, de Castoriadis, que, a pesar de mi profunda ignorancia, me resultó bastante fecunda. Hoy, con más conocimientos, y teniendo en cuenta la admiración que también que le profesa Moreno Pestaña, he vuelto a él. El magnífico comentario a El Político, de Platón (Sobre El Político de Platón), por Castoriadis ya había hecho mucho al respecto, todo hay que decirlo. Veremos cómo resulta este Hecho y por hacer.



Por último, he recordado que tengo por aquí un libro recomendado por el sociólogo Ignacio Sánchez-Cuenca en varios artículos, Práctica democrática e inclusión, de Robert M. Fishman. En él se compara, al parecer, la evolución política de Portugal y España desde el momento en que cayó/transicionó la dictadura en ambos países en los años 70 del siglo pasado. 




En otro orden de cosas, me siguen suscitando estupor los artículos de algunos periodistas culturales -o lo que surja- cuando aseguran que una compañía de teatro "a buen seguro" va a proporcionar a los espectadores una gran satisfacción al ver la obra, o cuando anuncian con qué canciones el cantante X "va a deleitar" al público, etc. El buenrollismo de espíritu carpetovetónico que no falte, curiosa, si no aporéticamente, en esta era postposmoderna. También podemos considerarlo como el eterno retorno a lo mismo o cómo atragantarnos con nuestro propio vómito una y otra vez.

A mi entender, tener personalidad cultural no significa quedarnos arrobados cuando alguien de fuera pretende halagarnos diciendo simplezas como "En Canarias hay mucho talento" y frases del estilo que, en realidad, solo sirven para agravar una complacencia miope. Esta personalidad cultural, si tal cosa nos interesara, se hace a base de trabajo, el talento que se tenga (poco, mucho o 3/4), mucha intolerancia a la tontería y al ensimismamiento y, sobre todo, una crítica honrada e implacable que nos ponga en guardia. Por no hablar -que quizá es lo más importante- de cierta prosperidad económica que permita la formación de un humus artístico e intelectual que, a su vez, posibilite el surgimiento de artistas, escritores/as, filósofos y demás gente de dudoso vivir.

Provincianismo es admirar lo de fuera por ser de fuera; pensar que lo que dice un canario vale más porque viva en Madrid y salga por la tele; es, también, manifestar que se admira hasta el empalago y el consiguiente lavado de estómago cualquier cosa que haga un/o canario/a por la circunstancia, producto del azar, de haber nacido o vivir en Canarias. Es creer que los periodistas locales no tienen por qué tener talento (mucho, poco o 3/4) ni ética para escribir de cultura porque, total, para elogiar sin tino no hace falta saber de nada y aquí nos conocemos todos (pronto, una IA sustituirá a esta tropa).


P.D. El otro día, en el suplemento del periódico El País pusieron a caldo la novela ganadora del premio Planeta, atribuyendo la responsabilidad al jurado y exonerando a la escritora. Bien hecho. A pesar de la trayectoria ignominiosa de este premio, algunos/as se escandalizaron de que estas cosas ocurrieran (entendiendo por ello que se premiaran novelas buenas, malas o peores por la fama o atractivo del escritor o escritora). Es decir, no habían comprendido la naturaleza comercial del evento. Otros se escandalizaron o se enfadaron porque había gente que aún se escandalizara por ello. Otros, todavía más pasados de rosca, como yo mismo, nos escandalizamos de que otros/as se hubieran escandalizado de que los primeros/as se escandalizaran. Un sindiós.