martes, 1 de marzo de 2022

'Nevada', de Claire Vaye Watkins

Una vez que hemos confirmado gracias a Berlinale que ser artista multidisciplinar y poliédrico no le coloca a uno de manera automática en "la dimensión de la genialidad" (curiosa manera de evitar calificar a alguien de manera directa como genio, que da la impresión de ser un concepto algo trasnochado, pero sin descartarlo del todo), ni siquiera que sea bueno en algo, nos damos en esta ocasión un respiro. Digo esto porque después de un comienzo de 2022 bastante regular, lo que habrá suscitado el delirio de las masas ávidas de sensaciones fuertes, hoy toca una colección de cuentos, publicados en el lejano 2012, de una escritora norteamericana llamada Claire Vaye Watkins. Aunque solo sea por fastidiar, están bastante bien.

Para no olvidarme, escribo ya que la bondad de la literatura de esta escritora viene mediada por la versión al español escrita por el traductor Ce Santiago. Qué haríamos sin los/as traductores/as.



Me pregunto, para empezar (no hay artículo en que no toque las narices un poco) por qué el título original, Battleborn, fue cambiado por la editorial en la versión al español por Nevada. Me temo que, para la inmensa mayoría de los españoles, leer "Nevada", asumiendo que sepamos de antemano que se refiere a un estado de los Estados Unidos no significa nada. Un mero nombre. Como si en vez titular Nevada, hubiesen titulado Wyoming o Sacramento o Tuscany. Cero valor significativo, cero valor informativo. Sería diferente, quizá, para un hispanohablante ciudadano de ese país, o para los hispanoamericanos que, quizá por proximidad querida o impuesta, tuviesen conocimiento cabal al respecto. En cambio, algo así como Nacido de la batalla o cualquier cosa algo ingeniosa relacionada con la palabra inglesa habría sido mejor. Quisquilloso que es uno.

Una vez expresada esta disconformidad, la impresión de conjunto que me ofrecen los relatos es la de una prosa trabajada, concentrada y enérgica. Es decir, lo narrado se muestra con dureza, sin circunloquios, lo que no quiere decir sin sutileza. La amistad, el amor, la obsesión, la fantasía, la soledad, la crueldad, etc., etc. se muestran por estas páginas de manera más que convincente. No digo que impresione hasta el arrebato, pero sí muestran a una escritora ya hecha que se expresa de manera harto convincente, con una capacidad para seleccionar esos pequeños detalles, gestos y palabras a los que solo un/a buen/a escritor/a está atento/a.


Tras formar la fila, Manny regresa a la barra con Amy Armada. Michele se les une, Amy planta sobre la barra sus tetitas bronceadas en exceso, y ahí reposan como dos orbes en un zurrón. 

-Necesito un puñetero cliente -dice. 

Michele le dedica una amplia sonrisa: la sonrisa grande y boquiabierta del extranjero que finge saber lo que pasa. 

Con el dedo, Amy recorre arriba y abajo el antebrazo del muchacho. 

-¿Por qué no sirves al chico una birra de verdad, Manny? 

Manny le pone a Michele una pinta de Boddingtons. Ligeramente perplejo, el chico contempla cómo una nube de espuma se hincha en la superficie de su nueva cerveza. 

-La Budweiser es meado dice Amy-. Es una broma de por aquí. 

Michele le da un trago largo a su nueva cerveza. 

-¿Cuándo, eh..., volverá? 

-¿Darla? Depende -dice Manny. Grita hacia el despacho de atrás-. Gladys, ¿cuánto tiempo ha puesto?

En sus primeros días, Manny le preguntó a Gladys si a veces escuchaba las suites a escondidas. "Ya sabes, por diversión." Gladys bufó sin más. "¿Diversión? -dijo-. Cielo, a mí no me queda nada por ver. Mi mejor cliente era un delegado del condado. Se hacía en su Buick todo el trayecto desde Tonopah una vez al mes solo para que me pusiera a dar golpecitos en el suelo con la pata de palo de su esposa muerta. Tú ni siquiera habías nacido". (Pág. 92, de Pasado perfecto...) 


Regresó a la cocina. De alguna manera, la chica parecía distinta a las demás chavalas. Era guapa, o habría podido serlo. Tenía unos rasgos demasiado extenuados para su edad. 

Magda hizo un gesto hacia la perra, echada delante del enfriador portátil. 

-¿Y ese quién es? 

-Milo -dijo-. Ella te encontró. Seguramente te dio un golpe de calor. 

Le trajo un tazón de sopa de tomate y le rellenó el agua. 

Ella se llevó un poco de sopa a los labios y con cortesía inclinó la cabeza hacia la perra. 

-Gracias, Milo. -Miró a su alrededor, sin comer, escarbando en la sopa con la cuchara como si esperase encontrar algún secreto en el fondo del tazón-. Eres todo un coleccionista de piedras, ¿no? 

-Trabajo un poco de lapidario -dijo él. 

-¿Estás en la mina? 

-Estaba. Me jubilé. 

Magda dejó el tazón de sopa en la mesita. De la balda que tenía a su lado cogió un trozo polvoriento de cuarzo ahumado del tamaño de una  bujía y se lo puso en la palma de la mano. 

-¿Y qué haces por aquí? -preguntó. 

-Cosas mías -dijo él-. Tengo algunas concesiones. 

-¿Oro? 

Asintió y ella rio hasta mostrar los empastes de metal y una muela de plata maciza. 

-Este sitio está exprimido- dijo ella, y rio otra vez. Reía con fuerza, con la boca totalmente abierta y mostrando todos los dientes-. Ya no queda oro, abuelo. (Pág. 128, de Carabela portuguesa) 


No obstante, por señalar algún defecto, creo notar cierta predisposición a acabar los relatos de una manera literaria. Y me da por pensar que es la manera en que se lo habrán enseñado (o aprendido por su cuenta) en talleres literarios, cursos en la Universidad y cosas así. Una manera de acabar como simbólica que parece querer decir mucho, pero, tal vez, no signifique nada, ni siquiera para la escritora. Habría que preguntárselo, pero como eso no es posible por el momento, comparto con ustedes mi sospecha.

Hay narraciones que quedan en la memoria, otras que se olvidan; hay fragmentos que se conservan, escenas luminosas o sombrías que brillan con intensidad superior a la del relato al que pertenecen. Es posible, no obstante, que eso ocurra en cualquier colección con algo de valor. En este blog tenemos experiencias de libros olvidables y olvidados por completo, hasta su mismo título, y a su autor/a, también. 

En lo que a Nevada se refiere, recuerdo en especial los relatos Pasado perfecto, pasado continuo, pasado simple, Carabela portuguesa y Las excavaciones, que son también los más extensos. Es posible que para el estilo de la autora le convenga mejor la amplitud que la brevedad, aunque ningún relato me parece desdeñable. Todo lo contrario.

EN DEFINITIVA, una colección de relatos que vale la pena leer.


P.D. Para los más interesados/as, la autora escribió años más tarde un ensayo sobre las motivaciones que le llevaron a escribir, y a escribir de determinado modo, estos relatos. Véase aquí.






No hay comentarios:

Publicar un comentario