sábado, 22 de julio de 2017

'El canto de las sirenas', de Val McDermid

Con ya la mitad de la población en vacaciones o algo parecido, terminando julio con olas de calor y corrupciones futboleras que se suman a las habituales, me vino a las manos, casi como si fuera por voluntad propia, una novela del género negro, o noir, como dicen los entendidos de nada más. Este género, que en los últimos años había eclosionado de tal manera que parecía que el futuro de la novelística consistía en asumir los atributos del género, hacerlos suyos y morir siendo un bonito cadáver, parece, por lo mismo, ser para muchos autores la línea de salida de una ulterior carrera novelística paradójicamente más seria. Para otros, sin embargo, el género delimita sus capacidades: se mueven a gusto dentro, como un asesino en serie en una localidad brumosa  y fría, pero agonizan como pescaditos cuando saltan fuera del medio. ¿Incomodidad? ¿Incapacidad? ¿Inloquesea?

Uno no es especialista en novela negra como novela negra. Me gusta pensar que me gusta leer novelas. Novelas buenas, claro está. Cada uno puede ponerle los títulos que quiera o suscribir las subdivisiones académicas, periodísticas o las  asumidas por los propios escritores. Ahí incluiríamos a nombres como Raymond Chandler, Jim Thompson, Patricia Highsmith, John Connolly, etc. Digo que no soy especialista porque habría mil autores más que serían considerados "imprescindibles" y cuyos nombres ignoro. Probablemente, me vedarían la entrada a la Semana Negra de Gijón. 

Sin embargo, los autores/as que he nombrado son tan buenos que sirven como referencia. Como piedra de toque. Como elemento de comparación. Si no tienen los diálogos de Chandler, la vitalidad exuberante de Thompson, la retorcida trama de Highsmith o la atmósfera de Connolly, ¿para qué voy a perder el tiempo con medianías? No por ser noir habría que leerlos, ¿verdad? Cuando uno se acostumbra a lo bueno no se conforma con lo peor. Parece, además, que el género está sufriendo una devaluación literaria galopante.

En fin, aquí tenemos, para contradecirme, El canto de las sirenas, de Val McDermid:





Es una novela que supongo que, como suele escribirse, "hará las delicias de los amantes del género". Traducido a mi idiolecto significa, para que lo entiendan: "Tiene todos los topicazos que un lector espera de una novela negra". Hay un cerebrito, que es el psicólogo criminalista Tony Hill. Una intrépida, pero también inteligente, detective, Carol Jordan. Hay un comisario bueno, un subcomisario brutal, también, cómo no, una periodista sin demasiados escrúpulos que saca información a algunos policías gracias a su poder de seducción y, claro, el asesino en serie cuya mente es demoniacamente inteligente al máximo, pero que cae, cómo no, víctima de su orgullo desmedido y de sus propias carencias emocionales. Debo señalar que, en mi opinión, los personajes, a pesar de las pretensiones de la escritora, resultan bastante planos y poco convincentes. Desde el primer momento, la detective se pregunta por sus posibilidades románticas con el psicólogo, lo que parece un tanto precipitado para una mujer independiente, liberada, hecha a sí misma, etc. El psicólogo es misterioso, reservado, y tiene un problemilla sexual que le hace dudar de sus posibilidades con mujeres intrépidas, liberadas y hechas a sí mismas. Vamos, lo típico. Además, hay sexo telefónico, para darle un toque más morboso aún al asunto. Quiten al asesino en serie y más que noir, parece rose. No seré yo quién se meta con los gustos de cada cual, que conste. 

Algunos diálogos y descripciones son superfluos y bobalicones, en lo que interpreto como un intento fracasado de buscar profundidad y detalle en la historia. No obstante, se lee fácil y no aburre demasiado. Hay, en general, una sensación de encontrarse con lo archiconocido todo el rato, de ser capaz de predecir qué frase va a continuación de la otra. A mí me parece un defecto. A otros, sin embargo, les resultará agradable encontrarse en terreno familiar. Es obvio que el estilo de la autora en esta novela es sencillo, sin veleidades literarias, ni mucho menos.

La detective Carol Jordan miró fijamente aquel amasijo de carne que otrora había sido un hombre, aunque se forzó por no enfocar demasiado la mirada. Hubiera deseado no haber comido el bocadillo de queso rancio de la cantina. Hasta cierto punto era aceptable que los oficiales jóvenes vomitasen tras enfrentarse a la visión de víctimas por muerte violentas; de hecho, incluso se los compadecía. Pero, en el caso de las mujeres, además de darse por sentado que habían de tragarse sus emociones, en cuanto vomitaban en la escena de un crimen perdían el respeto que tanto les había costado obtener y pasaban a ser despreciada, así como objeto de los chistes que los vaqueros de la cantina contaban en los vestuarios.

Una de las mayores ventajas de no pagar hipoteca consistía en que podía contar prácticamente con todo mi sueldo. Constituye unos ingresos sustanciales para alguien de mi edad y con mi ausencia de cargas familiares. Por eso puedo permitirme un ordenador súper avanzado con actualizaciones frecuentes que me me mantengan al día en lo relativo a tecnología punta. Si tenemos en cuenta que uno solo de los programa que utilizo me costó casi tres mil libras, está muy bien no tener a nadie chupando de mí. Gracias al nuevo sistema de cederrón, el digitalizador y al programa de efectos especiales, no tardé ni un día siquiera en importar los vídeos del ordenador.

Tony pulsó la tecla "guardar" y se recostó en el asiento con una sonrisa de satisfacción. Este era un buen punto en el que poder dejarlo. Mañana por la mañana completaría la lista detallada con las características que creía tener Andy el Hábil y esbozaría unas propuestas de posibles líneas de acción para los policías que trabajaban en el caso. 
-¿Has terminado? -preguntó Carol. 
Giró la cabeza y la descubrió inclinada sobre la silla, enfrente de una pila de carpetas cerradas. 
-No me había dado cuenta de que hubieras terminado... 
-Hace diez minutos. No quería interrumpir a tus deditos  voladores.Tony odiaba que los demás lo estudiasen de la misma manera que él los estudiaba a ellos. La idea de verse convertido en un paciente que recibía su propia medicina era una de las pesadillas de las que se despertaba sudando. 
-He terminado por esta noche -dijo mientras hacía una copia en un disquete y se lo guardaba en el bolsillo. 
-Te llevo a casa. 
-Gracias -dijo poniéndose en pie-. Nunca vengo en coche a la ciudad. A decir verdad... no me gusta mucho conducir. 
-No me extraña, el tráfico en la ciudad es un infierno.


La particularidad, por llamarla así, de Val McDermid es que no escatima detalles en la descripción de la tortura y muerte de las víctimas. Uno, que no es especialmente morboso en ese aspecto, se habría conformado con mucho menos. Supongo que si se busca un poco en el género, habrá descripciones más minuciosas y espectaculares, pero eso se lo dejo a Vds. Por otro lado, la novela es de 1995, aunque traducida en 2012, lo que se nota en las menciones tecnológicas. Además, tengo la impresión de que el lector en castellano habrá absorbido ya tanta información y tramas similares provenientes de lecturas, películas y series de televisión sobre asesinos en serie, tan abundantes en las dos últimas décadas, que la trama de esta novela le resultará un tanto simple. 

La traducción parece correcta, aunque he detectado un par de errores que molestan. Nunca insistiré bastante en la importancia de tener un corrector profesional competente en la nómina de una editorial. Si no, pasa lo que pasa.

En todo caso, una lectura para el/la lector/a poco exigente, de esos/as para los que se elaboran listas de lecturas para el verano. Para ese lector del que uno sospecha que dejará de serlo el resto del año. Que para qué si tiene mejores cosas que hacer. El Canto de las sirenas es, asimismo, de esas novelas para las que sí se entiende el uso del verbo consumir. Y luego, a otra cosa.



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