Cuando, al cabo del tiempo, uno ya le ha dado cera a los representantes más conspicuos de una novelística, a grandes rasgos, deplorable, en el ámbito local (y a unos cuantos en el nacional), dado que estos personajes ejemplares campan a sus anchas en suplementos culturales, artículos y otras tribunas escribiendo todo tipo de maravillosismos y buenrollismos ajenos y propios sin enmiendas ni rectificaciones, se encuentra con que tiene libertad para lanzar otra mirada a la creatividad. O más bien, una mirada a otra creatividad, es decir, puede comenzar a indagar en la obra de escritoras/es de exposición más discreta con la esperanza de encontrar una fuente de luz, aun vacilante (me conformo con eso) que ilumine estas tinieblas literarias. Y disculpen la metáfora, pero guardo otras más escatológicas.
Es por eso por lo que uno recoge pistas aquí y allá, lee esas obras que unas y otros a veces valoran como "injustamente tratadas", "insuficientemente reconocidas", etc., o que, sin que sea incompatible con lo anterior, pertenecen a jóvenes autoras/es, digamos en sus primeros pasos, pero que se atreven a publicar (lo cierto es que hoy las editoriales no editan, solo publican) sin demasiado pudor ni vergüenza anticipada. En el pecado está la penitencia, y llegados a este punto, son tan merecedoras/es de reconvención o de elogio como otros autores más populares y dicharacheros, aunque no disfruten de la mención del mentor habitual ni impartan cursos de escritura creativa. En todo caso, mi intención no es cercenadora sino más bien lo contrario, aunque parezca difícil de creer.
El propósito no es otro, al fin y al cabo, que experimentar, recogiendo palabras de Rafael-José Díaz, una "epifanía" artística, estética, literaria... Es encontrarse ante esa experiencia de asombro, aprendizaje y reconocimiento que solo algunas manifestaciones artísticas son capaces de suscitar. Me conformaría con una sola de las tres, no soy tan exigente. Sin embargo, y como parece lógico, esos momentos de epifanía son raros, qué le vamos a hacer.
Por otro lado, no puedo sino apreciar el esfuerzo, como he reconocido en otras ocasiones, con el que unas y otros se empeñan en contar historias, por muy lamentables que terminen siendo los resultados. Esto no quita para que la crítica horade la superficie de la obra y saque a la luz defectos y virtudes, para que imagine otras posibilidades, para que devele lo innombrado o latente, para que reflexione a partir de ella. Es en este sentido que la actividad reseñadora consistente en elogiar sin tino, favorecer sin tapujo o glosar sin vergüenza resulta no solo una estafa informativa y un ultraje intelectual sino también una inmoralidad. Sus razones tendrán aquellas/os que la perpetran.
Así que entre otros autores más o menos jóvenes y relativamente desconocidos, aunque obtengan su elogio aquí o su mención allá, escogí por razones que van desde lo azaroso hasta la curiosidad por repetición una colección de cuentos con cuya reseña me tropecé en un par de ocasiones. Claro que es posible que casi nada de lo anterior sea cierto, y Alba Sabina Pérez sea un fenómeno literario sin parangón y yo sólo esté revelando, una vez más, mi ignorancia.
Pero vayamos a los cuentos.
¿Quién cuidará de mis guardianes? comienza con dos cuentos yoístas: las tribulaciones de una joven allende los mares que comienza a vivir una vida adulta que no le agrada demasiado. Sí, la materia no parece que pudiera interesar a nadie más que a la escritora, y, todo hay que decirlo, la forma, el estilo tampoco ayudan. En el primero, dos amigas van en tren y conocen a otros viajeros más o menos singulares, y en el segundo, la narradora nos cuenta retazos de su juventud en Madrid.
Siguió contando su relato, muy a nuestro pesar, aunque también con no cierta dosis de odiosa curiosidad por nuestra parte; aunque se negase a compartir con nosotras el secreto de sobrevivir a base de pipas de sandía. Y resulta que en el tiempo en el que tenían que compartir su guarida con el Matador, Nicole se empezó a hacer mujer, y él no podía más que admirar como cada mes sus pechos iban creciendo y su cuerpo adoptaba "formas de Venus". Entonces, él, que por aquel entonces también era muy joven, sintió la necesidad imperiosa de quitarle él mismo el virgo, porque, según su propio razonamiento: "¿Quién mejor?" Así que un día, no sin antes pedirle permiso, le quitó la ropa con cuidado y le hizo el amor con la precisión de un experto; aunque, según nos dijo, "también era casto hasta ese día". De todas formas sacamos nuestras propias conclusiones de hasta qué punto aquellos escabrosos detalles eran verídicos." (págs. 26-27)
Había bares nuevos llenos de diversos elementos hypsters de la recién llegada manada de cervatillos prisioneros del séptimo arte, solo que éstos no habían crecido con Garci ni con su Puro humo y quedaba poco para la maldita ley que cambió mi vida y mi forma de ver y de oler a los demás, sobre todo darme cuenta de que el tabaco disimulaba bastante bien el terrible aroma de algunos. Pronto llegó Laura, con su bellísimo rostro de inocencia que espero que aún conserve; aunque temo que la inocencia ya la habíamos perdido hacía algún tiempo, y poco quedaba de aquellas tres hippies de instituto que pensaban que en segundo de carrera sus vidas estarían encaminadas, al menos, hacia alguna parte. Entramos en uno de esos nuevos locales, ellas pidieron otro café y yo un cóctel. Necesitaba alcohol, amigas y tabaco, todo eso que no tomaba en Barcelona porque el hastío, la pereza, y el maldito cielo naranja no me dejaban. Y las tres, que nos leíamos las caras y las almas más deprisa que yo El guardián entre el centeno cuando estoy triste, por primera vez no sabíamos qué decir. Laura traía el pelo mojado de lluvia sin paraguas, y un folleto del cine con las películas que podíamos ver. (págs 32-33)
Sin embargo, el tercer cuento, sí. El reloj de mi padre está evidentemente más estudiado, más estructurado. Está pensado. Es probable que eso pueda parecer menos arriesgado, menos apasionado, menos romántico o cualquier otro adjetivo insensato, pero aquí ya nos encontramos con algo valioso. Ya no son las divagaciones bostezantes de una intelectualoide en ciernes, sino el relato preciso y evocador de una anécdota que trasciende. De repente, los personajes, un objeto (un reloj) y hasta un país adquieren fuerza simbólica, de tal modo que se quedan con nosotros después de leído el relato: un padre que vincula su felicidad a su reloj irrompible que se rompe, la niña que no juzga a su padre como un mentecato, sino que considera necesario intervenir, a su infantil manera, para ayudarlo; una Suiza de relojeros tal que ni evocada por Emily Dickinson... Las líneas de diálogos son las que tienen que ser. En la narración, los párrafos se engranan como si no pudiesen existir de manera independiente. Surge esa síntesis entre forma y contenido por la que la literatura cobra sentido. Un cuento corto, sencillo, que se agradece como una brisa de verano. Esto es literatura, algo que a veces ocurre cuando se dejan a un lado la pretenciosidad y el yoísmo.
Mi padre tenía los ojos aguados y la expresión muy triste. Traía su reloj fracturado en una bolsita de terciopelo que había en casa desde hacía tiempo. Era la bolsa de las joyas rotas. mi padre había sacado las joyas y las había dejado sobre el joyero de madera, y había puesto el reloj con mucho cuidado dentro. Ahora lo sacaba de su bolsa y yo tenía ganas de llorar porque nunca había visto a mi padre tan triste, ni siquiera cuando se murió mi pez. Le pasó el reloj al relojero, con mucho cuidado. El relojero lo cogió con sus manazas y miró el cristal.
-No sé si el cristal tiene garantía, tengo que mirarlo; pero es muy raro, debe ser que vino defectuoso...
Tenía en la frente una lupa, pero se ve que lo que le sucedía al reloj de mi padre no era tan importante como para usarla. (pág. 42)
Empecé a estar muy triste. Mi padre seguía llamando al arregla-relojes del barrio, el señor gordo, moreno y alto que no hacía nada por nosotros, y que siempre le decía lo mismo. Yo no paraba de mirar el buzón pero nunca llegaba nada. Todos los días pedía que llegase el reloj y pedía que mi mente me dejase olvidar el asunto y volver a ser feliz porque, de pronto, todas las cosas me daban igual: las notas, las vacaciones a la vuelta de la esquina, las tardes en el parque con mis amigas, las poesías en las libretas y los libros. Solo me importaba el reloj, y volver a ver cómo mi padre se lo ponía en la muñeca y nos contaba cómo aquel era el reloj que llevaban los galanes en las películas de los cincuenta, cuando la gente tenía clase de verdad, y solo quería que me dijese que siempre iba a estar brillante y que era un reloj que duraría toda la vida. Pensé incluso en coger un tren hacia Suiza, pararme en la fábrica de BlanHorloge y decirle al dueño: "¿Qué pasa con el reloj de mi padre?" (pág. 48)
Es de lamentar que la autora no siguiera por esa vía. Para mí, sólo con este cuento demuestra que tiene hechuras de escritora. Bien podría habernos ahorrado los demás.
El cuarto relato recae en la enfermedad del yo misma en la facultad y mira cuánto cine he visto, el siguiente va de cómo llenar 10 páginas con insustancialidades, y el sexto, titulado como una advertencia Ociosas banalidades consiste en las reflexiones de unos personajes contadas por un narrador omnisciente. Van de personaje a personaje cuando salta su nombre. Y uno y otro, y después el de más allá... ¿Interesante? No, banalidades. Que digo yo que para qué. El sexto, pues más divagaciones o recuerdos, qué sé yo, contadas en primera persona de cuando la protagonista tenía menos de cuatro años. Y paro de contar, que las historias no mejoran.
A mi entender, lo que otros comentaristas señalan como virtudes, como las tan traídas intertextualidades o las referencias filosófico-cinematográfico-literario-artísticas, si no se manejan bien no hacen más que convertirse en autorreferencias expresivistas que no interesan a nadie más que a la autora. A veces me da por pensar que, en realidad, uno habla de sí mismo cuando no tiene nada que contar. A pesar de las mil excepciones, supongo.
En fin, cinco años han pasado desde entonces, y Sabina Pérez ha tenido tiempo para escribir una novela y un poemario, que yo sepa. Me pregunto si habrá seguido la escondida senda que comienza (o quizá lo hace en otro lado, en algún relato olvidado, en algún párrafo escrito en una libreta perdida) con El reloj de mi padre, o está recorriendo esa autopista hacia la nada que consiste en hablar sobre sí misma y lo mucho que ha leído, lo mucho que ha visto, lo mucho que ha oído y las experiencias que ha sufrido/disfrutado y en empeñarse en contárnoslas porque, al fin y al cabo, siente esa necesidad. Me resulta llamativo que el prologuista de esta colección de cuentos sea Sergio Barreto Hernández, paisano de Sabina y autor de una novela (también reseñada en este blog) que adolecía, hasta el hastío y más allá, de esos defectos aludidos, defectos que estropean cualquier novela y que asesinan, por cierto, cualquier conversación.
P.D. Como reseña, digamos, meliflua, por no decir algo peor, aquí.
Como crítica a la reseña quería decir que esa suposición "Sí, la materia no parece que pudiera interesar a nadie más que a la escritora,", me parece errónea. Creo, precisamente que hay una enorme cantidad de lectores (entre los que me encuentro) que están más interesados en temas personales e íntimos que en meras historias vaporosas. No me refiero a temas "del corazón" y cosas así, claro, sino a temas que hablen de la gente, de mí, de nosotros y nuestras dificultosas relaciones con los demás y con nosotros mísmos, biografías, autobiografías, opiniones, etc.
ResponderEliminarEn lo que sí estoy de acuerdo es en lo del estilo, tampoco me gusta. Me parece atropellado y poco cuidado, es decir, me falta música, sonoridad en la lectura, y, sin precisar exactamente porqué, que no soy un técnico en esto, algo me molesta en la puntuación. Me baso solo en estos retazos que has colgado.
Por eso señalo lo de "las mil excepciones". La línea que separa el ombliguismo huero de una narración/reflexión no solo interesante sino portadora de cualidades literarias/estéticas sobre las propias vivencias a veces es sutil, a veces gruesa. Creo que no solo es cuestión de estilo, sino también de perspectiva, de enfoque. El caso es que, en mi opinión, en estos relatos fallan tanto el uno como la otra. Por supuesto, hay, como siempre, margen para subjetividad en la recepción lectora.
Eliminar"para la subjetividad"
EliminarHola Ubaldo,
ResponderEliminarSoy Alba, la escritora del libro que reseñas aquí. Me pasaron el link por Facebook y tras leer tanto mi crítica como otras que haces me animo a hacer un breve análisis de tu blog.
En prácticamente todos tus textos te quejas de la endogamia literaria insular, de la falta de crítica, del amiguisimo y de la condescendencia. Estoy de acuerdo con que todo ello existe, lo que no creo es que lo que tú haces aquí suponga una alternativa de calidad a eso de lo que te quejas y voy a contarte por qué. Tus análisis son impresionistas, carentes de interés literario, vagos e imprecisos. Las cosas que destacas como malas son tan caprichosas como las que destacan quienes hacen un halago gratuito. Presumes de duro e imparcial pero caes en los mismos errores que los otros por el otro extremo.
Al leer tu blog lo primero que me sorprendió fue ver que eras traductor porque no cuadra tu profesión con la falta de finura al leer que demuestras en cada texto. Te colocas en una especie de púlpito autoconstruido en el que todos están (estamos) por debajo de ti, lo que sería lícito si luego el poco talento que demuestras en tus textos no fuera tumbando ese púlpito párrafo a párrafo. La que haces de mi libro de relatos, por ejemplo, es de risa. Empecé a leer y llegó un punto en el que pensé que nunca ibas a dejar de hablar de ti, de tus pequeños lamentos de intelectual rodeado de mediocridad, con la paradójica mediocridad del propio relato de la misma, y además, pensé: “¿Cómo se puede odiar tanto el ombliguismo siendo un ombligo andante con blogspot?”. Luego continuó mi sorpresa cuando vi cómo te desinflabas de a poco en un texto básicamente tan insulso como el del que dice sin decir nada que yo soy una maravilla. Calificas la reseña de Eduardo García Rojas como “meliflua”, pero la tuya (añadir que da la sensación de que tú mientras escribes pareces pensar de ti mismo que eres el azote del escritor canario medio, casi te veía mascando tabaco o mordiendo un palillo con desgana) realmente es mucho más meliflua, solo que está tan adulterada de mala leche que puede confundir al lector incauto o despistado.
En tu blog haces un verdadero papelón, no porque critiques, sino porque lo haces mal mientras revelas de forma absolutamente nítida el postureo inverso de creerte la contracultura, mientras lo único que haces es darle aún más argumentos a tu propia tesis sobre la mediocridad canaria aportando la tuya. Ojalá un día haya aquí un cuerpo de críticos honestos, pero oye, pidámosle un poco de talento a ellos también que desde luego tú no tienes.
Tal vez al leer esto pienses que nace del resentimiento, pero no es así, nace sencillamente de mi sorpresa al leerte y luego va tomando forma al pensar que una persona que tiene un blog tan osado como ridículo aceptará de buen grado una crítica al menos para no caer en una contradicción evidente.
Estimada Alba: Soy de la opinión que todo lo publicado, todo lo escrito dirigido al público, es, asimismo, públicamente criticable. Es por ello por lo que tomo nota de sus críticas, dirigidas tanto al blog como a mí mismo. Tengo asumido que desde el momento en que se realiza una crítica puede esgrimirse una crítica de la crítica y, por qué no, también una crítica de la crítica de la crítica. En todo caso, le agradezco que haya empleado su tiempo en leer este y otros artículos del blog, además de mi perfil. Espero contar con su fidelidad lectora a partir de ahora. Un saludo cordial.
ResponderEliminarHola Ubaldo,
EliminarSoy Alba, estoy en el móvil y no me deja poner mi cuenta para responder. Lo que te dije en mi comentario es sincero, no me gustan tus reseñas a pesar de que estoy de acuerdo con varias cosas que dices. Me parece que das demasiados rodeos iniciales, cosa que resulta cansina, a veces me veo leyendo en vertical hasta que empiezas a ir al meollo y luego das mucha opinión personal y poco análisis y poca justificación de esas opiniones. Da la impresión de que te quieres demasiado a ti mismo, como Brian de Palma. Te leeré de vez en cuando porque leemos cosas comunes, pero te dejo esta recomendación sincera por si quieres tomarla. Un saludo.