domingo, 18 de febrero de 2018

'Alicia', de Miguel Aguerralde

Turbada la paz literaria solo por uno de esos eventos promocionales de sí mismos, como el enésimo festival de novela negra, esta vez en Santa Cruz de Tenerife, con la revista ¿literaria? Dragaria ensimismada en la contemplación de un futuro que nunca fue y en un proyecto que nunca quiso ser, y contando con que algunos de nuestros autores favoritos se han quedado sin una tertulia radiofónica desde la que contar sus loquesea, pocas razones había para que este que les escribe volviera a darles la lata con su indignación moral. 

Además, en este lapso, desde la anterior reseña (ya hace unos quince días) hasta hoy, no diré que no ha habido lecturas, que sí, pero casi todas han sido pertenecientes a la no ficción. Que es bueno, como ya he señalado, para autores y, sobre todo, lectores aproximarse a la realidad en sus diversas facetas desde otras perspectivas no exclusivamente artísticas. Que sí, que la novela también puede desvelarnos aspectos del mundo, etc., pero a veces hay que leer sociología y filosofía e historia y lo que se les ocurra. No me sean tan cómodos, que la realidad no se agota en una sola perspectiva. Si no, corremos el riesgo de volvernos unos mentecatos o en unos pedantes de discurso obsoleto. O en malos escritores.

En fin, que los consejos son gratis, pero los libros, no. Y ni el tiempo ni el espacio tampoco son infinitos. Habrá que seleccionar.






El libro que comento hoy es algo así como una especie de thriller antimachista o algo parecido. A pesar de mis reiteradas y públicas proclamas de no volver a leer nada que se acerque demasiado al género negro o al policial, al final acabo cayendo de bruces en otra novela de este tipo. No por otra cosa que por el temor, ya comprobado, a la previsibilidad de tramas, de personajes e incluso de vocabularios. Que después aparece un Jim Thompson por ahí y te tienes que tragar las palabras, pero no suele ser lo habitual. Lo normal es que un autor de estos que pululan por el mundillo entienda por género un conjunto de clichés a los que tiene que adaptarse y repetir hasta el asco, eso sí, con un color local, para diferenciar la marca. Así tenemos la novela negra, la novela negra finlandesa, la sueca, la barcelonesa, la madrileña, la conquense y, cómo no, la canaria y la palmense, que goza de tanto crédito popular como de escasa enjundia literaria. También tenemos, además, la gastronoir y demás chuminadas. Hasta se hacen festivales del género en la que los autores (casi todos hombres) se miran, se sonríen, se sacan fotos juntos, amigos para siempre tararí-tarará, sin que falte la consabida ocurrencia de que no se valora suficiente el valor epistémico de la novela negra para comprender nuestra sociedad, etc. Al final, se dan unos cuantos premios, y a vender, que de eso se trata, créanse lo que quieran creerse.

En fin, en Alicia, Miguel Aguerralde nos traza la historia de, cómo no, un novelista, Ciro, que de repente, por esas cosas de la vida, incluso escribe, se vuelve muy famoso, en la cresta de la ola, perfil Ciudadanos, y justo entonces todo comienza a irle mal, sobre todo porque en realidad es muy hijoputo. Así que parece que la justicia poética no se revela al final, sino al principio, lo que no deja de tener su punto original. El caso es que este personaje está casado con Samanta (Sam), a la que ama de verdad, que está embarazada de ocho meses. Pero resulta que Ciro tiene una amante, Bárbara, una diosa del sexo, etc., así que se siente culpable y tal. Cuando va a dejar a esta Bárbara en vista de su inminente paternidad y ya que todo le va bien, para qué liarla, esta pretende chantajearle para que no se le ocurra dejarla, a resultas de un accidente de tráfico en el que se vieron involucrados a ambos y que tuvo un resultado luctuoso. Como es previsible, la cosa acaba muy mal, con muchas salpicaduras, ojos inyectados en sangre y un cadáver: no somos nadie.

En fin, a partir de ese momento, todo se vuelve thriller. Las fotos, material del chantaje, están en poder de alguien desconocido. Ciro cree que las tiene Sam, aunque quizá no lo sepa ella misma. Así que, tras pasar por un juicio escandaloso y encontrarse en la ruina, este Ciro elabora un plan sigiloso que consiste en hacerse muy visible, aunque tenga una orden de alejamiento, para apoderarse de esas pruebas incriminatorias, como si no fuera ya un apestado social. No tiene en cuenta que, en la actualidad, cualquier persona normal algo lista como Bárbara habría hecho como un millón de copias que estarían en su ordenador, en el de la oficina, en 40 pen-drives, 50 cds, y en cinco cuentas en la nube. No contento con su plan, por alguna lógica desquiciada que solo conoce el autor, también pretende matar a Sam, sí, a esa mujer a la que amaba de verdad y con la que iba a tener un hijo que perdió por su culpa (la de Ciro). Y eso que Sam solo pasaba por ahí después de la trágica escena post-coito entre Bárbara y Ciro, y de nada tiene culpa del posterior ocaso de este como famoso escritor y peor persona.

No crean que le estoy destripando demasiado de la novela: lo anterior ocurre en las primeras 70 páginas y todo ocurre sin traicionar ninguna esperanza ni ningún convencionalismo. Todo lo que esperamos que suceda, sucede. ¿Será porque lo hemos leído antes 1.000 veces? ¿Será porque nos quedamos dormidos en demasiadas ocasiones frente a la película de Antena3? Háganse una idea.

Los primeros personajes, ya que no me dio para más: 

Ciro: novelista más preocupado por el éxito medido en dinero y fama que en otra cosa. Cuando las cosas van mal se convierte en un acosador asesino. O asesino acosador. Hay un paso que va del tipo presuntuoso al asesino psicópata que no me parece verosímil. Seguro que la realidad ofrece perfiles más extraños y retorcidos, pero el caso es que en la novela debe parecernos lógica o posible esa transformación. Aquí no se consigue. Se necesita cierta maestría, claro.

Samanta (Sam): maestra, pero no de una asignatura normal y corriente como Matemáticas o Lengua, sino de, atención, da talleres de Mitología Clásica. Así el autor podrá demostrarnos lo mucho que sabe de los dioses griegos y romanos y de más allá. Por otro lado, deberíamos simpatizar con la protagonista, pero, no sé muy bien por qué, no es así. 

Bárbara: la amante de Ciro, pija y muy sexual. Parece un personaje de recortable o de Sálvame. Se muere pronto, lo cual nos parece muy bien.

Cleo: la editora y amiga de Sam, más bien madre-amiga con un punto incestuoso. Tanto empalago amical no parece normal, pero cualquiera sabe.

Berta: la mujer-gnomo. Sí.

Hay que decir que el autor, sin duda, es capaz de desplegar ante nosotros una historia. Previsible, acartonada, llena de clichés, sí, pero una historia que se lee sin que nos mate de aburrimiento. Sin embargo, los que leemos ficción con la intención de no pasar simplemente el rato, de no solo matar el tiempo dada la indigencia vital en la que presumiblemente estamos sumidos, sino por, como decíamos al principio, la búsqueda también de un placer a la vez estético y cognitivo (si es que son opuestos), una simple historia se nos hace poco. Cuando hablamos de Literatura (con esa mayúscula tan pedantita) aspiramos a apreciar en la obra un esfuerzo artístico que debe manifestarse tanto en el plano narrativo como en el de la lengua. Queremos también sabiduría o desafío a las convenciones, o las dos a la vez, tanto lingüísticas como morales y sociales. Queremos, al menos, que se bosqueje una cosmovisión, o su cuestionamiento, de la que sea. Una mera historia es insuficiente, si no trasciende.

Sigamos. Ya hemos apuntado la escasa originalidad de la trama y de los personajes. Volquemos ahora nuestra atención a cómo se plasma en el papel la historia: diálogos, descripciones, punto de vista. Nos hemos quejado de que el autor solo se limitase a contarnos una historia, sin embargo, cuando intenta, a su modo, literalizarla, el resultado es cargante:

Su vida se había convertido en un infierno repugnante. Las mismas televisiones que poco antes abrían sus programas anunciándole como invitado, ahora mismo se cebaban con las imágenes del escritor desaliñado a la salida del juzgado. Para esos cerdos carroñeros una persona de éxito arrastrada al fondo del abismo era como el maná bíblico para los hebreos o como El Dorado para Francisco de Orellana. El cuerno de la abundancia. (pág. 75)
En el trabajo, la hora previa al descanso del recreo y la última antes de marchar a casa eran las que se le hacían más largas. Horas en las que el reloj estaba demasiado presente. Sin embargo la peor sesión era la penúltima de los martes y los jueves, cuando le tocaba dar clases en el aula al final del pasillo del segundo piso, una habitación destartalada que durante años se había utilizado simplemente como cuarto de material y que recientemente, con el aumento del número de repetidores, había tenido que volver a habilitarse para la docencia. El aula era incómoda y estaba mal diseñada, tenía forma casi oval, con los alumnos apretados en el centro de una elipse entre dos inútiles columnas y la mesa del profesor encasquetada contra una de las ventanas que tenía la alegre vista del aparcamiento, una explanada de asfalto y encinas en las que los coches encajaban unos contra otros como piezas de un puzle organizado por un orangután. El aire de la calle se filtraba entre las hojas de cristal; a esa aula la llamaban "la nevera". (pág. 78)

Samanta se estremeció bajo la manta e inspiró profundamente con el ceño fruncido. El aire le sabía de repente sucio y gris, como un cadáver en el fondo de un lago. No sabía por qué le había venido esa comparación a la mente, tal vez porque esa era la manera en la que terminaban muchos de los personajes de Ciro. Se giró hacia Cleo con la mirada de una niña asustada. La mujer le cogió la mano y negó con la cabeza. (pág. 85)

Esos diálogos insulsos, vacíos, carentes de energía o expresividad, impostados:


-¿De dónde las has sacado? 
Bárbara empezó a reír dándole la espalda. 
-Tal vez quemaste la tarjeta que no era. Tal vez no soy tan tonta como crees, tal vez no eres perfecto... 
-Pero tú rompiste la cámara del fotógrafo... -murmuró Ciro para sí. 
-Tal vez le quité la tarjeta de memoria primero. 
El nuevo escritor de éxito a punto de dejar de serlo podía sentir cómo la rabia llenaba de calor cada centímetro de su cuerpo. 
-Tal vez no vas a dejarme. 
Chantaje, Ciro no lo podía creer. Bárbara había cambiado las tarjetas y le había hecho destruir la que no era. Era imposible saber cuántas copas de esas fotos podría haber hecho esa zorra pero desde luego había previsto bien lo que iba a suceder esa mañana. 
-¿Qué es lo que quieres? -le preguntó. 
Ella rio a carcajadas. Su piel desnuda había dejado de gustarle, sus músculos se estremecían al verla pero obedeciendo a un sentimiento bien diferente. 
-¿Qué crees tú que quiero? Lo que he querido siempre. ¡A ti! 
-Pero yo no puedo seguir mintiendo a Sam -replicó Ciro intentando controlarse. 
Bárbara se acercó a él y le susurró al oído. 
-No te preocupes. Ya me he encargado yo de eso. Te aseguro que no tendrás que mentirle nunca más. (pág. 61)


-Todavía no me has dicho por qué me envías a esa isla ni qué haré cuando llegue allí. 
Cleo sonrió y sacó de su maletín una tarjeta de visita. Le dio la vuelta y escribió con su pluma un nombre y un número de teléfono. 
-Berta -leyó Sam. 
-Sí, Berta. Ella te lo explicará todo. 
La joven suspiró y se guardó la tarjeta en el bolsillo de la chaqueta, miró a la editora muy poco convencida y meneó la cabeza. 
-No conozco nada de ese lugar. 
-Por eso es perfecto. No conoces ni te conocen. Te presentarás con otra identidad y solamente Berta y yo sabremos quién eres y dónde estás. 
-¿Y dónde viviré? ¿Qué trabajo es ese que me has conseguido? No puedes mandarme a la aventura así como así. 
Cleo la miró con una tierna sonrisa y le cogió las manos entre las suyas. 
-Tranquila, mi pequeña. Tu aventura está aquí, si te quedas. Allí... -Hizo un gesto con la mano en el aire- Allí solo tendrás paz y una vida de ensueño. (págs. 93-94)

Por no hablar del uso a lo largo de la novela de esas expresiones hechas que deploro, como "encerrar bajo siete llaves", que un reloj parado "acertaría la hora dos veces al día", "anticipo de cinco cifras", "ir viento en popa", etc., en un contexto de estilo facilón carente de gracia o arte algunos. El punto de vista oscila entre un estilo indirecto libre y la omnisciencia, con momentos como: "La inmensidad del océano y el rumor de la brisa la hicieron sentir segura, a salvo de Ciro, del miedo, de las pesadillas. Y se quedó dormida. No sabía cuánto se equivocaba" (pág. 105).

Y así son las cosas, amigos. Es previsible que, sin ínfulas literarias de ningún tipo, Miguel Aguerralde pueda contar para sus novelas con un buen número de lectores. O followers, o amigos del Facebook, o fans hardcore. En realidad, me atrevería a afirmar que es uno de esos escritores potencialmente promocionables a lo grande por la industria del libro. Esta novela va destinada a un público poco exigente en lo estético y conformista en lo narrativo, que espera que se cumplan sus certezas y que se le provea de un producto apto para el mero entretenimiento, ya sea al borde de la piscina, haciendo tiempo en el aeropuerto o dejando pasar uno de esos domingos, a falta de cosas más interesantes en las que emplear el tiempo. Vamos, un chollo.

No obstante, como no es mi caso, la abandoné en la página 105, por lo que me he perdido tramas paralelas y secundarias, las revelaciones de última hora, las coincidencias sorprendentes, los momentos deus ex machina y un montón de cosas que dicen que hacen que se enganche uno. Como siempre, lo bueno viene después, pero ya me lo cuentan otro día.



2 comentarios:

  1. Muchas gracias por tu comentario y consejos y por casi leer la novela. ¡Un abrazo!

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    1. Un abrazo, igualmente. Me alegra que mi reseña te haya servido de provecho.

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