sábado, 15 de julio de 2017

'Rendición', de Ray Loriga

Uno, que no se dedica a ser reseñador literario como única ocupación, ni siquiera la más importante, no puede sino pensar que quien se dedica a ello debe de albergar cada vez una mezcla de preocupación y confusión. Preocupación por la calidad de la literatura patria, confusión por la cantidad de novedades a despecho de lo anterior. Algunos eliminan ambas de un plumazo reseñando solo aquello que les gusta. No obstante, en ello va implícita una selección y, por tanto, la inevitabilidad de haber leído cosas que no gustaron (y no fueron, por tanto, reseñadas). Creo que quien aplica ese filtro tiene ante sí la tarea de poner el listón en un lugar que sea lo bastante bajo para que puedan saltarlo las obras de sus amigos y simpatizantes y lo bastante alto para no tener que escribir sobre cualquier mierdecilla que asalte las mesas privilegiadas para la promoción de El Corte Inglés y tiendas similares. También está quien reseña las mierdecillas de sus amigos, pero afirmando que son obras maestras, prodigiosas, necesarias, etc. Pero de esto ya he escrito.

En cambio, quien no discrimina, como un servidor de Vds., puede permitirse la tarea, hasta cierto punto de tintes masoquistas, de reseñar lo que no le ha gustado. Más sencillo es, sin duda, criticar los defectos de una novela que explicar por qué nos ha gustado sin caer en lo que algunos llaman "el elogio definitivo" y otros "el maravillosismo". En este blog estamos contra la discriminación. Nos da igual el género novelístico, el sexo del autor/a, la editorial, la nacionalidad, etc. Es más, según acabo de contar, podrían considerarse positivas 18 reseñas frente a 13 negativas. No podría acusárseme, entonces, de verlo todo "siempre negativo, nunca positivo". 

Toda esta reflexión viene a cuento de que no deja de ser cierto de que la mayoría de las críticas negativas son obras de autores canarios. Pero no es que padezca de algún síndrome inquisitorial. Es más, siempre acudo esperanzado a esas obras, con la esperanza de que, en expresión de Rafael-José Díaz, "se produzca una epifanía". Lo cierto es que esa epifanía se produce raras veces. Además, considero que la crítica, y la crítica negativa, siempre que sea honrada no puede sino tener efectos positivos: si llega a ojos del autor/a, es posible que, aparte de la irritación contra el reseñador, le lleve a percatarse de detalles en los que no había reparado. Quizá para mantenerse en su idea, que no digo que no, pero al menos le habrá hecho reflexionar de un modo que nunca lo hará el elogio desmesurado y el aplauso sin fundamento. 







Hoy tenemos una novela-premio, de Alfaguara, tal y como se recoge en la portada. Mucho no he leído de ella en la red, así que supongo que no ha significado, precisamente, un temblor en la fuerza ni una conmoción en las letras hispanas. O igual sí y mi despiste habitual ha vuelto a cebarse en la percepción de lo que acontece en el mundillo literario patrio.

Rendición consta de dos partes y una especie de epílogo. Un único personaje, que hace las veces de narrador, nos lo cuenta todo. Vive con su mujer y un niño al que han recogido porque sí. Bueno, porque hay una guerra, el niño ha aparecido de repente, y la cosa está cada vez peor. En cierto momento, las autoridades obligan a los habitantes de la zona a que quemen sus casas y, autobús mediante, pretenden llevarlos a una ciudad donde -se les dice- ya no sufrirán privaciones. En esta parte a los personajes les pasan cosas y deambulan un rato de aquí para allá. Algunos, de repente, desaparecen de forma trágica, sin que moleste demasiado.

El problema es que los personajes de cierta presencia no terminan de estar bien delineados: son como sombras que se mueven por la pared llena de graffiti. Quizá el problema sea la elección de una voz narradora única y no demasiado culta, y además sin que se permitan diálogos. O que la expresión del flujo de pensamiento del personaje no es lo bastante elocuente ni sutil. Además, el tono y la calidad de su voz cambian. En las primeras páginas tiene un registro, digamos, normal. Luego, sí, el de un campesino que se hace un lío con sus pensamientos, casi un zoquete y más adelante el de un personaje suspicaz, inteligente y, a la vez, cómico. Se hace raro, sin duda, porque no me parece que se deba tanto a su evolución como a la falta de concentración del escritor.

Por otro lado, esta primera parte parece hecha con desgana, como si a Loriga le resultara un trámite necesario pero tedioso, como si tuviera ganas de darle a la película hacia adelante saltándose las escenas de transición. Y así, aunque la trama no adolezca de falta de acción termina por no interesarnos demasiado. Por otro lado, las reflexiones del narrador tampoco es que nos deleiten con su estilo ni profundidad.

En la segunda parte, se produce un cambio. Menos mal. De repente el autor ha llegado a la conclusión de que le interesa lo que escribe. Y se nota en el lenguaje, aunque eso suponga que la voz del narrador cambie. Ya no importa, sin embargo, porque al menos ya suscita curiosidad lo que le pase a él y a su familia. El defecto de esta parte, digamos la parte distópica/utópica, es que ya está muy visto lo de las casas transparentes, la falta de intimidad, el control invisible, etc. A este respecto, dice el jurado que es "una historia kafkiana y orwelliana". Y por qué no benthamiana, zamiatina o bradburiana, si nos ponemos picajosos. Ya quisiera Ray Loriga que su novela fuera la mitad de eso que dicen que es. En todo caso, esta parte se lee bien, con un par de páginas incluso de una comicidad singular y apreciable.



Al día siguiente me apresuré a visitar al médico aprovechando el descanso de la comida. El médico, como es lógico, negó haberme dado ninguna extraña droga y me dijo que lo que sentía no era más que el fruto de mi perfecta adaptación final a mi nueva vida y que debería estar celebrándolo en lugar de haciéndome incómodas preguntas que no conseguirían otra cosa que traer de vuelta la inquietud, el hastío y el insomnio. Le contesté que por eso no se preocupase en absoluto porque de hecho me pasaba el día celebrándolo todo por dentro, y que de tanto celebrar ya no sabía que celebraba pero que al llegar a ese punto, lejos de enfadarme o inquietarme, celebraba mi desconocimiento y mi ignorancia, y que en realidad no podía dejar ni por un segundo de celebrarlo todo y que incluso celebraba esa misma conversación que estaba teniendo con él pero no tanto como sin duda celebraría salir de su oficina y regresar al trabajo. 
Me preguntó si había comido y le respondí que no, pero que también me alegraba no haberlo hecho porque así disfrutaría más de la merienda. Y luego, efectivamente, dejé la consulta del médico y volví a mi trabajo tan contento.

A pesar de que la relación del personaje principal con su mujer se transforma de un modo arbitrario, lo que es decepcionante, las andanzas y desventuras del personaje parecen cobrar algo de sentido. El estilo levanta el vuelo y la novela adquiere consistencia. La trama se vuelve, como era de esperar, eso sí, cada vez más siniestra. El protagonista se hace preguntas, curiosea, y tal. Ya les digo, lo hemos leído antes, pero no está mal. Esa ciudad transparente invita a resolver su misterio, a indagar en sus orígenes y en su finalidad, que no puede ser buena, de tan perfecta que parece. Pero justo cuando la cosa comienza a pintar bien, el autor vuelve a tener prisa y nos endilga un final tipo: "Venga, que tengo prisa para que me den un premio". Y la novela se acaba de cualquier manera. De manera torpe, precipitada y decepcionante, me atrevería a escribir.





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