De manera análoga, cuando parte del público (lo suficiente para que se considere un éxito) ha mostrado su satisfacción por un producto determinado, el mercado suele engendrar sucedáneos con prontitud. También se crean modas para activar unas ventas estancadas. Así como en la música se fomentó desde los despachos de las discográficas el fenómeno de lo étnico, en la literatura hemos asistido a la eclosión de la novela histórica, o, cada cierto tiempo, al resurgir de la novela negra. O la intermitente aparición de clones de El Señor de los Anillos, el manoseado género postapocalíptico, especialmente si es zombi, o, en las últimas fechas, la biografía inventada de escritor/a más o menos atormentado/a. Cosas así. También, ya sea por estrategia consciente o por incapacidad para escribir otra cosa, un escritor o escritora que haya tenido éxito con un esquema narrativo o con un personaje carismático (por ejemplo, un detective mal hablado y cínico, o un policía que haya jugueteado con el suicidio con su arma reglamentaria, también cínico en lucha contra, digamos, un asesino en serie, o encargado de desbaratar una conjura político-sexual) tenderá a repetirla. Normalmente, ad nauseam. Las fórmulas del éxito, según parece. Luego se quejarán del encasillamiento.
Estas estrategias de marketing, estas campañas publicitarias, al copar el espacio público por su inserción en suplementos culturales o en la sección de Cultura con entrevistas al autor de turno en prensa, radio y televisión, unidas a la promoción en las redes sociales, son de una visibilidad omnipresente de la que es difícil, si no imposible, escapar. Casi habría que ser ciego y sordo. O dejar de interesarse por la Literatura. Otro día hablaremos de los booktubers, que vaya tela: a ninguno le gusta un libro, sino que es fan de él. Hardcore-fans, como decía una periodista en un rapto de emoción peloteril.
Lo cierto es que a causa probablemente de mis malas elecciones en Twitter, me llegaban casi a diario numerosas recomendaciones sobre esta escritora o sobre aquel autor provenientes de la editorial de turno (que no tiende, por lo general, a vituperar a sus escritores/as) o, peor aún, de supuestos lectores espontáneos (ya uno no sabe de qué son capaces de hacer algunos/as por un retweet). Mi reacción fue borrar casi todas las editoriales a las que seguía, pero, ya ven, dejé dos o tres: intuición, simpatía, yo qué sé. Por tanto, estas promociones perseguidoras se vieron reducidas al mínimo, pero no por completo. En una época baldía, sin títulos atractivos a priori, una escritora norteamericana muerta suscitó por fin mi curiosidad.
Así que:
Ha habido, con posterioridad a esta edición, otros intentos de la editorial por convertir a la autora en popular, animándose a recoger otros relatos y un par de novelas. De repente, o al menos a mí me lo parece, ha logrado convertir en "imprescindible", en "lectura obligada", y demás quincalla lingüística a una autora que, a decir verdad, no era muy conocida para el gran público español. Es decir, para el público de 3 novelas al año y todas concentradas en vacaciones. Ni para mí tampoco, confieso, y eso que leo algunas más. Pero quién está al día de todo.
Cargado solo de prejuicios y del nombre de un relato (el más popular) que me recordaba a otro de ciencia ficción con el que no está emparentado en absoluto, inicié la lectura. Tras superar unos cuantos adverbios terminados en -mente (aversión que padezco desde que adquirí cierta conciencia lingüística) en las dos primeras páginas, pronto quedé convencido. Los escasos cuentos escogidos que recogen estos Cuentos escogidos están atravesados todos por un sesgo siniestro latente en la normalidad, un átomo de singularidad que acaba contagiando a la narración y finalmente recubriéndola por completo. Como si de repente estuviéramos en otra dimensión, como si el plano de la cotidianidad se hubiese deslizado, sumergiéndose, en una niebla crepuscular. En lo que se refiere al estilo, tanto el ritmo de la narración, a base de frases sencillas sin gran ropaje adjetival, pero de gran densidad simbólica, a cargo de un narrador en tercera persona, como los diálogos funcionan en ajustada sintonía con ese desencajamiento ambiental en el que se van hundiendo los protagonistas. Sean conscientes de que estoy evitando con todas mis fuerzas escribir "kafkiano" o "surrealista".
Son un total de siete cuentos, cada uno de los cuales es más interesante e inquietante que el anterior, dotados de agilidad, tensión y, finalmente, conmoción. Historias que demuestran que la mano que las escribió dominaba el género, que sabe narrar a base de detalles. Economía lingüística, descripciones apropiadas, diálogos vivaces y significativos, personajes bien marcados (esos niños escalofriantes) y ausencia de solipsismo huero. Para mí, sobresaliente, lo que no desentona dentro de la tradición cuentística, también sobresaliente, de los Estados Unidos. Habría que ver qué tal son sus novelas.
No incluiré citas porque podrían arrebatar parte del interés a quien, animado por esta entrada, se animara a leer los breves relatos de esta magnífica escritora. Y habrá también que nombrar a la traductora, Paula Kuffer, que algo habrá tenido que ver en el placer lector.
A este respecto, el libro, una vez concluida la parte de los relatos, incluye una sección titulada Tres conferencias y un cuento, en la que la autora reflexiona sobre el arte/oficio de escribir y que le vendría muy bien a unos cuantos que solo saben hablar de sí mismos y de sus experiencias, como si escribir fuera transcribir, como si novelar fuera exponernos sin escrúpulos su doxa o enumerarnos con desvergüenza sus gustos literario-musicales. Consejos claros y sencillos de Shirley Jackson que sonrojarían a más de un divo:
Ser escritor de ficción es de lo más agradable por varias razones: una de las más destacadas, por supuesto, es que puedes persuadir a la gente de que se trata de un trabajo de verdad, si tienes un aspecto lo bastante demacrado. (pág. 103)
La pura descripción de un hecho difícilmente puede considerarse ficción, pero el mismo incidente, después de desmontarlo con esmero, de haber examinado su estructura emocional y su equilibrio, y luego haberlo vuelto a ensamblar con cuidado del modo más efectivo, sesgado y pulido y sopesado, muy bien podría ser una historia. (pág. 104)
Sobra decir que nadie leerá una historia que no le interese. Sin embargo, muchos escritores lo olvidan. Escriben una historia que les interesa a ellos, olvidando que la inversión emocional concreta que supuso el acontecimiento no llegó hasta el lector porque, al redactar la historia, solo contaron lo que sucedió y no lo que sintieron. (pág. 107)
El único modo de convertir algo que sucedió realmente en algo que sucede en el papel es atacarlo desde el comienzo del mismo modo que un cachorro ataca un zapato viejo. Hay que sacudirlo, gruñirle, abalanzarse sobre ello desde distintos ángulos. (pág. 110)
No cabe duda de que las conversaciones son una de las partes más difíciles de una historia. No basta con hacer que tus personajes hablen como suele hablar la gente, porque esta suele hablar de un modo extremadamente aburrido. (pág. 155).
Hay material aquí para un cursillo de escritura creativa, pensarán los saqueadores del talento ajeno. Ignoro si Shirley Jackson asistió a alguno, pero si aparte de disfrutar, quieren aprender técnica literaria, tengo la impresión de que la lectura de estos cuentos y de estas conferencias les resultaran de lo más placentero y de lo más útil. Ese "enseñar deleitando" que hacía las delicias de los pensadores ilustrados del siglo XVIII. Yo quiero más.
P.D. Para ahorrarles trabajo, otras reseñas: aquí, aquí o aquí. O sobre la autora, aquí y aquí.
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