jueves, 20 de enero de 2022

'Cautiva del tiempo', de Silvia R. Court

Permítanme que saque a colación, sin preámbulos y a falta de asuntos de mayor enjundia, la lluvia de felicitaciones que leo en las redes sociales cada vez que alguien anuncia que la editorial de turno le publica su libro. A ver: entiendo que si uno/a es escritor/a novel, y este es su estreno en la República de las Letras, el esfuerzo y la consecución del objetivo sean reconocidos por deudos y familiares como un asunto extraordinario. No es sencillo compatibilizar las obligaciones personales y familiares con la actividad literaria o artística, aparte de las complicaciones de la propia redacción, las dudas respecto de la propia valía, etc.

Lo que me resulta un tanto desconcertante es que esas felicitaciones se sigan prodigando aun cuando el autor o autora ya sean de sobra conocidos y publiquen vez que quieren. Una vez consolidado en el mundillo, me parece que lo propio no es felicitarle porque haya publicado la vigésima novela, por mucho esfuerzo que se haya empleado en ella, sino, en todo caso, por la calidad, emoción, originalidad, satisfacción etc. de ésta (en el caso de que así fuera). En tal sentido, la inflación rebaja el número e intensidad de las felicitaciones. El primer hijo deseado de una pareja hace que la madre y el padre reciban numerosas felicitaciones. Su octavo, alguna menos, como parece lógico. La primera vez que uno se casa, llueven los parabienes y sirve de excusa para reunir a amigos/as de antaño para una fiesta que siempre se pretenderá histórica. La tercera, pues casi mejor un simple mensaje de whatssap, y mejor que nos olvidemos de facilitar la cuenta corriente para los regalos de boda: sería una una grosería. Un grado universitario o un doctorado merecen felicitaciones y alguna comida. Al cuarto título, ya hay que preguntarse si esta persona ha conseguido sobrecualificarse para cualquier cosa.

En todo caso, felicitar es gratis, y en esta  época de Internet, donde escritores/as y lectores/as acostumbran a interactúar en las redes (la precariedad conlleva la casi obligada autopromoción), para muchos/as constituye una satisfacción saber que su mensaje se recibe personalmente por su escritor/a admirado/a. Una recompensa en sí misma la que proporciona sentirse parte, aunque sea de modo mínimo, de la vida del artista. Un signo de los tiempos.





Para entrar directamente en materia, les señalo que la lectura de la novela Cautiva del tiempo, de Silvia R. Court me produce la impresión de ser una variante de lo que señalé respecto al libro anterior, Sin comienzo ni final, de Alberto Omar Walls. Parece otro de esos libros cuya autora quería escribir, pero el público lector quizá no tanto leer, al menos así. En este caso, además tengo la impresión, quizá reforzada por las declaraciones de la escritora, de que la novela parte de una idea que la entusiasmó: poner, en la medida de sus posibilidades, donde se merecía a una mujer artista, (escultora, entre otras cosas) que, a pesar de su brillantez, fue denostada y ninguneada por su sexo, por el hecho de ser mujer, en la Francia de la segunda mitad del siglo XIX. El género, como expectativas culturales de conducta en función del sexo biológico, siempre hace de las suyas. 

Cautiva del tiempo nos narra, sobre todo en dos planos temporales, la vida de Camille Claudel: uno en su época de actividad artística, donde se centra sobre todo en su difícil relación con su madre y con el resto de su familia (a excepción de su padre, quien, al parecer, apoyó su desarrollo artístico desde el principio) y en su también doble papel de discípula y amante/compañera en relación con Auguste Rodin. El otro, desde la pespectiva de su cuidadora y acompañante, Annette, en el manicomio. En ambos planos, insisto, se describe sucintamente el transcurso vital de Camille, en vez de que la historia se despliegue y se muestre. 

No obstante, creo que el entusiasmo se quedó en la idea, en el proyecto. Un objetivo encomiable no hace buena por sí solo la novela de que se trate. Sin ir más lejos, en el Polillas he reseñado otras novelas cuyo argumento era igual de elogiable en sentido moral, pero cuyos resultados fueron, en algún caso, lamentables por su escasa o nula calidad. Corrigiéndome, creo que es una novela que la escritora no quería tanto escribir como tener escrita.

Así pues, repito, la tarea de Silvia R. Court me parece digna de elogio: los esfuerzos por incorporar al conocimiento general y al canon artístico (o del ámbito humano que sea) autoras olvidadas u opacadas por su condición de mujer creo que sí son necesarias, sobre todo, como suele ser, cuando se intenta restablecer algo de justicia en este mundo, aunque sea de modo retrospectivo. Como también lo sería ese mismo esfuerzo por cualquier persona que hubiera sido relegada por aspectos o características que no tuvieran que ver con sus capacidades, talento, sabiduría o conocimiento, sino por atributos físicos, fenotípicos u étnicos o de preferencias sexuales que sirvieran de coartada para su arrumbamiento u olvido.

No obstante, el problema estriba en su ejecución. Cautiva del tiempo falla, diría que con estrépito, en que casi se olvida de ser novela. Me explico: parece estar escrita con prisa, como si esta obra no fuera más que una sucesión de resúmenes de los momentos vitales, más o menos interesantes, más o menos significativos de Camille. Es por eso que señalé que tal vez Silvia R. Court quería ver la novela escrita, pero escribirla le pareció una tarea bastante fastidiosa. Además, se supone, por lo menos se dice así al comienzo, que la parte de Camille en el manicomio se va a contar por medio de un diario escrito por Annette, pero me causa perplejidad que a veces se hable de ella, de Annette, en tercera persona. Hay así una pluralidad de narradores o puntos de vista bastante confusa.

Asimismo, la autora recae en el error común de explicar, en vez de mostrar. Tiene, por tanto, algo de biografía hecha a base de notas breves y sentenciosas, que casa mal con la autorreferencialidad propia del género. En este sentido, en mi opinión, la novela no está trabajada, como si Silvia R. Court hubiera tenido en mente el mentado objetivo y quisiera explicitarlo lo antes posible aun a base de repeticiones, que solo evidencian falta de desarrollo de los personajes y de la escasa trama que con cierta torpeza hila ante nosotros/as. 

Podría haber sido, con un poco más de cuidado, de paciencia y, sobre todo, de imaginación (calculando que una obra de este cariz podría haber triplicado el número de páginas) una novela interesantísima. También, haber ahondado mucho más en las relaciones familiares, que parecen la clave de las contradicciones y desgarros de la artista: todo lo que se escribe en esta novela es germen, potencia de una complejidad que no se analiza con detalle, sino de manera, a mi parecer, insuficiente. Como consecuencia, su madre, su padre, su hermano, su hermana, el mismo Rodin resultan demasiado planos, sin apenas dimensiones que los hagan humanos: se quedan en accidentes o causas, pero no en seres complejos. También, saber de antemano que está en un manicomio en la (larga) parte final de su vida (uno de esos dos planos narrativos) nos predispone a anticipar fatídicamente este desenlace, lo que acentúa que el otro plano narrativo se convierta en mero prolegómeno. Tampoco ayuda la acumulación de frases cortas, que crean, en este caso, la sensación de apresuramiento y superficialidad. Sensación que va in crescendo a lo largo de la obra, lamento destacar.

Puede añadirse a lo expuesto que la autora, en algunas ocasiones no atina a afinar el lenguaje, lo que se manifiesta en frases poco pulidas, en un estilo un tanto de folleto publicitario o en significados implícitos discutibles, tal y como si los hubiese recogido apresuradamente de un manual escolar de Historia. Por si fuera poco, resultan irritantes las notas a pie de página, que no añaden nada a la historia y podrían haberse evitado (sobre todo porque, en realidad, son solo dos, pero repetidas) con una mención al principio.


Camille transita las calles parisinas entre una multitud y una avalancha de cabezas. (Pág. 28)


En Francia, una mayoría de hombres respira miedo, inseguridad ante los cambios que experimentan la sociedad y las mujeres. (Pág. 40)


La actividad cultural parisina se concentra en las calles, los salones, plazas y cafés. En todos los rincones de la capital. Coexisten el academicismo y la innovación. Un antagonismo entre los defensores del presente y los que se anclan en el pasado. Una oferta artística diversificada y, en muchos casos, artistas en la búsqueda de la originalidad y de nuevos patrones. 

En París los habitantes acogen las modificaciones urbanas con gran emoción. (...) (Pág.63)


Atrás ha quedado la inauguración de la Exposición Universal de París (1889). Esta despierta el interés de millones de visitantes franceses y extranjeros. Le devuelve a Francia su rango entre las grandes potencias. Conmemora el centenario de la Revolución y afianza la República. (Pág. 77)


Elude el trato con Rodin. Procura no coincidir con él. En la nueva etapa se propone encainar sin él su trabajo y las esculturas. Toma iniciativas para conseguir encargos, para exponer y vender obras. Establece contactos. Sobre todo, correspondencia con críticos de arte, coleccionistas y pintores. Con el ministro de Bellas Artes y periodistas. Sus esfuerzos resultan a veces infructuosos, pero muchos fructíferos. A menudo, por el apoyo indirecto de Rodin. 

Camille aviva su relación con Paul. Media y gestiona sus asuntos en París. Su hermano es diplomático y reside en Estados Unidos. 

En verano viaja a Shanklin, a la Isla de Wight. Visita a su amiga Florence. Planifica un reencuentro con su amiga Amy. 

Concentra sus energías en empezar y culminar obras importantes. Con dedicación intensa y constancia. (Pág. 94)


Otros aliados de Camille, como Henry Asselin, Geffroy o Mathias Morhardt, enfatizan la magniud y excelencia de su obra. 

Los visitantes que acuden a la exposición se debaten entre la admiración y la indecencia de unos cuerpos desnudos; las parejas destilan abiertamente apetito carnal y sexo. 

La actitud de Camille en la inauguración favorece la censura. Llega con retraso a la exposición. Ha tomado la palabra E. Blot. Se adentra de manera brusca en la sala. patosa. Muestra signos de cansancio: ojeras y bolsas oscurecen su mirada. Su risa estruendosa resuena en medio de la gente. Emite comentarios desafortunados. En voz alta. Casi a grito pelado. Vigila a su alrededor como si acechara a alguien o algo. Invita a los concurrentes a comprar sus esculturas. De forma compulsiva y con excesivo desparpajo. (Pág. 119)


Así, las posibles lecturas, como la evidente feminista, o incluso una psicoanalítica o estructuralista quedan mermadas ante las evidentes deficiencias del texto, lo que es una pena. 

Dicho lo cual, Cautiva del tiempo se puede leer sin demasiado daño, dependiendo, también, de las expectativas de cada uno/a. Tengo la sensación de que, al menos, he aprendido algo, aunque la lectura se vea lastrada por este lenguaje telegráfico y por un argumento desmañado. Me parece un noble intento de crear algo de valor literario con su aparejada resonancia moral. Sin embargo, y es de lamentar, ni mucho menos la autora logra su propósito. Se queda más bien como una declaración de intenciones: habría requerido mucha mayor profundidad y sutileza, mucha más pericia, en definitiva, de lo que nos demuestra aquí Silvia R. Court.



POLILLAS AL ANOCHECER EN RADIO GUINIGUADA




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