jueves, 18 de enero de 2018

'El tiempo de la noche', de William Sloane

Ya estoy aquí de nuevo, después de ese resumen decembrino de lecturas y de recopilación de reseñadores que tanto ha gustado. Como ya adelanté en el Facebook, el mundillo literario parece un tanto congelado, silencioso, sin que, por ejemplo, en las páginas de Cultura (Dios mío, la cultura) de los periódicos nos encontremos con la típica entrevista de: a) El escritor progre de 8 a 3 que lucha contra el capitalismo porque en su novela el empresario es el malo, o: b) La escritora de derechas y orgullosa de serlo porque España es mucha España y toma ya, Tabarnia; ni nos aporreen con el elogio de baratillo de cualquier novedad de ficción cuya editorial pretenda endilgárnosla a toda costa. Debe de ser que la cartera de los fans hardcore está todavía recuperándose de las fiestas navideñas y que cierto hartazgo cultureta-emocional aconseja posponer el maravillosismo para un poco más adelante. Es posible, no obstante, que el foco se haya desplazado a otros ámbitos, como el musical, caso Palau incluido. Ya saben: conciertos por aquí, virtuosos por allá, "grandes nombres" sin los cuales no somos nadie ni tenemos sitio en el mapa, etc.

Por otro lado, se me puede acusar de cierta acidez en mis comentarios, pero a modo de disculpa estoy inclinado a creer que el empalago en el elogio y en la promoción de editoriales, librerías, reseñadores literarios (o aspirantes a serlo), medios de comunicación, etc., es de tal magnitud, que me pregunto si el lector aficionado a la lectura no correrá un verdadero riesgo de sufrir diversas variantes de la diabetes a poco que se los crea. Aunque es probable que ahí el órgano a amputar no sea otro que el cerebro. Soy una especie de contrapeso o paliativo, digamos.

En fin, ya que ningún escritor o aspirante a serlo ha pillado una rabieta que publicar en Facebook en las últimas fechas y que los sospechosos habituales hace relativamente poco que han publicado sus cosillas, el horizonte literario se presenta despejado, listo para que, por fin, algo bueno se publique. 

Si muramos, que sea de optimismo, que ya la realidad es bastante desagradable.

Vayamos con la novela:




El tiempo de la noche (To Walk the Night) es una novela del estadounidense William Sloane, publicada en 1937, más o menos por la misma época en la que ya circulaba en el mismo país la obra de grandes autores como Erskine Caldwell o Faulkner, entre otros muchos, por lo que la comparación casi a la fuerza debe resultar desventajosa. No manifiesta William Sloane la misma preocupación por el lenguaje en sí, ni por la técnica, así que los filólogos que lean este blog ya pueden ir empaquetando sus cosas. Obligado es señalar que es una de las novelas preferidas de Stephen King (suya es la introducción).

No obstante, Sloane arma una historia bien estructurada y bien contada. "Eficaz" suele ser el término que suele emplearse en estas ocasiones. Si lo entiendo correctamente, supongo que debe aplicarse para esas narraciones que con sencillez logran comunicar una historia que causa un efecto determinado (y previsto) en las/os lectoras/es. En esta caso, Sloane es muy eficaz: teje una historia desde el punto de vista de uno de los personajes implicados, por lo que lo narrado no puede sino omitir gran cantidad de información. Esa misma parcialidad, esos mismos claroscuros, hace que la resolución de la trama surja de repente, sí, pero también como la concatenación lógica de reunir diferentes partes de todo lo dicho. Salvando las distancias, se asemeja a la técnica empleada por Raymond Chandler en sus novelas. 

Es una historia que se lee con gusto, ya digo, sencilla en su construcción, con dos planos temporales, pero que suscita interés, y que combina elementos de novela de investigación criminal con otros fantásticos. Claro que lo anterior no le hace honor del todo ni debería amedrentar a nadie. Si tengo que ponerle una objeción, sería la de que a mí me sobra la escena final, que estropea un poco, a mi entender, la atmósfera de inquietud y desazón generales. Pero, bueno, ya lo verán por sí mismas/os, y quizá disientan. 


Una brisa se alzaba ahora del estrecho, y los árboles murmuraban en la oscuridad. Las aguas golpeaban débilmente la orilla, y la bahía parecía un río, que surgía de lo invisible y se acercaba a nosotros a la luz de las estrellas. miré y la ilusión de una corriente fue tan perfecta que debí recordar que nada fluía allí, que no había ninguna corriente, sino el mar inmutable y eterno. 
-Por supuesto -le dije al doctor Lister-, puedo reproducir las palabras, pero no la conversación. Los gestos, las actitudes , el tono y el timbre de las voces, todo eso se pierde al contarlo. 
El doctor me había escuchado con extraordinaria atención. 
-Sí, naturalmente. Pero ni tú ni Jerry me habíais contado lo que se dijo en ese encuentro. 
-Es raro -continué-, pero en momentos como ése uno se apresura a aceptarlo todo superficialmente. Cuando ella dijo: "Le parecerá una pregunta tonta, señor Lister" creo que ambos aceptamos su "tontería". Ahora no me parece de ningún modo una pregunta normal. Y la historia de las notas nocturnas de LeNormand. ¿Le parece a usted verosímil? 
-No -respondió el doctor.
-¿Ve usted?, son cosas que he recordado poco a poco. Cosas pequeñas, pero que apuntan a algo.  

Por otro lado, no puedo evitar notar los sesgos culturales en la novela: hombres de clase media-alta, bien educados, contenidos en sus emociones, de profesiones liberales. La mujer, en cambio, es o frívola o inútil o misteriosa. Con la perspectiva moderna, es posible, incluso, leer cierta misoginia en el tratamiento del personaje de Selena, la mujer enigmática, alrededor de la cual gira la trama. Me atrevería a decir que podría ser un experimento interesante invertir su rol para convertirla en un símbolo diferente, como, por ejemplo, del feminismo. No quiero, sin embargo, explicar más de lo debido para no estropearles la historia. Sólo me animo a señalarles que, como en otros muchos casos, una historia ofrece una lectura en la superficie y otras muchas bajo ella, a pesar, todo sea dicho, de la opinión manifestada por la autora o el autor, cuando la tiene. Así es la vida.

Quisiera, asimismo, subrayar el hecho de que aunque siempre agradezco una historia contada con corrección, sin mácula, como es El tiempo de la noche, mi propia evolución lectora me lleva a añorar el riesgo, la experimentación y el atrevimiento. Espero no solo cierto placer lector, sino descubrimientos cognitivos; por qué no, cierta sabiduría, y también atrevimiento estético y formal, de tal forma que amplíen los límites del lenguaje y del humano acto mismo del narrar. 

Para qué conformarnos.





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