domingo, 8 de abril de 2018

'Justicia auxiliar', de Ann Leckie

Soy de la opinión que cualquier persona sensata debe tener sobre la mesa o en el estante correspondiente unos quince libros a la espera de su lectura. Lo que no quita que surjan otras estimulantes posibilidades que se agreguen a los anteriores e incluso se salten la cola. La vida de la persona que quiere entender el mundo, y a sí mismo, no puede saltarse ese paso: lectura y reflexión, reflexión y lectura, y, de vez en cuando, interactuar con otros especímenes humanos. La Universidad de la vida, amigas y amigos, no es suficiente, me temo. Porque el espectro de situaciones en las que uno que se ve inmerso a lo largo de la existencia es, incluso para aventureros y comerciantes, necesariamente limitado y estrecho, y más aún dados los prejuicios que hemos ido incorporando en nuestros accidentes vitales, que sesgan de manera fatal nuestra perspectiva.

Claro que no hay lectura válida que valga sin uno de esos utensilios que tienden a desaparecer cada vez que nos hacen falta: la barra de grafito con madera alrededor. O sea, el lápiz. Sin él, la mayor parte de lo leído desaparece como lágrimas en la lluvia sin haber tenido tiempo de hacerse poso de nuestra conciencia. Es tan triste como un replicante preguntándose por el sentido de su existencia. O como cualquiera de nosotros, la verdad.

Así pues, armados de lápiz y libro de alguien más listo o experto que nosotros en algún área estaremos preparados para aumentar nuestros conocimientos y expandir nuestro horizonte de sucesos. Y si los libros están caros, también es cierto que hay mucha biblioteca digital por estas redes. Tras un par de ensayos y algún tratado, ya notaremos los resultados: la inmensa mayoría de los/las columnistas nos parecerán idiotas y sus columnas, motivo de befa; y los tertulianos, como mínimo, unos desgraciados manipuladores, manipulados a su vez. Como decía Bourdieu, más o menos: "Algunas personas no hablan, les hablan".

Así es, amigas y amigos, consejos gratis doy.

Y ahora, vamos a por lo que han venido aquí:





Esta novela puede considerarse gramaticalmente feminista. No porque, en apariencia, todos los personajes sean femeninos, que puede que no, sino porque a diferencia de lo que ocurre en español, el término no marcado sea el femenino, y el marcado, el masculino. Ignoro cómo es el original en inglés, pero en la versión en español, el resultado no deja de ser un desafío para las convenciones gramaticales. Así, uno tiende a imaginar a todos los personajes como si fueran mujeres cuando es posible que no todos lo sean o, lo que es más sugestivo, que el sexo no importe en absoluto. 

Por otro lado, la historia es una variante singularmente omnisciente del narrador omnisciente. Me explico: el narrador es una IA (venga, va, Inteligencia Artificial, un HAL con cuerpo humano) que durante parte de la historia es tanto una nave espacial (Justicia de Toren) como decenas de soldados (los auxiliares o segmentos) que le proporcionan datos a través de sus ojos y oídos y actúan como ejecutores de su voluntad (o de las órdenes que, a su vez, reciba). Resulta que por circunstancias de las luchas de poder cósmicas, esta IA se ve reducida a ser un mero auxiliar, Esk Una (o Breq) lo cual le frustra un tanto. El problema principal que la autora no resuelve del todo es el de que una IA desarrolle sensibilidad y padezca problemas de naturaleza moral. Es decir, que se emocione, sienta culpa, vergüenza o deseos de venganza, que cuestione órdenes, no sobre la base de su programación, sino de sus afectos o de algo parecido a una ética. Parece, pues, que nuestra IA es humana, salvo por su historia y por su fascinante precisión a la hora de matar gente.



Las unidades auxiliares que solo se activaban para las anexiones a menudo no llevaban más vestimenta que una armadura generada por un implante colocado en el cuerpo. Filas y filas de soldados inexpresivas que podrían estar elaboradas con mercurio. Pero yo siempre estaba en activo y, ahora que los combates habían terminado, llevaba puesto el mismo uniforme que las soldados humanas. Mis cuerpos sudaban debajo de las chaquetas del uniforme y, aburrida, abrí tres de mis bocas, que estaban cerca unas de otras, en la plaza del templo. Y con aquellas tres voces canté: "Mi corazón es un pez. Escondido entre las plantas acuáticas..." Una persona que pasaba por allí me miró sorprendida, pero todas las demás me ignoraron. A aquellas alturas, estaban acostumbradas a mí. (pág. 44) 
A partir de entonces, me convertí en veinte personas diferentes, con veinte series distintas de datos y recuerdos y solo puedo recordar lo que sucedió si reúno todas aquellas experiencias individuales. Cuando se produjo el apagón, mis veinte segmentos, sin siquiera detenerse a pensarlo, activaron inmediatamente la armadura. Los que estaban vestidos ni siquiera intentaron ajustársela para que cubriera los uniformes. En la casa, ocho segmentos que estaban durmiendo se despertaron al instante y, cuando recobré la calma, corrieron a donde estaba la teniente Awn intentando conciliar el sueño. Dos de aquellos segmentos, Diecisiete y Cuatro, después de comprobar que la teniente Awn y otros segmentos que estaban con ella se encontraban bien, se dirigieron a la consola de la casa para comprobar el estado de las comunicaciones. La consola no funcionaba. (pág. 131)
De repente, me di cuenta de que, aunque Estación no había conocido a nadie del Gerentate, era muy posible que Anaander Mianaai sí. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? ¿Por algo que habían programado en mi mente de nave y que había permanecido oculto a mis sentidos hasta entonces o, simplemente, debido a las limitaciones del pequeño cerebro que me había quedado como residuo? Puede que hubiera engañado a Estación y a todas las personas que había conocido allí, pero ni por un instante había engañado a la Lord del Radch. Sin duda, ella supo, desde el momento en que puse el pie en el muelle del palacio, que no era quien decía ser. "Las monedas caerán donde caigan", me dije a mí misma. (pág. 340)

Asimismo, el objeto de venganza de la IA, digamos su Némesis, la Lord del Rach, es capaz también de vivir de manera simultánea en muchos cuerpos, lo que dificulta un tanto su eliminación. También, es cierto, esa multiplicidad casi divina es la causa de todos los problemas a raíz de los cuales Justicia de Toren se convierte en un solo ser, en un mero cuerpo.

La novela se estructura en torno a dos narraciones. La primera, trama principal; y la segunda, situada más en el pasado que contribuye a aclarar y a justificar la primera. No hay más alardes técnico-narrativos. Tampoco parece que hagan falta. La versión española, aparte de la cuestión del género, resulta correcta, aunque haya detectado algún solecismo. La traducción es de Victoria Morera. El estilo, pues, no constituye ninguna dificultad para los/as lectores/as poco exigentes. Es más, es probable que lo agradezcan. Supongo que la dificultad es más bien conceptual, por aquello de la unidad-multiplicidad de los personajes. Eso sí, la novela no es un crescendo narrativo que culmine en un éxtasis orgiástico: tiene momentos, mesetas, que en algún momento pueden considerarse como bajón, pero que se supera. Quizá la necesidad de ensamblar ese pasado con el momento de la acción principal requiere de una preparación que incide en el ritmo. En todo caso, se supera bien.

La historia me recuerda a la serie Fundación, de Isaac Asimov, y también a la Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, de Edward Gibbon. Creo que leí una vez que Asimov se había inspirado en la obra de Gibbon para su serie de novelas, pero no estoy seguro de que fuera así. En todo caso, en la entrevista que encontramos al término de Justicia auxiliar, Ann Leckie reconoce que se inspiró en la historia del Imperio romano. Pero vayan Vds. a saber cómo y en qué medida. Entre líneas, se encuentran reflexiones sobre el poder, la fuerza, las jerarquías sociales, la definición de ciudadano y la de bárbaro, etc. Echo en falta cierta profundización en esas reflexiones y un engarzamiento causal que cuestionara de raíz las bases ideológicas sobre las que se asienta la civilización a la que pertenecen los personajes. Breves apuntes hay, pero no me atrevería a afirmar que exista un fundamento filosófico poderoso subyacente.

Al parecer, esta novela pertenece al subgénero de la space opera, término que me había encontrado varias veces y cuyo significado, por pura irritación de la consciencia de mi ignorancia, me decidí a buscar: historias de aventuras en clave futurista, grosso modo.

Mi conclusión es que si Vds. no sienten predilección por el género, no pierden nada si no la leen. Si Vds. gustan de la ciencia ficción por las ideas filosóficas o por la potencialidad de los avances o descubrimientos científicos en la transformación de nuestra sociedad o en la conformación de las sociedades del futuro, tampoco esperen encontrar aquí nada novedoso. En cambio, si les agrada la sci-fi por los escenarios imaginarios y el despliegue de situaciones tipo La Guerra de las Galaxias, entonces sí la recomendaría. Si tal es su caso, les agradará saber que hay dos novelas más de la serie. Vivan las trilogías.



















No hay comentarios:

Publicar un comentario