miércoles, 19 de abril de 2017

'La Voz del Amo', de Stanislaw Lem

Como ya indiqué en la página del Polillas del Facebook, acometí la lectura de La Voz del Amo gracias a esta reseña. Entonces recordé también una entrevista que, como suele decirse, no tiene desperdicio: Lem se mete con todo Dios, lo que me parece muy bien. Sin embargo, me parece posible que haya leído otra, en la que destacaba del género de la ciencia ficción sólo a los hermanos Strugatski y despreciaba casi toda la norteamericana. Hace tiempo ya: el mundo de ayer.

Toda esta reconstrucción de mis acciones, que, por otro lado, no tendrían por qué importarles (aunque podrían reconocerme que he incrementado su repertorio cognitivo con los anteriores dos enlaces) sirve para resaltar una idea que me llevó a relacionar Picnic junto al camino con La Voz del Amo: la posibilidad de que el contacto entre dos civilizaciones sea de un desnivel tal (la terrícola es, evidentemente, la inferior) que, en realidad no corresponda a lo que el concepto contacto signifique para un ser humano, sino a otra cosa. En Picnic se da a entender que la zona de visita extraterrestre no es más que un espacio en el que los alienígenas se echaron unas risas y, con la despreocupación de turistas ricos, dejaron tiradas unas cuantas cosas. En La Voz del Amo, Lem no deja de insinuar que el supuesto mensaje no corresponda, repetimos, siquiera al concepto de mensaje. Todos los esfuerzos para desentrañarlo por parte del Departamento de Defensa de los Estados Unidos y la colaboración de miles de científicos de diferentes áreas se demuestran casi inútiles. ¿Quiénes son los Emisores?






Es curioso, por otro lado, que Tarkovski escogiera precisamente Picnic junto al camino para realizar su película Stalker, y otra obra de Lem, Solaris, para su película homónima. Precisamente lo que diferencia esta ciencia ficción de otra más convencional, de la que Lem abominaba, son las cuestiones de índole filosófica que suscitan. Cuestiones que van desde la mutua incomprensibilidad de civilizaciones alejadas en el tiempo y en el espacio y en la fase tecnológica, pasando por la responsabilidad que se adquiere con los nuevos conocimientos obtenidos que podrían acarrear la destrucción del planeta, la espeluznante ingeniería social que se acomete con las probables nuevas tecnologías, hasta la paradoja de que mientras unos sueñan con pisar otros planetas (e invierten todo tipo de recursos para ello), otros sólo sueñan con vivir hasta el día siguiente.

Al igual que mis predecesores, yo también concluí que el código era excesivamente lacónico. Se podía haber incluido, a mi parecer, una introducción que explicara de una manera sencilla cómo había que interpretarlo. Al menos eso era lo que creía yo. Pero también es cierto que el carácter lacónico de un código no constituye de ningún modo un rasgo objetivo del mismo, sino que más bien depende del volumen de conocimiento del emisor o, para ser más exactos, de la diferencia de conocimientos que posean el emisor y el receptor. (...) Las dificultades con las que nos topamos en el curso de nuestra investigación, de hecho, sugerían que el emisor debía de dirigirse a receptores más avanzados que los seres humanos en aquel preciso momento de su historia. 

Los autores de fábulas quasi científicas suelen ofrecer a los lectores lo que estos buscan: truismos, verdades trilladas, estereotipos... Todo ello lo suficientemente disfrazado y deformado como para que el lector pueda sumirse en un asombro sin riesgos y al mismo tiempo permanecer inalterable en su filosofía vital. Si en la cultura hay progreso, es ante todo un progreso conceptual, pero la literatura, especialmente la fantástica, no le presta la menor atención a esos cambios.

Si hay algo que podemos afirmar con total seguridad respecto a nuestra propia civilización es que, cuando los primeros emisarios de la Tierra deambulen por la superficie de otros planetas, habrá otros hijos de nuestro globo terráqueo que estarán soñando no con ese tipo de expediciones, sino con un pedazo de pan.


La historia se articula a través de la técnica del manuscrito. Las memorias de un eminente matemático respecto de su implicación en el proyecto de desciframiento del supuesto código extraterrestre. Su profundo escepticismo respecto de la capacidad humana no solo de comprenderlo, sino de asimilarlo adecuadamente para el progreso conjunto de la especie no logra ocultar del todo, al fin y al cabo, su esperanza de que, en efecto, el código sea un código, enviado por una civilización lejana a través de los abismos intergalácticos para encontrar receptores adecuados. sean humanos o cualesquiera otros. Es inevitable referirnos a la Paradoja de Fermi siempre que se escribe o se especule sobre la posibilidad de contactos de este tipo (aquí también, no se quejarán). También lo es la sensación de apesadumbramiento después de comprender sus implicaciones.



Las civilizaciones que solo se diferencia de la nuestra por una ligera desviación, pero que permanecen desunidas, sumidas en conflictos internos, y que además derrochan sus recursos en luchas fratricidas, como la nuestra, hace milenios que descifraron, y siguen aún descifrando, el código, una y otra vez. Lo hacen con la misma torpeza que nosotros, intentando convertir en arma unos ridículos fragmentos de información conseguidos a duras penas. Al igual que nosotros, están condenados al fracaso.


El desarrollo cronológico de la narración es lineal, con abundantes reflexiones e hipótesis a medida que se suceden las etapas en la investigación. Una trama sin fallos y verosímil. No hay personajes femeninos, por si el dato les interesa (la ciencia en 1968 debía de ser cosa solo de hombres). Los personajes son casi todos carismáticos, apoyos vigorosos para una trama que se desarrolla con fluidez y profundidad a la vez.

Por último, sería exagerado afirmar que la prosa pertenece a un autor con voluntad de estilo: no es preciosista ni busca el lirismo más o menos justificado. Es una prosa sobria, bien trabajada, aunque la labor de los traductores y, sobre todo, de los correctores en unas cuantas ocasiones no es todo lo ajustada que se hubiera merecido la novela. 

Para el lector amante del género, es una lectura sin duda fecunda. No diré que necesaria, porque soy incapaz de apreciar la necesidad en Literatura, sobre todo para lectores/as sin pretensiones filológicas. Para las/os recelosas/os de la ciencia ficción, lo mismo: no harían mal en hacer de lado esos prejuicios. Lo cierto es que, en mi caso, la distinción tipológica resulta útil a efectos analíticos, pero no influye en la disposición a la lectura. Las novelas fallidas no requieren la excusa del género literario para merecer el desprecio. Mucho menos, las que sí valen la pena. En estas últimas incluyo, sin duda, a La Voz del Amo.



P.D. Los que quieran seguir indagando en las complejidades de Picnic junto al camino y de la película Stalker deberían leer Zona, de Geoff Dyer. Sin embargo, ese libro es algo más.




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