miércoles, 28 de agosto de 2019

'Datana', de Carlos González Sosa

Alberto Olmos suele escribir artículos cultos con una prosa divertida, incluso frívola. Muchas veces, son también lúcidos. No obstante, y creo que es el problema del articulista profesional (o no profesional, pero habitual), da la impresión de que no quiere dejar resquicio a la duda, de que sus convicciones son inasaltables y de que estas han pasado todos los tests contra las falacias. 

En este artículo, Olmos carga contra la pretendida "superioridad moral" de aquellos que rechazan que un ayuntamiento pague, subvencione o se haga cargo del caché de artistas que cantan canciones supuestamente machistas. Aparte de hacer una teoría de la mente harto sesgada y ridiculizadora sobre estos opositores, que según él están todos aquejados de "infantilismo" o son unos "zumbados", Olmos tira del recurso a la Cultura Sacrosanta en lo que se refiere a la inconveniencia, o más bien, impertinencia de criticar cualquier tipo de creación artística por criterios no artísticos. A continuación, cita y enumera unas cuantas letras que vendrían a demostrar que no existe letra machista sino expresión artística libre, que no hay desprecio a la mujer porque el arte o la cultura es otra cosa, más relacionada con Lope de Vega que con los valores de una sociedad (ya sea para transgredirlos). Una cosa que, claro, los "zumbados" no entenderán jamás.

Es intuitivamente sencillo llegar a la conclusión, así, de que si a tal Ayuntamiento no le gustan las letras por ese motivo no solo estará incurriendo en un error de juicio al intentar juzgar en clave moral lo que solo puede valorarse por sus méritos artísticos, sino que si rechaza que se canten en un espectáculo pagado por él incurre en el nefando vicio de la censura. Oh, horror.

Sin embargo, Olmos no lleva esta argumentación hasta el final. Si no se puede juzgar una canción (o cualquier tipo de producción artística) por su contenido, entonces cualquier canción, cualquier letra de una canción podría ser admisible en un concierto o festival pagado con fondos públicos. Como leemos que Olmos también hace referencia a la calidad de la canción, introduzcamos ese factor. ¿Sería admisible que un Ayuntamiento, que como cualquier institución representativa democrática representa a todos los ciudadanos, fuera el organizador, subvencionador o colaborador de un concierto cuyas canciones, de exquisitos sonidos y rimas, promovieran el exterminio masivo de los musulmanes? ¿O de los judíos? ¿O de los católicos? ¿O de los ateos?

O imaginemos una película sufragada por el Cabildo de Gran Canaria que afirme, de modo muy kubrickiano, con esos puntos de fuga y esas divisiones de pantalla, que la conquista de la isla por los Reyes Católicos estuvo justificada por la conducta licenciosa de los aborígenes. Aborígenes que, además, habrían sido los responsables de su muerte por la espada y la ballesta por oponerse a la llegada de la civilización. 

Por último, en un desquiciado alarde de fantasía, pensemos en un Ayuntamiento que, por un lado, promueva políticas de igualdad de género y que colabore con otras administraciones en la lucha contra la discriminación y la violencia sobre la mujer. Por otro lado, comprobemos que, de manera simultánea, se hace cargo de un festival de música (o de ópera, por qué no) en el que diversas manifestaciones musicales insisten, artísticamente, eso sí, en perpetuar esos mismos roles y en fomentar esa misma actitud respecto de las mujeres contra las que ha actuado, hasta entonces, de forma coherente. ¿Sería lógico? ¿Sería deseable?

Es probable, y eso es algo que Olmos no tiene en cuenta, que la raíz del problema no se encuentre en que unos están empeñados en censurar, en cortar las manos a los guitarristas y la lengua a los cantantes, pues opiniones a favor y en contra de cualquier asunto, con mejores o peores argumentos, habrá casi siempre. El problema puede ser que hayamos naturalizado que sea el Ayuntamiento de turno, o el Cabildo, o el Gobierno de la Comunidad, incluso el Ministerio quienes deban hacerse cargo, por un lado, del ocio y de los pasatiempos de los ciudadanos, y, por otro, de la Cultura (entendida en el sentido artístico). A veces, claro, se confunden, pero esto no es óbice para que nos preguntemos el por qué de esa responsabilidades asumidas como propias. Hasta tal punto que parece a veces imposible pensar que existan ocio, cultura y arte fuera de las instituciones públicas. 

Si hay vecinos del barrio X, o de la ciudad Y que están convencidos de que necesitan el espectáculo o el divertimento que les proporciona Z, nada les impide que se unan para pagarlo. Si un promotor privado está convencido de que satisfará con éxito la picazón de un grupo de ciudadanos por tal o cual manifestación cultural es muy libre de traer a los artistas que considere adecuados, y que cobre entrada. Es posible que haya quienes piensen que tienen derecho a ver a U2 en una ciudad de provincias, pero hasta que cosas así no están reconocidos en un texto legal, las diversas administraciones públicas tienen que hacer frente, con un erario limitado, a un conjunto de necesidades más básicas de gran parte de la ciudadanía. Pensar que es el Ayuntamiento o el Cabildo el encargado por defecto de satisfacer las variadas ansias de diversión, me parece, a mí, un tanto infantil. Culparle, además, por actuar de forma coherente, es injusto.







De la conquista de Gran Canaria trata la reseña de hoy. Datana, una novela de Carlos González Sosa, aborda ese momento histórico. La segunda de una trilogía llamada Sangre, compuesta, además, por La madera contra el acero y por Hijos del sol. Hemos llegado a un punto que si uno no escribe trilogías no es nadie en el mundillo. 

Datana narra los avatares de la invasión y conquista castellana de Gran Canaria, la resistencia aborigen y la subyugación final. En este sentido, como en casi todas las novelas históricas, no hay sorpresa, pues el final es harto conocido. Su propósito debería ser otro: proporcionar materia para la reflexión, al situar los hechos acaecidos en ese pasado bajo un prisma diferente. Además, dada la persistencia política del nacionalismo canario, aunque haya sido de baja intensidad y de un propósito de cobertura para alcanzar el poder regional, como el de Coalición Canaria, la existencia de grupúsculos independentistas y la breve historia de un movimiento terrorista, una novela como esta podría dar pie a interesantes debates sobre las diferentes sociedades isleñas, como el supuesto "síndrome del colonizado", el malinchismo, las cuestiones identitarias que tienen que ver con que una parte significativa de la población desciende por vía materna de aquellos pobladores; también, en relación con lo anterior, cierta ambivalencia respecto del pasado, que se manifiesta en que se celebren tanto la fundación de, por ejemplo, la ciudad de LPGC, y también de lo que ha quedado del legado aborigen con esculturas, cuadros y parques; la secular sensación de diferenciación respecto de la España peninsular, y no por cuestiones geográficas, etc., que se encarna en, entre otras cosas, en el acento y el habla. Asimismo, qué significa y qué consecuencias produce una conquista, qué significa ese orgullo que algunos dicen sentir cuando se habla del imperio español (o de cualquier otro), tan de moda últimamente por la aparición como actor político nacional de un partido nostálgico como VOX.

Apenas nada de eso, me temo, se suscitará con la lectura de Datana. Aun siendo una novela amena, sencilla de leer, con una aceptable selección de escenas (algunas demasiado esquemáticas) que forman el espinazo de la obra, que al menos nunca aburre, y con una prosa aceptable (aunque aquejada con frecuencia por nuestras queridas expresiones y frases hechas tipo "gentil reverencia", "armados hasta los dientes", "ganarse a pulso", " inigualable arrojo", "encogerse el estómago", "perdidamente enamorado", "desde la más tierna infancia", y demás), Datana no consigue trascender el relato, ya asumido e interiorizado, de conquistadores y conquistados en una dualidad en la que apenas se introducen matices. González muestra un conjunto de personajes atribuyéndoles características que no los hacen muy complejos. Asi, Juan Rejón es cruel y colérico, Doramas es valiente, Pedro de Vera, ladino, etc. La humanidad literaria, la que hace que un escritor o escritora nos abra un espacio para que nos miremos a nosotros mismos y al mundo, está ausente. Es, como si dijerámos, historia con diálogos, con un tono, en varios momentos, grandilocuente en exceso.

El cabello de Doramas descansaba sobre sus hombros. Pese a haber nacido entre los trasquilados -una clase social baja a la que no se permitía llevar el cabello largo-, aquel guerrero aborigen se había ganado a pulso un puesto entre la nobleza de la isla. Sus magníficas dotes como estratega y su inigualable arrojo en la batalla habían conseguido que muchos canarios se uniesen a él en la defensa de Gran Canaria desde que Diego de Herrera comenzase sus incursiones desde Lanzarote. En todo aquel tiempo, había logrado crear una horda de guerreros tan poderosa que llegaba incluso a hacer sombra a las de los guayres que la isla había designado para su defensa. Aquel tesón y aquel carisma llevaron al Guanarteme Engoynaga a hacerlo llamar y nombrarlo guayre de Agáldar, la mitad norte de la isla. Aquello no hizo más que acrecentar su fama, y cada día más guerreros se unían a él. Desde entonces, lucía con orgullo una larga cabellera. Por vez primera, alguien había logrado doblegar los férreos dictámenes de la nobleza. (Págs 22-23)

La victoria de los conquistadores en la Batalla del Guiniguada había supuesto un durísimo golpe para los nativos. Sus ejércitos habían quedado desmembrados, y su moral, resquebrajada. A los invasores, sin embargo, les había servido para reforzar sus convicciones. A ninguno de ellos les cabía duda alguna de que aquella isla pronto iba a ser suya, sin el menor esfuerzo y, tal vez, sin más derramamiento de sangre. 
Nada más lejos de la realidad... (Pág. 60)

Cuatro días más tarde, cuando ya la mayoría de sus hombres se habían recuperado de las heridas, Juan Rejón ordenó formar a un nutrido grupo de mercenarios. 
El deán Bermúdez llegó justo a tiempo de oír las palabras del capitán. 
-Quemad las casas, el ganado, los cultivos. Talaremos todo lo que les pueda dar sustento. No quiero ni una sola higuera en pie -ordenó, paseándose entre ellos-. Tampoco quiero prisioneros. no voy a desperdiciar nuestra comida manteniendo a esos animales. Matad a todo el que veáis, no importa si es anciano, joven o niño -Sus hombres asentían con complacencia-. Se arrepentirán de haberse aliado con esos perros portugueses. 
-Dios se apiade de ellos -musitó Bermúdez, horrorizado con la arenga del capitán. 
Cuando las puertas del Real se abrieron, Rejón dio la señal, y partió al frente de sus huestes hacia el interior de la isla. (Pág. 85)


No se veía un alma. No había emboscadas, ni lanzamientos de piedras, ni gritos de guerra. Tan solo el viento parecía poblar aquel lugar. 
Poco después, los primeros hombres llegaron al roque. 
Un roque completamente desierto. 
Dos cabras balaron ausentes, trotando entre las piedras, al borde del acantilado, desafiando la ley de la gravedad. 
-¡Capitán, aquí no hay un alma! -gritó uno de los hombres de la avanzadilla, asomándose a los muros de piedra que los canarios habían levantado junto al roque. 
Pedro de Vera apoyó las manos en las rodillas para recuperar el aliento, clavando la mirada en la tierra, incapaz de creer cómo lo habían burlado. Luego apretó el paso hasta llegar a la pequeña meseta. 
Cuando miró a su alrededor y no vio más que a algunos de sus hombres, que inspeccionaban la zona, sintió una ira irreprimible. 
-¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhh! -Su grito desesperado viajó con el viento. (Pág. 189)


Si no fuera por algunos pasajes sanguinolentos, podría pensarse que la novela está dedicada a un público juvenil, más proclive a pasar por alto, en general, las sutilezas de la literatura y de la historia y más centrado en relatos heroicos y desenlaces dramáticos. Es posible que González Sosa muestre una mejor versión de su creatividad en obras que no deban ceñirse tanto al guión prefijado de la Historia. Eso, si es capaz de desembarazarse de su tendencia al histrionismo y de concentrarse más en depurar su prosa de los clichés.

Así pues, Datana es una novela entretenida como relato, pero que decepciona porque no suscita reflexión, más allá de señalar lo que para algunos todavía no está claro: que fue conquista y no encuentro, invasión armada y no incorporación pacífica. Como dijimos, antes, todas las cuestiones identitarias y culturales han quedado orilladas y no plantea preguntas sobre quiénes somos, quiénes fuimos, quiénes queremos ser.















4 comentarios:

  1. Yo creo que los organismos públicos deben intervenir en lo que respecta a lo cultural financiando manifestaciones culturales que se consideren en algún aspecto de interés para la comunidad y que corran el riesgo de desaparecer debido a la furibunda homogeinización del mercado (en todos los aspectos, y también en el cultural). En ese sentido no entiendo que contraten para las fiestas a "grandes nombres" que ya, por eso mismo, tienen el pan asegurado. Esto lo hacen, naturalmente, para asegurarse la asistencia de público y luego poder lucir estas galas. Estoy a favor de la intervención del ayuntamiento pero fomentando por ejemplo la producción local, porque dando esas oportunidades es la única manera de crecer y de mejorar esa producción. Naturalmente se corren riesgos de clientelismo y parasitismo pero porque hayan errores en un procedimiento no hay que invalidad completamente el procedimiento, habrá que analizarlos, tratar de corregirlo, variar las estrategias, pero no dejar completamente de actuar.

    En cuanto al libro. Leí el de la conquista de gran canaria y me pareció bastante correcto, pero, en efecto, como dices, con un tono épico-juvenil claramente orientado a la búsqueda de un público determinado, que no es precisamente el estudioso de la historia, ni siquiera el del gustoso de la novela histórica.

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  2. En un contexto de fuerte desigualdad social y de una gran parte de la población en la pobreza o a punto de caer en ella, la financiación pública del cajón de sastre de lo cultural me parece bastante sospechosa. Claro que es un asunto con matices y enfoques, pero, como verás, no hay debate alguno al respecto, que es lo que me resulta escandaloso.

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  3. Respuestas
    1. Femenino. No, es broma, es narrativa. Buen libro; saludos.

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