sábado, 9 de junio de 2018

La crítica, la perseverancia y Màxim Huerta

Leyendo en un periódico local, el pasado viernes las declaraciones de un dramaturgo, me encontré con estas palabras: "Antes, era crítico el que escribía en un periódico, hoy con Internet lo es cualquiera". Entiendo que era la expresión de una queja, un lamento no mera descripción de la actualidad. Era, quizá, la nostalgia por un tiempo en que todo estaba un poco mejor ordenado: la creación, la producción, la distribución y la crítica. Esos tiempos han pasado, para lo bueno y para lo malo.

Es cierto que la posibilidad que ofrece Internet de publicar lo que uno desee efectivamente democratiza la esfera pública. De eso no se puede dudar: hasta su advenimiento, los medios de comunicación eran los exclusivos guardianes de dicho espacio y propagadores por excelencia de la opinión pública, a cuya formación contribuían desde una posición de fuerza. Medios, no olvidemos, que solo eran posible con una aportación intensiva de capital: instalaciones, máquinas, materias primas, además de trabajadores en distintos ámbitos: impresores, linotipistas, teclistas, fotógrafos, periodistas, etc.

Hoy en día, aunque solo hasta cierto punto, no es así. Internet democratiza, es cierto, pero solo en la posibilidad de presentar al público, sin necesidad de grandes inversiones de capital, por ejemplo, un blog con opiniones propias sobre cualquier asunto. Por otro lado, también es cierto que unos cuantos blogs (de la temática que sea) reciben más visitas que todo el resto junto. Además, los medios de comunicación tradicionales tienen casi sin excepción su propia página web, con lo que el lector habitual de la prensa de papel puede encontrar sus cabeceras favoritas en la red. Asimismo, esos cuantos blogs/páginas que disfrutan de prestigio y esos medios de comunicación ya conocidos, por la propia arquitectura de la red y de los buscadores retroalimentan su posición de liderazgo. Es decir: una página que recibe miles/cientos de miles/millones de visitas aparecerá en las primeras páginas del buscador y tendrá más enlaces, lo que provocará que más nuevas visitas se unan a las anteriores. Además, hay que señalar que tampoco el capital ha desaparecido: cuantos más medios se disponga para elaborar una página web o un blog más atractivo será para el público potencial: el llamado coste del primer ejemplar, que antes, obviamente, solo se aplicaba a productos físicos.



En los regímenes comunistas, las sufridas ciudadanas hacen largas colas para proveerse de los alimentos básicos.


El lado positivo, teniendo claro lo expuesto, es que, en cualquier caso, el monopolio se ha visto desafiado, aunque mantiene la posición de privilegio. Algo es algo. Así, por ejemplo, en el ámbito local, y en lo que nos interesa, que es la literatura, habría sido casi imposible encontrarse con críticas u opiniones como las que llevo exponiendo en este blog desde hace año y medio. Vendettas aisladas aparte o riñas insólitas entre escritores (recuerdo una entre un poeta ahora muy popular y una catedrática de Filología de la ULPGC, aunque antes de Internet, y esta protesta, que casi enternece, de Luis León Barreto, publicada en su propio blog), lo habitual, lo sistémico haya sido la oda a la riqueza literaria archipielágica, el ditirambo a cualquier cosa que se publique en las Islas y el buenrollismo bucólico-pastoril de puertas hacia afuera entre escritoras y escritores de segunda, tercera o última fila. Si fuéramos a hacer caso a la TV Canaria (también a su radio o a cualquier emisora de las Islas) o a la prensa local, Canarias estaría poblada por gigantes de la Literatura, cuando no de promesas rutilantes a la que les aguardaría un no menos brillante porvenir. Rodeados, eso sí, de hardcore-fans o de lectores rendidos a su genio. En un plano cultural general, es lo que Javier Moreno Barreto ha acuñado como maravillosismo, fenómeno omniabarcador y sumamente incluyente: lo incluye todo y a todos y viva la canariedad y lo nuestro, y si de paso cae alguna subvención, mejor. Pero de eso ya se ha hablado en este blog (y en este) de modo reiterado.

Tradicionalmente, y tal como han señalado, entre otros, Pierre Bourdieu, la función del crítico en el campo cultural estaba bien delineada, y no era precisamente negativa. El crítico, tanto literario como de arte, protegía, cuidaba, patrocinaba y, en definitiva, actuaba de mentor de artistas y escritores a los que el gusto predominante de la época solía marginar. Así, el crítico de arte/literario/editor/marchante contribuía a modelar esa esfera pública, fomentando nuevas expresiones y perspectivas artísticas a las que no estaba acostumbrado el público de la época. Esa crítica se hacía, como es obvio, desde revistas especializadas, suplementos de los grandes medios o desde su propia columna de opinión. Es curioso cómo en España, con las consabidas excepciones, lo que ha predominado es la promoción descarada de los autores que publican en una editorial perteneciente al mismo conglomerado mediático propietario del medio de comunicación o el interesado apoyo mutuo de escritores/as-reseñadores/as en su esforzado deambular hacia la esquiva gloria. En el ámbito local, sencillamente, a estas alturas y hablando con franqueza, doy por sentado que la crítica desde un medio de comunicación tradicional deviene imposible o, en el mejor de los casos, efímera. Demasiados intereses entrecruzados, demasiados favores y demasiadas deudas. No es por nada que, como reacción defensiva, estos medios se pasen día sí y día también escribiendo sobre la pérdida de calidad periodística que suponen los medios alternativos (es decir, todos los que no sean ellos en Internet).


Un mundo sin rostro. Si amplían la foto, hay sorpresa.


Es por eso por lo que, por pura indignación y por intentar que la esfera pública fuera algo diferente, por intentar cambiar un poco las cosas, creé el Polillas. Nadie podrá llamar a un director para quejarse de la crítica ni para intentar expulsarme del medio, y como no pertenezco al mundillo literario, nadie tendrá la posibilidad de seducirme con favores ni chantajearme con amenazas. Como máximo, me escribirán para reprocharme de mejor o peor manera la crítica recibida, lo que, por otro lado, me parece bien. Lo cierto es que en este año y medio, las comunicaciones directas que he recibido  (incluidos algunas/os autoras/es reseñados) han sido casi siempre corteses, cuando no elogiosas. Otra cosa es que lo hagan público, pero entiendo que tampoco está el mundo para heroicidades en lo cotidiano, aunque soy dado a pensar que, en numerosos casos, el peligro proviene del exceso de imaginación y de las aspiraciones sin fundamento.

Podrán preguntarse qué tiene de extraordinario este blog, qué de talentoso. Les adelanto que nada: lo realmente extraordinario es que sea extraordinario, es decir: raro, insólito, que incluso sea original... Lo que de verdad debería extrañarles es cómo toda esa gente extraordinaria con extraordinario talento para la escritura, con extraordinaria capacidad para la crítica, cómo todas esas generaciones de extraordinarios filólogos criados en nuestras dos extraordinarias universidades hayan sido incapaces o no hayan tenido la voluntad de gestar un solo medio crítico de verdad, una sola plataforma que arramblara con todo y con todos, que develara la profunda y pegajosa podredumbre literaria y moral que anida en esta república de las letras y de la industria cultural en general (excepción que yo conozca: el mentado Javier Moreno en su columna de crítica de música clásica en el Canarias7, fulminada hace ya años).

Por supuesto, que la crítica debe aplicarse a todo. Un blog de crítica literaria, o, si quieren considerarlo así, de impresiones subjetivas de lectura, es tan merecedor de crítica y de reproches en cuanto a su contenido como el libro objeto de las reseñas. Lo importante, creo yo, es que nos acostumbremos a ella, a la crítica, por muy acerba que nos parezca.

Está por ver que los/as escritores/as de cierta relevancia, proyección o reconocimiento, tan acostumbrados al almíbar, al intercambio de favores (qué bonita es la amistad) y a un ambiente periodístico-cultural exageradamente condescendiente, y también los diletantes, los/as jóvenes, los treintañeros/as que comienzan a angustiarse, y en general todos los aspirantes a suceder a los primeros sean capaces de aceptarla. ¿O acaso son tan débiles, tan frágiles, su literatura tan pobre, tan escuálida, tan mediocre que no soporta la mínima inspección, la menor revisión? 

No duden de mi perseverancia.



P.D. Gran parte del mundillo artístico-literario y del opinador de la cultura, en general, ha reaccionado de modo un tanto agreste contra el nombramiento de Màxim Huerta como Ministro de Cultura. Varias cosas, al respecto: a) Escribir buenas novelas, o muy malas, no le capacita o incapacita a uno/a para un cargo público, salvo que entre los requisitos del cargo conste la obligación de haber escrito un par de obras maestras. Tampoco creo que hasta ahora sea excluyente haber estado en un programa de TV infame ni da puntos haber presentado un telediario; b) Dado que no es abogado del Estado, notario o haya pasado alguna oposición de esas, ni tampoco ha ganado el Nobel, parece que el Sr. Huerta no suscita demasiado respeto, por lo que intuyo que muchas personas del mundillo cultural, más o menos progres o cercanas al PSOE, habrán pensado: "¿Por qué él y no yo?", con el consiguiente resentimiento; c) Ignoramos todos los grandes planes para la cultura que tienen el PSOE y el Sr. Huerta, así que será mejor juzgar su labor durante o después. Al pobrecillo no le ha dado tiempo ni a elegir ambientador para el despacho; d) La gran pregunta, por muy escandalosa que pueda parecer, es si en realidad necesitamos Ministerio de Cultura. Otra buena pregunta es para qué

Respecto de d), cada día que pasa se refuerza mi convicción de que a eso que llaman cultura se le crea un ministerio y se le destinan fondos del erario cuando el Estado y la sociedad se dan por vencidos, por derrotados definitivamente, me atrevería a decir, respecto a asuntos de la máxima importancia en un país que se dice democrático: 1ª) La pobreza; 2º) La desigualdad. En ellos están subsumidas las diferencias respecto del acceso a la Educación y a la Sanidad, sin ir más lejos; y la existencia del paro y de la precariedad laboral. Así, una gran parte de la población está marginada y excluida, sin perspectivas de futuro y con un presente miserable. Frente a eso, frente a las condiciones de vida de nuestros compatriotas, de nuestros paisanos y de nuestros vecinos (por no hablar de la posibilidad de llevar a cabo planes de futuro que vayan más allá de la mera subsistencia), todas esas preocupaciones sobre gestión cultural, industrias culturales, red de museos, estado de la ópera y de los festivales de música, etc. (así también podríamos criticar del mismo modo todo ese gasto militar opaco  y exagerado, por ejemplo), dan la impresión de ser nimiedades, bagatelas, asuntos que tienen más de vergonzosa propaganda institucional y política (que se plasman en ese vocabulario de marketing tipo marca España, marca Canarias, marca Gran Canaria, etc.) que de genuina preocupación por las necesidades de los ciudadanos/as (y de los no ciudadanos/as). Ya está bien de preocuparnos por que Gran Canaria (o Tenerife, o cualquier ínsula Barataria) se sitúe en el mapa mundial del nosequé o creernos que esa otra fundación cultural chirinesca o aquel lírico zoológico de peces será "tractor de la economía" y del más allá. Cultura va a haber siempre, se quiera o no, lo apoye el gobierno de turno o no, haya suplementos en los periódicos oligárquicos o no. Lo que no tiene por qué haber son ministerios de cultura, secretarías de estados de cultura, funcionarios de la cultura, propagandistas de la cultura, gestores de la cultura, ni paniaguados de la cultura. Un escándalo, ese sí cultural, al que nos hemos acostumbrado.

Es evidente que el asunto no se resuelve en un par de párrafos. Respecto del asunto de la cultura, de la industria cultural, del papel del artista, etc., por no hablar del papel económico del arte en la generación de valor en el mercado, en el planeamiento urbanístico y la gentrificación, etc., se han escrito cientos de monografías desde diversos puntos de vista de distintas disciplinas. Yo me limito a hacerles partícipes de un extrañamiento que practico con frecuencia, ese cuestionar la existencia de lo existente, de lo que damos por sentado. En ese sentido, el papel simbólico de la cultura es redundantemente significativo.


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