jueves, 10 de octubre de 2019

Campanadas de iglesia de barrio


Pensaba esperar unos cuantos días más, cuando hubiese vuelto a la oficina después del mes de vacaciones, para leer alguna novelita de autoría local y reseñarla, así tuvieran algo de lo que regocijarse (¿escandalizarse?) tras este lapso transcurrido sin noticias mías. No obstante, después de comer (pasta rellena de espinacas y una enorme y antivegetariana salchicha alemana de dimensiones BBC) decidí, en cambio, compartir con Vds. algunas reflexiones de tinte literario, quizá un tanto desaforadas, a la manera que tienen algunas iglesias de barrio de anunciar la misa, que bien podría confundirse con jolgorio secular.

Esta decisión, como pueden deducir, no la tomé en esos instantes previos al sueño nocturno, de cuya influencia en el proceso creativo tanto desconfiaba Raymond Chandler (1), sino a plena luz del día, por lo que merece credibilidad diurna. Cuando no estamos cansados, con los sentidos aguzados, la razón es un superyó riguroso, un déspota no del todo benigno que permite muy pocas iniciativas descabelladas. Me permito aventurar la hipótesis de que ninguna obra maestra literaria se haya escrito a las once de la mañana.

Por el día, nos permitimos poco, demasiado maniatados por la cordura y la prudencia; estreñidos por el sentido común. Por la noche, todo parece posible para nuestra voluntad, incluso para el más mentecato. La luz nos disfraza de sirvientes de lo posible, pero gracias a la oscuridad soñamos, o mejor dicho, recordamos que somos "reyes con trajes dorados a lomos de elefantes" (2). 


Así, puedo contarles que estas semanas de ausencia me han servido para comprobar que Juan Benet y Gabriel García Márquez publicaron el mismo año las novelas (Volverás a Región y Cien años de soledad, respectivamente) que los encumbraron en la historia de la literatura. Del mismo modo, en ambas novelas se usa una comparación paleozoica:



A medida que el camino se ondula y encrespa el paisaje cambia: al monte bajo suceden esas praderas amplias (por donde se dice que pasta una raza salvaje de caballos enanos) de peligroso aspecto, erizadas y atravesadas por las crestas azuladas y fétidas de la caliza carbonífera, semejantes al espinazo de un monstruo cuaternario que deja transcurrir su letargo con la cabeza hundida en el pantano. (Volverás a Región)

Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. (Cien años de soledad)

52 años después de su publicación, leo Volverás a Región, y me atrae esa prosa de frases largas y enrevesadas, y esas comparaciones insólitas y ese olvido de lo fácil, no porque lo fácil sea fácil y lo difícil me hará grande, sino porque hay cosas (tanto físicas como abstractas) que solo se pueden contar de (con) una forma determinada, como señala, entre otros, de manera muy convincente Martha C. Nussbaum (3). De Cien años de soledad, qué les voy a contar que no se sepa ya y no se haya contado en infinitas repeticiones y variaciones, salvo que la descubrí con catorce años y la leí 5 o 6 veces hasta los 20. Me gusta imaginar que yace ahí, en el cerebro, inserta durante mi proceso de maduración en adulto en alguna protuberancia caliginosa. A veces, achaco mi precipitación en el habla, esos traspiés lingüísticos en los que incurro en el peor momento, en que Cien años de soledad presiona, cuando me pongo nervioso o me disgusto, el área de Broca. 

Al mismo tiempo que la de Benet, pero a mayor ritmo, estoy también con otra novela difícil: Corrección, de Thomas Bernhard. Si es lector/a, léala (antes, durante o después de Tala: para lo bueno siempre debe haber tiempo); si quiere ser escritor/a, absténgase hasta que ya esté formado/a literariamente (en la medida que se pueda afirmar eso) y haya perdido de modo definitivo la fe en la cultura como mecanismo de redención de la Humanidad; o, quizá, pueda vivir del oficio (a ser posible, sin dar clases de escritura, por favor). Bernhard, como Borges, es nocivo para el estilo propio (traductor mediante): frente a un parásito letal para el huésped como este, debe el aspirante a escritor/a vacunarse primero, so pena de convertirse en un epígono ridículo o, lo que no sé si es peor, como la carcasa humana de La cosa (4): el títere de un ente. Maten a Borges, que dijo Witold Gombrowicz. Maten a Bernhard, añadiría yo. En todo caso, mejor imítenlos, tírenlo todo y comiencen de nuevo. Y con ese todo, también la cursilería, la pretenciosidad y, si me apuran, el buenrollismo caza-contactos de cóctel y canapé.


Eso sí, he acabado una ¿novela? ¿manual de literatura? ¿Una mavela? Rafael Reig me sorprende gratamente con su Señales de humo. Manual de literatura para caníbales I (2016). Amena y erudita, quizá excesivamente dicotómica y sesgada a la hora de criticar y juzgar la literatura española y sus figuras señeras (institucionalizadas), como señala Vicente Luis Mora, esta obra merece atención y respeto, por su amor a la literatura y por su voluntario carácter polémico. Sobre todo para aquellos/as que consideramos que la cultura popular no es, como se pretende a veces, la cultura de masas, esputo de la industria cultural, y así poder compararla (subestimarla/ningunearla) frente a la alta cultura. El tiempo, además, escasea para dedicarlo a las porquerías, a los productos de consumo cultural, abrevadero para los consumidores culturales, de los que está inundado el mercado. Por otro lado, y aunque no venga a cuento, Rafael Reig gozaba, en su faceta de crítico literario, de una humorística mala leche que me regocija, para qué lo voy a negar (5).


Sin embargo, el grueso de mi actividad lectora no ha recaído en la ficción; más bien, y quizá el clima político patrio y local tienen algo que ver, la política y la historia han sido los asuntos en que me he ocupado con mayor extensión. Me interesa saber cómo se puede concebir un partido político democrático sin que ninguna de las tres partes resulte antinómica con respecto de las otras dos. ¿Debe un partido político, en aras de la eficacia electoral, ser no democrático como suelen serlo en la práctica (a pesar de sus estatutos)? ¿Puede no serlo? ¿Resulta inexorable la ley de hierro de la oligarquía, tal y como la expuso Michels? ¿Es Podemos el ejemplo palmario de que es imposible organizar un partido con estructuras democráticas reales? ¿Es el tipo de organización denominado partido capaz de sostener de manera coherente demandas políticas del demos y hablar en su nombre? Platón, Rancière, Castoriadis, Traverso y otros me llevan a la melancolía política, la melancolía propia de la izquierda . 

Tiempos estos en que el concepto utopía sufre de mala fama, y el adjetivo utópico se aplica de inmediato, con carga peyorativa, a cualquier proyecto, a cualquier visión alternativa a las sociedades capitalistas existentes. Como si el ser humano hubiese apurado todas las posibilidades de construir un mundo diferente y mejor. A este respecto, llevo leído un cuarto de McMafia (2008), del periodista británico Misha Glenny (hay serie de TV) que plasma de lo que es capaz de sí este nuevo mundo feliz, ya sin utopías, casi sin esperanza.







(1) CHANDLER, R. El simple arte de escribir.
(2) CHEEVER, J. La geometría del amor. (El marido rural)
(3) NUSSBAUM, M. El conocimiento del amor.
(4) La cosa (1982), dirigida por John Carpenter.
(5) REIG, R. Visto para sentencia.
(6) TRAVERSO, E. Melancolía de la izquierda.



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