Algo más extrema es la opinión, quizá de elitistas de la literatura (y del arte, en general), de que hay productos de ficción (aunque ficción es también un concepto problemático), la mayoría, que pueden ser bestsellers; otras, meros entretenimientos, etc., pero que no corresponden, no entran dentro, de lo literario. Para ellos, la literatura, como conjunción de forma, método de investigación y reflexión moral y logro estético, solo abarca unas pocas obras a las que se ha considerado de calidad suficiente. En el primer caso, encontraríamos a Terry Eagleton (El acontecimiento de la literatura), por ejemplo, y en el segundo, a Eduardo Lago (Walt Whitman ya no vive aquí).
Yo soy partidario del primer punto de vista (aunque simpatice con el segundo) porque a pesar de que uno pueda detestar profundamente muchas novelas como las que he reseñado en este blog, no puedo negarles la categoría de literatura. Creo más bien que la opción por la exclusión de Eduardo Lago constituye el afán por acotar un espacio en el que solo lo verdaderamente artístico pueda entrar: una zona vip para obras selectas aunque siempre pueda uno cuestionar cualquier canon y al tribunal que dicta las inclusiones en aquél.
Trayéndonos esta dicotomía al ámbito local, resulta evidente que a tenor lo que se publica cada año, no hay peligro de escasez de producción literaria canaria (o española). Si yo fuera Eduardo Lago, supongo que, por el contrario, solo vislumbraría un desierto literario pues rara es la novela (excepciones hay) que me haya impresionado de tal modo que pudiera calificarla de Literatura (con mayúscula). No obstante, siempre comienzo a leer con la esperanza de la epifanía.
Valgan estas reflexiones, no exhaustivas, para presentar la reseña de la siguiente novela:
Esta novela, escrita por el autor portugués Gonçalo M. Tavares, autor del que me atrevería a decir que no es tan conocido como, por ejemplo, el casi omnipresente y casi canario de adopción José Saramago, se publicó en 2003 y fue traducida al español en 2006. Así pues, no se trata de una novela reciente, y, como de otros autores/as que de los que he escrito en el Polillas, es posible que su estilo y sus preocupaciones hayan cambiado. No obstante, siempre me enfrento a una novela no como si fuera la primera o la última, sino como si fuera única. Considero que su valor artístico-literario no debe depender de otros contextos extraliterarios que el de mi reflexión, pues yo ya estoy situado en el tiempo y en el espacio y a mí me corresponde, en todo caso, llevar a cabo la labor hermenéutica que considere procedente.
Un hombre: Klaus Klump es una novela que desde el comienzo ya tiene una virtud: un estilo propio, construido en gran medida a base de frases cortas, con abundante uso de metáforas y símiles que a veces se acerca a la poesía y en otras al aforismo (últimamente tan de moda, al menos en las Islas):
La bandera de un país es un helicóptero: hace falta gasolina para mantenerla en el aire. La bandera no es de tela sino de metal: se agita menos al viento, ante la naturaleza.
Avanzamos sobre la geografía, estamos aún en el lugar de antes de la geografía, en la pregeografía. Después de la Historia no hay geografía.
El país está inacabado como una escultura. Fíjate en la geografía de un país: le falta terreno, escultura inacabada. Invade al país vecino para terminar la escultura. Guerrero escultor. (Pág. 11)
La novela, a través de unos cuantos personajes: Klaus, Johana, Hertha, Xalak o Leo Vasta, entre otros, narra la situación de un país que ha sido invadido. Así, la suerte de los ciudadanos, la resistencia guerrillera, la brutalidad de los conquistadores y, sobre todo, la lucha por la supervivencia conforman ejes a partir de los cuales se desarrolla la trama, mediante las historias entrecruzadas de aquellos.
Destaco, sobre todo, que el tono que Tavares consigue imprimir, mediante ese estilo propio, que se sustancia en escenas de gran condensación narrativa, y por tanto potentes y evocadoras. Consigue imágenes inéditas de una resonancia perdurable, lo que ya es mucho decir.
Nadie ama a un cobarde, lo que significa que mientras se ama no se logra ver la cobardía en el otro.
Un día, Johana volvía de la tienda de comestibles con tres manzanas carísimas y oyó una orquesta que, en medio de la calle interrumpida y casi vacía, tocaba músicas que ella no conocía. No había palabras, pero la música no era de su país. Esta música no es de aquí, pensó Johana, y empezó a correr muy deprisa, en dirección a casa, y mientras corría lloró.
La música es una señal de la humillación. Si quien ha llegado impone su música es porque el mundo ha cambiado, y mañana serás un extranjero en el lugar que antes era tu casa. Ocupan tu casa cuando ponen otra música. (Pág. 27)
Una mariposa asquea hasta cierto punto. Una belleza en avión minúsculo, demasiado colorido. A Klaus le gusta coger mariposas con la mano derecha y apretar con fuerza hasta que entre los dedos le saliera una sustancia de colores. Es el único animal que incluso aplastado resulta estético. (Pág. 31)
Klaus tenía los labios negros, como si hablara otra lengua. Había perdido la patria, y con ella cada palabra antigua se había vuelto escandalosa. Eran palabras negras. Le quemaban los labios.
Klaus, de joven, había sido famoso por sus labios prominentes, labios indecentes, al decir de alguna chica.
Klaus estaba en la cárcel junto a Xalak, el hombre que salivaba demasiado, el hombre que le había babeado la nuca, el hombre que era el dueño de la celda. Se habían hecho amigos. Xalak era el mayor, era el jefe. Hace siete años que comparten la misma celda. Hablaban. Pág. 67)
El problema consiste en que este estilo fragmentario, de frases cortas y párrafos menudos, requiere una tensión constante para que el tono no decaiga, lo que no siempre se consigue en esta obra. Así, a menudo tiene uno la impresión de cierta banalidad en la información, y se producen repeticiones que empobrecen el texto, aunque el resultado, en general, sea más que convincente.
Aparte del estilo, las historias, aunque relacionados por los vínculos que tienen entre sí los personajes, no acaban de formar un todo literariamente sobresaliente. Por esto quiero decir que hay personajes que no logran encarnarse del todo: algunos aparecen difuminados mientras otros, como es el de Klaus o Hertha acumulan protagonismo, sin que las razones parezcan claras salvo en que sus avatares desembocan, quizá, como metáfora de la misma humanidad en distintas formas de llegar al mismo conformismo, ya sea por la rebelión, ya sea por la adaptación. En el plano moral, tal vez sea realista, pero también decepcionante. En estas ocasiones, me planteo el porqué de las historias, una vez que ya hace tiempo que no nos hacemos ilusiones sobre la supuesta inevitable marcha hacia el progreso de los seres humanos.
Al mismo tiempo, a pesar del entrecruzamiento de las historias, no puedo dejar de percibir la atomización de los personajes, por cuanto parecen mónadas aisladas que, de cuando en cuando, chocan con otras, pero sin que eso suponga una transformación de alcance general. Las mismas historias dan la impresión de parábolas sin conclusión o sin enseñanza. Como si el artefacto metodológico hubiera sido la creación de minirrelatos independientes pensados para conectarse en un punto B o en uno C y confiar en que cualquier impresión que hubiesen logrado suscitar en nosotros fuera suficiente. Quizá tanto la contención estilística como lo ajustado del diseño narrativo suponen un cinturón de pocos agujeros para que la novela dé de sí todo lo que contiene en potencia.
Bien puede ser que todo lo que estoy diciendo como un defecto sea una virtud para otros, si la intención final no fuera otra que transmitir la impotencia y la soledad de los personajes en un mundo áspero, hostil y violento. En tal caso, solo habría que culpar a mi insuficiente inteligencia y a mi embotada sensibilidad. Sea como fuere, esta obra es literatura con aspiraciones y no de entretenimiento fugaz.
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