No es raro que, para quien no conoce el mundillo literario local (yo mismo), seguramente abducido por las fuerzas conspiratorias del canon literario mundial y español, se ignoren novelas y autores de Canarias que, para ciertas figuras de ese mundillo, resultan imprescindibles. Tampoco lo es que no nos haya marcado ninguna obra de autores/as canarios/as. Qué triste que hayamos tenido que conformarnos con Tolstói, Dickens o Conrad (sí, también Conan Doyle). Bueno, a Galdós lo incluimos, pero ¿quién, en serio, lo considera autor canario? Quizá la pregunta es errónea, quizá el topónimo sobra a la hora de juzgar la literatura que nos interesa. También es verdad, hasta cierto punto, que las obras dependen, para su inmortalidad e inclusión en un canon, tanto de su calidad literaria como, simplemente, de su distribución: que el público sepa que existe. Así, como todo el mundo sabe, siempre ha resultado más fácil no sólo publicar, sino llegar a una gran masa lectora y, sobre todo, caer dentro del campo de visión de los críticos literarios y de los suplementos de los grandes diarios, si uno residía en Madrid o Barcelona y no en Teror o en Yaiza. Nada nuevo.
En el caso que nos ocupa, resulta que no conocemos de nada al autor ni la novela. Además, por lo que sé, no ha habido promoción de esta, ni entrevista en La 2 ni en un programa buenrollito de la televisión o radio autonómica. O quizá sí que ha habido algo de eso, pero es entonces la estrategia promocional la que no ha dejado huella, (lo que íntimamente agradecemos). En todo caso, una reseña breve allí, otra de circunstancias por allá, pero nada serio, nada comprometedor.
Uno, pues, antes de acometer la tarea de leer otras novelas (o lo que quieran hacer pasar por tal) que ya han sido reseñadas antes de publicarse o cuyos comentaristas la elogian hasta el empalago por razones extraliterarias (llámense ETA, llámense Guerra Civil, llámense Feminismo y Maneras de Campesino) prefiere adentrarse por caminos menos hollados y esperar, con la fe, no del creyente, sino del que duda, que algún tipo de providencia bienintencionada nos salga al encuentro y salve el día.
Así, metafóricamente hablando, fue como llegué a Anturios en el salón, de Juan R. Tramunt.
Un hombre ya entrado en años vuelve a Gran Canaria con las cenizas de su esposa después de cinco años en el exilio en Barcelona. La isla estaba amenazada de radioactividad por una explosión en una central nuclear marroquí en el Sáhara y el Gobierno decidió evacuar las islas orientales manu militari. Por una serie de casualidades, aderezadas con una mentira sobre su estado de salud, el protagonista logra que le den los permisos extraordinarios necesarios para volver. En la isla solo queda una base militar. El capitán le confía que hay presos fugados por la isla y, no menos peligrosas, jaurías de perros asilvestrados.
Nada de eso amedrenta a nuestro protagonista, que con las maneras de un Robinson Crusoe de izquierdas, las hechuras de un personaje de Jack London y cierta complacencia espiritual en algunos momentos que nos recuerda al Walden de Thoreau, logra sobrevivir con no poca inteligencia y no menos valor en su antiguo hogar en Agüimes, donde también reposan los restos de su hija muerta. Así pues, la soledad y la muerte son sus primeros compañeros en esta nueva vida, aunque no serán los únicos.
No negaremos que haya amagos de vanidad en el escritor; que haya frases que hagan descender el tono de la narración, normalmente vigoroso, concentrado y adecuado a la trama; que deja constancia de cierto pensamiento que quiere ser reivindicativo, pero que se queda poco más que en frases hechas y pensamiento ecoizquierdista de vuelo raso (que contrasta con el respeto casi sagrado a la propiedad privada ajena); además de cierta manía por la repetición de palabras algo irritante, como "bulto mediano", "corazón palpitante" o la "sensación de ser vigilado". Hay también alguna errata y algún error gramatical que podrían haberse arreglado fácilmente con la figura de un corrector o de un lector amigo atento. Por otro lado,
sus reflexiones sobre la dependencia energética o alimentaria del
archipiélago las envuelve en un marco político geoestratégico cuando
quizá debería añadir (o ser sustituidos por) la trama de relaciones
capitalistas en el entorno de un mercado globalizado. También el autor concede demasiado a la ligera que los grupos organizados que luchan contra los poderes que él mismo tanto critica sean "terroristas". Al menos, se habría agradecido un punto de vista más polemizador. Si al Leviatán autoritario sólo se le oponen "terroristas" resulta difícil tomar partido o implicarse en la discusión. Si se hace una crítica política habría que afinar más con los términos. En caso contrario, acabaremos por llamar terrorista a cualquier opositor vehemente que no se limite a votar de vez en cuando. Quizá cierta consistencia filosófica habría ayudado a que la parábola resultase redonda.
No es una novela perfecta, claro que no.
SIN EMBARGO, Tramunt logra narrar una historia digna de ser leída. Un personaje principal cuya figura se agranda y se hace psicológica y moralmente más compleja a medida que se suceden los hechos.Es una novela de transformación espiritual de un hombre a punto de ser anciano: prudente, pero valiente; sensible y también rebelde. Quizá los personajes secundarios (el capitán, Mamadou, etc.) no estén a su altura, pero cumplen bien el papel de ser, al menos, catalizadores de experiencias catárticas para el protagonista.
La historia se inserta bien dentro de los tres planos que dibuja el autor: a) un contexto político mundial en franca regresión de las libertades que aún existen y donde se agudizan los conflictos por los recursos naturales y las fuentes de energía; b) el entorno de la isla, donde asistiremos a las peripecias del protagonista; y c) el mundo interior de éste, poblado de recuerdos y de donde saca la energía y la motivación para hacer frente a las dificultades.
En este sentido, la atmósfera casi postapocalíptica de una Gran Canaria casi desierta llega a fascinar y a acongojar en muchos momentos, así como los momentos de acción están bien sostenidos y resueltos. Es, asimismo, una historia lineal en su acción, pero apoyada por los recuerdos del protagonista, con un desenlace que, hasta cierto punto, podríamos cuestionar como incoherente con sus intenciones primeras. Sin embargo, esa evolución psicológica de la que hemos hablado conduce a unas decisiones que no tienen por qué ser ilógicas. En todo caso, la soberanía del fatum corresponde al autor.
Anturios en el salón, con sus defectos, es una novela seria (al igual que lo decíamos de Entrelazamientos, de Luis Junco). También, amena (que no es poco). No es un experimento literario, ni una muestra de creatividad desbordante meta-algo, ni un conjunto de relatos que tenía el buen hombre por ahí bien escondidos. Es una historia sólida, bien contada, a ratos emocionante y nunca aburrida.
Qué más puedo decir.
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