Me dice alguien que conoce bien los entresijos de la Viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias que la gestión de Juan Márquez ha sido, sin ambages, caótica y caprichosa. En esta entrada del blog de Alfonso González Jerez se deduce también que irregular. También Eduardo García Rojas en su blog ha hablado mucho y mal de esa gestión (a veces, cada vez menos, habla en clave y no se le entiende nada, pero esa es otra cuestión). Además, parece que la política de contrataciones de personal en esa sublime casa ha sido harto peculiar, por no decir miope. Es posible que la etapa de Podemos y del susodicho al frente de la cultura institucionalizada de Canarias se recuerde, al menos entre el personal que sobreviva en esa viceconsejería, como la peor en toda la historia desde que tenemos Estatuto de Autonomía. En el simplismo (por no decir algo peor) reinante en Podemos, es probable que se considerara en su momento (amén de otras circunstancias) a Márquez como el adecuado para un cargo relacionado con la cultura por su condición de músico de orquesta. El error salta a la vista.
No estaría mal, a todo esto, que los medios de comunicación, tan proclives a magnificar y a jalear cualquier espectáculo cultural, por disparatado que sea presupuestaria o conceptualmente, echaran un vistazo a lo que ocurre dentro de esa viceconsejería. Quizá se dieran cuenta de que no todo lo cultural es edificante, ni mucho menos. Claro que puestos a problematizar, y más con la que está cayendo con el caso de Pablo Iglesias y La Sexta, podríamos hacerlo también con la responsabilidad social de los medios.
En fin, al menos en el ámbito cultural, calificar de progresista a Podemos, y por extensión al Gobierno de Canarias, puede no haber sido, ni más ni menos, que un oxímoron, tal vez mero pensamiento desiderativo sin anclaje en la realidad. Quizá pensaban que al denominarse ellos mismos "progresistas", todo lo que hicieran sería, como consecuencia, progresista. Una falacia, como se ve. El debate sería qué significa ser progresista en cultura, en qué consiste realizar políticas progresistas en materia cultural. Me temo que ese debate jamás se planteó dentro de Podemos (por descontando que tampoco en el PSOE, salvo las recurrentes loas a la supuesta cohesión social, pero para lo cual igual les vale un festival de música, un castillo para Chirino, un carnaval o un club de baloncesto/fútbol de élite) porque supongo que en su caja de herramientas conceptual cultura era un término no problematizado y autoevidente. Así les ha ido.
En otro orden de cosas más amenas, hoy les escribo de El juez y su verdugo, del escritor suizo Friedrich Dürrenmatt. Al parecer, y digo al parecer porque hay que reconocer siempre la propia ignorancia, el autor fue conocido en la República de las letras sobre todo por su obra teatral. No obstante, y a tenor de lo leído por mí en esta novela (y en otra que estoy a punto de terminar, La sospecha), es también un novelista más que solvente.
Pasemos a la novela. ¡Novela negra! Con el coraje que le tengo al género desde el momento infausto que pasó a convertirse en una excusa para todos/as aquellos que creyeron que escribir una novela daba currículum o servía como el envoltorio básico para que un famosete escribiera una, voy y me pongo a leer no solo esta, sino la siguiente del mismo autor suizo... A más inri, aquí mismo, en Canarias, tenemos varios festivales de novela negra, lo que no deja de ser llamativo: esa confluencia de escritores/as de medio pelo y la cooperación de las instituciones públicas. Debe ser, sin duda, el género en que cualquiera con ínfulas se atreve a escribir y se postula a que lo/la denominen escritor/a.
Pasemos a la novela, repito, después de este rapto de emoción. Lo cierto es que El juez y su verdugo se lee bien porque conjuga una trama bien medida y apenas desequilibrada con un lenguaje que si bien a grandes rasgos es sobrio se permite desatarse en ciertos momentos. Momentos en los que los personajes se permiten pensar más allá del caso en cuestión y dirimen sobre los grandes asuntos de la existencia humana, aunque quizá el asunto principal a este respecto (aquí y en La sospecha) sea el de la bondad o maldad humana y, con Kant, si es de esperar que algo bueno pueda hacerse con madera tan retorcida.
Se nota que es una obra bien pensada y planeada, con el descubrimiento de un cadáver al comienzo, y el consabido investigador (que aquí y en la siguiente novela es el mismo, un anciano y enfermo comisario llamado Bärlach) que parece que nada nota y nada ve y, al final, ha tejido esa red argumental basada en indicios que a cualquiera (y a nosotros/as, me atrevo a decir) se le hubieran pasado por alto, aun no siendo, en la superficie, una trama demasiado complicada. Como en otras novelas del género, aquí la némesis del protagonista es un personaje más interesante, por supuesto más mefistofélico, pero, también como suele ocurrir, no necesariamente más sabio. La versión del traductor al español de Juan José Solar resulta en un prosa eficaz, entendiendo por ella una prosa no especialmente enrevesada, de corte realista que transmite con exactitud los acontecimientos. Narrada, además, en una tercera persona, no omnisciente que se centra en la figura de Bärlach por donde quiera que vaya.
Es por tanto una narración pulcra, sin barroquismo estilístico, carente de todo preciosismo y, lo que sí sería reprochable, de toda pretenciosidad. Los diálogos están bien ajustados y perfilan bien a los personajes. No obstante, en determinados momentos eclosionan, como señalamos antes, reflexiones sobre las cultura, el arte y, sobre todo, respecto de la esencia del ser humano (que tendrán un desarrollo mayor, con largos monólogos en la obra ulterior, La sospecha), que aun siendo breves no están exentas de profundidad y de carga filosófica.
Bärlach se retrepó en su sillón.
-A usted puedo decírselo -empezó-. Entre Constantinopla y Berna he visto miles de policías, buenos y malos. Muchos no eran mejores que los pobres diablos con los que poblamos cárceles de todo tipo, pero ocurre que, por casualidad, estaban al otro lado de la ley. De Schmied, sin embargo, no toleraría que nadie hablase mal, era el más talentoso. Estaba capacitado para superarnos a todos. Tenía una mente clara, que sabía lo que quería, y silenciaba lo que sabía para hablar solamente cuando era necesario. Deberíamos tomarlo como ejemplo, Tschanz, estaba por encima de nosotros.
El policía volvió la cabeza lentamente hacia Bärlach, pues había estado mirando por la ventana, y dijo:
-Es posible.
Bärlach advirtió que no estaba convencido. (Págs. 26-27)
-Mi querido Oskar -dijo-, no creo que las cosas revistan tanta gravedad. Claro que los industriales suizos tienen derecho a negociar privadamente con quienes se interesen por ese tipo de negociaciones, aunque se trate de aquella potencia. No lo discuto, y la policía tampoco se mezcla en esas cosas. Schmied estuvo en casa de Gastmann por su cuenta, lo repito, y quisiera disculparme oficialmente por ello, pues sin duda no fue nada correcto que diera un nombre y una profesión falsas, aunque a veces como policía se tengan también ciertos escrúpulos. Pero el caso es que él no estaba solo en esas reuniones, también había artistas, mi querido consejero nacional.
-La decoración necesaria. Vivimos en un país de gran tradición cultural y necesitamos propaganda. Las negociaciones deben mantenerse en secreto, y con quien mejor puede hacerse esto es con los artistas. Atmósfera festiva, asado, vino, puros, mujeres, palique continuo, los artistas se aburren, se sientan juntos, beben y no se dan cuenta de que los capitalistas y los representantes de aquella potencia están reunidos. Tampoco quieren darse cuenta, porque no les interesa. Los artistas solo se interesan por el arte. Pero un policía que se encuentre allí puede enterarse de todo. No, Lutz, el caso Schmied es inquietante. (Págs. 78-79)
-Considero a Gastmann capaz de cualquier delito- fue la frase que llegó brutalmente de la ventana, en un tono de voz no carente de perfidia-. Pero estoy convencido de que no cometió el asesinato de Schmied.
-Usted conoce a Gastmann -dijo Bärlach.
-Me hago una imagen del personaje -dijo el escritor.
-Se hace su imagen del personaje -corrigió fríamente el viejo a la oscura masa sentada ante ellos en el alféizar de la ventana.
-Lo que me fascina de él no es tanto su talento como cocinero (aunque a estas alturas resulta difícil que haya cosas que me entusiasmen más), sino la posibilidad de que un hombre sea realmente un nihilista -dijo el escritor-. Siempre causa impresión encontrarse con una consigna hecha realidad.
-Lo que siempre impresiona es, sobre todo, escuchar a un escritor -replicó el comisario secamente.
-Quizá Gastmann haya hecho más cosas buenas que los tres que estamos sentados aquí, en esta habitación -prosiguió el escritor-. Cuando digo que es malo, me estoy refiriendo a que, por puro capricho, es capaz de hacer tanto el bien como el mal de que lo creo capaz. Nunca hará el mal para conseguir algo, como otros perpetran sus delitos para obtener dinero, conquistar a una mujer o hacerse con el poder; lo hará cuando sea absurdo, quizá, pues para él siempre hay dos posibilidades, el mal y el bien, y el azar decide. (Págs. 118-119)
Además de lo escrito, la novela se lee sin las dificultades de una sintaxis desalentadora o una prosa inaccesible. No es una novela experimentalista ni nada parecido. Es un texto bien ordenado y estructurado, por lo que la lectura es ágil y se acaba hasta demasiado pronto. Esto tampoco significa simpleza, ni mucho menos, sino sencillez de estilo y claridad lógica. En todo caso, su potencial público lector es amplio.
Lo bueno de tener amigos/as que leen es que te recomiendan libros que ni por asomo se me hubiera ocurrido leer, como es el caso. Y si, a su vez, Vds. me hacen caso, se complacerán con la lectura de esta obra y, si quieren más, con la siguiente, La sospecha.
POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA
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