Sin embargo, Tardía fama no pertenece a esa categoría. Narra la transformación anímica de un ¿artista? ¿funcionario? anciano, el señor Saxberger, que a sus setenta años ve cómo un grupo de escritores diletantes con ganas de dejar de serlo (o no) le reconocen gracias a un poemario (Andanzas) que escribió en su juventud. El arrobo que siente ante esta súbita oleada de admiración juvenil, la sensación de vida desperdiciada en la carrera funcionarial que emprendió ante su escaso éxito literario y la emoción ante los laureles que parecen reverdecer son el preludio de la constatación de todo lo vacuo y falso que las expectativas de una carrera literaria suscitan en individuos que, ante todo, se ven como competidores y no como creadores.
Esas eran, pues las Andanzas por las que la joven Viena le había mostrado su agradecimiento. ¿Lo merecía? No sabría decirlo. Desfiló ante él la triste vida que había llevado. Nunca hasta aquel momento había sentido con tal intensidad que no sólo las esperanzas quedaban muy atrás, sino también las desilusiones. Se le escapó un sordo suspiro de dolor. Apartó el libro, pues no podía seguir leyendo. Tenía la sensación de haberse olvidado de sí mismo hacía mucho tiempo.
-Son objeciones estúpidas-continuó Staufner, que volvió a sentarse-. ¡Adónde iremos a parar si nosotros mismos empezamos así! ¡Míralos!-dijo, señalando una mesa en la otra punta del local, donde para asombro de Saxberger, no había nadie-.¡Ellos sí que saben!¡Ellos hacen publicidad! Mira a ése-continuó, indicando una de las sillas vacías-, estrenará pronto una obra en el teatro. ¿Y qué son ellos? ¡Nada! Son, en resumidas cuentas, nada. ¡No son personas con ideales! Son arribistas que siguen la moda. De nosotros nadie se ocupa, porque no seguimos la corriente general y porque tenemos ideales, cosa que hoy en día ya no se aprecia. Por eso he preparado un programa. Todo esto lo digo ante usted, señor Saxberger, porque sé que es usted uno de los nuestros. Usted escribió las Andanzas, y quien escribió las Andanzas es uno de los nuestros.
La novela, de prosa irónica y melancólica a la vez, va más allá de la mera vicisitud del anciano poeta/funcionario. Su parábola, la del recuerdo de cosas mejores que quizá no lo hubieran sido tanto, es aplicable a las aspiraciones y fracasos que hemos emprendido todos los que ya disfrutamos de cierta madurez: ese poemario o esa novela que no ganó ningún premio ni leyó ninguna editora, pero también ese trabajo que rechazamos sin saber muy bien por qué y de lo que todavía nos arrepentimos, o esa persona que prefirió a otra antes que a nosotros, o esa carrera en la facultad que nos vino grande, o ese proyecto con amigos que a las primeras de cambio se derrumbó, quedándonos sin proyecto y sin amigos. En fin, todas esas encrucijadas de la vida que sólo reconocemos cuando hacemos la vista atrás y la idea del error se nos insinúa de modo subrepticio y doloroso. Tiene su lectura moral, sin duda, y por ese reconocernos, la novela (o novelita, porque no llega a las cien páginas) merece consideración.
Siguiendo con ella, el clímax de algo parecido al éxito le llega tarde al señor Saxberger, e incluso entonces se cierra con una nota en falso:
Sí, llegó finalmente el momento. Se le tributó un aplauso cerrado. No sintió nada especial, ni siquiera la sensación de cohibimiento que tanto temía. Tuvo que salir por segunda vez, en esta ocasión sin la señorita Gasteiner, y le resultó extraño oír las palmadas y los vítores. Se inclinó varias veces, se volvió hacia la puerta, y en ese instante, mientras decrecían los aplausos, oyó una voz a su espalda o a su lado. No acabó de distinguirlo con nitidez, mas si escuchó claramente las palabras, aunque se pronunciaron en voz baja:
-¡Pobre diablo!
Es curioso, además, que una novela sobre ese súbito y breve destello de gloria, por decirlo así, la haya escrito un autor que si de algo gozó fue de fama y éxito literarios, sobre todo como dramaturgo. También hay que decir que nuestro hombre no lo dejó todo por escribir, sino que estudió medicina y ejerció de médico en su consulta privada toda la vida. Esa simultaneidad de labores no afectó de modo negativo, por lo que parece, a su producción artística. Lo hago constar para todos aquellos que, como la Pantoja, se empeñan en manifestar donde les dejen que "el Estado tiene que cuidar a sus artistas" y cosas así. Yo prefiero pensar que un Estado democrático tiene que cuidar de todos sus miembros por igual, y las excepciones serán siempre en favor de los más desafortunados. Dado que vivimos en una sociedad desigual, incluso en sus mejores momentos económicos, con bolsas de pobreza y marginalidad, imagino que un Estado con pretensiones redistributivas e igualitaristas no tendrá entre sus prioridades proteger la vida de los artistas por ser artistas, sino por ser personas. Otra cosa es que tengamos un Estado así, o que lo queramos.
Todo un debate.
Quién diría que aprovecho las reseñas para hablar de mis cosas.
Esta reseña me induce a ir a comprar la novela sin dilación. Muchas gracias por tomarte el tiempo para hacerla.
ResponderEliminarDe nada. A veces, el esfuerzo es un placer. No es el caso de la mitad de las novelas reseñadas, pero bueno...
EliminarEse guiño final me trae reminiscencias del clásico romano: "Memento Mori"
ResponderEliminarLe ha quedado muy elegante este comentario.
Eliminar