lunes, 5 de abril de 2021

'Por los buenos tiempos', de David Keenan

Justo el lunes después de la semana santa de los cristianos escribo este artículo. Y de sangre, muerte y traición va el libro que paso a comentar: Por los buenos tiempos, de David Keenan, con la versión al español de Francisco González López. La novela es la narración ficticia de un preso del IRA activo en los años 70 y comienzos de los 80 en Irlanda del Norte. Es decir, la narración de los asesinatos, venganzas por los asesinatos, palizas, torturas y secuestros de un bando y otro a lo largo de aquellos años.

Por un lado, la novela, como casi todas aquellas que abordan asuntos similares, nos hace reflexionar sobre la pertinencia, efectividad y moralidad de emplear la violencia extrema contra un Estado al que se considera agresor, ilegítimo o injusto, o todas esas características a la vez. Claro que ese Estado se encarna en personas concretas, en funcionarios de la administración, en políticos, en policías, militares, etc., cuya vida se trunca de repente. Lo terrible no es solo esa violencia, sino que para hacerlo más terrible, sea cierto que ese Estado contra el que se dirigen los ataques sea efectivamente ilegítimo, invasor y violento. ¿Es posible ser pacifista en ese caso? ¿Es posible no ser violento? Y en este último caso, ¿esa violencia sirve? ¿Y hasta qué punto? ¿Es posible juzgar la moralidad de una acción sólo por sus resultados?

A veces, la diferencia entre ser denominado terrorista o no depende de que el adjetivado así haya obtenido éxito. Los israelíes que pusieron una bomba en el hotel Rey David durante el Mandato Británico en Palestina, con el resultado de 91 muertos. En 2006, el primer ministro de Israel y otros miembros del gobierno conmemoraron el atentado. O el Vietcong, en su momento; Nelson Mandela mismo, etc., etc. La guerra de independencia de la actual República de Irlanda difícilmente puede calificarse de guerra entre ejércitos regulares... ¿Cuándo se es terrorista y cuándo, guerrillero? Retrospectivamente, se les puede denominar "revolucionarios", pero en el momento eran, sin duda, "terroristas". Quien tiene el poder de definir el concepto y difundirlo, se asegura de que todo lo que se le oponga sea calificado de "radical", "extremista" o "terrorista". 

En sentido genérico, de manera tentativa, podría conceptualizarse como "terrorista" el que busca inspirar terror en la población, en la sociedad, o tenerla como blanco de los ataques con objetivos políticos. También, si los actos violentos se ejecutan dentro de una sociedad democrática, que lo que entendemos hoy consiste en una democracia representativa, es decir, con elecciones libres y periódicas mediante sufragio universal y dentro del marco de los derechos humanos recogidos en la Carta Universal. Así, las demandas de cualquier tipo deberían realizarse dentro de los cauces institucionales diseñados para tal fin. 

Vamos, un temazo (*) que permite minuciosas gradaciones para abordarlas desde la literatura. En España, además, sabemos algo al respecto.




Solo por eso, el libro vale la pena, aunque, claro, podemos estar de acuerdo en que no es un aspecto estrictamente literario. Por lo que respecta al lenguaje, aunque el narrador, al igual que el resto de sus compañeros de armas, se declara cuasi analfabeto, el texto no podría considerarse vulgar: el autor no puede evitar que se cuelen figuras y referencias que en absoluto podrían pertenecer a alguien iletrado o casi. No obstante, si el lenguaje caracteriza a un personaje, el del narrador, Sammy, en este caso cumple su cometido.

Además, el resto de los personajes están bien caracterizados, distintivos, con carne, tanto los masculinos como los femeninos, aunque salvo una excepción importante, estos últimos están menos delineados y son menos importantes para la trama. Podría decir también que retrata bien el ambiente de Belfast y de otros condados de aquella Irlanda, pero no tengo ni idea de cómo eran: eso sí, recuerdo leer sobre el IRA en los periódicos, y el Sinn Feinn, pero también leía sobre Bréznev y Andrópov, y tampoco soy un experto en primeros ministros soviéticos. Eso sí, que el ambiente de pubs, de música en vivo y de salvajismo urbano a la vista sí que se exprime y se muestra con vigor.


Atamos a Kathy a una silla en el centro de la habitación con una mordaza y una funda de almohada en la cabeza pero cada vez que la desatábamos para que se comiera el puto menú que le pedíamos del restaurante chino, ella nos tiraba la comida a la cara y nos daba patadas con esos tacones tan altos que tenía, así que le quitamos los tacones e intentamos darle de comer con una cuchara. Entonces nos escupe la comida a la cara. Y no veas todo lo que suelta la señora por la boquita. A Como le habría sacado los colores. Que se muera de hambre y a tomar por culo, nos dice Tommy. Cariño, esto no es un hotel, le dice. En cuanto le quitamos la mordaza empieza a poner a parir al IRA. Se supone que tenéis que cuidar de gente como yo, valiente panda de inútiles; no deja de gritar cosas así. Hasta me sentí mal y todo. ¿Qué sentido tiene torturar a uno de los vuestros? Pero Tommy le dice: Tu marido pidió dinero prestado a los Chicos, ¿no? Pues ahora que tenga la decencia de devolverlo. (Pág. 49)


No te imaginas cuánta sangre. Me puse a dar vueltas por la habitación como un artista, embadurnando todas las paredes de rojo chillón, como el colega ese que hace pinturas caóticas. No me preguntes por qué lo hice. Luego me senté y abrí esa botella de Bushmills que llevaba mi nombre. Los ángeles habían decidido. Y estaban de mi lado. Por ahora. 
Al día siguiente salió en todos los periódicos. Es raro de cojones cuando tú eres el único testigo de algo sobre lo que todo el mundo conjetura. Guardas en tus manos un gran secreto. Tienes el privilegio de estar entre bastidores y de ver cómo se crea la historia. Los putos engranajes, a la vista, girando. Y tienes que añadir tu propia distorsión, tu propia deformación arbitraria, y eso es lo más cerca que un hombre puede estar de ser Jesucristo en la Tierra. Porque tú eres la respuesta a la pregunta que está en boca de todos. Pero no te atreves a dar la cara. Porque sabes que te crucificarían por ello. (Pág. 89)


Y luego están los gilipollas que salen por la tele preguntándose cómo es posible que alguien pueda proteger a asesinos que matan y mutilan, cómo es posible que incluso los traten como a héroes en sus comunidades. Y todos, por supuesto, ponen la puta voz esa de "mira qué penita doy". Me gustaría decirles: Es algo elemental, queridos mentecatos, ¿habéis oído hablar alguna vez de la lealtad? ¿Sabéis lo que es la amistad? ¿No habéis tenido nunca una familia que protegeríais con vuestra vida? ¿No creéis que la valentía es algo digno de admiración? ¿Nunca habéis sentido la llamada de vuestra propia sangre? 

La cuestión es que todos lo sabemos. Todos lo entendemos perfectamente. Pero sólo cuando es de nuestro bando del que hablamos. Pues bien, yo soy del otro bando y estoy aquí para decirte que somos exactamente iguales. Bueno, iguales del todo, no; nosotros somos más valientes. (Pág. 130)


No obstante lo escrito, alrededor de la mitad de la novela mi interés comenzó a decaer. No sé si me saturó la acumulación de violencia o si el autor pretendió enriquecer al narrador con fantasías que intentaban describir la deriva psicológica que comenzaba a afectarle o que, simplemente, la historia comenzaba a dar vueltas sobre sí misma, encadenando anécdotas, hasta que en determinado momento encontró una salida que le permitió finalizarla de esa manera. En este sentido, la novela, en mi opinión, no desarrolla de manera óptima lo que parece que promete, una reflexión no solo sobre la violencia "terrorista" sino también sobre el determinismo social que condena a incontables personas a ser carne de cañón, a no tener más futuro que plata o plomo, a no tener jamás la menor posibilidad de llevar una vida normal, incluso en un país democrático y de Derecho. Y la opción de la violencia política, o meramente criminal como alternativa viable.

En esas circunstancias, reconducir políticamente escenarios de violencia enquistados durante décadas es harto difícil, pues el diálogo, la deliberación y el mismo lenguaje son posibilidades casi inimaginadas, si no despreciadas. Conseguirlo debería suscitar elogios infinitos.

Para terminar, pues, la potencia de los personajes no resulta suficiente para mantener firme el espinazo de una historia que si bien se deja leer, no desarrolla sus potencialidades. Al menos, las que yo hubiera deseado. En definitiva: gusta, pero no regocija.



P.D. Aquí, una reseña entusiasta, que parece sincera, o esta, también.

(*) Creo recordar que Albert Wellmer abordaba el terrorismo en la República Federal de Alemania de un modo bastante convincente en Finales de partida: la modernidad irreconciliable. Imagino que habrá una ingente literatura sociológica sobre el asunto

2 comentarios:

  1. No me gusta nada esa traducción, no sé si por muy "fiel", si es que lo es o porque soy un dandy y si no hay "lenguaje literario" me aburro. Pero no me gusta nada. (Siempre juzgando por lo que muestras aquí) Es muy difícil eso de traducir cuando el lenguaje es populachero, bajero, barriero, porque hay tendencia a trasladarlo a cómo se habla por aquí en esos entornos, y eso, para que tenga un tono "literario" hay que saber hacerlo. (No, yo tampoco sé qué es un tono "literario", pero cuando no me gusta lo que leo digo que le falta y parece una argumentación). Tal vez el original tenga ese atractivo, que en la traducción parece más falso.

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    1. Habría que tener el original, claro. No obstante, no me produjo una mala impresión, como habría sido el caso si el lenguaje coloquial o el 'slang' hubiera sido demasiado 'español'. Mis reticencias, en todo caso, son otras.

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