jueves, 21 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena (ni de coña)

En serio, entre Vds. y yo, aprovechando que no hay niños delante: ¿A que de entrada les parecieron terribles esas columnas de los periódicos que, aprovechando el momento, se titularon Diario de la cuarentena, nº X, o Día X desde el comienzo del estado de alarma? Hay algo predecible, mustio y aburrido en esos títulos, en esos artículos, en esos columnistas del vacío y de la rutina. No obstante, encontrar otra cosa en un periódico es una tarea vana en la mayoría de las ocasiones, para qué me voy a engañar.

Vayamos al asunto de hoy, lectores/as, que no es ni más ni menos que mi personal itinerario de lecturas, por si pudiera interesarles: los primeros tres libros que he recogido en mi librería de referencia, cuando por fin ha podido abrir, son El Estado absolutista, de Perry Anderson, Hecho y por hacer, de Cornelius Castoriadis y Lucha de clases en la Antigüedad, de Arthur Rosenberg. No son nadie, ninguno de los tres, aunque es probable que el conocimiento de estos autores para el lector español no especializado, en orden decreciente, es precisamente el que les he expuesto. No es este el lugar para escribirles su biografía ni su recorrido intelectual, pues ni soy un especialista ni ya son tiempos para las exposiciones magistrales de información teniendo Internet. Ya lo decía Carlos Pumares, respecto del cine.

Eso sí, todos son de izquierdas, les advierto, por si esa adscripción ideológica, por flexible, elástica y relajada que sea, les espanta. En lo que se refiere a Anderson, en su faceta de historiador, ya lo conocía por su trabajo preliminar, Transiciones de la antigüedad al feudalismo. Después, todo ha sido retroceso. Quiero decir, no he parado de leer historia sobre el mundo clásico griego. Mucho antes, me había fascinado Roma y la lectura del clásico de Edward Gibbon, Historia de la decadencia y caída del Imperio RomanoLos césares, de Thomas de Quincey, o Rubicón, de Tom Holland. La lectura de estudios históricos sobre Roma algo más actualizados aguarda con cierta urgencia. Leemos a hombros de gigantes.




De Castoriadis, tenía a medio leer la Institución imaginaria de la sociedad. Sin embargo, por faltarme contexto y preparación, la lectura, salvo destellos ocasionales, no penetró en mi consciencia. Ahora, algunos años después, la puedo leer con mayor provecho. A este respecto, la mentada obra de José Luis Moreno Pestaña, Retorno a Atenas, proporciona una suerte de introducción a este filósofo. También, haber leído Sobre el político de Platón, unas lecciones en la universidad recogidas por sus alumnos ha ayudado, sobre todo por calibrar su espíritu democrático en la pertinente crítica al filósofo griego. Para toda aquella persona interesada en la democracia ateniense, la lectura de Platón, Aristóteles y Tucídides es obligada. Nada que no se sepa, pero aquí lo recuerdo.

Este es un blog de lecturas heteróclitas, como ven. Aunque la crítica a la ficción literaria es uno de sus cometidos principales, sobre todo por el estado de abandono y descomposición en que se encuentra en Canarias, no descuido la posibilidad de incorporar otro tipo de materias, como bien saben. Es posible que un autor no tenga que saber de historia o de sociología, que una autora, nada de filosofía o matemáticas. Quizá, muchos autores y autoras solo tienen como bagaje la historia de la literatura, que no es poco, y si poseen gran imaginación y sensibilidad, tal vez sea suficiente para gestar grandes obras. Murakami dice en De qué hablo cuando hablo de escribir que escribir una novela es relativamente sencillo para una persona algo inteligente. Mucho bueno hay escrito, sin duda, por personas que carecen de doctorado o, al menos, de la licenciatura/grado en Filología Hispánica. En todo caso, casi nunca hace daño saber más sobre el mundo que menos, aunque uno sea youtuber.




Cuando me pregunto por el proceso creativo, por ese impulso que sucede a la germinación de la idea en la mente, no puedo dejar de imaginarme cuán costoso, irritante y frustrante debe de ser. La idea, bosquejada y acariciada en nuestra imaginación, a veces irrumpe como un mensajero en la sala del Rey, y otras como un niño tímido cuya sombra se proyecta tras una esquina. Stephen King se la imagina como un fósil que emerge levemente de la tierra, y que él debe limpiar, separar, cavar a su alrededor, etc. hasta sacarla a la luz. Que no sea por imágenes. Pero lo difícil es trasladar esa idea, o conjunto de ideas, ese fósil apenas discernible sobre la piedra y el barro, hasta la mesa de operaciones y devolverle el esplendor, si seguimos con la idea de King. O, con mis ejemplos del mensajero y el niño, acoger el mensaje, esa mezcla de imaginación y sensibilidad, darle pábulo y plasmarla en ese constructo que se llama obra literaria. Para algunos, la dificultad está en rescatar o encontrar la idea originaria y original, en asomarse a uno mismo y encontrarse tal vez con el espanto; para otras, lo terrible es la metalurgia y la orfebrería, el taller. Hay otro grupo de escritores/as para los cuales la imagen correcta es la de la cadena de montaje.

En fin, uno comienza a hacerse mayor, y apenas sabe explicarse sin metáforas. Tampoco puede uno imaginarse ya que puede ser quien quiera ni apenas concebir la posibilidad de dedicarse a lo que quiera. Los plazos se acaban, los trayectorias se vuelven urgentes, algunos recorridos no pueden ni iniciarse. Todo se acorta. El tiempo se acaba. A veces, nos reconciliamos con el mundo gracias a la Literatura. 

Esto ha sido todo por hoy: mañana hablaremos de los pobres que votan a los ricos para que los gobiernen.










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