jueves, 29 de marzo de 2018

'El futbolista asesino', de Nicolás Melini

Disfruten de lo que queda de esta semana tan festiva, tan católica y tan laica a la vez, tan de Cristos sanguinolentos y tan de azul de piscina, porque la próxima semana comienza el carrusel de presentaciones de libros, a modo de preparación para EL GRAN EVENTO, la feria del libro. LA FERIA. Es en este lapso de tiempo cuando el buenrollismo alcanzará uno de los picos del año, donde la sonrisa y la carcajada, los ojos achinados por el regocijo y las palmotadas en la espalda se combinarán en diversos grados de afecto e hipocresía. Maestros de ceremonias correrán de un lado para otro ofreciendo sus servicios; escritores/as que no debieron serlo y escritores que no deberían ser otra cosa, inquietos en busca de un presentador que le dé lustre (vayan Vds. a saber por qué) a su libro, recurriendo a veces a espectros del pasado. Hay incluso escritores que siempre están presentando libros de otros. Es la feria amigos, es el circo. Con sus funambulistas buscando el equilibrio entre talento y la promoción, entre la escritura y la cadena de favores. Ya que estamos en Semana Santa, aparta de nosotros, Señor, ese cáliz.

Menos mal que siempre nos quedará la Literatura. En cierto modo, es un descanso que la novela pueda funcionar aislada de su autor/a, incluso del contexto en que se escribió. Nos ahorramos así las vanidades, las deudas, los acuerdos, las reseñas babosas, las casetas desde la que asoman la cabeza como cucos, las miserias personales... Nada de eso se hace presente cuando abrimos el libro y comenzamos a leer. 

Otra cosa es que no pasemos de la primera página.

Esto último, sin embargo, no se puede decir en absoluto del libro que reseñamos en esta ocasión:






Podríamos comenzar diciendo, para calentar, que el libro se publicó en 2000, y que la edición que manejo es de 2012 (ejemplar de segunda mano, con dedicatoria incluida: "Para Marixa (ilegible) con un fuerte abrazo. Madrid, febrero, 2012". Esto fijo que causa algún efecto mariposa). Ya saben que me gusta que cierta anarquía temporal reine en mis reseñas, tanto en las fechas de publicación como de los libros de los que escribo. Estar siempre pendiente de la novedad suscita cierto hastío, sobre todo porque la mayoría de ellas dan vergüenza ajena, y uno concluye que no vale la pena el esfuerzo. Así, ni Vds. ni yo mismo podemos predecir cuál será la próxima reseña. Tamaña imprevisibilidad resulta, creo yo, fértil.

Por otro lado, la portada de la edición que manejo (véase más arriba) me parece espantosa. Aunque, bien mirado, es de un kitsch que podría satisfacer ciertos gustos posmodernos, o a mí mismo en otro estado de ánimo más loko. No obstante, a pesar de ese ojo que, según leeremos, podría constituir una alusión a Buñuel, abro por la primera página y me encuentro con un texto que vale la pena.

LA NOVELA

El futbolista asesino comienza in medias res, justo antes de la perpetración de un asesinato. Terminará igual, con el mismo nefando acto, con lo que podríamos decir, utilizando una metáfora geométrica, que se cierra un círculo. Sin embargo, y aunque la narración procede del mismo asesino, es decir, en primera persona, se nos escamotean tanto las razones de los asesinatos, o la falta de ellos, como del momento elegido. Ignoramos si hay precedentes, si surgió por un capricho o por una fatal determinación suscitada por lo que fuera. Cuándo decidió volverse omnipotente, cuándo juez, para decidir sobre la vida y muerte de aquellos/as que se cruzaron en su camino. 

Intuimos un trasfondo familiar pobre y desgraciado por alusiones, pero el narrador y asesino, Felo, el futbolista asesino, está tan centrado en sí mismo que apenas tiene tiempo ni ganas para explicaciones o para la lógica de sus actos. Sin embargo, su voz resuena con fuerza, su nihilismo posee una fuerza singular y las imágenes que describe son vívidas, combinando un lirismo profundo respecto de su entorno con una minuciosidad desasosegante respecto de sus crímenes. No es Raskólnikov, sin duda, pero tiene voz propia en el indiferente universo que le rodea. Un universo capitalista posfordista, diría yo en un rapto de emoción izquierdista, en el que "no hay tal cosa como sociedad, sino solo individuos", y cada individuo se pretende estrella fugaz, cometa que vaga solo en un rumbo incierto. Un universo de soledades; y algunas, homicidas.



Bajamos caminando por la carretera. Hay un rielar muy cursi en el mar. Es el reflejo de la luna, pero también se reflejan, abajo, las luces de la avenida. O sea, que el mar es una fuente de luz en la noche. Y además están las luces de un par de buques y unos cuantos pesqueros. Me pregunto cómo verán los pescadores, desde mar adentro, la ciudad. La oscuridad está salpicada por las luces de las casas que se desperdigan en el campo. Trepan la ladera de la noche hacia el cielo, y se concentran, como inmensas galaxias, en pequeñas poblaciones. La pista del aeropuerto también es toda luces junto al mar, y ha debido empezar el concierto, porque la voz amplificada de un cantante rebota entre los barrancos y nos alcanza su eco retardado. (pág. 19)

Un montón de pececillos negros me pellizcan los pelos de los pies allí donde los hundo, y me hacen cosquillas. Resulta gracioso que los pececillos se congreguen peregrinos a mis pies, como a los pies de un dios, y se peguen entre sí y se amontonen para besármelos. La diestra es buena, les informo, aunque la zurda no es manca. (pág. 57) 


Si yo fuese de otra forma -más organizado-, en vez de andar improvisando crímenes hubiera viajado a Londres, hubiera alquilado una habitación con vistas a Hyde Park y hubiese esperado pacientemente con  un buen rifle de repetición cargado a que apareciera, por ejemplo, Vargas Llosa y su mujer haciendo footing. No dispararía a diestro y siniestro, porque nunca he sido partidario de la arbitrariedad. Pero si no he conseguido planear medianamente bien mi vida, cuánto menos hubiera sido capaz de planear algo así. Además, tengo muy mala puntería. Después de errar el tiro soplaría el cañón del rifle con un rictus de suficiencia y diría en voz baja: "Perdona, Mario, pero eres lo más parecido a la luna que he encontrado a tiro.Te mereces un francotirador a la altura de las circunstancias, un artista de la puntería capaz de alcanzar sus sueños con un solo disparo". Porque lo que yo quiero de verdad es disparar contra la luna. Apuntar bien con la punta del capullo y alcanzarla de un chupinazo. Pringarla y preñarla tan certeramente como si tuviera la NASA en los huevos. (págs. 88-89)


A mí, esa mención a Vargas Llosa me hace gracia, lo reconozco.

La intensidad de las apenas cien páginas es notable, salvo en algún momento, lo que tal vez pueda contribuir a producirnos una impresión demasiado buena, dado el carácter apremiante de la narración, aun con un final previsible. Yo, en particular, espero que una novela no sea un mero relato de acontecimientos, por muy bien escrito que esté. Echo de menos cierto desarrollo moral del personaje principal, a cuyo lado, percibo, los demás palidecen. Quizá es que en el egocentrismo supremo del asesino los demás somos excusas o motivos para la acción, nada más. También puede ser que el autor no haya sabido dotarles de mayor consistencia. A pesar de ello, los diálogos que entabla Felo con otros personajes son creíbles y a veces ingeniosos. Resultan verosímiles sin ser vulgares, lo que no es poco. 

Son, en buena medida, esos personajes secundarios, empero, los que evidencian la debilidad de la novela. Incluso Silvia, la novia del personaje, carece de la densidad necesaria para proporcionarnos contexto, y su intervención final no por más dramática y patética la hace más convincente. Hay algo en esa escena final entre los dos que me parece fallida: habría apostado por otro desarrollo que sirviera para adentrarnos en las complejidades de la personalidad de Felo.

Como conclusión, señalaría que es una novela que se lee con facilidad: una trama lineal, unos diálogos jugosos y una narración en primera persona de un ser obsesivo y asesino cuya trayectoria no deja de aterrarnos y fascinarnos. Esa narración, además, tiene el tono necesario a las andanzas del personaje. Su vida interior, aunque limitada, salvo escasos episodios, a sus actividades presentes, está contada de forma vigorosa y sin concesiones visibles al ego del autor (un defecto demasiado común, a tenor de pasadas experiencias lectoras). Por el lado negativo, la historia parece algo coja, falta quizá de ese contexto mayor (aunque solo fuera algo mayor) que nos permitiera atisbar más y mejor la personalidad del protagonista y de sus acciones, de su crescendo sanguinario. Hasta un asesino que mata (aparentemente) sin motivo tiene una historia y una psicología en su trasfondo. 

¿Que si la recomiendo? Pues sí: El futbolista asesino, con sus defectos, se eleva notablemente sobre la media en la producción literaria canaria que he leído desde que comencé con este blog. Si eso es mucho o es poco, ya lo dirán Vds.




P.D. Aquí les paso una mención de nuestro cascarrabias feisbukiano favorito, en su nivel habitual.













2 comentarios:

  1. Leyendo la introducción, de pronto se me formó la frase: "La Feria del Libro es la Navidad del mundillo literario". ¡Feliz Feria del Libro, Feliz Feria del Libro para todos, hou, hou, hou!

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  2. Ja, ja. ¡En Navidades también lo dan todo!

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