Estos días, ha venido circulando por las redes un mensaje o convocatoria para que todos aquellos que tengan algo que ver con la cultura dejaran de verter contenido en la red o que dejaran de aparecer en ella. Supongo que se refería al contenido gratuito que durante esta época de cuarentena supuestamente es, como les gusta decir a los representantes de la industria cultural, "consumida", por el resto de la plebe, tan aburrida y alelada en casa que no sabe qué hacer con su vida.
En fin, el caso es que, al parecer, más de 40 asociaciones culturales acusan al Ministro del ramo de no querer diseñar un plan específico de ayuda al sector de la cultura. Sector que, en un abarcamiento contraintuitivo, no se refiere únicamente a los artistas como tales, sino a todos aquellos que trabajen en la organización y producción de los actos, instalaciones, montajes, etc., relacionados, como tramoyistas, decoradores, guionistas, maquilladores, ingenieras de sonido, instaladores, y, por qué no, contables, administradores, vendedores y relaciones públicas de las empresas culturales, etc., etc. Así, según algunas estimaciones, el sector comprendería a más de 600.000 personas en España.
Parece normal que cualquier colectivo que se sienta injustamente tratado, proteste por su situación, y desde aquí, uno no puede por menos que apoyar cualquier iniciativa razonable que evite o mitigue el sufrimiento de los seres humanos, en especial en circunstancias que, como la presente, aumentan su fragilidad existencial. Esto incluye a los trabajadores del sector cultural como de cualquier otro. Si hay que tener especial atención a los trabajadores culturales por su "labor intermitente", será por esa especial característica, la intermitencia, que parece que no tiene fácil acomodo en la legislación vigente, según este artículo, no por ser labor "cultural". Una sociedad bien ordenada no debe dejar fuera de su solidaridad y mutualidad a nadie.
Lo que parece más dudoso es que se aduzcan razones esencialistas de tipo "sin la cultura no se puede vivir" o una cita que se ha puesta de modo en las redes sociales, que dice algo así como: "La vida sin cultura carece de sentido y es muy poco humana", atizando al ministro Uribes, que había declarado: "Primero la vida y luego el cine". Yo me uno a aquellos afirman: "Primero comer y, después, filosofar". Que se lo digan, sobre todo desde hace un mes, a los supermercados.
Pero no, la industria cultural en peso, que si algo tiene es acceso a los medios de comunicación, y es especialista en montar saraos, festivales, conciertazos, óperas, y también libros y películas y demás divertimentos a costa del erario en una sociedad tremendamente desigual como la nuestra, considera que para la defensa de su sector es preciso aludir al carácter trascendente y redentor de la Cultura. Preciso que su definición de Cultura es estrecha, no antropológica (que consideraría producto cultural a cualquier objeto, ritual o institución creada por una cultura determinada, desde los microondas hasta el Satisfyer, pasando por la Universidad o la división de poderes). Es decir, para la industria, Cultura es lo que esas y otras asociaciones organizan y producen, que suele tener un fin recreativo-artístico-espectacular y es, por sistema, subvencionado por los poderes públicos en todos los niveles de la Administración: desde la verbena de barrio y los fuegos artificiales fundacionales, hasta la cúpula de la ONU, de Miquel Barceló. La Cultura, claro, no como emanada de las personas ni de la sociedad en su conjunto, sino como producto de consumo, como mercadería, lo que resulta una contradicción según sus propios términos. La Cultura como asunto de especialistas, de profesionales. La confusión resultante se encarna en la convicción que acaban adquiriendo muchas ciudadanos/as de que es el Estado el que debe satisfacer sus gustos de ocio y fiesta, por ser -consideran- un "derecho".
Como suelen ser los malos patriotas, que aman a su patria, pero odian a sus compatriotas, o los malos progresistas, que aman tanto a la humanidad que no tienen tiempo para ser buenas personas, las asociaciones culturales dicen defender la Cultura y se erigen en sus paladines, pero resulta más controvertido confirmar que defienden a los trabajadores culturales sin caché. Sí, a esos músicos, cantantes y personal recreativo de todo tipo que trabajan en hoteles, bares, complejos de bungalows, resorts, cruceros, etc. cuyas condiciones no suelen ser idílicas y cuya precariedad se ha puesto de relieve de forma dramática con la pandemia. Además, obvio es decirlo, no es el sector de la cultura el único que sufre las consecuencias de la actual crisis económica y humanitaria, por no hablar de las mujeres y hombres que trabajan en la economía sumergida. Solo en Canarias, han perdido su empleo temporal o definitivamente alrededor de 200.000 personas.
Si de verdad estuviéramos al borde de un cambio político-económico-sistémico de envergadura histórica; si, perdonen que sea ingenuo, tuviéramos la oportunidad de reformar nuestro país a fondo para que ni un día más tanta gente sufriera de pobreza y de marginación, que las futuras generaciones tuvieran una Educación pública para que, independientemente de la riqueza de la familia de la que procedan, eligieran con libertad qué querrían ser y cómo serlo, que cada uno de nosotros pudiera ser atendido en igualdad de condiciones, sin atender a su capacidad de pago, por una Sanidad pública en condiciones, que se atendiera a las necesidades de las personas, en especial a las más desfavorecidas por la lotería social o la genética... Si, como digo, estuviéramos a punto de realizar este cambio civilizatorio, estas demandas sectoriales se podrían dejar de lado sin más, como una muestra más del egoísmo al que tan propensos somos cuando carecemos de un mínimo desarrollo moral y que tan bien promueve el sistema económico capitalista, por ser un rasgo consustancial a este.
Sin embargo, a fuer de ser realistas, como lo más probable es que sigamos viviendo de forma parecida, pero con más deuda estatal y privada, el sector cultural/industria cultural solo consigue volverse un poco más odioso. Tarea en la que lleva empeñándose desde hace mucho tiempo, SGAE de por medio, por cierto. Porque cuando uno los oye hablar o lee sus demandas, siempre aparece el supuesto "derecho a la cultura" del ciudadano, pero no por la vía de una educación pública de calidad, sino como consumidor de una cultura de la que ellos son los encargados y administradores. Y para no incurrir en el riesgo empresarial propio de cualquier tipo de ofrecimiento al público, que puede ser reticente, asedian a las administraciones para que abarate el producto. Estas, que tienden a amortiguar las tensiones propias de cualquier sociedad desigual como la nuestra a base de espectáculos que pretenden ser cohesionadores, se prestan al truco, en general, con liberalidad. La cultura, así entendida, es tanto negocio sin riesgo como propaganda política y anestesiadora del conflicto social. No insistiré hoy en la habilidad que tienen nuestras clases altas para que todos los demás paguemos sus gustos culturales caros.
En definitiva, el apagón cultural no solo ha demostrado ser irrelevante e impertinente. También, que los voceros de la industria carecen de nuevos argumentos con los que intentar justificar un trato preferente ya sea en esta crisis, ya en tiempos de bonanza.
P.D. A este respecto, https://www3.gobiernodecanarias.org/noticias/cultura-del-gobierno-de-canarias-inyecta-26-millones-de-euros-al-sector-como-respuesta-inmediata-ante-la-crisis/?fbclid=IwAR2dgJYVcDtyEgYZHegb5rOpFNWEDh0T-ty8SqQ2YGWor5nkSNpE8sgk5UQ
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