jueves, 5 de octubre de 2017

'Noche es el día', de Peter Stamm

Suiza: un lugar donde no pasa nada, parece. A veces, y más en estos tiempos convulsos, uno querría llevar vidas suizas ("tan quietas, tan frescas"), como escribió Emily Dickinson. Así, sin ir más lejos, si hay un ejemplo de diversidad lingüística y feliz cohesión política y social (al menos, en apariencia), ese lo representa Suiza. Otro asunto, digamos la cara B, es que durante décadas haya sido sede de la banca receptora de las ganancias de dictadores, defraudadores y evasores fiscales del mundo entero. No puede haber paraíso sin infierno.  

En Suiza, también, aunque pueda resultar chocante, la gente sufre y goza, y vive vidas más o menos normales, más o menos extraordinarias, con sus correspondientes avatares y ciclos vitales de nacimiento, aprendizaje, alegría, decepción y muerte. Tan dignas de ser noveladas como cualquiera, incluso como las españolas, aunque no dispongan, o gracias a eso, de un Javier Marías o de un Pérez-Reverte que digan las grandes verdades a la cara, con dos cojones, sin pelos en la lengua

España: eso sí que es un dilema.





La novela de hoy es Noche es el día, de Peter Stamm. Como no les costará adivinar, es un escritor suizo, y que ha leído a Shakespeare (como todos nosotros). No podrán quejarse, Dickinson y Shakespeare en el mismo post.

Soneto XLIII

When most I wink, then do mine eyes best see,
For all the day they view things unrespected;
But when I sleep, in dreams they look on thee,
And darkly bright, are bright in dark directed.
Then thou, whose shadow shadows doth make bright,
How would thy shadow's form form happy show
To the clear day with thy much clearer light,
When to unseeing eyes thy shade shines so!
How would, I say, mine eyes be blessed made
By looking on thee in the living day,
When in dead night thy fair imperfect shade
Through heavy sleep on sightless eyes doth stay!
All days are nights to see till I see thee,
And nights bright days when dreams do show thee me.



Noche es el día nos relata un lapso de vida de siete años aproximadamente de dos protagonistas, Gillian, periodista cultural y luego animadora de hotel en las montañas alpinas, y Hubert, artista y profesor. Se conocen cuando ella está casada y él tiene novia. Después de una entrevista, ella le insiste para que la pinte y le haga fotos desnuda: no follan, aunque parecía lo más lógico. Se reencuentran al cabo de ese septenio y al fin follan, aunque eso es lo de menos. Entre medias, Hubert se ha separado, Gillian ha sufrido un grave accidente de coche a resultas del cual muere su marido, Matthias, y, además, ella sufre heridas en el rostro, de las que se recupera con lentitud. 

No hay nada extraordinario en la trama, ningún gran suceso, salvo, quizá, el accidente, que actúa como galvanizador del cambio de vida de Gillian. En cuanto a Hubert, menos aún, si exceptuamos la ruptura con su pareja, Adriana, con la que ha tenido un hijo. Tras el encuentro con Gillian, su vida como artista se adormece, activándose, en cambio, la de padre y profesor de Arte. Gillian, tras una estancia en la casa de sus padres en la montaña, se recoloca como animadora sociocultural en un hotel cercano. En su nueva vida, utilizará otro nombre: Jill. Hubert acaba en la misma localidad que Jill porque le han propuesto una exposición en un centro de arte cercano al hotel de aquella. No les cuento más para no revelarles un final que tampoco es revelador. Sin embargo, no consideren que la novela sea sosa o aburrida. Hay un movimiento interior de los personajes a medida que avanza la historia que, aunque pausado, los lleva a tomar decisiones significativas que cambian el modo en que transitan por la vida: resultan, en consecuencia, convincentes. Nada extraordinario, insisto, pero bien contado. 

Así pues, puede interpretarse Noche es el día como el bildungsroman tardío, maduro, de estos dos personajes, contado por un narrador omnisciente, que de modo sutil y contenido se transforma en estilo indirecto libre. Para los que ya tenemos una edad y nos repelen narraciones egocéntricas tipo "mi primer polvo" o "qué loco soy que hago botellón los viernes", el relato de estos cambios nos hace reflexionar sobre nosotros mismos, sobre nuestras decisiones pasadas y presentes; lo que, sin duda, constituye un éxito para cualquier novela.


Cuando entró en el mundo del periodismo se sintió más segura. Obtuvo el puesto como presentadora y empezó a representar a la periodista cultural bella y exitosa; representaba el papel para los espectadores, para los medios, para Matthias y para sí misma. No cometía errores graves, y Matthias actuaba con ella; en el fondo, él era mejor actor que ella. Constantemente tenían que dejarse ver por algún motivo, dar información, representarse. Entonces hablaban más alto, en público se movían de forma distinta. Cuando llegaban a casa, achispados y cansados, cuando se metían junto en la ducha o se cepillaban los dientes, Gillian no podía menos que reírse de aquellas dos caras en el espejo. Pero incluso esa risa era parte de la farsa. (pág. 55)

Con cada nueva modelo Hubert se fue sintiendo más tranquilo; las fotos, por su parte, iban mejorando. Sin embargo, en algún momento las sesiones se convirtieron en algo rutinario, y él se dio cuenta de que empezaba a aburrirse. Eso sucedió poco antes de la exposición, y mientras dejaba que los demás celebraran su obra, soltando tonterías en cada entrevista, sabía que tendría que emprender un trabajo nuevo. Su galerista le habló de un artista americano que durante quince años había pintado a la misma mujer, una vecina. Nunca había expuesto aquellos cuadros, ni siquiera su mujer o el marido de la modelo sabían nada de ellos. Hubert consiguió un catálogo con los cuadros y decidió concentrarse en una sola modelo. Cuando Gillian fue a visitarlo al estudio, pensó que tenía que ser ella. (pag. 101)

Asimismo, hay que señalar el pertinente uso de la analepsis (escena del pasado, flashback), que, a mi juicio, no entorpece ni irrita como en tantas novelas sino que ilumina la trama en diversos momentos. Por lo demás, en el estilo es evidente el predominio de las frases cortas, sin excesivas frases subordinadas, como habrán comprobado. Sin florituras ni barroquismos. Igual que los diálogos. Todo depurado, preciso, limpio: suizo. Aunque sea por comparación con las últimas novelas que he reseñado, sobre todo las de Víctor del Árbol y Toni Hill, me sabe a gloria.


En la casa hacía frío. Jill no había encendido la luz. El cielo azul que se veía a través de la ventana le recordaba a Hubert el póster de la exposición de Thea. Jill se sentó a su lado y encendió un cigarrillo. 
-¿Qué tipo de farsa es ésta? -preguntó Hubert. 
-¿Te refieres a la obrita de ayer? -preguntó Jill-. Es sólo para divertirnos, no hay que tomársela en serio. 
-Me refiero a todo lo que está pasando -dijo Hubert-. A la invitación a venir al centro cultural, a que me quitéis en el último momento el espacio para exponer y me pongáis delante de las narices a una artista que acaba de licenciarse. Y tú trabajando en ese ridículo hotel, vamos. No puedes pensar que eso es serio. No eres tú. 
-Puede ser -dijo Jill-, pero la vida aquí es menos dura. Los huéspedes del hotel quieren pasarlo bien, y para eso pagan y cuando lo consiguen, se muestran agradecidos y satisfechos.  
Entonces se sentaron frente a frente y se miraron en silencio. 
-Al principio mantenía hacia todo una distancia irónica -continuó Jill por fin-, pero con el tiempo le fui cogiendo cariño a la gente. Te asombraría el tipo de personas que vienen a pasar las vacaciones aquí. Hubert quiso decir algo, pero Jill lo interrumpió-. Creo que deseaba mostrarte todo esto por lo que ocurrió entonces, cuando me sermoneaste y me dijiste que no estaba presente. -Entonces Jill se puso de pie, se plantó delante de él como una actriz y le sonrió-. ¿Y bien? ¿Te gusta lo que ves? (págs. 136-137)

Puestos a imaginar y a reflexionar, el hotel puede ser Suiza o cualquier país más o menos desarrollado en el que esa clase media satisfecha busca sin encontrarla nunca una razón definitiva que le permita soslayar la mediocridad de su vida y, esto lo incluyo yo, la conciencia de que la relativa prosperidad de unos se basa en la pobreza de muchos otros. Esa conciencia de que hay algo en nuestro interior por el cual parece que solo nos estimulan banalidades y fruslerías y de que hay un secreto al que nunca accederemos por nuestra propia incompetencia moral. Al menos, algunos lo intuyen y, aun dando palos de ciego, aspiran a algo más que a satisfacer su vanidad del modo más pueril o a pasar el tiempo, la vida, de la manera menos dolorosa posible. En el caso que nos ocupa, Gillian sí parece dispuesta a hacer lo que sea necesario para esa transformación; en cambio, Hubert, por lo que parece, por otro lado, una crítica a las razones que impulsan a los artistas a desplegar su creatividad, da la impresión de cambiar solo para retroceder. Su nueva exposición consiste, por cierto, en descomponer los hilos de las sábanas, manteles y ropa, las astillas de la madera, etc. Como si quisiera encontrar la esencia de las cosas, por ende, tal vez, la esencia de la vida, solo para fracasar. Reflexión moral sin moralina, urdida con un estilo propio, sin aspavientos.

Quizá el final sea un poco apresurado, cerrando de un modo un tanto forzado un círculo entre la niña Gillian y la adulta Jill. En todo caso, después de tanta prosa atrapada entre la impotencia y la pretenciosidad, es una novela que le reconcilia a uno con la Literatura.



P.D. Hay que señalar que toda la anterior reflexión sobre el lenguaje la hago sobre la versión en español, por lo que es obligado señalar al traductor, José Aníbal Campos, como responsable y, digámoslo así, coautor de la obra en nuestro idioma. Nunca será lo bastante elogiado el papel de los/as traductores/as, y también espero no cansarme nunca de subrayarlo.


















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