jueves, 14 de mayo de 2020

Down the rabbit hole

En esta cuarentena, lo más destacable para mí en el plano intelectual han sido los seminarios online organizados por José Luis Moreno Pestaña, el autor de Retorno a Atenas, una de las obras más destacables que he leído (y podido apreciar) en los últimos tiempos. El primer seminario tuvo como foco la obra del difunto Antoni Domènech, El eclipse de la fraternidad, un recorrido por la tradición republicana y socialista desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días. Ahora mismo, estamos con la lectura de Construyendo utopías reales, de Erik Olin Wright (también recientemente fallecido). Si todo se mantiene, el próximo consistirá en analizar La idea del socialismo, de Axel Honneth (aún vivo: ojalá le quede cuerda para rato). Una gozada para aquellos interesados en estos asuntos y sean capaces de intuir que hay mundos posibles mejores que este. Por utopizar, que no quede.





Lo cierto es que además del teletrabajo matutino diario, la obligación de leer y prepararse las lecturas para el aprovechamiento óptimo del seminario me ha obligado a disciplinarme que no todo se lo voy a dejar al capitalismo. Si me dejan a mi propio albedrío, soy capaz de estar horas mirando el techo recordando el pasado e imaginando el futuro, y no mover ni un dedo. Además, alguna lectura suelta, pero siempre pertinente, de Moses Finley, como Vieja y nueva democracia, o de Thomas Scanlon, como Las dimensiones morales, comporta que haya arrinconado la ficción literaria, salvo Marte Rojo, de K. S. Robinson, hasta un punto en el que casi me siento culpable. Siempre me acuerdo de aquel personaje que solo lamentaba no haber tenido una vida solo para leer. 

Bueno, tampoco es eso.





En otro orden de cosas, Santiago Gil, nuestro J.K. Jerome local, ha vuelto a sacar novela. Por si esto no fuera lo bastante grave, parece que trata de la pandemia. O que pasan cosas durante la pandemia, seguramente muy tristes (temazo este, el de la pandemia del COVID-19). Dentro de poco, lo que será noticia es que Santiago Gil no haya sacado novela. O poemas. O artículos. O yo qué sé, este hombre le da a todo. Podemos hablar también de la lectura de poemas o de cuentos en Internet. No sé, no puedo evitar, salvo alguna excepción, sentir algo de incomodidad cuando esta gente tan motivada considera que hace algo por la Humanidad al leer sus poemas. Puede ser que esté yo en uno de esos días y me haya vuelto algo negativo, pero tanta devoción por la Cultura reificada me empalaga e irrita de manera simultánea. Quizá sea el exhibicionismo latente de muchos de los/las intérpretes/poetas lo que me lleva a estas conclusiones, que, en un buen número de casos, serán injustas. Tal vez, estas lecturas por Internet han evitado que algunos/as hayan recaído en la bebida o en la última serie insulsa Netflix, que de todo hay. Aunque solo sea por eso.

También, cómo no, las librerías han vuelto a abrir, y aunque uno pueda imaginarse a sí mismo que se adentra en ellas como un explorador temeroso en un mundo arrasado, mascarilla mediante, sin poder tocar los libros, acercándose a ellos como si fueran frágiles reliquias prontas a deshacerse, lo cierto es que, aun así, su existencia resulta un alivio. Como el vuelo de una gaviota a un vigía sediento de tierra. Hay tantos libros valiosos que apenas importa que se publiquen tantos, ¡pero tantos!, que no lo son. A este respecto, acabo de leer que una editorial, Errata Naturae, va a dejar de publicar durante unos meses. La explicación-reflexión, que no carece de interés, aquí.

Sin embargo, no olvidemos que un poquito de escapismo puede estar bien, pero no todo el tiempo. En este sentido, la literatura puede funcionar como anestesia social y política tanto como la tele, el cine, el festival de música clásica o el periodismo de todo a un euro. No se es mejor en un sentido moral por leer mucho; por leer a Nabokov o a Woolf. Tampoco, por leer a Kant, a Rawls o a Fraser. Lo importante es si y cómo aplicamos el conocimiento moral que adquiramos a nuestra transformación personal y social. Es ciertamente común que leamos mucho o nos empapemos de cultura, en general, por la distinción social que todavía procura saber de ópera, de pintura, de literatura o de otras cosas inútiles porque en su momento estaban asociadas en exclusiva a las clases altas y ociosas. El postureo, que se dice ahora. Además, es un esfuerzo inútil. Basta que una modalidad de gusto de la clases altas se extienda por las medias y bajas para que aquellas la abandonen. Lo único que se nos pide, en resumidas cuentas, es que consumamos. Que tampoco es tan complicado.




Este es el resumen de mis reflexiones en la fase uno de la desescalada antes de la vuelta a la nueva normalidad (¿no es esto un oxímoron?). Podría ser peor, pero al menos han pasado cinco minutos preciosos de su vida en este rabbit hole.

EN DEFINITIVA, lo máximo que puedo hacer es compartir con Vds. mis reflexiones y mis lecturas. Si son pretenciosas e insuficientes, respectivamente, se lo dejo a su criterio.







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