lunes, 30 de abril de 2018

'Calibán', de Ángel Sánchez

Habiendo, como habrá, personas más capacitadas filológicamente para, como dice uno de nuestros representantes más destacados de nuestra mediocre literatura actual, "separar el grano de la paja", me pregunto la razón de que esa crítica no se haya producido, al menos de manera sistemática, en el ámbito de nuestra literatura local, ni siquiera por él mismo. Ya he adelantado razones en otras entradas, pero lo que cada día me resulta evidente es que la mayoría de los/las escritores/as están incapacitados para esa función, en el mejor de los casos por su posición subordinada en el campo cultural o, en el peor, por su incapacidad intelectual. 

Respecto del primer impedimento, que es el que más me interesa, el deseo de fama y reconocimiento se vehiculan no tanto por el talento artístico como por la publicación, la distribución y la visualización en el espacio público: medios de comunicación, especialmente. La invisibilización en el ámbito literario se lleva a cabo mediante barreras a la entrada del campo cultural por sus guardianes: jefes de los suplementos culturales, de los espacios en radio y televisión, por ejemplo, o por los críticos reconocidos por los anteriores y que cuentan con su espacio en esos ámbitos. Así, cualquier escritor/a ve coartada su potencialidad crítica, sobre todo si es negativa, respecto de otros escritores/as que puedan tener relaciones de algún tipo con aquellos guardianes del campo comunicativo o, también, con los encargados de editoriales que los publican. Asimismo, no solo los escritores, sino también los especialistas académicos o los periodistas culturales, ante la posibilidad de desairar no solo al autor del objeto de la crítica, sino de los otros sujetos anteriores, tienden a un tipo de reflexión neutra, de compromiso, con lo que dan por salvada una situación que fácilmente podría derivar en su perjuicio.

Por otro lado, también funciona la lógica lobbista, por la cual un grupo de personas con veleidades literarias y de variados talentos se promocionan unos a otros desde sus respectivas tribunas periodísticas, con lo cual se aseguran su visibilidad y evitan la mala publicidad. Esta manera de estar presente en la esfera público-artística no contradice la lógica de la mencionada evitación de la crítica, sino que más bien la complementa.

Por mi parte, nada tengo en contra de la mediocridad: todos somos mediocres en la mayor parte de lo que hacemos, ni gran interés tenemos en la excelencia, que tan mala prensa tiene por la inflación de la ideología del neoliberalismo. Tampoco, de que algunas personas vivan de publicar malos libros ni de que disfruten de un público comprador. Lo que de verdad me molesta es el engaño, sobre todo de la mentira desvergonzada, de ese elogio desmesurado perpetrado con desfachatez. Debe de ser que no me gusta que me falten al respeto, en lo que incurren cada vez que uno de esos mentirosos se emplea a fondo en glosar las virtudes de una porquería en forma de libro.

Dicho lo cual, pasamos a la siguiente novela, Calibán, del próximo premio Canarias 2018 de Literatura, Ángel Sánchez.





Hay dos formas, al menos, de abordar la lectura de esta novela. La primera es la del lector o lectora incauta, no especialmente culto, virgen de intertextualidades. La segunda es la de quien conoce la obra de Shakespeare, La Tempestad, y las variadas interpretaciones y lecturas en clave de crítica postcolonial o su rechazo a éstas. 

Recapitulemos: Calibán es el nombre del personaje que se encuentra en una isla a la que arriban Próspero, Duque de Milán, y su hija Miranda tras ser expulsados de su ducado. Calibán es medio humano y medio monstruo, hijo de una bruja y un demonio. En la obra de Shakespeare, que toma el título de una tempestad provocada por Próspero (que además de duque (o ex-duque) es poderoso mago), la acción transcurre cuando Próspero ya es el dueño de la isla, el amo de Calibán y también de Ariel, un espíritu del aire al que liberó de su prisión dentro de un árbol (fue encerrado ahí por Sycorax, la madre de Calibán). A la isla, por esas cosas del destino, llegan años más tarde sus enemigos y se suceden diversas peripecias que no contaré para que quien no la haya leído o visto representada disfrute de ella con plenitud. 

En todo caso, lo importante es fijarse en lo siguiente: Calibán era, por decirlo así, el dueño de la isla. Luego llega Próspero y con su poder (mágico) lo somete, y también lo civiliza, al menos en parte, enseñándole su idioma. Así pues, diversos escritores y ensayistas latinoamericanos  explotaron la simbología a que se prestaban Calibán y Próspero, como el colonizado y el colonizador, respectivamente, y posteriormente a toda una literatura postcolonial, de la alteridad, etc., al respecto. Algo de lo que, por ejemplo, Harold Bloom abomina (véase su Shakespeare, la invención de lo humano). Aquí pueden encontrar algo de información al respecto, o aquí, o aquí, entre muchos más ensayos.





A todo ese corpus, se suma, en 2013, el poeta y académico canario de la Lengua, Ángel Sánchez, con Calibán, que noveliza la comedia shakesperiana y la sitúa en nuestro archipiélago. Además, añade dibujos, lo que a mí, en particular, como lector de esas colecciones de clásicos adaptadas al público infantil de los años 70, me agrada en particular (sí, una debilidad). Así pues, Sánchez aprovecha el formato novelesco para proporcionarnos contexto, para hablarnos de los años previos a La Tempestad y de lo que vino después, para, en definitiva, darnos su versión. Empresa arriesgada, pues en principio es justificable la cautela a la hora de enmendar, complementar o mejorar a Shakespeare. Hay por cierto, una iniciativa de una editorial británica que consiste precisamente en novelizar algunas obras de Shakespeare (véase aquí), por si a Vds. les interesa este tipo de transformismos, tan habituales, por ejemplo, con el cine.

Para mí, la pregunta es: ¿Qué necesidad había de reescribir La Tempestad?  ¿Es tal fascinación que se siente por Shakespeare que no puede escaparse de su influjo? Esa es la pregunta de un lector que conozca el trasfondo literario, histórico y crítico de Calibán y de La Tempestad. Si el lector es ignorante de la comedia de Shakespeare, su perspectiva es diferente. La pregunta sería: ¿Es Calibán una obra interesante o estimulante? O ¿vale la pena leerla por sí misma?

Calibán está escrita en un estilo deliberadamente arcaico, que al susodicho lector virgen es posible que le extrañe. Es asimismo, una novela minuciosa, rica en detalles, lo que a veces resulta un tanto fatigoso, con un esquema lineal, contada la historia por un narrador omnisciente. Poco hay de los diálogos shakesperianos, ni de la agilidad de la sucesión de escenas de La Tempestad, aunque las siga con fidelidad. Hay un relato correcto, con riqueza verbal, también con mayor profundización de la psicología de los personajes de lo que se permite Shakespeare, aunque es discutible que eso los mejore, salvo, quizá, a Ariel. Ángel Sánchez construye, por otro lado, un personaje Calibán más humano, al dotarle de mayor dignidad, primero en su acto de rebeldía verbal frente a Próspero y luego en su revolución física. 


Mas no era Ariel uno de esos geniecillos malévolos, dueño de torpes travesuras y piruetas que descalabraban a sus señores, si bien de natural pícaro y travieso. Como Próspero lo trataba bien, considerándolo un aliado inteligente, estimaba ya a su Señor, no solamente por el beneficio realizado en su desdichado encantamiento, sino porque juzgó que era todo lo contrario a la malvada dueña que fuera la bruja Sycorax. Su Señor: un hombre, en fin, de gran ciencia y alabanza. Eso sí: debía advertirle de tarde en tarde que Calibán no era de fiar, siendo como era de la semilla del diablo, y que debería vigilar más su cercanía a Miranda, aquel ser tan frágil que pudiera verse confundido por sus argucias o engañado en alguna de las torpezas lúbricas a las que era tan dado. (pág. 83)

Otras conversaciones en aquellas tabernas y mentideros de los muelles le hicieron saber de la vida de gente diversa que venía o iba a las Indias de Ultramar, que tales eran soldados de leva, sacerdotes, monjes franciscanos, dominicos o mercedarios y aventureros escapados de alguna prisión de la Andalucía, pretendiendo esconderse de la justicia del Rey en algún lugar de Nueva España, en Panamá, Cartagena de Indias o en la misma Habana en Cuba. Consideró Ariel que tales conversaciones no convenían a sus fines, prosiguiendo su rumbo aéreo por otras partes de aquella Ínsula, a la que unos llamaban Canaria y otros Tamarán, su primer nombre, que lo decían los más pobres y escondidos pastores del interior (...) (pág. 143)


Pues, magnánimo Señor, me atrevo a preguntaros: ¿Es Calibán persona, mi Señor? 
No propiamente, de iure, digámoslo así...-dijo Próspero, tras meditar la respuesta. Parte de él es humano... Un raro ejemplar de mestizo malparido, curioso cruce de negatividades al que no concedo siquiera la sospecha de poseer un alma inmortal. Más bien la de un súcubo indeseado, e inocente de serlo. ¡Singular portento! -exclamó Ariel- que ahora mismo arrastra un barrilete de vino que le quedó de sus compinches, y vaga babeante por esas laderas... Es su parte humana: un aprendiz de borracho... ¡Sapristi! -dijo en igual tono el duque nigromante- Sólo me falta ver a Calibán ebrio! ¡Es capaz de pensar correctamente y hablar con sensatez, que tal es su mente inversa a la lógica de las situaciones! (pág. 259)


Finalmente, el autor dibuja un escenario postshakesperiano de pleitos amorosos y una sorprendente transformación de Calibán que más bien parece una redención. En mi opinión, la verosimilitud de la historia pierde fuerza en esta parte final (una historia, recordemos, en que hay un mago, un genio del aire y el hijo de una bruja y un demonio), precisamente cuando ya no hay Shakespeare de por medio. Me aventuro a pensar que el autor, que a buen seguro habrá leído toda la literatura calibanesca posterior a La Tempestad, quiso añadir su toque particular, no solo por el emplazamiento canario de la obra (lo cual tiene su lectura política) sino también por el re-nacimiento del personaje Calibán. 

En definitiva, para algunas/os lectoras/es podrá considerarse una obra innecesaria; para otros/as, quizá, una correcta historia de aventuras; puede que, para unos/as últimos/as, una lectura atrevida, por cuanto que el colonizado, de algún modo, conquista al colonizador y que, por lo tanto, merece añadirse a la literatura especializada sobre el símbolo de Calibán.





2 comentarios:

  1. Hombre, que si nos vamos a poner a hablar de necesidad me parece a mí que toda la literatura se vuelve cenizas entre las manos. Te diré que noto un cierta falta de impresión personal en esta reseña aunque dado el respeto con que la has tratado no debe ser mala - ni buena tampoco puesto que no sientes necesidad de expresarla. No conozco esa obra de Shakespeare, pero tengo interés [lo que hace que esta novela me interese] -a ver si me cae encima alguna vez- desde que vi la película de Peter Greenaway: El libro de próspero. (me da pereza ir a buscarla yo, prefiero que me caiga encima en su momento) Poco he leído de don Ángel,sé donde tengo algunos ensayos suyos, pero apenas los he tocado, no soy muy de ensayos, yo. En casa tengo Cenizas del paraíso, pendiente, novela histórica sobre el ataque de Van der Doers a Las Palmas. En un primer intento -no era su momento- noté esa impresión de minuciosidad, de propósito arcaizante, yo diría de falta de ligereza (lo que obliga a echar el freno y decirse, esto no es una novelita, hay que leerla con la paciencia debida).

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    1. Me parece que es una novela 'correcta'. Con esto quiero subrayar que el autor no incurre en errores de estructura, de tiempos verbales, solecismos y cosas así, como en la novela de la otra Premio Canarias Cecilia Domínguez que he reseñado en el blog. Supongo que al basarse en una obra anterior, evita todo el ombliguismo y la filosofía barata en la que incurren muchos autores de novela 'nueva'. Con lo de "'in'necesaria" me refiero a qué se gana (qué gana él al escribirla, qué ganamos nosotros con su lectura) con una versión (otra) de la obra de Shakespeare. Además, tengo la impresión de que el símbolo funciona bien (en el sentido de que es fuente de significados diversos dependiendo de quien los interprete) cuando no se explica minuciosamente. Apunto la película de Greenaway, por si me "cae encima".

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