jueves, 16 de febrero de 2017

Estado de la cuestión y alguna cosa más

A la espera de nuevas lecturas y sus correspondientes reseñas, he decidido compartir con Vds. una breve reflexión sobre la tarea del reseñador bloguero. Con estas trece primeras novelas, me he dado cuenta de que el trabajo del reseñador literario es más duro de lo que parecía en un principio. ¿Por qué? Pues porque me identifico con aquel personaje de Ampliación del campo de batalla que decía: "Ojalá se me hubiera dado una vida sólo para leer" (ya me perdonarán la tilde en sólo, pero soy de la generación del Spectrum 48k, y esta madurez se plasma en que hay pequeñas batallas que uno no deja de librar, aunque transija de vez en cuando). No sabía entonces, pero sí ahora, que el reseñador no sólo lee libros buenos, no sólo lee libros de los que se convence que son buenos so pena de caer en el ostracismo del mal gusto, sino que por fuerza lee libros mediocres, malos y aún peores a los que jamás se habría acercado de otro modo. Llámenle a eso olfato o, si quieren, pre-juicios.

En todo caso, estas trece reseñas dan cuenta de libros cuya calidad, a mi entender, es de lo más dispar. Eso sí, los autores masculinos son abrumadora mayoría (12 a 1). Espero compensar esa proporción en los próximos días. Haciendo otra división, esta vez étnico-comunitaria, se puede ver que 7 corresponden a autores canarios, 3 a rusos, y 1 a un canadiense, a un austriaco y a un checo. Esa era mi intención desde un principio: dedicarle especial atención, pero no exclusiva, a la literatura escrita por canarios.

El balance es desalentador. Si excluimos, por considerarlo ya un clásico a Alonso Quesada, nos queda que, de los autores canarios reseñados, sólo Luis Junco, con su Entrelazamientos, da la talla. Las razones ya las he explicado en su reseña correspondiente. Sin ser una obra maestra, que no lo es, sí es una novela digna de ser leída. No puede decirse lo mismo de El sepulcro vacío, de Cecilia Domínguez, que, además de adolecer de una estructura confusa y de errores de incardinación temporal de la trama, suscita un aburrimiento insuperable. De hecho, es la única que no he terminado, una vez que reconocí que constituía una tarea superior a mis fuerzas. Por otro lado, Las calmas aparentes, de Federico J. Silva y La otra vida de Ned Blackbird, de Alexis Ravelo aspiraban a ser algo. Sin embargo, no han entrado en el reino de la ontología, sino que se han quedado en la cuneta de la historia. Seguramente hay destinos peores. Vs, de Sergio Barreto es una historia que sabe a ya leída muchas veces, y su estilo irrita que da (dis)gusto. Por último, de El tren delantero, de Emilio González Déniz, ya he señalado que es una tomadura de pelo completa. Debería estudiarse en la Universidad como ejemplo de escritura torpe y pretenciosa. Ya la primera frase le pone a uno el corazón en un puño: "Mi manera de vivir se aleja mucho de lo que se acepta socialmente". Joder, que estamos en 2017 (2016 cuando se publicó la cosa).

Hago constar que estas reseñas no implican un juicio a su trayectoria. Son críticas a una obra concreta, y me he esforzado por señalar y argumentar tanto sus defectos como sus virtudes. Que en algunos casos la novela (o lo que sea) suponga una nueva cima literaria o un desgraciado baldón es responsabilidad casi exclusiva de ellos/as.

Todos estos autores disfrutan de (cierta) fama y han ganado/recibido numerosos premios, seguramente por su obra anterior. Alexis Ravelo, por ejemplo, goza de reconocimiento nacional por sus novelas negras. Emilio González Déniz posee premios de todo tipo y disfruta de la admiración de numerosos seguidores. Cecilia Domínguez Luis, que es Premio Canarias 2015; Federico J. Silva, que ha ganado el premio Tomás Morales y el Ciudad de las Palmas de poesía, por lo que he leído; y Sergio Barreto (premio de novela Benito Pérez Armas, entre otros) son reconocidos poetas que en sus ratos libres se dedican a la prosa. Quizá el autor menos popular es, curiosamente, Luis Junco, aunque también ha recibido premios, etc. Con sus más y sus menos, todos han disfrutado en una época u otra del calor institucional en forma de patrocinios, cursos, conferencias, ediciones, etc. Lo cual no es necesariamente malo.

Quizá es difícil ser un/a escritor/a rebelde y vivir de la escritura. Quizá es que las administraciones públicas son entes neutros que apoyan la Literatura por su valor intrínseco (cualquiera que sea). Quizá es que cuando arrecia la vanidad, desaparecen los escrúpulos. Sin premios, además, parece que no eres nadie. Soy de la opinión que depender de los caprichos del concejal/consejero de turno no puede ser bueno para el artista, pero quizá estoy equivocado. Al igual que tampoco me parece saludable carecer de amigos que te señalen cuándo escribes tonterías o de un familiar jocoso que te ridiculice cuando crees que eres la leche.

Insisto en que habría que preguntarse por la razón de ser de los premios. En especial,de los premios otorgados por las administraciones públicas. Nadie los cuestiona, y ahí están todos esos artistas que por la mañana levitan entregados a la creación y por la tarde se pegan hostias por conseguir el premio de marras. O esos que una vez que lo han ganado/recibido, suspiran y exclaman, entre aliviados y enfadados: "¡Me lo merecía!" o "Ya era hora". 

Asimismo, creo que cualquier reseñador/a con un mínimo de honradez debería tomarse en serio su tarea. Debería darse cuenta de que si la gente lo/la lee es porque espera un guía: alguien que, con su sincera opinión, ya sea por tiempo, lecturas o estudios sea capaz de hacer juicios y de argumentarlos. Lo que no puede ser, lo que es escandaloso, lo que resulta indignante, es que el/la reseñador/a mienta. Que, además, hurte al lector la información de que es amiga del escritor o su primo hermano, o que pertenece al mismo sello editorial, o que le debe un favor, etc. O, simplemente, el miedo a quedar mal. Hacer que el lector acuda engañado a la librería a comprar el librito recomendado es, simplemente, de sinvergüenzas.

Qué triste todo.








2 comentarios:

  1. Por el mismo acto de ser "publicada", la obra literaria y sus sucedáneos se exponen a la crítica honrada. Sin esa ética, la reseña deja de ser crítica y deja de ser análisis. Puede que sea un acto de reciprocidad maussiana o un gesto de cortesía, pero conducen al lector despistado a gastarse su dinero en cosas que no lo valen.

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  2. Se avecinan novedades, así que ya veremos...

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