sábado, 12 de mayo de 2018

'Los perros duros no bailan', de Arturo Pérez-Reverte

Cada día es la efeméride del óbito o del nacimiento de alguien. Especialmente celebrados son los de escritores/as, porque salvo en casos muy determinados, y tras haber pasado un periodo prudencial tras su fallecimiento, concejales y ex concejalas de cultura, presidentes, alcaldes y líderes de la oposición pueden arrimarse al recuerdo del fallecido (o frotarse con él) sin sonrojo ni lecturas previas, que ni falta hacen. 

Así, hace poco, el pasado 10 de mayo se celebraron algunos actos en recuerdo del nacimiento de Benito Pérez Galdós, el 175º aniversario. Dentro de dos años, como nos recuerda el ubicuo presidente del Cabildo, el 100º aniversario de su muerte. Así, políticos de izquierda, derecha y transversales se hacen selfies con bustos, retratos o libros de Galdós, algunos organizan lecturas de su libro al estilo de lo que se hace con la lectura de El Quijote (El Libro Sagrado) y todos expresan públicamente su admiración por su vida y obra, hasta la extenuación y el asco.

Esa apropiación de Galdós, un literato al que no se le daba mal fustigar a la clase política, a la Iglesia y a la sociedad de su época, no es ingenua. El halo de un/a escritora/a cuya crítica pertenece a otro tiempo, y que, por lo tanto y salvo lecturas más profundas, puede considerarse ahora inocua, bien puede iluminar, orear y dorar a nuestros representantes tan faltos de fundamentos éticos e intelectuales que uno se los imagina correteando aquí y allá para pedirlos prestados (en el mejor de los casos) de donde sea. Suele citarse, para glosar su figura, la campaña de infundios y descrédito que sufrió el mentado Galdós por sus posiciones políticas y morales que, según se dice, le costó el Nobel. Mucho me temo que gran parte de esos políticos y demás próceres actúan o actuarían igual contra aquellos artistas que se atrevieran a criticarles a ellos o a sus actos. Creo que ejemplos hay unos cuantos de presiones, prohibiciones, censuras y condenas.

Es por ello por lo que dichos homenajes, que en nada importan a los/as difuntos/as, se celebran, al igual que los premios de toda clase y condición, no tanto para honrar y reconocer al/la escritor/a o como para que la institución que los concede u organice adquiera notoriedad en la esfera pública y se dote de una aura cultural para diversos fines, entre otros para que, por un tiempo, olvidemos que están pobladas y a veces dirigidas por sospechosos habituales. Lo cierto es que esta estrategia parece haber rendido rédito, y así, con el paso del tiempo, se ha fundido tanto con los usos y costumbres de la sociedad que si las instituciones públicas se olvidan de honrar a alguien apreciado por algún sector social, se considera una afrenta y una injusticia casi inadmisibles.

Hay que señalar, además, que en esta nueva época de gobernanza y creciente importancia de las empresas privadas en la esfera pública, éstas también se animan a reivindicar u homenajear a quien se les cruce por delante si consideran que sirve para realzar su imagen corporativa. Aquí, por ejemplo. Viva el oportunismo.

Por si fuera poco, y para hacer más risible la cosa (y no se diga que me olvido del/la ciudadano/a de a pie), en estos tiempos de redes sociales, casi cualquier individuo/a, por más justamente anónimo/a que sea, no pierde la oportunidad para mostrar sus condolencias por la muerte del/la cantante o escritor/a de turno o para expresar su alegría o "felicitación" al/la artista homenajeado/a en su efemérides. ¿Y a nosotros qué nos importan los sentimientos de esa persona al respecto? Pues ya ven.

Por cierto, el pasado 5 de mayo, los suplementos culturales nos atosigaron con toda clase de tonterías, llamados análisis o artículos, sobre Marx, aprovechando que la fecha de su nacimiento.

En fin, vayamos a lo nuestro:




Esta es una historia de perros. Quiero decir, los protagonistas son perros, que piensan y hablan con lenguaje humano. Claro está, porque, de lo contrario, ¿cómo podríamos leer la historia? Aquí radica la primera dificultad en lo tocante a la verosimilitud, digamos de carácter metalingüístico. Si un perro cuenta su historia, pero ni entiende a los humanos, ni ellos a él (ni a los demás perros), ¿cómo es posible si quiera concebir una historia desde el punto de vista de un animal? Para posibilitar esa narración habría que crear un nuevo lenguaje, con su diccionario, su gramática, etc. Eso si pensáramos que ese lenguaje es posible concebirlo al estilo de los lenguajes humanos, por muy extraños o exóticos que nos resulten muchos de ellos. Así que, ¿cómo es posible imaginar un lenguaje inimaginable para un ser humano? Cuestiones parecidas se dejaban ver en la novela de Stanislaw Lem o en la de China Miéville que hemos reseñado.

Sin embargo, creo que Pérez-Reverte no se plantea estos dilemas, que por sí solos podrían haber abortado este proyecto literario. Más bien, una posibilidad es que sus referentes sea El coloquio de los perros, de Cervantes, en el que unos perros, asombrados, adquieren el don de la palabra y comienzan a dialogar entre sí. Eso, o las películas de Disney, por ejemplo, en el que todo ese problema de la verosimilitud se deja a un lado sin mayor problema humanizando a los animales, y así vienen Kimba, los amigos acuáticos de la Sirenita, Nemo, Bambi, etc. Eso, en cuanto al problema (yo lo considero tal) lingüístico. De fondo, y de manera no muy disimulada se hace referencia a La llamada de la selva/lo salvaje, de Jack London, con sus raptos de perros, peleas, lucha por la supervivencia, la nobleza y la crueldad de animales y humanos, la lucha por la vida, etc. Sin embargo, mientras en la novela de London, la narración era en tercera persona, a cargo de un narrador omnisciente, en Los perros duros no bailan (referencia a la novela de Norman Mailer, Los tipos duros no bailan, que tenía su punto macarra y cómico), la narración corre a cargo del personaje principal, Negro, en primera persona.

Ya les voy adelantando que la novela se lee rápido y fácil, sin mayores complejidades en cuanto a su estructura, lineal. Es el relato de unos hechos situados en el pasado, con un vocabulario coloquial o vulgar, y que no representa desafío alguno al lector; unos personajes que representan ciertas virtudes o tipos sociales, eso sí, muy humanos; y unas escenas cortas e intensas, bien resueltas, que no llegan a aburrir, aunque la historia, en su conjunto, no ofrece mayores sorpresas ni reflexiones originales, precisamente. Los diálogos también están bien perfilados y ágiles, aunque queda claro que ni los juegos de palabras ni los guiños literarios representan las mayores virtudes literarias del autor.

Lo malo es todo lo demás. Me explico: hay inconsistencias lógicas insoslayables. Si los perros sólo entienden a los humanos por el tono, no entienden las letras ni las palabras en los periódicos, etc., ¿cómo es posible que no sólo que entre ellos hablen de personajes humanos como Espartaco o Hitler, sino que además manejen conceptos como el nazismo, comprendan el mismo devenir histórico pues conocen sus ancestros y las razas de los sucesivos cruces, distinguen nacionalidades (que no son sino divisiones culturales y físicas humanas), etc.? Albergo la impresión de que a Pérez-Reverte esos problemas son naderías, que lo que de verdad le importaba era crear algo parecido a una alegoría, en que la sociedad perruna fuera un trasunto simplificado o, algo peor, purificado, de la sociedad humana. ¿Qué quiero decir con purificado? Arriesgándome a hacer una teoría de la mente revertiana, pienso que el autor buscaba aislar los elementos básicos que motivan las acciones de las personas: valor, cobardía, venganza, lealtad, falsedad, por ejemplo, sustrayéndolos de la compleja maraña de relaciones, valores, constricciones, etc. de las sociedades modernas.

Sin embargo, en esa purificación, en ese destilamiento, lo que le queda, a fin de cuentas, es la violencia y el machismo. El perro-héroe tiende a minimizar su inteligencia y a valorar su capacidad para la violencia. Asimismo, uno de los perros que va a rescatar (ahí reside el motor de la trama: el rescate de amigos en apuros) se convertirá en un asesino, producto de su brutalización a manos de los humanos. El otro perro, que no tiene las cualidades para ser un perro de pelea, sin embargo logrará sobrevivir gracias a que lo convierten en un semental, cómo no. Por otro lado, las hembras apenas disfrutan de protagonismo, salvo para ser montadas placenteramente, dejándose ver apenas algún atisbo sentimental. La única perra con carácter, y que no deja montar, es, claro, una feminista resentida. Por supuesto, en esa minisociedad perruna, también hay una "putilla" (pág. 33) y un "maricón".


Margot era, y lo sigue siendo, una perra resentida, áspera, feminista -ninguno de nosotros podía alardear de haberla montado nunca- y con muy mala leche. (pág. 17)


Una de las ventajas que los animales poseemos sobre los humanos es que nadie nos exige ser políticamente correctos. Ahí jugamos en casa. Miren los monos: todo el día dale que te pego al manubrio o la coyunda, a su rollo, con los niños encantados en los zoológicos y los padres riendo la gracia. O sea, que los animales estamos a salvo de esa clase de gilipolleces. De momento, al menos. Nadie anda fiscalizándonos, y cuando se impone nuestra naturaleza tenemos la excusa de que somos, dicen, irracionales. (...) Si lo que le dijimos aquel día se lo dice un humano a una humana, el fulano acaba en comisaría a la media hora. Pero por suerte no éramos humanos. Los perros somos machistas, oigan. Faltaría más. Y a mucha honra. (págs. 26-27)

Rudi, o Perlita, como prefería que lo llamaran, era un caniche gris perla de pelo rizado que iba siempre muy de peluquería, recortado en las patas y cardado en el rabo y la cabeza. Divino de la muerte, osea. Maricón de concurso. Su lado canalla lo llevaba a escapar con frecuencia de su casa -vivía con dos humanas que eran hermanas, solteronas y mayores- y a dejarse caer por el Abrevadero en busca de emociones fuertes. Lo volvían loco los perros callejeros sin raza ni escrúpulos, a los que pedía que lo azotaran con el rabo y lo llamaran perra. (pág. 58)

Supongo que algunos serán capaces de denominar a esto crítica social o, sin ir tan lejos, valentía o incorrección política. Habrá que ver dónde está la valentía en denostar a personas o grupos que han sido históricamente dominados, vejados y apaleados. Y lo siguen siendo. Se me podría acusar de injusto por establecer una igualdad entre el personaje Negro, el perro protagonista, y el escritor Pérez-Reverte. Uno no tiene por qué comulgar ideológicamente con el otro. Sin embargo, la lectura de algunos artículos del escritor y sus manifestaciones públicas sí que establecen las bases para afirmar, al menos, cierta conjunción. Ya lo valorarán Vds., por supuesto.

En fin, mi conclusión es que, si uno supera el tufo masculinista y el tópico del tío duro pero con corazón, se lee bien, con ritmo y vívidas escenas de acción, lucha y muerte. Incluso con sabor épico. Pero le queda a uno un regusto desagradable: es mucho superar.

Este tipo de escritores que también escriben artículos de opinión, intervienen en tertulias, etc., y a los que, por tanto, se les califica a menudo de intelectuales, tienen su público, y numeroso. Un público antiguo para un autor antiguo, sin embargo. Representa Pérez-Reverte, a pesar de sus diatribas contra los políticos y la política, o por eso mismo, una vuelta a los valores de verdad, los buenos, sin tanta corrección política. En un mundo donde los usos y costumbres se han trastocado de tal modo que no es posible saber cómo desenvolverse, cómo ser sin ambigüedades, algunas personas piensan que lo ideal es volver a una época de certezas (que quizá nunca ha existido, salvo en su mente) cuando los hombres eran hombres y las mujeres, mujeres, cuando los conflictos se resolvían con un par de buenas hostias, mancillar el honor se pagaba con sangre y cosas así. 

Es evidente que no todos los problemas se resuelven a base de deliberación democrática y empatía, que en muchas ocasiones hay conflictos de intereses, de suma cero, en los que el consenso es imposible. Para eso están las negociaciones, las soluciones de compromiso, etc. A veces, claro está, contra un régimen opresor, contra grupos que pretenden la dominación por la fuerza y la esclavitud, solo queda el legítimo recurso a la insurrección, pero de ahí a exaltar la violencia como un valor masculino y natural queda un trecho. Un trecho moral que, para muchos, por lo visto, es insalvable.







P.D. Reseñas positivas, que ven otras cosas y no ven lo que yo veo. Aquí y aquí. Otra, más cercana a la mía, aquí.











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3 comentarios:

  1. En esos dos últimos párrafos me parece que lo perfilas muy bien. A mi juicio son, ese tipo de personas, valientes en, pese a todas las evidencias en contra, no querer dudar de unos valores culturales en los que se han criado y que están, ahí fuera, cambiando a velocidades que probablemente su provecta edad -mental- no les permita seguir. Es una valentía que también puede ser llamada obstinación y tal vez tiene el poco mérito de que les viene ya en el carácter, no han tenido que forjarla para enfrentar los acontecimientos. Dan la impresión, como bien dices, de que viven en un mundo ideal de abstraciones, de valores absolutos, vamos, en una película de Harry el Sucio, donde está justificadísimo descerrajarle cuatro tiros al malo y dos hostias a la insumisa doncella.

    En cuanto a sus novelas y textos en general, Perez Reverte me causa siempre una impresión de ligereza, de novelas de aventuras de las que aún leíamos en mi generación, no sé ya si en esta teniendo como tienen la biblioteca de babel de Jordi Sierra i Fabra; hablo de Verne y Salgari, de Stevenson, de Defoe, Doyle, etc.

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  2. Y qué bien lo pasé leyendo esas novelas de aventuras. Todavía recuerdo mi primera lectura de 'La isla del tesoro'. En fin, y volviendo a 'Los perros duros no bailan', pues eso, no hay más que lo que enseña, y lo que enseña no es admirable. Yo también pensé en Harry y después ya la imaginación me llevó al despiporre de los 80 con Stallone, schwarzenegger, Van Damme y Seagal.

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